29.5.10

Historia de barrio II

Salió como a las once de la mañana de su casa, era día de tianguis. La calle estaba repleta de puestos metálicos cubiertos de lonas. Pasó por un puesto de discos piratas, por un puesto de playeras de fútbol, éstas también piratas. Las marchantas ofrecían quesadillas, sopes, tacos de cabeza, de moronga, de suadero. Recorrió todo el tianguis, iba mirando el suelo, observaba los sucios tenis blancos que traía puestos. Salió de la cuadra y ya lo estaban esperando.

Se subió a la camioneta, en el radio se escuchaba música de banda, era el corrido de Lamberto Quintero.
– ¿Viste el juego ayer? – le preguntaron.
– Sí, estuvo pues ahí nomás, ni bueno ni malo – contestó
– Oye ¿seguro que no tienes broncas con hacer esta chamba? – le preguntó el conductor – Ya sabes que está refácil, pero la cosa está un poco complicada.
– Pues a huevo, ya me habían dicho que era casi un regalito ¿no? Me estás ofendiendo cabrón. ¿Por qué le tendría que andar sacando? Si ya sabes que soy un chingón en mi chamba y que no me rajo.
– Está bueno, pues uno pregunta nomás, yo sé que no te rajas Calamar. Te llevo con el patrón para que te diga cómo está la cosa.

Siguieron manejando, para ese entonces ya habían salido a una de las avenidas más grandes de la ciudad. En los carriles centrales el Calamar empezó a observar los demás autos que pasaban a su diestra y siniestra, los pasajeros de esos autos seguían metidos en su mundo perfecto e inocente, pensaba, no tenían ni idea de la podredumbre que en ese momento iba al lado suyo. No sabían que alguien en esa ciudad no habría de sobrevivir aquel día, y que, con mucha mala suerte, podría ser alguien cercano a ellos.
Trabajaba desde hacía tiempo ya para el mismo patrón. Y sus tareas eran siempre las mismas. No sentía remordimiento alguno desde hacía tiempo. Lo más cercano a remordimiento era una cierta incomodidad que sentía en casos como estos, en los que de antemano sabía que cuando mucho dos balas habrían de ser disparadas. En esos casos en los que los “clientes” no habrían de oponer resistencia alguna: Ancianos, mujeres, niños, personas cercanas a uno. Pero al final de cuentas esa incomodidad no evitaba que el Calamar llevara a cabo sus tareas una y otra vez. Él creía que la piedra le había ayudado a matar todo remordimiento, pero no se atrevía a pensar que tal vez también le había matado toda voluntad.

Salieron de la avenida y se adentraron en una colonia de ricos. Tal vez no de ricos ricos, pero sí de gente con más dinero que él. En una de esas colonias trabajaba una de sus primas como sirvienta. Tal vez era hasta en esa misma colonia donde su prima tenía que limpiar, cocinar, lavar, comprar y hasta hacer de niñera, o tal vez en un extremo de sustituto materno para hijos de ricos. Los hijos propios los veía únicamente cuando tenía libre, que eran los fines de semana y eso no siempre. El que en ocasiones la hacía de niñera para los hijos de su prima era el Calamar mismo. Esos niños se parecían cada vez más a él.

– Ya estuvo Calamar, ya llegamos.
– ¿Ahora es otra casa? – preguntó el Calamar.
– Sí la otra ya estaba muy torcida, esta la acabamos de conseguir hace poco.
Obviamente el patrón no iba a llevar al Calamar a su verdadera casa, a donde lo llevaban siempre eran casas que tenían únicamente para los negocios. El conductor habló por interfón con el vigilante que estaba del otro lado de la reja que protegía aquella mansión.
– Traemos los calamares que se le antojaron al jefe.
La reja se abrió de forma automática y la camioneta con el Calamar adentro desapareció detrás de ella.

CONTINUARÁ

21.5.10

Historia de barrio I

Todavía andaba en calzones, se rascó la entrepierna y se dejó caer en el viejo sofá de la sala. La televisión ya estaba prendida, acababan de dar las noticias y estaba por comenzar esa rara clase de programas en la que los conductores parecen divertirse más que los televidentes y que duran mínimo un par de horas. No le inmutó en lo absoluto que comenzara ese programa donde las conductoras bailan con muy poca ropa antes de cada pausa comercial, de por si, esa fue la única razón por la que no cambió el canal. En ese hogar como en muchos otros la televisión había dejado de ser distracción para pasar a ser compañía: El aparato no habría de apagarse hasta la hora de dormir.

Prendió un cigarro, el viento movía las derruidas cortinas. Las rejas de la ventana arrojaban una sombra irregular sobre la sala. Abrió su chela mañanera y la acompañó con el cigarro. Las cenizas las fue guardando en un papel. Fue hasta una cómoda y abrió un cajón. Era el cajón de la chamba. Donde guardaba todo sus instrumentos necesarios para laborar. Tenía todavía la escuadra 45 que le habían regalado, cromada con cachas de nácar. Nunca la había utilizado y no la pensaba utilizar en un futuro próximo. Sacó una caja de balas calibre 38 y la puso en la mesita de la sala junto a la chela y el papel con cenizas. Del mismo cajón sacó una franela. Deshizo el bulto y observó el viejo y oxidado revolver que le habían organizado en el mercado. El arma ya estaba quemada, le habían dicho. Cerró el cajón y se volvió a dejar caer en el sofá. Le dio un último y largo trago a su chela mientras disfrutaba del cachondo vaivén de las caderas de la televisión. Salió de su trance en cuanto empezó un comercial de píldoras para inhibir el apetito.

Tomó la lata de la cerveza y la abolló. En la abolladura le empezó a hacer agujeros con un alfiler. Sobre la mesa había una bolita de papel aluminio, la tomó y la deshizo. En ella había unas tres piedritas blancas. Tomó una y la comenzó a deshacer encima de la ceniza, después repartió la mezcla en la abolladura. Tomó el encendedor y fumó de la lata. Se relajó.

Después de varios minutos tomó la caja de balas y la vació sobre la mesa. Ese era un ritual suyo, empezó a mover las balas sobre la mesa como si estuviera haciendo la sopa en el dominó. De esa forma elegía la bala, o en su caso las balas adecuadas para el trabajo. Ese día sabía muy bien que más de dos no le habrían de hacer falta, pero tenían que ser las adecuadas. Siguió moviéndolas sobre la mesa, cerró los ojos e intentó sentir cada una de ellas, intentó diferenciarlas, identificarlas. Una la sintió más cálida que las demás, esa la guardó en su puño. Poco después se decidió por otra. Tomó el revolver, lo cargó asegurándose que la bala cálida fuera la primera en ser disparada. Normalmente prefería irse a la segura y llevaba hasta dos pistolas y un puñal cuando tenía que llevar a cabo un encargo, pero en esa ocasión no iba a necesitar de más de dos balas, era una de las chambas más fáciles que habría de hacer jamás. En el sentido práctico.

CONTINUARÁ

10.5.10

Se busca Musa

¿Qué hacer cuando no hay musa que inspire? ¿Buscar a una? ¿Tirar cuaderno y bolígrafo a la basura? Todo con tal de no sentirse mal por hacer de las páginas del cuaderno un instrumento inútil?
Tal vez para no sentirse tan mal, uno debería hacer aviones de papel, así todo el papel por lo menos serviría de algo. Pero ¿se necesita de una musa para inspirarse a hacer un avión? Habría que preguntarles a los ingenieros. Si sí, la cosa está más jodida de lo que pensaba.
Ayer en la tarde salí a la ciudad a preguntarles a las chicas guapas que me encontrara si alguna de ellas quería ser mi musa. Alguna vez ya había hecho lo mismo, pero de noche. Los resultados fueron catastróficos, pues en los bares y locales a los que me metía a buscar, todas las posibles candidatas me tachaban de borracho acosador. ¿Y quién se los puede tomar a mal? De pronto en un bar se acerca un hombre que no conoces, te mira bonito y te pregunta: “¿Quieres ser mi musa?” De por sí tuve suerte de no haber recibido violencia como respuesta.
Por eso es que ayer decidí salir a buscarla a plena luz del día, en lugares más familiares y con resultados todavía más penosos. Una chica estaba en la banca de un parque disfrutando de una lectura. Ya la había visto desde la lejanía, y me parecía una seria candidata. Me le quedé viendo a lo lejos y muy lentamente me fui acercando. Ahora que lo veo en retrospectiva, algo me ha fallado en la forma de comportarme al hablarles, porque sí, lo acepto, como me comporté ayer con esta chica fue como un acosador depravado. Y la verdad es que a la hora de juntar todo mi valor para hablarle resulté ser un acto tragicómico. Me le acerqué y le dije:

– Hola–
– Hola– Contestó ella un poco sorprendida, y creo que yo esperaba que me dijera algo más porque guardé todavía como diez segundos de silencio antes de seguir con la “conversación”.
– Oye, de seguro te lo dicen a cada rato, pero estás bien guapa –
– ¡Gracias!– hasta ese momento todo estaba bien, todavía había algo de coquetería en el aire. Pero después dije:
– ¿Oye no quieres ser mi musa? –
– ¿Perdón? ¿Tu musa? –
– Sí, es que ando buscando una musa –
– Ahh pero no estaría mejor primero conocernos un poco y así puedes decidir si realmente quieres que sea tu musa, ¿no?– lo dijo divertida coqueteando un poco.
– No, no me interesa conocerte. Ando buscando una musa que me ayude a sacar toda la inspiración que traigo dentro. –Y he aquí el parteaguas. Después de una respuesta tan estúpida la bella chica cambió su expresión por completo y ese coqueteo que tenía en la mirada fue cambiado por una aversión muy latente. Después de haberme dado cuenta que había metido la pata, traté de arreglar las cosas.– Osea no es que no te quiera conocer, la verdad me encantaría. Pero realmente quiero que seas mi musa y siendo mi musa nos podemos conocer más.–
– Como que te falta tacto para tratar a las personas.–
– Sí, lo sé, discúlpame no quería ofenderte ni nada por el estilo. Mira, para que veas cuanto lo siento acompáñame atrás de los arbustos del fondo y te voy a hacer toda una poesía.–
– ¿Qué? ¿Una poesía?– y a partir de aquí ya no había vuelta atrás.
– Sí o un cuento o sí quieres... hasta un drama. Es que me inspiras y quiero demostrarte lo que puedo hacer con tu inspiración. ¡Créeme que será toda una obra de arte! – y todavía reí un poco para relajar el ambiente de nueva cuenta.
–¡Aléjate de mí, maldito enfermo! O llamo a la policía.–
–Tranquilízate por favor, estás interpretando todo mal, no estoy enfermo, sólo ando en busca de una musa que me ayude a hacer cosas hermosas.......– en ese momento fue que me roció en el rostro el gas pimienta que traía en su bolso. Ya no pude seguir argumentando con ella, el cuaderno y el bolígrafo cayeron al suelo y cuando pude volver a ver ya estaba sentado en la patrulla. Ahora ya estoy registrado como un acosador sexual y todo por andar buscando una musa. Pero no me doy por vencido, si alguna está interesada favor de comunicarse.