31.12.10

La siguiente generación

Todos los recuentos que se dan por estas fechas me han puesto a pensar. Los recuentos que se han dado no son únicamente del año que termina, sino de la década que agoniza. Me viene a la memoria un programa de televisión aún de los ochentas en los que presentaban a la década ochentera como un viejo y la de los noventas como un bebé que apenas nacía. Yo tenía ocho años en ese entonces, hace veinte años. Hoy termina la primera década del nuevo milenio, del milenio que yo y todos los demás nos imaginábamos como el futuro. El futuro llegó desde hace rato. Y no ha sido como me lo imaginé, bueno, no por completo. Pero la verdad no quiero concentrarme mucho en que cambios ha habido en el mundo, sí el terrorismo, tragedias, violencia, lo conocemos. De lo que quiero pensar, es acerca de los cambios por los que hemos pasado, yo y los míos. Ahora que me concentro en ese tema en específico no puedo más que gritar que sí el futuro está ya aquí. Yo el infante que se emocionaba porque en el año dos mil iba a cumplir dieciocho años está aquí diez años después de esa fecha. Van a cumplirse diez años desde que salí de la escuela. Todos los jovenzuelos que compartieron esos años se repartieron por todas partes, la verdad no tengo ni idea de qué ha sido de la mayoría de ellos. Es remoto el recuerdo de la emoción por los regalos que aparecían debajo del árbol navideño. Esa grandeza de cualquier cuarto al que uno entrara. La magnitud que tenía la casa de la abuela para uno, que podía correr, jugar, esconderse.
Menciono estos dos temas por algo, la casa de la abuela y la época navideña. Esos dos temas están entrelazados en mi memoria. Mis recuerdos infantiles de mis mejores navidades fueron en casa de mi abuela en compañía de los tíos y primos, cuando toda la bandada de primos jugaban en el, en ese entonces, enorme patio. Cuando las travesuras eran solapadas por uno que otro tío y por la abuela misma. La verdad que no me queda más que decir ¡qué recuerdos!

Ahora, digo que el futuro llegó, no porque ahora me vea como adulto y ya no un niño (creo que nuestras generaciones jamás dejarán por completo de ser niños), el futuro llegó porque han cambiado los papeles. Ahora me toca a mí ser el que solape travesuras y el que simplemente admire a la criatura que disfruta de la enormidad de la casa de los padres. Es mi momento de aventar chamacos por los aires y colgarlos de cabeza, como en su momento lo hicieron conmigo. Es el simple hecho de que la siguiente generación está aquí y hay que encargarse de ella tan bien o mejor de como se encargaron de la nuestra. A nosotros nos tocó el patio y el enorme zaguán con el portón negro, ¿qué le tocará a ellos?
Hay que ayudarles a labrarse recuerdos inolvidables.

Feliz año nuevo.

El olvido y los tesoros ajenos

Dijeron que me habría de reír, y lo hice.
Dijeron que las cosas que sentía habrían de desaparecer, y desaparecieron. No me lo dijeron pero las cosas que sabía se me fueron olvidando, y a esto es a lo que quería llegar:
El olvido, algo trágico, se puede pensar, o bien una bendición.
No es nada nuevo, pero uno luego se va enterando de cosas, de miedos, de traumas, de hermosos recuerdos de los demás. Obviamente estos demás no serán unos demás cualquiera, sino que demás con cierto nivel de confianza con uno, sino ¿por qué habrían de contarle a uno?
Uno deberá de manejar estos recuerdos con sumo cuidado, suma paciencia, y dependiendo de cada caso, con sumo cariño. Al mismo tiempo, uno hará lo mismo con los ya mencionados demás. Uno sabrá con quién, cuándo y hasta qué punto pero poco a poco irá soltando información preciada para sí, esto quiere decir, desnudándose ante los demás, como estos se desnudan ante uno.

Con el tiempo puede suceder que esas personas que le tenían confianza a uno, o a las que uno les tenía confianza, desconfíen o que simplemente ya no quieran confiar en uno. Esto sucede sobre todo con las personas que se desnudaban ante uno en todo el sentido de la expresión.
En estos casos uno deberá tomar en algún momento una decisión: ¿Qué hacer con los tesoros confiados a uno? Tesoros para la otra persona claro está, para uno serán información importante, trivial o simplemente una carga. Muchas veces está información comienza por ser ignorada, callada, otra recordada y hay algunos que, una vez que la confianza ya no está más presente, la reparten entre sus conocidos “Una conocida una vez tuvo que...”.
De una forma u otra con el tiempo la información, los tesoros terminan por ser olvidados, voluntaria o involuntariamente. Algunas veces uno recordará algún detalle y se le escapará una sonrisa. O uno intentará, se esforzará por recordar justamente esa historia de aquella persona a la que uno echa de menos en el momento. O uno se encargará de que los recuerdos de esa persona en específico, una con quien se compartió una historia en común nunca más vuelvan a la mente, uno los mata en su memoria, los obliga a desaparecer.

Obviamente también se puede dar el caso, porque el olvido no es rencoroso, de que uno olvide lo que lo separó del otro y termine añorando de nueva cuenta el estar juntos.

23.12.10

Mi recuento del año

Cada cierto tiempo uno tiene que rememorar y reflexionar. ¿Qué fin tiene el hecho de andar haciendo memoria de los actos cometidos por uno a lo largo del año? Me pregunto mientras estoy sentado frente a la televisión viendo uno de esos shows en los que se hace un recuento de lo ocurrido en el año que se acaba. Simplemente recordar, sería la respuesta, o mejor dicho, no olvidar. Pero hay formas de recordar. Tal vez debería de hacer un recuento de los momentos más felices y más tristes del año, editarlo y ponerle efectos de estrellitas, añadidas digitalmente. Poner en cámara lenta y desde distintos ángulos cuando recibí el mail en el que me invitaban a la entrevista de trabajo. “Pero las cosas no le habrían de salir tan fáciles como se las esperaba” diría la voz en off y habría una toma en detalle de mis ojos tristes al salir de ésta. Mientras de fondo suena, un hit musical, eso sí, melancólico. Como, no sé....
La puesta en escena de carácter barato y trillado continuaría, obviamente con un cambio para bien. Después del fracaso de la entrevista habría que poner un éxito, digamos un renacimiento en el amor por ejemplo, con “tictoc” de Kesha como fondo, obvio, para repetir una vez más lo que ya nos cansamos de escuchar a lo largo del año. Y aparte de las tomas originales del momento en el que me agarré a una chava (o sea en el que resurgió el amor), habría que hacer una entrevista exclusiva para el programa. En ella yo explicaría a detalle mis sentimientos y demás cursilerías ridículas.
“En el momento en que la vi, me sentí otra vez como un adolescente, el pulso se me aceleró y de la nada actué, cuando me di cuenta, ya estaba hablando con ella” diría yo con una camisa de marca y de color chillón, el cabello atiborrado de gel, tieso, como yo en las tomas originales, ah, y eso sí, con la soberbia de alguien que se cree ya del otro lado. “Definitivamente fue una de las mejores experiencias de este año, por no decir de toda mi vida”, diría con una mueca difícil de descifrar y con la voz algo nasal.
Así se haría un recuento del año 2010, de preferencia mes por mes:
“Abril quedó marcado por la crudota que tuvo el día después de su cumpleaños” diría el amigo de la voz en off.
Junio sería el mes donde se dio uno de los momentos más difíciles del año. “Ese día no tenía planeado hacer mucho” diría yo en la entrevista “salí al buzón a revisar la correspondencia.” Habría que hacer una dramatización barata que junto a la música de suspenso creara una atmósfera pesada para que el televidente sintiera en carne propia la pésima experiencia de haberse quedado sin llaves fuera de casa. “Eso es algo que no le deseo a nadie”, diría yo al borde de las lágrimas.

“Desde finales de noviembre se comenzó con los tradicionales trabajos de recopilación de material e información para este programa. Al protagonista se le fue diciembre en el cuarto de edición. Y su amor de verano, lo dejó por su comportamiento enfermizo, que incluía entrevistarse a sí mismo, hacer dramatizaciones de hechos triviales, y finalmente, descuidar su relación por estar sentado frente a una computadora por horas y horas. En resumen el 2010 fue un buen año, sin embargo la producción de este programa 2010 Una remembranza, lo echó a perder.”

17.12.10

La pared blanca

Tosió, sorbió y lanzó un escupitajo. Salió volando dando vueltas sobre su propio eje y quedó embarrado en la pared blanca, resbalándose lentamente hacia el suelo aún mojado.

La pared blanca, pelona, sin ningún chiste, nada que la hiciera sobresalir, únicamente una costra que había quedado allí desde hace días, una costra repugnante de un escupitajo gripiento.

El sol había estado brillando desde muy temprana hora. Los trabajadores acababan de tomar desayuno. Después de la pausa hubo de echarle más agua a la mezcla, los ladrillos acomodados al lado de la banqueta eran acompañados por el sonido rasposo de la pala y la espátula removiendo y recogiendo cemento.

La única forma de recuperarse un poco de esa enfermedad que simplemente no lo quería abandonar, era descansar, y eso no lo podía. No porque no lo quisiera, sino porque el tiempo no se lo permitía. Si descansaba un poco, si se recuperaba un poco, si tomaba unas cuantas energías iba a perder tiempo valioso.

Con el tiempo la gente empezó a hablar de esa esquina, de la pared que en su momento fue blanca. La gente empezó a hacer una leyenda de aquella anécdota: –“Me voy, pero para que no te olvides de mí, mancho tu maldita pared blanca” y por eso es que la escupió, y eso es lo que todos saben acá en el barrio, ¿verdad?– empezaron a decir.

Los albañiles más tarde que temprano habían terminado de construir aquello, que pocos sabían para qué era, pero que todos habían empezado a llamar “el cuartito”. Ellos mismos nunca se atrevieron a preguntar la función del cuartito, a ellos les dijeron que tenía que ser una habitación de tanto por tanto con una altura de algo y medio. Tuvieron ladrillos, la mezcla y ya estuvo, no necesitaron más.

Se fue alejando, con mucho cuidado debido al piso mojado, y al par de metros tuvo que escupir otra vez, sin embargo éste no lo pudo expulsar con fuerza suficiente, y manchó sus propias prendas con él.

La lluvia se había soltado de forma torrencial, de un momento a otro no quedó nadie en la calle. Todos buscaron refugio. Menos él.

Tiempo después la pared dejó de ser blanca, cada semana se ponía más gris, ya no hubo nadie que la volviera a pintar de nuevo. Nadie que mantuviera el cuartito. El negocio no había funcionado.

Años más tarde el cuartito siguió desocupado, abandonado. La gente del barrio lo dejó ahí, en el olvido. Esa leyenda regresó a ser solamente una anécdota, la cual estaba ligada a esas paredes víctimas de pintas callejeras.

Siguió caminando por el piso mojado, sus ropas empapadas, sus opciones agotadas, y con esa maldita tos. Llegó al cruce y de ahí ya no avanzó más. Ahí se quedó para siempre.

Llegó el momento de pintar. Al dueño le pareció lo mejor decidirse por un color económico. No tenía demasiado dinero. Pintura blanca.

– Sí, ellos eran socios, los dos, sí joven, nomás que después, los dos, pues, los dos empezaron a tener problemas, por el dinero ¿no?, ya ve usted que eso siempre se da. Y de ahí pues la cosa, solita se fue dando ¿verdad?, cada vez había más problemas y ya, al final, al final pues mejor decidieron romper, aunque no fue precisamente por las buenas. Y de ahí pasó lo que usted ya sabe, un señor escapó y el otro, pues, murió. –

Faltaba dinero y sobró un escupitajo.

30.11.10

Huellas en la nieve

Veo su aliento que se levanta en el frío de la noche, está algo alejada de mí, doscientos metros tal vez. Me pregunto qué hará tan sola, afuera en este frío tan crudo. ¿Qué hago yo de por si, en este frío tan crudo? ¿Qué busco? Para qué salir de la cálida guarida, a exponerse a los peligros de la noche. ¿Para dejar huellas en la nieve? ¿Para manchar con mis pisadas apresuradas esa alfombra acolchada de copos frescos? Pero si ni me he movido, estoy temblando congelado en el mismo lugar desde hace más de diez minutos. Ni un paso atrás ni uno adelante, como soldado de plomo en el mismo y exacto lugar.
Puede que no haya dejado marcas en la nieve, lo cual es mentira, por lo menos de la puerta de mi casa hasta donde estoy parado las he dejado. Regresaré sobre las mismas para no arruinar aún más la pasajera y blanca alfombra.
Sí, a mí no me agrada dejar huellas, pero disfruto el observarlas. Por ejemplo ahora en la noche cuando la nieve está fresca veo a los desvelados que han ido pasando por aquí. En la mañana será un panorama totalmente distinto, será una batalla campal de distintas huellas, estarán la de las ruedas de la bicicleta del cartero, de autos, y de quién sabe cuántas personas, cruzándose y pisoteándose unas a otras.
Ahora es un paisaje aún sereno, el paisaje de las huellas digo yo. Por allá se ve que un señor salió a pasear a su perro, y éste se orinó delante de la casa del vecino. Se ven a dos personas que cruzaron su camino, puede ser que se hayan conocido, pero me parece más que uno simplemente le preguntó al otro por la hora o algo parecido, no hablaron mucho. Si uno habla más tiempo pisotea sus huellas varias veces sin darse cuenta, a veces dejando una especie de círculo de huellas fragmentadas. Aquí únicamente hay un par de huellas desviadas de su dirección original, pero que rápidamente la retoman. Más allá, por la parte más alejada de mí se ven las huellas de una bicicleta. Y en el pleno centro de la calle, se ven las huellas de una pareja. Empiezan muy muy juntas, ella lleva botas puestas, los zapatos de él no me importan. Es raro, a mitad del camino, pararon, ellos sí dejaron un círculo, y continuaron, ahora caminando bastante separados y con zancadas más amplias. Más allá del segundo farol ya no puedo reconocer sus huellas, y por allá del tercer farol está parada ella, sola. Su aliento se levanta a la fría noche. ¿O es que también fuma? No lo sé, no vi ninguna colilla de cigarro acompañando las pisadas.
Podría ir hacia ella, acompañarla en esta noche blanca, dejar marcadas nuestras huellas muy juntas en dirección a mi casa, beber algo caliente, platicar y no sé.
Pero no, no quiero arruinar más la pasajera y blanca alfombra.

27.11.10

Un relato de miedo II

Las calles oscuras, las velas apagadas en las casas, la mirada perdida en la ventana que da a la calle. Algunos carruajes deambulando en el misterio de la noche. El golpe de los cascos de algún caballo nervioso que suelta relinchos intranquilos. Ya hacía tiempo, poco tiempo para mi forma de ver, pero tiempo al fin, que había perdido a mi primer amor. Para ese entonces el amor de mi vida. Había sido en una noche lúgubre en la que el terrateniente había avistado a mi querida, al momento que ella iba por agua al pozo para lavar a su madre enferma. Cargaba los cubos de agua, caminaba con gran esfuerzo sobre la vereda, se escuchó el galope de un caballo, el relincho y una risa déspota, tela desgarrada y mi amor adolescente siendo trepada a la fuerza al caballo que no disminuyó la velocidad. Desde ese entonces el sabor de la tierra me recuerda a esa noche en la que perdí a mi bella moza, la noche en que el caballo de ese violador no me dejó más que una estela de polvo como recuerdo de mi indiecita linda.
Malditos cascos, malditas bestias, tanto los caballos como los jinetes. Se han de morir, de eso me encargaré, pensé en aquel entonces y me lo prometí.
Con esa ira de adolescente miraba a través de esa ventana impía en medio de la madrugada, los ojos húmedos, un nudo en la garganta y el corazón lleno de odio.
Hacía un par de días que me había mudado a la ciudad para trabajar en el mismo palacio que mi madre.
Uno del montón, un andrajoso más, uno de cientos, uno de los intercambiables, esos abundaban en esa ciudad tan bella, tan llena de bestias. Aquellos chiquillos con las facciones talladas en barro y los ojos grandes de azabache, despiertos, curiosos, y apenas cubiertos con prendas. Después de años de trabajo a esos chiquillos convertidos en ancianos, en desechos, en humanos deshechos, se les encontraba tirados, igual de encuerados que años atrás, en alguna esquina, en alguna calle, sin haber alcanzado nada más que su propio ocaso, borrachos, intoxicados por el pulque y el aguardiente.
Yo era uno de ese montón, a quienes la vida no les tenía preparada ninguna grata sorpresa, quienes desde niños saben que tienen que pagar la deuda de sus padres, para al mismo tiempo, dejarles más deudas a sus hijos. Pero a diferencia de los demás, aparte de saberse miserable de por vida, también estaba resentido con aquellos a los que habría de servir. Me sentía como un animal acorralado, de esos que odian y agreden por temor. No era temor a la muerte, esa me parecía distante, me creía inalcanzable para ella, tenía el gran temor de ser cambiado, de forma completamente egoísta quería seguir siendo el amor de mi indiecita, prefería que el cacique la hiciera suya de forma violenta a que ella se entregara voluntariamente. Tenía miedo a que ella me olvidara, a que me cambiara, a que quisiera a otro y no a mí. Y para cuando me hube de enterar que eso era lo que había sucedido, no sólo decidí terminar con la vida del maldito cacique, sino que con la de ella también.

CONTINUARÁ

19.11.10

Un relato de miedo I

“La historia que voy a contar sucedió ya hace algún tiempo. Eran otros tiempos, sin embargo sucedió en esta misma ciudad. Ya había muchos de los palacios, que hoy se conocen como casonas. En aquel entonces radiaban, su mármol fino, sus trabajadas fachadas, hoy están grises y descuidadas, decrépitas, así como yo. No me mires con tanta repugnancia. ¿Qué nunca te lo han contado? ¿Nunca te lo han dicho, criatura insolente? Como te ves me vi, y como me ves te verás. Sí, así, sin dientes y con aliento fétido. Así me toca ser ahora, antes en mi juventud tenía más vigor que muchos de los jóvenes de hoy en día, pero en fin, son otros tiempos.
La historia, como decía, sucedió en esta misma ciudad, eran otros tiempos, la gente era diferente, no sé si para bien o para mal, era simplemente distinta. Pero aún así lo que te voy a contar te atañe tanto a ti como a todos nosotros.
En aquel entonces yo trabajaba en la parcela de mi abuelo, no existía eso de ir a la escuela. Lo que uno aprendía desde chico era cómo conseguir comida para si y para los suyos. Mi madre trabajaba de cocinera en uno de los palacios de esa ciudad tan reluciente, tan nueva, tan moderna para aquel entonces. Aquel entonces, se escucha raro, como decir que el tiempo que ha pasado de aquella memoria a este relato fuera tan poco, tan contable, pero la verdad es que fue hace una eternidad, hace una vida. Eso fue hace tanto tiempo, que mi salud y mi felicidad quedaron en el camino. Aquel entonces... tú ni tienes idea de lo que estoy hablando criatura ingrata.
Los ojos hundidos en las cavidades del cráneo, la piel ceniza y arrugada, los labios marchitos de esa boca sin dientes. La voz temblorosa que, poco a poco, con muchas pausas y varios desvíos, comienza a contar aquella historia. Una historia poco creíble, con muchos atajos y muchos laberintos. Una historia fantástica, una historia de abuelo. Pero ese anciano no es tu abuelo. Ese anciano no parece ser nada de nadie. O quizá es lo contrario, el pariente olvidado de todos nosotros, que de un momento a otro reaparece demandándonos lo que es suyo, nuestra atención, nuestro tiempo; por lo tanto, demandándonos nuestra juventud.

CONTINUARÁ

3.11.10

Un relato de miedo: Prólogo

“En el callejón no había ninguna luz que funcionara. Todos los faroles de la empedrada estaban apagados. Escuché de nuevo los cascos del corcel. Un escalofrío recorrió toda mi piel. El aliento se me congeló...”

¿Sabes de lo que trata? ¿Qué es lo que tiene el protagonista?
Miedo.
Esa sensación tan primitiva, ese instinto tan básico que tienen todos los animales. Afán de sobrevivir. Desconfianza a lo desconocido.
¿No tienes luego también ese temor a la oscuridad? ¿Ese pánico que entre los escalones de las escaleras salgan unas manos verdosas y te jalen a la penumbra cuando bajas al sótano? ¿El temor que algún ser microscópico, o millares de ellos te carcoman desde adentro y te des cuenta de eso únicamente cuando ya seas únicamente piel y huesos? Que tengas que respirar agua, que llenes tus pulmones de líquido y no lo puedas sacar. O que le gustes a alguna criatura como alimento. Que pierdas a tus seres queridos. Que te quedes solo, que mueras solo. Que acaricies a una sutil bestia y acabe arrancándote la cara y clavando sus garras en tu torso. Morir lento, morir salvajemente.
Caminar por la oscuridad y no encontrar nada que te guíe en tu camino. Pero que aún encuentres a alguien y ese alguien sea un ente sin rostro ni voz, que te lleve, en vez de a la luz, a la penumbra total.
Corre, corre si puedes, utiliza ese instinto tan tuyo, tan nuestro, ese afán de sobrevivir. Grita, corre, salta, pero no grites tanto, mejor utiliza esa energía para correr. Corre como nunca y si es necesario pega, golpea sin reparo alguno. Vamos, corre, escapa, tal vez lo logres, haz tu mejor esfuerzo.
Porque ya me voy acercando...

22.10.10

El narrador no-confiable

Me cansa el andar hablando al respecto, andar platicando de lo que le pasó a fulano o perengano. Sí, les voy a contar su historia, lo emocionante que fue su paso por este mundo. Cada que me invento una historia es una nueva vida la que se crea, con familia, sueños y miedos. Pero de una vez se los advierto: el tipo se muere, al final va a morir y será algo trágico, injusto e infame. Así que ni se vayan a encariñar con José Luis, diré que se llama así, porque al final tendrá una cruel muerte. Dejará hijos sin un padre y a una viuda, de una vez se los advierto, ya saben a lo que se atienen.
Bueno, pues ahí les va:
Hace algún tiempo en un lugar no muy alejado de donde hoy nos encontramos.....no, no, no. Así no va a resultar, déjenme comenzar de nuevo.

Hace unos cuantos años lo conocí personalmente, después de mucho tiempo de conocerlo de vista. Desde la juventud había escuchado de él, ya era una leyenda en la colonia. Fuimos a la misma escuela, sólo que él iba un par de cursos más arriba que yo. Qué digo un par, bastantes cursos más arriba que yo. Habrán sido uno o dos años los que estuvimos juntos en el plantel, de ahí él terminó. Era buena persona, a diferencia de todos esos malandrines que se aprovechan de los menores, él nunca fue abusivo. Recuerdo que él era uno de los mayores a los que no había que temerles. Eso fue en la escuela.
Después de esos tiempos en común que los niños de una misma colonia comparten, con la adolescencia todo el círculo se empieza a fragmentar, uno se deja de llevar con ciertas personas para empezar a convivir con otras. Uno deja de ser el gordito del grupo para volverse un buen jugador de basquetbol o al revés, de ser el niño más atlético de la escuela a uno con diecisiete años se le empieza a botar la panza, todo esto influenciado por el consumo vespertino de cerveza.
Mi círculo de amistades se me hizo de un momento a otro demasiado angosto. Seguía siendo el mismo de antes, pero me parecía ya demasiado monótono, de ahí que empezara a buscar otras amistades. Para ese tiempo José Luis ya tenía una muy buena reputación, era uno de los que sin tener que amenazar se ganaba respeto. Ya tenía una buena idea de lo que era administrar dinero y manejarlo de tal forma para que éste se multiplicara. Por lo tanto, con el tiempo también había tenido que aprender a diferenciar a los amigos de los amigos. Perdón, quise decir a los amigos de los 'amigos'...

No, lo siento, así no va a resultar, me estoy desviando demasiado. ¿Qué tanto interesa lo de la infancia y cómo me haya ido supuestamente a mí en la escuela? Son muchos rodeos, pero bueno, en fin, continuaré:

La ceniza del cigarro iluminaba su boca y nariz, delante de esas persianas cerradas estaba sentado en un sillón viejo de madera que rechinaba a cada movimiento que él hacía. Sólo lograba identificar su silueta, su sombrero puesto y la gabardina colgada sobre el perchero. La luz del pasillo entraba por la ventana de la puerta y aventaba una sombra -“oñiverT siuL ésoJ PI”- sobre el muro repleto de recortes de periódico. Su escritorio lleno de carpetas, sobres y papeles y justo delante de él un cenicero de jade serpentino.
– ¿Qué quiere? – preguntó exhalando el humo de su delicado.
– Nada en especial señor, simplemente necesito de su ayuda.
Después de oír esto se soltó a reír, su risa era sonora y ronca, como su voz, la voz de un fumador que con ayuda del tabaco se hace cada vez más hosca. Se levantó, fue a un archivero, se le vio la espalda únicamente. Pantalones de vestir, camisa blanca con rayas azules, tirantes grises. Abrió un cajón y sacó una botella de scotch.
– ¿Sabe usted cuantos mequetrefes piden mi ayuda? – dijo mientras se servía en un vaso. – A mí los clientes me sobran, usted no se ve que tenga mucho dinero. ¿Cuánto me pagaría? Poco, eso lo puedo ver desde aquí. – bebió sonriendo burlonamente. – Pero bueno, le daré una oportunidad, dígame ¿por qué habría de ayudarle yo –señalándose– a usted? – con un movimiento de cabeza despectivo en dirección de su interlocutor.
– Verá usted señor Treviño.
Don José Luis Treviño por favor.
– Don José Luis Treviño, yo a usted lo conozco desde joven, por lo menos de vista. Usted y yo venimos del mismo barrio.
– ¿Usted también creció en hell's kitchen?
– Así es don José Luis.
Después de escuchar esto último José Luis Treviño sacó un revolver del cajón de su escritorio.
– Pues eso está muy mal – dijo exhalando humo y antes de darle un trago a su whisky – porque sabrá usted –remojándose los labios con la lengua – yo no dejé ningún amigo, no dejé nada ni nadie en ese maldito barrio.– martilló el arma y con toda la sangre fría le apuntó a su interlocutor...

No, no, no. Así no se suponía que tenía que comportarse el José Luis. Perdón, les pido una disculpa. Aparte si resulta que es nativo de Nueva York, ¿cómo va a estar fumando delicados? No sé qué me pasa hoy, no ando fino. A ver, me voy a concentrar, un último intento:

Al entrar a su casa ya tenía una corazonada de que algo andaba mal, el trabajo, su hogar, su vida marital cada vez lo marchitaban más. En él había una voz que le gritaba “¡Sálvate!”, “¡Por el amor de Dios vuelve a ser feliz!” Sin embargo en él seguía ardiendo esa fogosa pasión por María Fernanda, su esposa, su amor universitario. Dicen que el verdadero amor no es para disfrutarse, es para sufrir, y esto era el caso en el romántico de José Luis. José Luis y María Fernanda vivían maravillosas treguas de apasionada entrega carnal y de amor enardecido en medio de coléricas batallas de celos y ofensas infames. Sin embargo, hacía tiempo ya que se había presentado la última de esas hermosas treguas. Ese día regresando a casa entró súbitamente a la sala de estar, únicamente para encontrar a su vecino Reinaldo encima de María Fernanda, mientras ella lo aprisionaba a sus caderas con sus bronceados y tersos muslos. José Luis dejó caer el delicado de entre sus dedos y salió a la cochera decidido a, de una vez por todas, quitarse la vida....

No puede ser. ¡Qué vergüenza! Es muy muy vergonzoso, no, esto es algo inaceptable, disculpen ustedes, quería contarles una historia y resulta ser algo patético. Diré que el tal José Luis, que al parecer llevaba varias vidas, se fue de la cochera decidido a empezar una nueva vida en una ciudad de talla mundial, ustedes decídanse por una, me da igual, se divorció de María Fernanda y no le dió ni un quinto.
Ah, es verdad, había dicho que al final de la historia moría, pues sí, diré que aunque murió a los 76 años de una insuficiencia cardiaca, esa tarde al irse de su casa su corazón ya estaba muerto.
¡Qué cursi, me van a dar náuseas! Pero creo que acabé la maldita historia. Una vez más, disculpen ustedes esta deficiente narración, hoy no sé que me pasa.

10.10.10

10.10.10 La profecía

Diez diez diez, es la profecía hecha realidad. Los números no se volverán a repetir hasta dentro de cien años, contándolos desde ahora. Da escalofríos ¿verdad? Hay muchas personas a las que no les gustaría que la gente se entere de la verdad detrás de esta fecha. Y harán todo para evitar que la gente se entere de esta verdad. Es más, al comunicárselo me estoy poniendo en peligro, estoy arriesgando mi vida. Pero no importa, la gente me lo agradecerá, pasaré a la historia como el que le destapó los ojos al mundo y lo sacó de su engaño. ¿No lo cree? Mire a su alrededor, estamos al borde del caos, del precipicio. Tanta pobreza, tanta miseria, tanto pecado.
Señor, señora ¡no hay más ciego que el que no quiere ver! ¡Mire, le suplico mire a su alrededor! Ya no hay valores en esta sociedad, los poderosos nos tienen adiestrados, desde hace siglos la cúpula del poder nos tiene esclavizados y nos ordeña toda nuestra energía. ¡Sí, así es, aunque usted no lo crea joven! Nosotros alimentamos a los poderosos con nuestra energía, yo, usted, su noviecita. ¡Hasta le roban la energía a nuestros hijos! Hágame usted el favor, estos señores no respetan nada, ni a los pequeñitos. Que ellos pues qué culpa tienen ¿verdad? ¿ellos qué saben? Si ellos son el futuro, son la inocencia en persona y estos desdichados, por no decirles cosas peores ¿verdad?, estos desdichados se aprovechan de la inocencia pura de los pequeñines. Por ejemplo esta niñita aquí enfrente mío, mírenla, inocente, comiendo la nieve de limón que le compraron sus padres, sus padres que trabajan tan duro para que su hija sea feliz y los que están escondidos en las mansiones, en los edificios tan altos y modernos se aprovechan de ellos. ¡Y no solo de ellos, sino de todos nosotros! ¿Sabían ustedes que no es que no haya comida sino que está mal repartida? La comida en este planeta sobra señores, entonces, me preguntó yo ¿por qué hay tanta gente que pasa hambre? Porque a esos señores sentados en sus sillones enormes con su traje de marca les conviene mantenernos en la miseria. ¿Sabían ustedes que la mitad del sueldo de nuestro trabajo va a parar a los bolsillos de esos tales por cuales? ¿No lo cree señora? Pues créalo, estudios de universidades de gran renombre lo demuestran. Ahora, yo sé, han de estar pensando “si lo que este señor dice es cierto, entonces por qué no me he enterado. Si yo soy una persona culta, informada, que lee los periódicos y ve las noticias.” Pues por una muy sencilla razón, señor, señora, porque eso nunca va a aparecer en las noticias ni en los periódicos, no les conviene a esos señores que ustedes y yo nos enteremos de la verdad. Es por eso que en este momento mi vida está en peligro, es por eso que yo sé que nos están observando. Ustedes no tienen de que preocuparse, me andan buscando a mí y ¿saben ustedes por qué andan detrás mío? ¿Lo sabe usted joven? ¿No, no lo sabe? ¿Usted señora? Tampoco. Pues por una muy sencilla razón, porque yo conozco la verdad y lo más importante, conozco la solución a nuestro problema.

Yo viví mucho tiempo en la selva y en el desierto, aprendí de los sabios, me costó encontrarlos, pero los encontré y les convencí de que me enseñaran su sabiduría y tanto los sabios huicholes como los mayas dicen: “diez diez diez es la puerta a una nueva era, a una nueva época”. Así es señora, tiene usted razón para alegrarse, todos tenemos hoy una razón para alegrarnos, el día de hoy es la puerta a una mejor vida, a un mejor futuro. A partir de hoy ya no nos van a poder mangonear. Esos poderosos van a perder el poder que tienen, toda la energía va a ser únicamente nuestra.
Perdón, ¿cómo dice señora? ¿el dos mil doce? Sí, sí. Muy buena pregunta señora, de lo que ya muchos hablan desde hace años, que el dos mil doce es el fin del mundo. Muchos están convencidos de ello, mucho se ha hablado y escrito al respecto, a todos ellos que lo creen yo les digo: ¡No es cierto! ¡Eso no va a pasar! Yo estudié con los chamanes de la selva lacandona y de la sierra tarahumara y todos dicen que eso es mentira. El mundo aún no se va a acabar. Lo que si es cierto es que ese año va a haber un cambio en este mundo. Un cambio para bien o para mal, eso lo decidirá cada quien para si mismo. Pero con la profecía del diez diez diez podemos adelantar ese cambio, el día de hoy podemos cruzar ese umbral que cambiará toda nuestra vida, tanto en lo económico, como en el amor y en la salud. A los que no me creen les digo, no se sorprendan si a partir del día de mañana a su vecino le va mejor que a usted, si encuentra el amor, le va bien con el dinero y es feliz.
¡Él se atrevió a cruzar el umbral y usted no!
Ahora ustedes se preguntarán “todo esto se escucha muy bien y quiero cruzar el umbral hoy ¿cómo lo hago?” Pues es muy sencillo, yo seré su guía, necesitaré su nombre y el de sus seres queridos escrito por su puño y letra en una hoja de papel blanco doblada en cuatro, mas la módica suma de cincuenta pesitos por persona. No vayan a creer que les quiero sacar provecho, se trata únicamente de que tengo que comprar tres rosas blancas, incienso de anís y un cirio por persona. Con estos materiales, se los pueden ir dando a mi asistenta por favor, me voy a encontrar con un grupo de brujos con los cuales llevaremos a cabo la ceremonia de transición para todos ustedes. Entonces no lo piense más, el día para vivir mejor y ser feliz ha llegado. No nos dejaremos mangonear más por los poderosos. Gracias, gracias señito, gracias joven, gracias. Mañana cuando nos veamos de nuevo, seremos mejores personas, aprovechemos el poder que nos da la profecía del diez diez diez.

30.9.10

Pequeña confesión

“Aquel que construye la casa de la felicidad futura, edifica la cárcel del presente.”
Esa cita la leí por primera vez cuando tenía dieciocho o diecinueve años. Estaba leyendo El laberinto de la soledad de Octavio Paz y en Postadata descubrí esa frase que me marcó en cierta forma. En ella se lee entre líneas que uno debe de vivir el momento presente a plenitud y debe de disfrutarlo de forma consciente. También significa que uno debe de empezar a labrar su camino desde hoy mismo y no esperarse para mañana, ya que si uno se empeña en concentrarse en lo que hará en un futuro, su presente será miserable, porque uno tiene que entender que el futuro nunca llega y si es que llega uno no se da cuenta de ello. Durante mucho tiempo pensaba que tenía que aplicar esa frase como modo de vida. Sin embargo cierto tiempo después, sentía que únicamente utilizaba esa cita como estandarte (hasta la usaba como firma en mis correos electrónicos), pero que en verdad esperaba la llegada de un futuro mejor, donde de una u otra forma pudiera explotar mis capacidades como persona, incluyendo mi capacidad de ser feliz y ser consciente de ello.

Todos son procesos, un paso tras otro paso. Si uno se acelera mucho puede acabar en el suelo. El tiempo ha pasado y por una razón u otra ya no aparece la cita cuando mando mis correos. Pero por ningún motivo la he olvidado.
Hoy por hoy después de logros y descalabros, después de mucho avanzar y madurar, tengo la certeza de que el futuro que en algún momento esperé, está aquí.
Y por lo tanto, la cita que habla de disfrutar el presente, la puedo aplicar al pie de la letra.

28.9.10

Monstruo

Inocente criatura.
Se despertó dando un grito. Tenía la frente sudorosa, las manos temblorosas, estaba a una nada de estallar en llanto.
¿Qué habrá visto? ¿Qué habrá escuchado? Se me quedó mirando, negando a moverse tan siquiera un milímetro, quieto como una estatua... temblorosa. Me pareció verle una lágrima resbalar por su mejilla. Me dio ternura, tan indefensa la criatura, completamente desamparada, víctima de su vivaracha imaginación.
¿Qué será la causa de su pesadilla? ¿Los libros que le lee su madre antes de dormir? Tantas historias llenas de lobos, duendes, hadas y demás.
¿O será por ver demasiada televisión? Todas esas series animadas, mal dibujadas donde aparecen cualquier cantidad de bichos raros, animales parlanchines, magos e infantes que se niegan a crecer.
La idea que alguna de esas cosas pueda ser la causa me roba un resoplo.
Ahora sí llora. Estalló en llanto, pareciera que el espanto se le juntó en demasía a tal punto de ya no poderse contener.
Inocente criatura, su imaginación le causa estragos, la imaginación que en unos años perderá. Le dejará de prestar importancia, la dejará de usar y con el tiempo se le paralizará.
Ha entrado su madre a la habitación, le pregunta:
– ¿Qué pasa corazón? ¿Qué tienes?
– ¡Un monstruo, en el ropero hay un monstruo! – exclama mientras se aferra a ella, ahora dejando fluir el llanto con mayor razón, pues se encuentra en la seguridad del regazo de la madre.
– Ay hijo, ya hemos hablado mucho al respecto.– dice mientras le acaricia la cabeza; la cara escondida en el regazo – No hay ningún monstruo en ninguna parte de tu recámara, ni debajo de tu cama, ni en el ropero y tampoco se asoma por la ventana cuando estás durmiendo.
– Pero si sí está, lo acabo de ver – dice deseando que le crean – tiene ojos rojos y colmillos grandes grandes, muchos colmillos y es como un perro nada más que es más grande y no tiene cola y camina como persona y las patas de adelante parecen manos peludas y es de color gris y llora como perro. ¡Créeme mami!
La madre lo mira con ternura le acaricia la frente, sonríe, desea que su hijo nunca pierda esa imaginación.
– Voy a quedarme contigo hasta que te quedes dormido y para que estés tranquilo mi amor. – le acaricia la cabeza y el niño bajo el resguardo de la madre y arrullado por su propio llanto se queda pronto dormido.
La madre se levanta del lecho de su hijo, se le queda mirando largo rato, simplemente admirando el sueño de su pequeño y sale de la habitación.

Todo lo he visto desde la puerta entreabierta del ropero. Volví a escapar por la ventana, aullando, pues lo había vuelto a ver reflejado: El fulgor de mis ojos rojos.

20.9.10

Que algo suceda

Lo mismo de todos los lunes. Sentarse en esa incómoda mesa a esperar. Y a desear. En ocasiones también soñar. Pero de vez en cuando a quedarse dormido. Dormitar un poco no le cae mal a nadie y más si no hay nada mejor que hacer. ¿Cuánto tiempo tiene uno que quedarse en esa mesa? Sentado como un inútil sin hacer nada de provecho, esperando. ¿Esperando qué? Eso no se pregunta, eso no se dice, eso no lo sé.
Que algo suceda, sí, eso espero. Que algo suceda.
Como cada lunes aquí estoy esperando y me dan ganas de levantarme, salir, tirar la maldita mesa, ir al aire libre y hacer algo de provecho, disfrutar del sol, tirarme al pasto, pero apenas es lunes, después de mis ocho horas tengo que ir a casa a descansar para mañana estar de nuevo aquí, esperando...que algo suceda.
Y así se pasan las semanas, esperando que pasen los meses, esperando poder irme para vivir algo espectacular. Como fue durante estas últimas semanas y ahora estoy de vuelta después de vivir tanto, de haber conocido tanto.
Aquí sigue estando mi mesa, y aquí estoy de nuevo esperando, dormitando.
Cómo me cuesta regresar de las vacaciones.

13.9.10

Nostalgias de antaño

Los frascos alineados en una repisa, todos de distintos tamaños, todos vacíos se podría pensar. La sala austera, con un piso viejo de madera que cruje debajo de cualquier pisada, hasta de las del viejo gato.
Una mecedora al lado de aquella mesa pequeña atiborrada de figurillas de porcelana: Un niño, un payaso, un gorrión y un perro son sólo algunas de ellas. La luz de la tarde se rompe al cruzar la ventana antigua embarrando su prisma en el viejo sillón. Esa tarde que se disfraza de ocaso eterno y la cual sólo invita a taparse con aquella manta de lana apolillada, para recordar. Pero el tiempo pasa y los recuerdos se escapan, cada día son más, se escapan por los agujeros de aquellos hambrientos bichos. Un día aún está presente el recuerdo de aquel apuesto mozo de los años escolares, al día siguiente ha partido, para siempre. Ese otoño eterno, muchos creen notar las estaciones, la primavera fértil, el oloroso verano, pero se equivocan, sólo se trata de un decrépito otoño, eterno, sin fin. Así es esta vida en este mundo sin contornos finos. Así es este mundo detrás de las cataratas. Así es este mundo sin sonidos nítidos.
Los paseos ya no son lo que eran antes. Ahora el cuerpo no aguanta. Los paseos se hacen en esta misma sala. Para eso están los frascos que los que no saben dicen están vacíos. Hay que tomar uno, sentarse en la mecedora, taparse con la manta y mecerse y mecerse hasta encontrar serenidad. Cuando uno esté sereno puede abrir el frasco y oler lo que hay en él: el aire de antaño, añejo, del bueno, del que tocó respirar cuando se era joven, y sin barreras de tiempo o espacio puede uno irse a pasear. “La casa de mis padres, el día de campo con mi amor, el olor de mi hijo recién nacido.”
¿No lo ven, no me entienden? Lo único que puedo y lo único que me queda es estar con mis frascos y mis recuerdos.

6.9.10

La pesadilla del publicista

Las imágenes son borrosas, difíciles de descifrar, demasiado abstractas. Se funden, se mueven de forma demasiado brusca. Son de mala calidad, tienen una textura de líneas sobre ellas. Los colores demasiado teñidos. El sonido es pésimo, pero es mejor así. El viento acaparó los micrófonos, bloqueó gran parte de los demás ruidos, y realmente fue mejor así. En la secuencia de imágenes se ven piernas correr, personas en el suelo, todo esto iluminado por una fuerte e irregular luz amarillenta.
Esto es demasiado, es algo demasiado fuerte.
No las han dejado de repetir, y ésta es la versión censurada. La que pasan en las noticias, la que estos hombres están viendo en esa televisión vieja de mala definición. Para ver la versión sin censura hay que buscar en internet, no es nada difícil, en un minuto cuando mucho uno ya la habrá encontrado en uno de esos portales de videos que no son de los más comunes. En esos videos se ven muertos, se les ve mientras mueren. Se ven los restos de carbón. Y también se les ve cuando aun tienen esperanza de salir con vida, antes de ser devorados por las llamas.
La cámara tiembla, sube, baja, se agita y finalmente cae al suelo.

“Es una tragedia de gran magnitud, las autoridades trabajan a marchas forzadas con tal de esclarecer las razones del siniestro. Aún no se conoce el número definitivo de víctimas mortales, aunque se sospecha que pueda alcanzar el medio millar. Ahora hacemos un enlace con nuestra compañera Rosalva Carrasco que se encuentra en la central de respuesta inmediata que los servicios de emergencia montaron en el lugar de los hechos para que nos dé más detalles de este trágico....”

La voz sigue surgiendo de los parlantes de la televisión mientras estos hombres, frente al viejo aparato se ven con preocupación unos a otros. ¿Qué hacemos?, es la pregunta obligada que alguno de ellos hace. Nada, no hay nada que podamos hacer, fue mala suerte, responde otro. Pero hay que tratar de reducir el impacto, añade un tercero. Después de mucha discusión, o mejor dicho de pocos pero muy intensos comentarios, llegan a la conclusión de que no hay remedio. Las cosas tomaron su cauce. Por más que intenten cambiar las cosas nada podrán hacer. Detrás de ellos hay varios cuadros, son fotografías de gran calidad que contrastan con aquel aparato retrógrada del que salen las imágenes.

El que quiera llamar la atención tiene que mostrar carne. En las fotografías que adornan las paredes de esa habitación se ve carne, carne firme, piel que se presume tersa, pechos bronceados apretujados en una camiseta sin mangas, las piernas largas y delgadas y un short corto que tapa únicamente media nalga. Un abdomen firme y plano complementa ese rostro de labios carnosos y entreabiertos, nariz respingada y ojos somnolientos. La intención era despertar el deseo de los hombres. “Sí hay algo que me gusta, es que me den la Grande”, se lee en letras algo ovaladas de color crema delante de aquella apetitosa fémina retratada, y en la esquina inferior derecha aparece el logotipo que estos hombres intentan posicionar: 'Cerveza La Grande, la mejor de las cervezas. Calidad de exportación.'

“... regreso con ustedes al estudio. - Muchas gracias Rosalva. Bueno acabamos de escuchar las últimas informaciones que han surgido respecto a la tragedia. ¿Qué le parece si hacemos un recuento de lo que se sabe hasta el momento?
El día de hoy se llevó a cabo en el lugar de los hechos un festival musical, uno de los llamados raves de música electrónica. Se cree, según datos de los organizadores, que en el lugar se encontraban alrededor de dos mil personas. Como parte de la fiesta se instalaron fuegos artificiales, los cuales, y esto es lo que indican las primeras investigaciones, que, cabe resaltar, aún se llevan a cabo, se salieron de control. Al parecer como parte de la presentación de un dj de renombre internacional se encendieron los fuegos artificiales que se salieron de control y provocaron esta lamentable tragedia. Estamos en contacto con nuestro colega Fernando Acosta quien se encuentra a las afueras de la clínica a donde han sido.....”

Los hombres se lamentan, hablan por teléfono, plantean soluciones, sufren por las pérdidas. No hay nada que se pueda hacer realmente, se repiten a si mismos. Es mucho el dinero gastado en vano. Es posible que pierdan su trabajo por algo que no estaba en sus manos. Pero es que calcular los riesgos es parte también de su trabajo, les dirán. Les pareció el evento perfecto para posicionar la campaña del cliente: público juvenil, ambiente festivo, gran impacto....

El ambiente estaba en su punto, la gente prendida, la música espectacular, el terreno lleno. Él tenía poco de haber llegado al rave, estaba drogado, por eso se decidió a grabar como loco la fiesta y más cuando empezó a tocar Robert Stevens. En ese momento, cansado de que gente se amontonara frente a la cámara a hacer muecas, se fue acercando al escenario lo más que pudo. Intentó hacer zoom a Stevens para ver como hacía su trabajo en los tornamesas. Mientras estaba tocando su éxito del momento empezaron los fuegos pirotécnicos, la gente se encendió, hubo gritos de euforia, sonaron los silbatos, la multitud estaba en éxtasis. Y empezaron los primeros gritos de pánico, la cámara captó como Stevens dejó el escenario en seguida para refugiarse. Giró la cámara a la derecha del escenario y vio como las llamas se abrían camino entre la multitud, ésta corría despavorida intentando escapar. Detrás de las llamas se podía identificar aún un cartel publicitario con una chica de labios carnosos y entreabiertos, nariz respingada y ojos somnolientos. El fuego se esparció a gran velocidad, gente comenzó a arder, en pánico corrían aterrorizados y atropellaban a otros que por lo tanto también se incendiaban, algunos caían pronto otros corrían y seguían corriendo envueltos en flamas contagiando a otros en su camino. En poco tiempo él tuvo que comenzar a correr por su vida, sin éxito. La cámara tembló, subió, bajó, se agitó y cayó al suelo. Al caer al suelo enfocó una imagen del fondo, en la que se reconocen dos bronceados pechos apretujados en una camiseta y delante de ellos se lee “...es que me den la Grande” mientras que delante de ésta se ve de forma borrosa arder al camarógrafo.

Este es el video que han repetido y repetirán todos los medios cada vez que se hable de esta tragedia.
La foto de aquella modelo, que debía ser la imagen de la nueva marca de cerveza, terminó marcada y siendo la imagen de la tragedia donde murieron quemadas quinientas personas. Como era de esperarse el lanzamiento de la nueva cerveza fue un rotundo fracaso y desapareció del mercado unos meses más tarde.

21.8.10

Sentimientos y símbolos

Hay que escribir de forma garigoleada lo que tenga mucho valor, lo que impresione a muchos. ¿Por qué decir con una sola oración lo que se puede decir con cuatro? Ahora que si lo que lo impresiona a uno vaya a impresionar a todos es otro cuento. Sí, el cuento que uno vive, puede ser uno completamente distinto al que comprenden los queridos lectores. Y eso si es que uno tiene queridos lectores. Uno quiere tener algo que contar, una bonita historia, un buen cuento, un cómico relato. Pero, ¿de qué sirve? ¿Vale la pena contar lo que le ha pasado a uno? ¿O es acaso más importante contar como vivió o como sintió uno lo que le pasó? Más que el hecho en si, la experiencia que deja ese hecho.

El transmitir sentimientos por medio de símbolos es una tarea muy difícil. Contar historias no lo es tanto, sin embargo hoy en día hay muchas formas de contar: cine, música, fotografía. Pero solo hay una tan pero tan sutil y capaz de meterse en la mente del receptor como la lectura. Si uno encuentra el ritmo e intensidad adecuados y logra acomodar las palabras de tal forma que simplemente al leerlas al lector lo invada un sentimiento, uno puede recrear la experiencia vivida durante el hecho narrado de nuevo en la mente del lector. Pero, por supuesto, el lector debe de estar dispuesto a ser hospedero de esa recreación. A cambio no solo recibirá una historia narrada, sino que ésta será también acompañada por sentimientos y estados de ánimo.

8.8.10

Soy un cobarde

Sí, soy cobarde. Lo tengo que aceptar. ¿A quién le gusta hacerlo? ¿Quién se para frente al espejo para ofender el reflejo? “Eres un cobarde de mierda, una vergüenza.”
Yo. Lo hice hace unos momentos. Después de bañarme, me estaba rasurando frente al espejo, escuchando las noticias en la radio.
'Los daños causados en el Golfo de México aún no se pueden estimar del todo; tardarán años los trabajos de limpieza; ha sido un golpe irreparable al ecosistema de la región.'
No. Por ahí no va la cosa, no es que quiera hablar acerca de los daños hechos a nuestro planeta y de que tanto nos estamos envenenando poco a poco. Soy cobarde, ¿qué no lo dije? Prefiero ignorar todo, prefiero no pensar en ese tipo de temas, me esfuerzo por no reflexionar sobre los temas que no me afectan directamente. Pero sí, cambié la estación. Preferí escuchar música, lo malo es que escuché una canción romántica y me acordé de ti. Recordé aquella vez que nos conocimos, que platicamos y que nos vimos por última vez. Fue una sola vez. Todo en un mismo día. Seguí pensando en ti, recordándote, enterneciéndome por tus gestos que solo te vi en una sola ocasión.
Es por eso que llegué a la conclusión que ya te comenté: Soy un cobarde.
¿Cuántas veces no tuve el pedazo de papel en mis manos? Un panfleto cristiano que una señora nos había dado; de un lado la imagen del sagrado corazón, del otro tu bella letra escribiendo nombre y número telefónico. Cada vez que tenía ese trozo de papel en las manos te sentía más cercana a mí. Qué patético ¿no? Lo sé.
Cuantas veces me imaginé como sería nuestra conversación cuando te volviera a ver, que es lo que te diría para robarte una sonrisa, como te habría de conquistar. Y sin embargo, el tiempo pasó y no te buscaba, pero tampoco te olvidaba. Y el tiempo siguió pasando y, sí, en algún momento te olvidé. Crecí, o bueno, no sé si decir que crecí o envejecí, la verdad es que fueron ambos. Aquel soñador idealista se convirtió en un soñador quedado. Del adolescente se hizo un adulto. Yo seguí mi camino y tú el tuyo.
Fue hoy, hace unos momentos que una canción romántica de los noventas te trajo de nuevo a mi memoria. Sin terminar de vestirme busqué en mi cajón de la adolescencia aquél panfleto cristiano para, por fin, después de muchos años, llamarte y disculparme contigo por ser tan cobarde y no haberte buscado nunca...

...No hay problema, lo entiendo.... entiendo que no te acuerdes después de tanto tiempo... sí, sí, lo comprendo.... lo comprendo muy bien, tienes que llevar a tus hijos al colegio...

28.7.10

Fábula de la selva

El león, el elefante y el águila se juntaron a discutir el destino de ese extraño ser. Había aparecido en la selva días atrás en un canasto, cubierto por una manta, abandonado por su madre. La cigüeña se había encargado de él hasta ese entonces. “Oigan yo no puedo andarlo cuidando por siempre, yo tengo que empollar a mis propias crías, mi marido y yo hemos estado deseando polluelos desde principios de la primavera, hemos trabajado arduamente para construirnos nuestro nido de amor y no vamos a dejar que nuestro sueño se vea truncado porque ustedes me traen de nana de esta criatura. A ver cómo le hacen pero para la próxima semana ya no la quiero tener en mi nido,” había dicho la cigüeña muy molesta.
El león, el rey de la selva por tradición, aunque en ocasiones fuera algo flojo, era el cabecilla del consejo de sabios y su principal virtud era la valentía.
El elefante, era el viejo y el escribano del grupo, nada se le olvidaba. Por eso mismo se llevaba con el león más por obligación que por gusto: no se le olvidaba que la familia del león le había matado a un sobrino en segundo grado cuando éste aun era un tiernito bebé de únicamente trescientos kilos.
El águila, por último, era el viajero, el que sabía cuales eran los principales desarrollos en el resto del mundo, por ejemplo él fue el que informó al consejo de cuando las estampidas se pusieron de moda en la sabana y de las repercusiones negativas de este trend. El águila, aparte de todo esto, era alguien muy observador y para cuando, tiempo después, el consejo optó por el totalitarismo, él y su familia fueron los encargados de vigilar a los habitantes y en dado caso de informar a los leones para que estos llevaran a cabo la represión.

“Bueno señores, ¿qué vamos a hacer?” dijo el león en cuanto se juntaron los tres en el peñasco de las decisiones. Siempre que esto sucedía la vida en la selva se paralizaba y todos los habitantes se quedaban expectantes ante las repercusiones que tendrían las decisiones ahí tomadas.
“Tenemos que buscarle un nuevo hogar, o en dado caso expulsarlo de la selva.” dijo el águila.
“No podemos expulsarlo de la selva es apenas un bebé” exclamó el elefante.
“El elefante tiene razón,” dijo el león. “Águila, en tus tantos viajes ¿no has visto nunca una criatura semejante?”
“No,” contestó el águila “es una criatura muy pequeña y me parece que se sabe esconder muy bien. A lo largo de mis muchos viajes no he visto nunca algo semejante.”
“Elefante” continuó el león, “¿recuerdas alguna criatura similar por estos lares? ¿O recuerdas si alguien de tu familia ha contado de una criatura así alguna vez?”
“No, no lo recuerdo. Y he de decir que me parece una criatura algo vanidosa, se pasa el tiempo tomando el sol.”
“Sí, eso también lo he observado,” secundó el águila.

Así, siguieron y siguieron hablando durante horas de lo extraña que era esa criatura y llegaron a la decisión de encargarse ellos de su educación y cuidado, lo cual alegró mucho a la cigüeña.
Dentro de los planes del consejo llegaron a la decisión de que cada uno cuidaría un día al extraño infante, y así se irían turnando.
El primero en encargarse de él fue el león. Lo llevó con su harem y se lo encargó a las mujeres mientras él se echaba a la sombra de un árbol. “Hay que enseñarle a cazar” decían las leonas. “Que cazar ni que nada,” dijo la mayor, que era madre o abuela de la gran mayoría de féminas ahí presentes, “mírenle, revísenle la dentadura y se darán cuenta que ni dientes tiene. ¿Cómo lo quieren enseñar a cazar si ni tiene colmillos?” De tanta pena que le daba la pobre criatura, la matriarca la comenzó a lamer, diciéndose para si '¿Qué ha de ser de una criatura que no puede cazar, que ni siquiera tiene dientes para comer? Pobre, está destinada a morir de hambre.'

Al día siguiente fue el águila, la encargada de cuidar al extraño infante. Una vez que había llevado al bebé con sumo cuidado entre sus garras hasta el risco dónde vivía, el águila observó durante mucho tiempo a ese extraño infante, ladeando la cabeza hacia los costados en señal de incomprensión. 'No tiene alas, no tiene plumas, no puede volar. Pobrecito, no puede escapar de los peligros.'
El águila aleteó un par de ocasiones para ver si la criatura la imitaba y quizá revelaba un hermoso par de alas escondidas por algún lugar de su extraña anatomía. Pero eso no sucedió. En lugar de eso el águila perdió de vista por un momento al bebé extraño. '¡No puede ser!' se dijo a si misma, 'no es posible que yo, el águila, pierda de vista a un simple infante, y aparte de todo ¡en mi propia casa!' Sin embargo unos momentos después lo vio reaparecer detrás de unos arbustos. El águila no supo que más hacer y regurgitó algo de comida para la exótica cría.

Al tercer día el elefante llegó con su familia llevando al extraño ser en la trompa. Inmediatamente se hizo una multitud alrededor de él, todos querían ver a ese ser tan extraño del que toda la selva hablaba. “¿Dónde está?” le preguntaban. “Aquí, lo traigo envuelto en la trompa.” Levantó la trompa para que toda la familia lo pudiera ver y fue una sorpresa para todos ver un pequeño ser de color gris. “¡Es gris como nosotros! ¡Es uno de nosotros!” exclamaron. “No lo comprendo,” dijo el elefante “cuando lo recogí era de color verde.” Al momento en que todo esto sucedía un mosquito curioso volaba cerca de la criatura exótica y esta de forma instintiva disparó su lengua para atraparlo y comérselo. “¡Tiene trompa! ¡Es uno de nosotros!” exclamaron los familiares del elefante, “pero está muy desnutrido y medio bizco”, dijeron.

La familia del elefante insistió en adoptar a esa criatura. Durante un tiempo le intentaron enseñar a buscar agua, a alcanzar las ramas mas frescas de los árboles y, lo que fue de lo más gracioso, a barritar.
Pero después de perder la paciencia por tantas veces que se desaparecía y por no poderse explicar por qué el infante insistía en comer insectos por más que lo regañaran, terminaron por aceptar que no era un elefante común y corriente. Aceptaron que era un ser hasta ese entonces desconocido para ellos. Y que a diferencia de ellos y de todas las otras especies de la selva, tenía una forma distinta de ser y de vivir.
Era un camaleón.

18.7.10

Padre e hijo

El sudor empapa, las gotas resbalan por la frente, arden al entrar a los ojos. La brisa ha dejado de soplar desde hace rato ya. No ha vuelto a pasar ninguna camioneta. El sol tatema la coronilla. Y eso que me cubrí la cabeza con la camiseta. Los hombros queman, arden, yo creo que es tanto por el sol como por el andar cargando. La botella ya no tiene agua, sigo caminando por este camino pedregoso, tengo las fosas de la nariz llenas de tierra. El costal con las mazorcas pesa infinidades. Salí desde temprano, un paisano me dejó al borde del camino, donde me adentré a la parcela. Después de recoger la cosecha salí de nuevo. Y justo vi como se iba una camioneta delante mío. No me quedó de otra más que seguir este camino de tierra aquí en la sierra.

“En la sierra se sufre” me dijo alguna vez mi padre. El sol curte la piel, ciega los ojos y el cargar costales lo pone a uno corrioso. Pero también cansa. Ando cansado.
A unos kilómetros de aquí se acaba de morir algo o alguien. Los zopilotes ya andaban volando en círculos desde hacía rato, desde que llegué a recoger la cosecha. Ahora ya no los veo, de seguro ya bajaron a comer. ¿Y tú hijo? ¿cómo andarás? Hace meses que tu madre y yo no sabemos nada de ti. Desde que cambiaste la sierra para irte a cruzar el desierto. Espero hayas llegado al norte con bien.

Sería bueno que te comunicaras, tú madre y yo seguimos aquí, esperándote, vendiendo maíz... trabajando la tierra.

9.7.10

Ya no sé qué hacer

– Ya no sé qué hacer. – dijo, mientras con un encendedor destapaba la última cerveza que le quedaba. –A donde quiera que vaya se me aparece ésta. – Le dio un trago, sorbiendo la espuma que empezaba a desbordarse.
– Pero entonces ¿qué vas a hacer?
– Oh, ¿qué no oíste que no se qué hacer? ¿Ya estás borracho?
– Pues sí, si ya está amaneciendo y empezamos a chupar a las cuatro de la tarde. Aparte, sólo así aguanto todos tus monólogos cabrón. Voy a buscarme otra cheve. – Su compañero de juerga se levantó y fue tambaleándose a la cocina a sacar una cerveza más del refrigerador.
“Ya no sé qué hacer”, este era el pensamiento intoxicado que lo invadía. Y como todo pensamiento intoxicado era terco, agresivo, de una aparente importancia vital, pero del que uno termina no recordando su origen.
– Ya no sé qué hacer.
– ¿De qué madres hablas? – el sol inundaba la habitación, no había más que un viejo olor a cerveza en ella. El compañero de juerga estaba parado frente a él en camiseta y calzoncillos. – ¿Sigues diciendo eso? Ayer antes de dormir no decías otra cosa aparte de eso... y ahora todavía ni te despiertas del todo y sigues diciendo lo mismo. Sigues bien pedo, ¿verdad? Creo que ayer se nos pasó la mano. – La mirada divertida del compañero de juerga, combinada con el desplante en el rostro de una intoxicación alcohólica.
– Siempre se me atraviesa ésta – dijo con suma tristeza. El compañero de juerga sin ánimo alguno de escuchar las historias de borrachera durante la cruda, abandonó la habitación – Duérmete otra vez, voy a desayunar algo.
¿Qué es lo que quería decir? ¿a qué se refería? ¿cómo había llegado a ese pensamiento? De nuevo se quedó dormido. La juerga y las cervezas eran demasiado. Le parecía que únicamente en eso se le iba la vida.
– ¿Qué onda? ¿te quedaste dormido? – le dijo el compañero de juerga – ¿Pues, las primeras chelas?
– Siempre se me aparece ésta. – El sol se estaba metiendo, en la habitación sonaba la música y había botanas en la mesa, al lado del escritorio una caja de cervezas.
– Ya no te entiendo cabrón. Me cae que ya no te entiendo. Así vas a espantar a las viejas que vengan a la peda.
– Es que siempre se me aparece ésta – dijo mientras empezaba a llorar de la desesperación.
– ¿Quién?
– Ésta – mientras señalaba la botella de cerveza.
– ¡No mames! ¿te persigue o que onda?
– Sí. Cada vez que abro los ojos la veo, la tengo en la mano, la estoy tomando o ya siento sus efectos.
– Pinche exagerado. Cómo te gusta hacerle al teatro.
Cerró los ojos un momento, intentó relajarse, respirar profundo, pero notó como empezaba a salivar en exceso. La saliva tenía ese característico sabor dulzón. Abrió los ojos y estaba hincado frente al retrete, con la visión turbia, vomitó.
– Ya no sé qué hacer... – murmuró para si mismo. Cerró los ojos para que no se le salieran las lágrimas, y al abrirlos se asomaba ya el sol, y de nuevo estaba crudo.

26.6.10

Historia de barrio V

En aquel entonces todo había sucedido muy repentinamente. Un joven, mitad niño mitad hombre, de un barrio pobre quiso ser aceptado socialmente por los demás. ¿Eres cabrón? le habían preguntado, pues fuma de esta, le dijeron y le ofrecieron de una lata. Fumó de ella y nunca dejó de hacerlo. Júntate con nosotros y serás intocable, le dijeron ofreciéndole protección, pero tienes que matar a ése que ves ahí enfrente. Y lo hizo. No es que haya tenido una niñez destrozada, se puede decir que tuvo una buena niñez pero con carencias. Los padres habían trabajado para poderles ofrecer lo mejor posible a sus vástagos en cuanto a materiales, pero la atención fue el sacrificio. Un día cualquiera el padre encontró al joven en el suelo de la cocina: Le había dado el “Síndrome del pollito”: Pizcaba como un pollo todas las basuras y migajas que parecieran piedritas blancas, con la esperanza de que fueran piedras fumables. El padre dejó de vender en los tianguis, se dedicó a intentar sacar a su hijo de la adicción. Abrió un centro de ayuda. El hijo no se dejó ayudar, escapó. Sin embargo el padre siguió sacando adelante a los que sí se dejaron, poniéndoles siempre el rostro de su vástago a los que se lograron recuperar. La madre debía trabajar desde ese entonces por dos, montando y desmontando el puesto del tianguis cinco días a la semana. Por lo único de vergüenza que le quedaba, era que el joven, ahora hecho hombre, veía siempre el suelo al pasar por cualquier tianguis: No quería que su madre lo fuera a reconocer.

– ¿Qué? ¿le vas a sacar, temerario? – dijo el mosca de forma absolutamente despectiva.
– Es que no mames...
– ¡Bájate cabrón! – dijo el mosca desenfundando el pistolón que traía guardado. Se la puso en la sien al Calamar – ¿Esto sí te cala de a madres? – dijo el mosca riéndose burlonamente y continuó – Mira cabrón, te vas a bajar de la nave y harás lo que quieras güey, pero si no haces la chamba, no regreses vato. Si quieres ve a chillarle a tu jefe que te consiga piedra, que te saque de la adicción, que te encamine a Dios o lo que rechingados quieras. Pero, – hizo una pausa – le vas a estar fallando al patrón. – dijo alertándolo – Y al patrón no le gusta que le fallen. Y tú mejor que nadie sabes lo que les pasa a los que le fallan. ¿Qué les pasa?
– Se los carga la chingada – contestó el Calamar de forma mustia.
– Exacto, –dijo el mosca – entonces tu sabrás, o tu padre o los dos. Y yo me encargo de eso puto. Órale, bájate. Te voy a esperar, que tengo tus piedras. – dijo sonriendo.

El Calamar se bajó de la camioneta, si había algo que en esos momentos lo hacía actuar era la palabra “piedras”. Al padre lo había dejado de ver desde aquel entonces que escapó de su custodia. Se había marchado odiándolo por dejarlo encerrado, temblando y no haberle querido dar ni siquiera una piedrita, no tenía que ser muy grande, únicamente para un jalón. Pero el padre se negó, lo ignoró por más que el Calamar le imploró llorando de forma desconsolada. Escapó y nunca regresó. Hasta este día.
Bien supo por vecinos y familiares que el padre nunca se había recuperado del hecho de que su propio hijo no se dejó ayudar. Supo también que odiaba esa maldita droga que convertía a las personas en seres sumamente agresivos pero igualmente sumisos. Su padre siempre había sido creyente, y ahora lo era aún más, por lo tanto creía que los milagros se podían dar.

– ¿Cómo está usted padre? – preguntó después de cruzar el umbral del Centro Santa María Virgen.
Un viejo estaba sentado en un escritorio, tenía la barba blanca la postura jorobada, la mirada triste.
– Hijo, ¿eres tú? – preguntó, se quitó los lentes y dejó el papeleo que estaba haciendo. Se levantó para observar mejor al Calamar. – Qué diferente te ves – dijo con suma decepción en la mirada. Ninguno de los dos se había reconocido realmente. Mientras el Calamar tenía marcados en el rostro los rastros de las drogas, el padre tenía los surcos de la preocupación y de la frustración grabados en sus facciones.
– Sí, usted también se ve más viejo, más acabado.

En aquel tiempo, cuando todo estaba aún en orden, cuando era aún un niño, el padre lo llevaba al cerro a pasear, llevaban varios frascos y en ellos capturaban insectos. Hormigas, caracoles, saltamontes, luciérnagas y, de vez en cuando tenían suerte y capturaban una que otra lagartija, a las que les daban de comer moscas. Ese cerro estaba ahora también lleno de casas grises.

– ¿Qué haces por acá? Ay hijo, ¿sigues en las mismas andadas?
– Sí padre, nomás vengo a despedirme de usted, me voy a ir. – Como un niño se acercó a su padre y lo abrazó fuertemente. Mientras lo abrazaba se dio cuenta de lo mucho que extrañaba esos días de antaño y sin embargo no podía dejar de pensar “piedra, piedra, piedra quiero una piedra”.
– ¿A dónde te vas? – quiso preguntar el padre después de ese abrazo, pero su hijo no le dio tiempo. Sacó el revolver oxidado y disparó la bala cálida. Le dio en el pecho. La bala ardía, el viejo intentó agarrarse de algún lado para no desplomarse, su camisa se tiñó de rojo. La mirada se le enturbió y odió a Dios por negarle el único milagro que jamás deseó con toda su alma. Fue más como si el demonio mismo hubiera escuchado sus plegarias y le hubiera concedido justamente lo contrario.

En alguna ocasión el padre lo pudo llevar a la feria. El niño quiso jugar tiro al blanco. Le agradó de inmediato el disparar un arma, aunque fuera un rifle de balines. Resultó ser un as en el juego. Se llevó un buen premio, un tigre de peluche. Fue uno de los mejores días que habría de pasar con su padre.

El Calamar recordó el abrazo del padre de aquella ocasión. Recordó la alegría de aquel día mientras el padre se resistía a caer agarrándose del escritorio, resbalándose con su propia sangre. Lo odió, lo odió por no haber estado ahí más a menudo, lo odió por haberle dado cariño, lo odió por intentar ayudarlo. Simplemente lo odió por no haberle dado una piedra al entrar a su oficina.
Pero al final, únicamente lo odió por haberlo engendrado.

El padre se desplomó.


Ahora está de nuevo en su casa. Acaba de fumar una lata. Tiene en sus manos la 45 cromada con cachas de nácar. Llora, se ha dado cuenta que más que alguien sin remordimientos es alguien sin voluntad. De no ser porque acaba de fumar varias piedras no podría hacer lo que está por hacer. Se fuma un último cigarro. Necesita compañía en esta hora. Se mete la pistola a la boca y jala el gatillo.
La televisión está prendida, están dando las noticias. Este día ha habido más de veinte muertes violentas en este país. El Calamar y su padre aún no están incluidos en esa cifra.

FIN

22.6.10

Historia de barrio IV

“El mosca” le abrió la puerta de la camioneta para que subiera.
Al Calamar lentamente le habían empezado a sudar las manos, se estaba poniendo nervioso. Y no era por tener que matar a alguien. Esos nervios no le daban a él. Era únicamente que su mente le pedía, le exigía ya una nueva dosis de lata.
Para colmo el patrón le había dado ya al mosca lo que habría de ser su paga: Veinte mil pesos mas unas cinco bolitas de papel aluminio con piedras dentro. El mosca no intentó ocultar la risa cuando se dio cuenta de la forma en la que el Calamar veía los paquetes.
– Primero lo primero pinche Calamar. Órale súbete cabrón, mientras más rápido mejor para todos.
Se subió a la camioneta, el mosca le cerró la puerta y se dirigió al lugar del conductor, se subió y echó el motor a andar. La música volvió a escucharse, la tuba, clarinetes y trombones acompañaban la crónica de un narco famoso. La música lo puso de mal humor, le parecía muy escandalosa, estridente.
– Bájale ¿no? – le dijo al mosca.
– Está bueno – respondió este. Ya conocía ese estado de ánimo del Calamar. Era conveniente que estuviera irritable para que pensara menos al llevar a cabo su misión. Era bueno que se estuviera saboreando ya el jalón de la lata después del trabajo y saber que iba a tener piedra suficiente para varios días. Así no iba a tener remordimientos. El mosca le bajó a la música.
– Si quieres pongo otra cosa maestro.
– No, está buena la música nomás que me irritaba el volumen. ¿Oye y el vato este, qué hizo o qué?
– No, pues anda de metiche, se cree muy acá, protector de las juventudes, y se anda metiendo con los negocios del jefe. Se las anda armando de problemas a los vendedores.
– No, pues se la buscó. – dijo el Calamar riendo. El mosca empezó a carcajearse mientras se frotaba la barba.
– Sí, pinche Calamar, se la buscó. – dijo entre risas mientras veía al Calamar de forma pícara, como quien se ríe de alguien, y no con él.

Iban ya de nuevo sobre la avenida de los conductores ingenuos, únicamente que ahora en la otra dirección. El Calamar no tenía paciencia ahora para ir pensando en podredumbres y muertos de la gran ciudad, se frotaba las manos sudorosas en los pantalones deslavados mientras movía una rodilla de forma acelerada.
– ¿Qué? No me digas que estás nervioso. – dijo el mosca de forma bravucona.
– ¡No seas pendejo! Nerviosa tu puta madre. – contestó. El mosca únicamente sonrió al momento de subirle de nuevo a la música, el Calamar debía exaltarse aún más. Y él lo estaba logrando.
– ¿Qué, cuánto falta para llegar? – preguntó éste de muy mal talante.
– Ya mero llegamos.
– Da tiempo para echarme una carga, ¿no?
– No te hagas pendejo Calamar, ya sabes que primero te lo tienes que quebrar y de ahí te puedes echar todas las piedras que quieras. – contestó el mosca ya impaciente. Lo sabía, el Calamar estaba en su punto, ahora nada más hacía falta levantarle el ego, la adicción ya estaba haciendo el resto. – Oye vato, ¿y por qué eres el Calamar maestro? – la historia la conocía muy bien, sin embargo la quiso oír de nuevo para que el asesino a sueldo se pudiera pavonear.
– No pues, ¿a poco no te sabes la historia? – preguntó sin esperar realmente una respuesta pues continuó inmediatamente. – Lo que pasa es que en una de las primeras chambas que le hice al patrón tenía que mandarles un mensajito a “los churros” que en ese entonces le estaban dando problemas al jefe, esos dizque pandilleros mamones. Y había ido con el “galán” para que me ayudara a chingarnos a uno. Y pues bueno, como el jefe quería que mandáramos un mensaje le corté el brazo donde tenía el tatuaje de la pandilla y lo aventamos en la calle donde esos putos se la pasaban. Y, bueno, de ahí el pinche “galán” decía que yo andaba reloco y que el verme le calaba de a madres. “Es que ese güey cala de a madres” decía, y bueno de ahí me empezaron a decir el “calamadres” y con el tiempo se quedó como “calamar” nomás.
– Órale, ¡qué cabrón maestro! Está chida la historia – dijo el mosca mientras se frotaba la barba. – Osea que eres un pinche temerario, ahora sí que como dijo el patrón. Oye y por cierto ¿qué le pasó al galán?
– Me lo quebré, le dio por cantar al puto.
– Sí es cierto, se me había olvidado. –mintió el mosca. Lo tenía muy presente, simplemente lo preguntó para que el Calamar pudiera presumir. Ahora, creía él, estaba listo para el trabajito, de forma muy conveniente habían llegado ya al lugar.
– Ya estuvo, ya llegamos. – dijo mientras estacionaba la camioneta en una calle algo angosta.
Se habían metido a un barrio pobre, de aquellos donde las calles son de cemento y no de pavimento, donde todas las calles están empinadas porque es en los cerros donde hay lugar para la gente pobre. El valle con sus edificios y barrios ricos, los cerros con sus casas grises y perros callejeros.
– ¿Qué? ¿aquí? ¿qué estamos haciendo aquí? – preguntó sorprendido el Calamar. No estaban realmente muy lejos de su barrio, de dónde vivía él. Del otro lado de la calle había una casa de una planta acondicionada como negocio, u oficina, pasaba como cualquiera de las dos cosas. Había un letrero que decía “Centro de ayuda de las juventudes Santa María Virgen”.
– Oye ¿qué onda? ¿Qué hacemos en el barrio de mi jefe? – preguntó el Calamar.
– De tu padre güey, tu jefe jefe es el patrón – contestó el mosca divertido. Se empezó a frotar la barba y dijo – Órale cabrón, vete a despedir de tu apá.
– ¿Por qué o qué? ¿a dónde vamos o qué onda?
– Si serás pendejo pinche Calamar – respondió el mosca. Y mientras se frotaba más intensamente la barba dijo sonriendo – Despídete de tu padre, porque te lo vas a quebrar.

CONTINUARÁ

8.6.10

Historia de barrio III

– Maestro, ¿cómo ha estado usted?
– Muy bien señor muy bien, no me puedo quejar. – respondió el Calamar a la pregunta del patrón. Pero le tenía demasiado respeto como para devolverle la cortesía de preguntarle por su estado.
– Que bien, que bien – contestó el patrón – si a usted le va bien a mí me va bien – dijo. – ¿Le agrada la casa? Es la primera semana que llevamos aquí.
– Sí, está muy bien, muy bonita – contestó el Calamar sin tener mucho más que añadir.
– Sí ¿verdad? Está bueno, siéntate campeón – añadió el patrón ahora tuteándolo como si ya se hubiera cumplido con el ritual de saludo formal y respetuoso para poder pasar a hablar de los crudos negocios.
El Calamar se sentó en un sofá de piel negra que estaba en la sala. El patrón se sentó en un sillón también de piel negra, justo enfrente del Calamar. El conductor que lo había llevado hasta ahí se había quedado de pie un poco atrás del patrón. Desde donde estaba el Calamar podía ver el pistolón que éste tenía metido entre cinturón y camisa. El nombre de ese sujeto no lo conocía ni le importaba saberlo. Él ya lo había bautizado desde hacía tiempo como “el Mosca”, porque tenía la manía de frotarse la barba con las manos cuando hablaba, lo que siempre le recordaba una mosca limpiándose las patas.
– Entonces champ, ¿cómo le vamos a hacer? –preguntó el patrón. El patrón era el patrón y el Calamar no se atrevía a ponerle apodo, le tenía mucho respeto y, sí, por qué no aceptarlo, miedo que en ocasiones llegaba a pánico.
– No, pues ya estuvo patrón. Al “cliente” ya se lo llevó la chingada. Ya está quebrado. Usted nomás dígame dónde lo encuentro, pero pues para eso estoy aquí ¿no?
– ¡A huevo cabrón! ¡Por eso me caes tan chingón pinche Calamar! A ti te sobran huevos maestro. Cuando otros se estarían meando de miedo tu hasta te vendarías los ojos para ponerle más emoción a la cosa. ¿O dime si me equivoco?
– No, pues la verdad no se equivoca usted. Así es uno, ora sí que... – hizo pausa buscando la palabra adecuada – temerario – dijo al fin.
– Temerario – repitió el patrón – como el grupillo ése, nomás que esos son putos y usted maestro es un temerario de a de veras... un cabrón. – dijo y empezó a reír de tal forma que su panza pronunciada parecía estar por reventar la camisa cara pero de mal gusto que traía puesta. Se enjugó las lágrimas y añadió – Estás canijo Calamar, tuve suerte en conseguir que chambearas para mí, de veras.
– Muchas gracias, me halaga usted señor.
– No es halago, es la pura verdad, solo falta que tú te la creas. Quería hablar contigo todavía de unos problemitas, insignificancias ¿verdad?, que tiene el trabajo pero ya veo que no viene al caso, porque de que tú haces la chamba, la haces, vale madres de que se trate. De eso me doy cuenta.
– Para eso estoy aquí señor para servirle.
– Y me da un orgullo tremendo Calamar, no te lo imaginas. Mira, para que veas que no te miento te voy a cambiar la información que te iba a dar ahorita por más paga. Te voy a pagar el doble pero no te voy a decir quién es el “cliente”. Sergio – dijo señalando al chofer detrás de él – te va a llevar a donde se encuentra y hasta ahí te dirá de que se trata y luego luego te va a rolar lo que es tuyo, claro, después de que le hayas dado piso. De deshacerte del arma y toda la cosa te encargas tú como siempre. – hizo una pausa – Pero así le damos un poco de emoción a la cosa, eso que tanto te gusta, temerario, y te doy más paga para que veas que realmente te aprecio.
– Pues se escucha muy bien patrón, emocionante..... – dijo el Calamar.
– ¡A huevo, emocionante de a madres champion! – y los ojos le brillaron en extremo mientras debajo de aquel bigote se le dibujaba una sonrisa burlona.

CONTINUARÁ

2.6.10

El magnate

Había un artículo de él de cuatro páginas de largo. Cerró de golpe la revista y la aventó al basurero. No servía de nada seguir con esa terquedad de hablar de él, de sus logros, sus éxitos. Ahora nadie quería hablar de sus fracasos, o de sus errores. Hacía un par de días había alcanzado la perfección ante los ojos de todos. Todos eran la radio, la televisión y los medios impresos. Hacía unos cuantos meses aún se le habían echado encima por una mala decisión que había tomado. Ahora ese error había sido olvidado.
Ya no veía la televisión, ni escuchaba la radio, pues con su grave estado de salud no le quedaban ganas de ver o escuchar a toda la bola de lambiscones que le echaban flores, que lo vanagloriaban de forma ya ridícula: “Una persona que rompió los esquemas de la industria”, “un visionario en su rama”, “marcó la diferencia”, “ un parteaguas, hay un antes y un después de él”. Había dejado de ser un individuo para pasar a ser un mito.
Y sin embargo, lo único que a él le interesaba era recibir la llamada del médico, diciéndole que su cada vez más grave enfermedad iba a tener remedio, que un donador había aparecido y que le iban a poder alargar la existencia unos años más.

Los periódicos tampoco los leía. Cuando llegaban en la mañana los tiraba directamente a la basura. Grave error, si los hubiera abierto tan siquiera, hubiera visto las decenas de esquelas que inundaban los diarios. Todas ellas llevaban su nombre.

29.5.10

Historia de barrio II

Salió como a las once de la mañana de su casa, era día de tianguis. La calle estaba repleta de puestos metálicos cubiertos de lonas. Pasó por un puesto de discos piratas, por un puesto de playeras de fútbol, éstas también piratas. Las marchantas ofrecían quesadillas, sopes, tacos de cabeza, de moronga, de suadero. Recorrió todo el tianguis, iba mirando el suelo, observaba los sucios tenis blancos que traía puestos. Salió de la cuadra y ya lo estaban esperando.

Se subió a la camioneta, en el radio se escuchaba música de banda, era el corrido de Lamberto Quintero.
– ¿Viste el juego ayer? – le preguntaron.
– Sí, estuvo pues ahí nomás, ni bueno ni malo – contestó
– Oye ¿seguro que no tienes broncas con hacer esta chamba? – le preguntó el conductor – Ya sabes que está refácil, pero la cosa está un poco complicada.
– Pues a huevo, ya me habían dicho que era casi un regalito ¿no? Me estás ofendiendo cabrón. ¿Por qué le tendría que andar sacando? Si ya sabes que soy un chingón en mi chamba y que no me rajo.
– Está bueno, pues uno pregunta nomás, yo sé que no te rajas Calamar. Te llevo con el patrón para que te diga cómo está la cosa.

Siguieron manejando, para ese entonces ya habían salido a una de las avenidas más grandes de la ciudad. En los carriles centrales el Calamar empezó a observar los demás autos que pasaban a su diestra y siniestra, los pasajeros de esos autos seguían metidos en su mundo perfecto e inocente, pensaba, no tenían ni idea de la podredumbre que en ese momento iba al lado suyo. No sabían que alguien en esa ciudad no habría de sobrevivir aquel día, y que, con mucha mala suerte, podría ser alguien cercano a ellos.
Trabajaba desde hacía tiempo ya para el mismo patrón. Y sus tareas eran siempre las mismas. No sentía remordimiento alguno desde hacía tiempo. Lo más cercano a remordimiento era una cierta incomodidad que sentía en casos como estos, en los que de antemano sabía que cuando mucho dos balas habrían de ser disparadas. En esos casos en los que los “clientes” no habrían de oponer resistencia alguna: Ancianos, mujeres, niños, personas cercanas a uno. Pero al final de cuentas esa incomodidad no evitaba que el Calamar llevara a cabo sus tareas una y otra vez. Él creía que la piedra le había ayudado a matar todo remordimiento, pero no se atrevía a pensar que tal vez también le había matado toda voluntad.

Salieron de la avenida y se adentraron en una colonia de ricos. Tal vez no de ricos ricos, pero sí de gente con más dinero que él. En una de esas colonias trabajaba una de sus primas como sirvienta. Tal vez era hasta en esa misma colonia donde su prima tenía que limpiar, cocinar, lavar, comprar y hasta hacer de niñera, o tal vez en un extremo de sustituto materno para hijos de ricos. Los hijos propios los veía únicamente cuando tenía libre, que eran los fines de semana y eso no siempre. El que en ocasiones la hacía de niñera para los hijos de su prima era el Calamar mismo. Esos niños se parecían cada vez más a él.

– Ya estuvo Calamar, ya llegamos.
– ¿Ahora es otra casa? – preguntó el Calamar.
– Sí la otra ya estaba muy torcida, esta la acabamos de conseguir hace poco.
Obviamente el patrón no iba a llevar al Calamar a su verdadera casa, a donde lo llevaban siempre eran casas que tenían únicamente para los negocios. El conductor habló por interfón con el vigilante que estaba del otro lado de la reja que protegía aquella mansión.
– Traemos los calamares que se le antojaron al jefe.
La reja se abrió de forma automática y la camioneta con el Calamar adentro desapareció detrás de ella.

CONTINUARÁ

21.5.10

Historia de barrio I

Todavía andaba en calzones, se rascó la entrepierna y se dejó caer en el viejo sofá de la sala. La televisión ya estaba prendida, acababan de dar las noticias y estaba por comenzar esa rara clase de programas en la que los conductores parecen divertirse más que los televidentes y que duran mínimo un par de horas. No le inmutó en lo absoluto que comenzara ese programa donde las conductoras bailan con muy poca ropa antes de cada pausa comercial, de por si, esa fue la única razón por la que no cambió el canal. En ese hogar como en muchos otros la televisión había dejado de ser distracción para pasar a ser compañía: El aparato no habría de apagarse hasta la hora de dormir.

Prendió un cigarro, el viento movía las derruidas cortinas. Las rejas de la ventana arrojaban una sombra irregular sobre la sala. Abrió su chela mañanera y la acompañó con el cigarro. Las cenizas las fue guardando en un papel. Fue hasta una cómoda y abrió un cajón. Era el cajón de la chamba. Donde guardaba todo sus instrumentos necesarios para laborar. Tenía todavía la escuadra 45 que le habían regalado, cromada con cachas de nácar. Nunca la había utilizado y no la pensaba utilizar en un futuro próximo. Sacó una caja de balas calibre 38 y la puso en la mesita de la sala junto a la chela y el papel con cenizas. Del mismo cajón sacó una franela. Deshizo el bulto y observó el viejo y oxidado revolver que le habían organizado en el mercado. El arma ya estaba quemada, le habían dicho. Cerró el cajón y se volvió a dejar caer en el sofá. Le dio un último y largo trago a su chela mientras disfrutaba del cachondo vaivén de las caderas de la televisión. Salió de su trance en cuanto empezó un comercial de píldoras para inhibir el apetito.

Tomó la lata de la cerveza y la abolló. En la abolladura le empezó a hacer agujeros con un alfiler. Sobre la mesa había una bolita de papel aluminio, la tomó y la deshizo. En ella había unas tres piedritas blancas. Tomó una y la comenzó a deshacer encima de la ceniza, después repartió la mezcla en la abolladura. Tomó el encendedor y fumó de la lata. Se relajó.

Después de varios minutos tomó la caja de balas y la vació sobre la mesa. Ese era un ritual suyo, empezó a mover las balas sobre la mesa como si estuviera haciendo la sopa en el dominó. De esa forma elegía la bala, o en su caso las balas adecuadas para el trabajo. Ese día sabía muy bien que más de dos no le habrían de hacer falta, pero tenían que ser las adecuadas. Siguió moviéndolas sobre la mesa, cerró los ojos e intentó sentir cada una de ellas, intentó diferenciarlas, identificarlas. Una la sintió más cálida que las demás, esa la guardó en su puño. Poco después se decidió por otra. Tomó el revolver, lo cargó asegurándose que la bala cálida fuera la primera en ser disparada. Normalmente prefería irse a la segura y llevaba hasta dos pistolas y un puñal cuando tenía que llevar a cabo un encargo, pero en esa ocasión no iba a necesitar de más de dos balas, era una de las chambas más fáciles que habría de hacer jamás. En el sentido práctico.

CONTINUARÁ

10.5.10

Se busca Musa

¿Qué hacer cuando no hay musa que inspire? ¿Buscar a una? ¿Tirar cuaderno y bolígrafo a la basura? Todo con tal de no sentirse mal por hacer de las páginas del cuaderno un instrumento inútil?
Tal vez para no sentirse tan mal, uno debería hacer aviones de papel, así todo el papel por lo menos serviría de algo. Pero ¿se necesita de una musa para inspirarse a hacer un avión? Habría que preguntarles a los ingenieros. Si sí, la cosa está más jodida de lo que pensaba.
Ayer en la tarde salí a la ciudad a preguntarles a las chicas guapas que me encontrara si alguna de ellas quería ser mi musa. Alguna vez ya había hecho lo mismo, pero de noche. Los resultados fueron catastróficos, pues en los bares y locales a los que me metía a buscar, todas las posibles candidatas me tachaban de borracho acosador. ¿Y quién se los puede tomar a mal? De pronto en un bar se acerca un hombre que no conoces, te mira bonito y te pregunta: “¿Quieres ser mi musa?” De por sí tuve suerte de no haber recibido violencia como respuesta.
Por eso es que ayer decidí salir a buscarla a plena luz del día, en lugares más familiares y con resultados todavía más penosos. Una chica estaba en la banca de un parque disfrutando de una lectura. Ya la había visto desde la lejanía, y me parecía una seria candidata. Me le quedé viendo a lo lejos y muy lentamente me fui acercando. Ahora que lo veo en retrospectiva, algo me ha fallado en la forma de comportarme al hablarles, porque sí, lo acepto, como me comporté ayer con esta chica fue como un acosador depravado. Y la verdad es que a la hora de juntar todo mi valor para hablarle resulté ser un acto tragicómico. Me le acerqué y le dije:

– Hola–
– Hola– Contestó ella un poco sorprendida, y creo que yo esperaba que me dijera algo más porque guardé todavía como diez segundos de silencio antes de seguir con la “conversación”.
– Oye, de seguro te lo dicen a cada rato, pero estás bien guapa –
– ¡Gracias!– hasta ese momento todo estaba bien, todavía había algo de coquetería en el aire. Pero después dije:
– ¿Oye no quieres ser mi musa? –
– ¿Perdón? ¿Tu musa? –
– Sí, es que ando buscando una musa –
– Ahh pero no estaría mejor primero conocernos un poco y así puedes decidir si realmente quieres que sea tu musa, ¿no?– lo dijo divertida coqueteando un poco.
– No, no me interesa conocerte. Ando buscando una musa que me ayude a sacar toda la inspiración que traigo dentro. –Y he aquí el parteaguas. Después de una respuesta tan estúpida la bella chica cambió su expresión por completo y ese coqueteo que tenía en la mirada fue cambiado por una aversión muy latente. Después de haberme dado cuenta que había metido la pata, traté de arreglar las cosas.– Osea no es que no te quiera conocer, la verdad me encantaría. Pero realmente quiero que seas mi musa y siendo mi musa nos podemos conocer más.–
– Como que te falta tacto para tratar a las personas.–
– Sí, lo sé, discúlpame no quería ofenderte ni nada por el estilo. Mira, para que veas cuanto lo siento acompáñame atrás de los arbustos del fondo y te voy a hacer toda una poesía.–
– ¿Qué? ¿Una poesía?– y a partir de aquí ya no había vuelta atrás.
– Sí o un cuento o sí quieres... hasta un drama. Es que me inspiras y quiero demostrarte lo que puedo hacer con tu inspiración. ¡Créeme que será toda una obra de arte! – y todavía reí un poco para relajar el ambiente de nueva cuenta.
–¡Aléjate de mí, maldito enfermo! O llamo a la policía.–
–Tranquilízate por favor, estás interpretando todo mal, no estoy enfermo, sólo ando en busca de una musa que me ayude a hacer cosas hermosas.......– en ese momento fue que me roció en el rostro el gas pimienta que traía en su bolso. Ya no pude seguir argumentando con ella, el cuaderno y el bolígrafo cayeron al suelo y cuando pude volver a ver ya estaba sentado en la patrulla. Ahora ya estoy registrado como un acosador sexual y todo por andar buscando una musa. Pero no me doy por vencido, si alguna está interesada favor de comunicarse.

26.4.10

Guapa en el tren

Se subió en la última estación, yo la vi. Con dos maletas algo grandes para andarlas cargando en un tren regional así nada más. Viene de un lugar más alejado del que yo me podría imaginar. De seguro voló o va a volar. Se ve agotada, muchos se ven agotados cuando viajan. Ya no existe esa alegría por respirar otros aires. Sólo hay enojo si el tren tiene retraso. Ya ni se acostumbra leer un libro, o ya no tanto como antes, ahora si se puede uno verá una película en su computadora portátil. O uno escribirá en ella a lo largo del trayecto, y, heme aquí escribiendo sobre una mujer con dos valijas en un tren regional. ¿Le hablo? ¿o mejor me dedico a inventarme una historia sobre ella? Si le hablo puedo arruinar toda la fantasía, la ficción. Pero, ¡caray que está bien guapa! Así la veo yo. ¿Es trigueña o rubia? Todavía no lo decido. Lo que está claro es que tiene unos ojazos verdes. Caray, creo que sabe que hablo de ella, me acaba de sonreír de una manera pícara y después de eso se acomodó su cabello rubio y al hacerlo me mostró su cuello. Me puse nervioso, lo noto porque mis manos están sudando y dejo manchas en el teclado de la computadora. ¿Sí es rubia o tal vez es trigueña? No, ya dije que era rubia, así que es rubia. O, bueno......

Se subieron en la última estación yo las vi. Una rubia y una trigueña. Con dos maletas algo grandes para andarlas cargando en un tren regional así nada más...

15.4.10

El camino

¿A dónde llevará este camino? ¿Quién nos habrá de aguardar al final de éste? ¿Nos aguarda alguien? Mientras me guío palpando las paredes en esta oscuridad para seguir adelante me planteo estas preguntas. ¿Qué habrá de venir? ¿Cuándo habrá de venir? ¿Terminará esta tiniebla? Gotas caen del techo que no puedo ver, pero del que sé que no se encuentra muy alto. Hasta pareciera que cada vez está más bajo, pareciera que el camino cada vez se hace más estrecho. No me doy cuenta pero es un camino serpenteante. Paso por paso. Paso a paso se avanza. Si es en la dirección correcta no lo sé, pero lo siento así. Si he de caer de nuevo, me levantaré (esto en el sentido figurado obviamente, aunque también podría suceder en el literal: el suelo está realmente resbaloso). Cada vez, con cada paso que doy, pienso más y más que no hay vuelta atrás, no quiero desandar mis pasos. Pero en cualquier caso si al final de este oscuro camino encuentro un muro, saldré corriendo despavorido añorando lo dejado atrás, quizás hasta arrepintiéndome de haber caminado tan de prisa. Pero ¿quién lo sabrá? No hay nadie omnisciente que yo conozca, y aún así si lo hubiera ¿le preguntaría? No creo, seguiría con mi camino creyendo que es el correcto, que he tomado las decisiones correctas.
De aquel omnisciente, si es que lo hay, será el futuro, para que ya teniendo las piezas del rompecabezas, la ruta del camino correcto, hable de mi pasado y de cierta forma deje en claro mis desvíos, mis errores y subraye lo tontos e insignificantes que estos serán. Tal vez uno de esos errores sea el momento en que me confunda y sin saber que voy en la dirección acertada, me sienta extraviado. Pero ¿cómo saberlo?
Mientras tanto, sigo palpando las rocosas paredes en esta oscuridad, seguiré encontrando mi camino.

6.4.10

Soledad

El policía se llevó otro cigarro a la boca. Lo encendió, y al exhalar el humo soltó un suspiro profundo.

– Dos semanas, mínimo.– hablaba y fumaba al mismo tiempo, no se sacaba el cigarro de la boca y si lo hacía, no lo alejaba mucho de sus fosas nasales. Olfateaba el humo lo más que podía.

Tenía semblante demacrado, pareciera que no era policía. Estaba vestido de civil y sin embargo, normalmente se le notaban en el rostro los rasgos toscos de detective, de sabueso. Excepto esta vez.

– ¿No han encontrado nada? ¿Algo que nos pueda ayudar?–

– No señor, nada. El teléfono celular no tiene llamadas registradas, la contestadora está desconectada. Vamos a ver que encontramos en la computadora.–

– Muy bien, voy un poco afuera, no aguanto esta pestilencia.– Con pasos no tan firmes como de costumbre, pero sí más pesados, se dirigió a la salida. El departamento ya estaba acordonado. Bajó las escaleras viejas de madera. En las entradas de otros departamentos ya estaban los vecinos curiosos. Decían que no se habían dado cuenta de nada, no habían escuchado nada ni sospechado nada. Ellos estaban ocupados con sus cosas, decían, y a nadie le caen bien los entrometidos. Cada quien tiene que ver por sí mismo, decían. El vecino era un poco ermitaño, así que cuando empezó la pestilencia, creyeron que el ermitaño ya no tenía mucho interés en limpiar su vivienda y bajar la basura. Es más, en una ocasión un padre de familia preocupado por las repercusiones negativas que la pestilencia pudiera tener en sus hijos, quiso hacerle frente al ermitaño, pero este simplemente no respondió a la puerta a pesar de las patadas para llamar su atención.

El policía salió del edificio. Pudo respirar aire “puro” y se encendió otro cigarro. Ahí, sentado en las escaleras de la entrada del edificio, se puso a analizar el caso:


“Un hombre mayor, de entre cuarenta y sesenta años. Divorciado o soltero. No forma parte de un núcleo familiar, o éste ya se desintegró hace tiempo. Nadie lo extraña como hijo o como padre. Ha de haber conocido a esa mujer de la que tanto hablamos los hombres de mi edad. Los que vivimos en edificios como este. Éste no se diferencia mucho del mío.” Se le escapó un suspiro melancólico mientras exhalaba el humo del cigarro. “Alguna vez la ha de haber conocido. En un principio de seguro la ignoró, no le dio importancia. Pero conforme pasó el tiempo de seguro la volvió a ver, cada vez en más lugares y con mayor frecuencia. En el supermercado, comprando las presentaciones más pequeñas de alimentos que hay. En los bares, sentado en la barra con otros de su misma condición y ella a un costado coqueteándole de forma pícara y aburrida. Sí, de seguro una vez regresando de un cine porno se la encontró en las escaleras. Ha de haber sido la primera vez que la llevó a su departamento. A ella no le importó el desorden, es más, hasta le agradó el olor rancio de su hogar. Los ceniceros llenos, las botellas vacías, la ropa sucia repartida por toda la sala. No, nada de eso era problema para ella. Él lentamente se ha de haber enamorado de ella. De sus carnosos y gélidos muslos aprisionándolo a sus caderas. De compartir la cama con ella de madrugada hasta el mediodía. De compartir su intoxicación con ella. Sus cervezas, sus cigarros, su aguardiente. Desde la vez que él la invitó a su departamento, ella nunca más lo abandonó. Se quedó viviendo ahí con él hasta el final.

Pero esta mujer es muy especial, es una especie de femme fatale. Si bien brinda compañía, también tiene un cierto nivel de perversión. Te vuelve adicto a ella. Está siempre a tu lado pero también te hace trizas. A nuestra víctima le ha de haber echado en cara su alcoholismo, pero sin embargo, le ha de haber ayudado a comprar más licor. Se ha de haber burlado de él por su edad avanzada pero siempre lo ha de haber seducido, lo ha de haber llamado a la cama para que le brindara su calor y su compañía. Ha de haber escuchado atentamente las nostalgias de este pobre hombre para después reírse en su cara y burlarse de sus más profundos miedos y arrepentimientos. Sí, esta mujer va manipulando hasta que un día uno ya no puede más con ella. Muchas veces llega el punto en el que uno se hace una corbata con una soga o en el que uno se automedica con todo lo que encuentra, o en el que uno se rasura las muñecas. Y algunas veces, no sé si son los más valientes o los más cobardes, algunos siguen bebiendo como de costumbre, hasta que por tanto nivel de alcohol el hígado les falla o al caer de borrachos se rompen la nuca, o ...qué se yo...”

Una lágrima corrió por su mejilla y el cigarro resbaló de sus labios, cayendo al suelo.

“Sí, yo sé que esa mujer tuvo que ver con la muerte de este pobre hombre. Lo sé porque yo la conozco, últimamente me busca demasiado.

Se llama Soledad.”


– Jefe– un oficial uniformado salió del edificio.– ya localizamos a un familiar del difunto. Al parecer era alcohólico, su familia perdió contacto con él hace cinco años. Me dicen que tienen seguro para el sepelio y el entierro, van a enviar la póliza por fax a la central.–

– Muy bien– dijo el sabueso con una voz mustia –¿algo más?–

– Sí jefe, que no tienen ningún interés en las pertenencias del difunto.–

– Bueno, avísale a la central que necesitamos al equipo de limpieza y que tenemos una vivienda cuyas pertenencias pueden ser subastadas. Va a estar difícil saber de que murió el pobre hombre después de tanto tiempo.–

– Sí jefe, ¿algo más?–

– ¿Qué va a hacer después de esto? Estaba pensando en ir a tomar unos tragos. Casos como este aún me pegan. –

– Uy jefe, no puedo, lo que pasa es que mi mujer me está esperando y está encinta. Si no con mucho gusto.–

– Felicidades. No se preocupe. Dígales a los colegas allá arriba que ya me voy. Que pase una buena noche.–

El sabueso se levantó de las escaleras, se acomodó el abrigo, encendió un cigarro cuyo humo exhaló con un suspiro y empezó a caminar a lo largo de la calle oscura. A unas cuantas cuadras se vislumbraba ya, la seductora figura de Soledad.