30.5.12

El radio y el reloj


El sol atravesando las hojas dibujando claroscuros a mi alrededor, los pájaros cantan en esas ramas que me llenan de sombra. La música acompaña los cánticos de las aves. El tiempo pasa y pasa. Y pasa un poco más. 
Llevo bastante tiempo aquí sentado en esta banca esperando, mirando al vacío. Dejando pasar el tiempo.
Todo lo que había planeado ya lo llevé a cabo, o ya no sirve de nada. Ya no quiero llevarlo a cabo. Ya no tiene sentido. La mujer que tuve se fue. Se la jalaron al más allá. La flaca se la llevó consigo. 
Mis hijos… ¿mis hijos?, ¿cuáles hijos? Se desentendieron de mí, me hicieron a un lado o ellos se hicieron a un lado. 
Sigo con mi camino pero lentamente ya no queda mucho tramo que recorrer. Sigo con mi camino, solo de nuevo, o tal vez solo por primera vez. Difícil decirlo, difícil con tanta memoria a cuestas, tantas arrugas en el rostro, tantos años transcurridos.
Los lentes pesados para poder ver lo poco que aún quiero ver, ¿para qué? Ya ando en las últimas.

Hoy el día ha estado soleado, escucho un poco el radio, la música que ya difícilmente puedo yo considerar como música, puros tamborazos y guitarrazos horribles. 
El segundero del reloj aquí al lado del radio, sobre la banca, marcando los segundos que se hacen minutos, uno más después del que ya pasó, antes de aquel que ya vendrá, que ya viene, que se consume ahora mismo. 
Sentado aquí en el parque en esta banca no tan vieja como yo, pero aún así ya desvencijada. Contando los minutos que transcurren, escuchando música y matando el tiempo. Escuchando los minutos que ya le quité a mi vida. Matando el tiempo, lentamente matándome a mí mismo.  
  

18.5.12

¡Qué maravilla!


¡Qué maravilla el verso!
¿Qué maravilla el ver
sosegado a un pueblo?
Las maravillas no abundan porque no se las ve
Se les ignora, se les ningunea,
se les destruye

¡Qué maravilla el respirar!
¿Qué maravilla el no retener un suspiro?
La caricia inocente
la embestida caliente,
ambas maravillas
perfección si juntas,
señas inequívocas de pasión incipiente

¡Qué maravilla la vida que da espacio a más vida!
¿Qué maravilla la muerte?
Maravilloso el eufemismo
recurso burlón y traicionero,
palabras que rastreo en mi mente
para formar el verso ferviente

¡Qué maravilla la sinceridad!
¿Qué maravilla la verdad?
Sincero el tiempo ocioso,
desperdiciado creando
este verso defectuoso:

Eso es lo maravilloso

6.5.12

Las palabras se las lleva el viento V


Más allá de arrepentirse de lo que estaba haciendo y aún estaba por hacer, el soldado Courrier, ese escurridizo, se arrepentía de haber despreciado las palabras por mucho tiempo. Por pensar que las acciones bastarán para que los demás se dén cuenta de lo que uno siente y piensa. Por eso mismo dejó en muchas ocasiones de pronunciar las palabras que se esperaban de él. 

Ahora ahí escondido, comiendo de una lata que encontró en aquel cajón de madera consumido por el fuego, habla, habla sin parar con alguien que no está ahí. Da explicaciones, se justifica, se disculpa, se arrepiente. El espeso y frío caldo de lentejas hace crecer aun más el nudo que lleva en la garganta. Lleva cerca de dos días en ese escondite, en la trinchera enemiga consumida por el fuego. Hablando, temiendo. Hablando de noche y temiendo de día mientras logra juntar el coraje para terminar lo que ya comenzó. De un momento a otro el coraje, el valor se le terminó. La adrenalina le quedó a deber. Mató, corrió, escapó con lo más preciado para todo el escuadrón, si no es que para todo el pelotón. Y ahora está ahí hablando, acurrucado entre cenizas. 

“No me van a agarrar, no me pueden agarrar. ¿Te acuerdas de la casa de mi tía? La que tenía un patio con una fuente. En el verano mi tía le quitaba el agua para que no jugáramos con ella y le mojáramos toda la casa... Agua, me falta agua. ¿Qué demonios estoy haciendo aquí?, ¿en qué me metí? Igual no me van a agarrar, les puedo sacar la vuelta a todos. Los supero.
¿Sigues igual?, ¿sigues ahí? Más te vale, más te vale que todo esto no vaya a ser en vano. ¿Y tú, puedes con el paquete que te va a tocar? ¿ehh?, ¿o te vas a morir a medio camino? Más te vale que no. Más te vale que no ¡por la mierda!” 

Su monólogo lo tuvo que interrumpir, escuchó ramas rompiéndose bajo pisadas que se supone debían ser prudentes. 
Tierra, eso es todo lo que ahora puede ver. Se aventó al suelo, se cubrió en parte con uno de los  enemigos muertos que siguen a los alrededores de esa trinchera. El paquete sigue donde lo dejó, al borde de los costales llenos de arena o de tierra, o de ambos, pero eso sí es seguro, costales ensangrentados. 
Jadea, trata de sacar todo el aire que lleva en los pulmones. Maldita adrenalina, sí, esa que le faltaba, la que no había encontrado, ahora la lleva en sus venas y tiene que fingir estar muerto. Parpadea, sus pestañas acarician, peinan la tierra, sus fosas nasales la aspiran, su boca la saborea. Tierra, cenizas, sangre seca y latas de comida vacías.
Las latas, que no miren las latas. ¿Quién o qué habrá de comer de las reservas chamuscadas de soldados muertos? ¿Qué habría de poder abrir latas de comida?
Que no miren las latas y cierra los ojos como si así aquellos extraños enemigos, también lo hicieran.
Escucha pasos, varios pasos. “Son dos soldados, ¿o son cinco?, ¿o acaso más?” 
Escucha con atención mientras ve nada más que tierra y su nariz aspira el polvo seco. 
Han bajado la guardia, han de estar ya en pleno descampado, porque si no les han disparado es porque no hay nadie que les pueda disparar. Comienzan a hablar y apenas entonces el escurridizo descubre quien lo acecha: No entiende nada. Lo que esos hombres hablan no son palabras para sus oídos, lo que escucha ha sido hasta ahora los ruidos, los cantos de guerra del enemigo. Sin embargo, por una extraña razón escuchar ese idioma extraño con el que esos soldados se comunican, ahora lo tranquiliza. No se trata de sus compatriotas que lo estén buscando por traidor. 

Peinan la zona, o bueno eso es lo que él cree, escucha los pasos de los hombres que van de un lado al otro. Al parecer recogen algo. 
De pronto surcan aviones el cielo y los enemigos desaparecen más rápido de lo que llegaron.

El escurridizo se quedó bastante tiempo tumbado en la tierra, sintiendo que el corazón le iba a reventar, sintiendo la tensión en cada uno de sus músculos. Ahora tenía nuevamente la adrenalina para retar a la muerte, para hacerla de equilibrista entre dos ejércitos enemigos que no dudarían en asesinarlo. Se levantó con nuevas fuerzas y una enorme determinación: 
“Es ahora o nunca, de una u otra forma ya estoy muerto, cada día que siga vivo es ganancia.”

CONTINUARÁ