El destello de la pantalla le ilumina los ojos. Con el pulgar mueve el menú que ahora de poco sirve.
En las periferias de las instalaciones hay bloqueadores de señales de microondas. No recibe señal de ningún tipo de red inalámbrica. Se pone a observar las fotografías que tiene en su celular. Con su novia, con los amigos de la facultad, en la playa. Muestra en ellas una sonrisa que no sabe si volverá a dibujársele en el rostro. Está sentado en el piso de cemento, abunda la oscuridad. ¿Hice lo correcto? ¿para qué me uní al movimiento?
Ya puede escuchar los reclamos de los familiares, que por qué lo hizo, que quién le manda, que él nada más debería de haberse quedado callado y tranquilo como los demás. Imagina las preocupaciones de la madre “Ay mijo, y ¿ahora?, ¿qué vamos a hacer?, ahora vas a tener que andarte con mucho cuidado, ya te tienen fichado.” Pero lo verdaderamente ensordecedor son las preocupaciones actuales: “¿Dónde está mi hijo? No me diga que no sabe, en el ministerio público dijeron que no los tienen, que se los llevaron los federales. ¿Dónde está? Dígame, por favor oficial, si él es solamente un estudiante.”
CONTINUARÁ