Una vez más sonó el teléfono, lo descolgué y volví a colgar. Estoy harto de todo el día estar descolgando el teléfono para decir amigablemente “¿Sí?, ¿Diga?” y no escuchar nada del otro lado de la línea. Por eso ahora únicamente lo descuelgo para volver a colgar. Por suerte no hace mucho ruido al sonar. Ha estado sonando toda la tarde.
Yo aquí frente a la computadora intentando trabajar a pesar de ser fin de semana. Pero la persona en cualquier lugar que se encuentre tiene mucha paciencia y mucho tiempo libre. ¿Qué es lo que quiere y quién podrá ser? Me pregunto mientras lentamente doy por vencidas mis ganas de trabajar y mi buen humor. ¿Para qué tantas ganas de joder? Comienzo a hacer memoria, ¿hay alguien que conozco que viva en un lugar apartado? ¿o que se haya ido de viaje? El número que aparece en la pantalla no lo conozco, solo sé que no es de por aquí cerca, es más, pienso que es de otro país. Pues qué güey, si quiere pagar llamadas de larga distancia para hacer sus bromas, que lo haga. Y es por eso mismo que me he decidido a contestar el teléfono, ahora que está sonando de nuevo. Hagamos que le cueste un poco de su dinero así como a mi ya me costó la paciencia.
– Sí – contesto.
– Buenas tardes – dice una voz en inglés – estamos listos.
– Ya era hora, cabrones – digo decidido, por mi enojo, a ver hasta dónde llega esta conversación. Y repito. – Ya era hora.
– Sí señor, sabemos que hubo inconvenientes pero los pasteles están listos para ser entregados. Disculpe las molestias que le ocasionamos. – ¿Pasteles?, pienso, ¿de qué se trata esto?
– Muy bien – continúo – ¿son todos en los que quedamos?
– Sí, los cuatro que habíamos dicho. Los muchachos los llevaron ya a las plazas donde van a ser las fiestas.
– Muy bien, muy bien – digo lentamente sintiendo algo de nerviosismo por tantas palabras en clave.
– Le hablaremos al otro número cuando estemos del otro lado. Que Dios nos dé fuerza.
– Que Dios nos dé fuerza – repito, sintiendo cómo el corazón se me quiere escapar del pecho. Lentamente me doy cuenta en lo que me metí por mi enojo y por seguirle la corriente a aquel desconocido terco que me habló desde el extranjero.
La linea está muerta, la conexión fue interrumpida. Me quedo con la mente en blanco, mirando a la nada, con el teléfono en la mano.
Vuelve a vibrar, miro el número, es otra clave. Es una llamada pero de otro país, con sudor frío contesto
– Si
– Líder, estamos listos, cuide a mi familia. ¡Que Dios nos dé fuerza! – se corta la comunicación. Inmediatamente vuelve a sonar mi teléfono, alguien vuelve a marcar a mi número que tengo desde hace años y me vuelve a decir lo mismo e inmediatamente cuelga. Así sucede en un total de cuatro ocasiones en menos de dos minutos.
¿Qué hice? ¿Qué está pasando? Si este número es mío, nadie lo tiene, mas que mis amigos que me buscan de vez en cuando para salir a beber. Raramente me llaman del trabajo. No lo entiendo, pareciera que de la nada me involucré en algo grande, algo muy grande. Y lo peor es que ni cuenta me di.
Prendo la televisión y no tardo en darme cuenta: Muertos, tantos muertos y un total de cuatro explosiones.