31.7.12

Clasificados


El papel crispa, los débiles 40 gramos por metro cuadrado se arrugan fácilmente. Voltea la página, junta el acordeón y lo dobla a la mitad. No hay nada más relajante que el sonido del periódico al ser leído, al voltear las páginas. Barrió velozmente la sección de política, llena de vocablos rebuscados que han ido perdiendo significado: “Cerrar filas”, “rechazo enérgico”, “desarrollo sustentable”, y muchos más. Pasó a la sección de deportes para revisar los resultados de las ligas de fútbol.
La sección de historietas la guarda para el final, sus colores a veces pálidos, a veces chillones fungen de postre para su vista que ya no aguanta tanto, que se ha acostumbrado a diferenciar únicamente entre blanco y negro. 

Ahora está estudiando a detalle la sección de los anuncios clasificados. Se tata del momento más esperado desde que recibió el diario al pie de su puerta. Hace sonar el papel prensa para aumentar su emoción.
Deja de lado los anuncios más caros, los de primera plana que incluyen foto: automóviles, casas, de vez en cuando un bote o una motocicleta.
De la tercera página para adelante de esa sección está lo interesante. Las personas buscan o venden, pero también dejan entrever un poco de su persona. Lo más emotivo es leer los anuncios de contactos, por eso mismo siempre los deja hasta el final. Está que no puede de emoción, de percibir, ahí en su vieja sala y en su vieja silla, un poco de aquellas vidas que incluyen algo de sí en la edición del periódico de hoy.

"¿Aprecia usted el entretenimiento sano para niños? Payaso Rouso para toda ocasión con trucos clásicos y entretenidos para fiestas de pequeñines. Una leyenda de las fiestas infantiles. Incluye perros amaestrados. Llame hoy, precio económico."

"Por cuestiones de salud se regalan dos perros cocker spaniel de 10 y 12 años. Necesitan un hogar cariñoso y comprensivo. De preferencia no niños. Primero conocer en persona. Llame."

"Se busca niño/a, muchacho/a para ayudar a señora mayor a hacer las compras. No tengo mucho dinero pero te puedo hacer ricas comidas. Zona Progreso." 

La ciudad ha envejecido, piensa, tres de tres anuncios han sido de gente vieja. ¿Quizá por eso lee el periódico?, ¿para no sentirse solo? Su ciudad, su barrio en el ocaso. ¿En qué momento pasó?,  ¿dónde andan los jóvenes?

"Banda para eventos, música variada, danzón, boleros y ricos mambos. También tenemos marimba.
Banda “La luz del norte” Llame."

"Soy hombre interesante de 60, arquitecto pensionado, viudo, te busco a ti, mujer 45-65, que tengas interés en pláticas interesantes a la luz de las velas con vino y linda música para bailar."

"Linda chica europea hace todo lo que quieras, masajes sensuales. Soy nueva. Enséñame lo interesante de la ciudad y yo te volveré loco. Sandy. Llámame." 

Ese es uno de los anuncios que él dice que no pero que siempre busca. Apunta el número para llamarle en la noche a Sandy. No querrá un masaje, ni que lo vuelvan loco, él la volverá loca a ella  con sus historias de antaño de cuando la ciudad progresaba. Deja de lado la sección de clasificados para entretenerse con las aventuras de mafalda, calvin y hobbes, olaf el amargado y los demás.
Por eso no vio el anuncio a cuatro columnas al final de la página:

"Siguiendo las demandas de los usuarios que cada vez se deciden más por los nuevos medios, el periódico “El porvenir” ofrecerá a partir de mañana anuncios clasificados únicamente en internet."

24.7.12

Plática de uno


La verdad es que no sé que escribir, no sé que platicarte chavo. Siempre que te platico algo me dices que no te interesa, si te platico un chiste me dices que ya te lo sabías, que no está tan bueno, que esto o lo otro, que tienes otras cosas en que pensar, que tienes que preocuparte por la escuela, por la chamba, por tu vieja, por tus hijos. 

Así que si te platico algo, si te escribo algo, son por el simple hecho de escribir, ni te vayas a sentir muy especial por recibir estas líneas, por platicar mis conversaciones. No te creas que tiene gran importancia. Sinceramente no tiene ninguna. No tiene ningún valor. Tengo que explicarme mejor, vaya que sí tendrá valor, sí tiene mucho valor para mí y de seguro para otros también aquello que habré de explicar. Lo que no tiene ningún valor es el hecho que sea justamente a ti a quien se lo comunique. Digamos que te tocó la buena o la mala suerte de estar a mí alcance. Tienes la fortuna o desgracia de ser mi interlocutor en potencia. Mira que a mí tampoco me alegra mucho que tengas que ser tú al que me vaya a explicar. ¿Crees que no me lastima el hecho de que taches mis chistes de ser malos? Y yo que le echo todas las ganas al contarlos, de intentar hacerte reír. Y no me sale, que no me salga es bastante triste. El hecho de que no te pueda hacer reír a ti no significa que no pueda hacer reír a otras personas. 

Tú con tantas similitudes que guardas conmigo estás aquí enfrente. Imitándome como lo haces siempre. Burlándote, convirtiendo mis muecas de molestia en muecas de burla, en sonrisas burlonas. 
¿Por qué te lo platico siempre a ti?, ¿por qué es que te veo a ti siempre que tengo que soltar algo que me acongoja?

El espejo está empañado, lo limpia con la toalla mientras dispersa la espuma para rasurar por su rostro. Hace tiempo no escucha el radio, desde que le trajo aquellos recuerdos noventeros de la chica a la que no buscó a tiempo, únicamente cuando ya era demasiado tarde. Pero esa es otra historia.
Hoy está discutiendo, peleándose y atacándose a sí mismo, a aquel del reflejo, se ataca porque la vida no le da las cosas como él las espera.

11.7.12

Las palabras se las lleva el viento VII


Estaba en una caja, deshilachado, decolorado. Con pasos lentos fue acercándose a esa caja que después de tanto tiempo había vuelto a ver la luz del sol. Tanto tiempo había pasado, tanto que la juventud la había abandonado. Se sentó en un banco y tomó el listón. El color marino había dado paso a un gris claro, manchado, pestilente. Apestaba a humedad. Recordó la última vez que utilizó ese listón y el vestido al que correspondía. Su hombre juguetón, su Ernesto estaba ya en la guerra en ese entonces. Sus sueños le recordaban día a día que posiblemente no lo volvería a ver, que era posible que lo destrozaran, torturaran, mataran. Era posible que la guerra lo echara a perder. Y eso fue lo que al final de cuentas pasó. 

Tenía que cargar el lastre día a día de tener que trabajar, no por gusto sino por necesidad. Tenía que lidiar con aquellos que de un día al otro la comenzaron a buscar a sabiendas de que su pareja estaba peleando contra el odiado enemigo y por lo tanto suponían, podía estar necesitando un amante. Lo peor fue cuando esos dos problemas se combinaron, como cuando trabajó en el café de la plaza central. Aquel en el que el gordo seboso, dueño del local le metió la mano debajo del vestido a la hora de hacer el corte de caja. 
Perdió el empleo esa noche, y algo más. De eso nunca habló con nadie. Hasta lo había olvidado, como todo lo que pasó en aquel entonces. Se obligó a olvidar. Pero en realidad se tomó el pelo ella misma. ¿Cómo se podía explicar que las personas con exceso de peso le causaran repulsión? ¿Por qué fue que cuando su hijo llegó a la pubertad lo llegó a humillar con tal que bajara los kilos que tenía de más? 
Pero eso fue solo una pequeña parte de lo que “olvidó” en aquel entonces, en aquel momento que hubo de ver hacia adelante. 
Sí, se decidió a seguir adelante y se juró no volver a ver lo que quedó en el pasado. Aunque sinceramente, el hecho de que guardara el vestido cuyo listón iría a encontrar muchos años después nos da otra versión de lo que realmente sucedió, no pudo soltar esos recuerdos.

Baja con pasos lentos la escalera que lleva al ático, baja hasta la sala de estar. Los cabellos plateados recogidos, los gestos desgastados. El rostro lo tiene desencajado, consecuencia de haber encontrado aquel listón. Sobre la chimenea de la casa hay una foto en un marco dorado, barroco (de esos típicos de abuelita), en ella se ve al entonces cadete Ernesto Courrier. Un rostro juvenil, con gorra de cuartel ladeada, en posición de firmes, cargando un viejo fusil. ¿Cuánto tiempo lleva ese retrato ahí? No viene al caso, en su memoria esa imagen siempre ha estado presente. 

“Abuela, ¿quién es ese soldado?, ¿es mi abuelo?” Suspiró, intentó retener el llanto, y de cierta forma lo consiguió, esa criatura sangre de su sangre, su descendencia en segunda generación no notó como interiormente se resquebrajaba: “Sí, así es mijito, tu abuelo fue soldado.” 
Eso ya tiene meses quizá que sucedió. El listón no lo había encontrado aún. 
Aún estaba en la empolvada covacha del olvido, el recuerdo que ahora la invade. Ahí, sentada en el viejo sillón de la sala de estar, el cabello plateado recogido, el llanto suelto.

El viento jugueteaba con el listón del vestido, lo zarandeaba de un lado a otro ayudado por la velocidad de la bicicleta. Volvía de la panadería, venía cantando una chanson de un amor que supera la distancia y el tiempo. Llegó a casa, tarareando las partes que no sabía de la letra. Dejó el pan en la cocina y desde la ventana vio dos hombres uniformados.

De ahí lo demás es historia, ella esperaba que le dijeran que Ernesto había muerto, pero solo le dijeron que no sabían si estaba muerto y si no lo estaba, que de seguro era un traidor.
Era la segunda vez que se lo arrebataban. Le arrebataban la imagen ideal que tenía de su hombre niño, de su hombre juguetón. Le destrozaron el pedestal en el que se encontraba su gran amor.

Muchos años después, invocando esos recuerdos llora, llora por los secretos de la guerra, por lo que ella ignoró, por lo que se acobardó a preguntar.
Llora por la falta de certeza. 

CONTINUARÁ