Toda la noche había llovido. Hacía un ventarrón que aventaba las
ramas del roble contra la ventana de la habitación. No podía
dormir. Las gotas se estrellaban de pronto de forma violenta contra
el cristal, para después volver a apaciguarse. En aquel entonces era
estudiante, vivía para salir de fiesta los fines de semana. Y en
ocasiones solía hacerlo igual entre semana, con tal de no perder la
práctica. Los primeros semestres de la universidad los había pasado
de noche, y esto en todo el sentido de la palabra. Pienso que aparte
de la tormenta, eran también la deshidratación y la cruda de la
fiesta del día anterior las que menos me ayudaban a conciliar el
sueño. Un relámpago alumbraba la habitación. Uno, dos, tres,
cua..... el trueno cimbraba el vidrio de la ventana. No tenía en
aquel entonces cortinas, y nunca las tuve en esa casa. Miento, no era
una casa, era simplemente una habitación que, de una u otra forma,
me servía de hogar. Como fuera, no tenía cortinas y en ese hogar
nunca las tuve. Prefería invertir el dinero que tenía en otras
cosas: Comida, bebida, salidas, en ocasiones muy pero muy raras en
ropa. ¿Cortinas? No, ¿para qué? En un futuro tal vez, pero aún
no.
Otro relámpago. Uno, dos......... el trueno. Otro ventarrón y
pareciera que fuerte granizo estrellándose directamente en la
ventana. Las ramas siendo obligadas a bailar de arriba a abajo
golpeando de vez en cuando la ya tan mencionada ventana. Un
sobresalto mío, un instante de susto que se alarga pues el ruido
agudo continúa. No lo pude identificar en seguida y por lo tanto se
alargó más y un poco más. Me pareció una eternidad. Al darme
cuenta de lo que se trataba me sentí ridículo. Aquí me estoy
austando por el pinche teléfono, casi casi bailando del susto y la
sorpresa. Tardé en encontrar el teléfono que estaba perdido en la
habitación. Era tarde, no era común que me llamaran a esa hora. No
reconocí el número, simplemente contesté.
Del otro lado de la línea únicamente se escuchaba un llanto, que al
escuchar mi voz se volvió sollozo. “¿Sí? ¿quién habla? ¿Te
puedo ayudar?” – “Dos meses… dos (sollozos) meses” –
“¿Cómo? ¿dos qué?” – “Ten...... ten...... tengo dos
............dos….. tengo dos meses……(sollozos)” – “¿Quién
habla?” – “Soy.......soy [insertar nombre femenino aquí].”
Se me congeló la sangre. Ya no la recordaba. Hacía tiempo, sí,
aproximadamente dos meses la había conocido en una fiesta, nos
agarramos confianza y nos conocimos de pe a pa. Todo en una noche,
bueno y parte de la mañana. Después habíamos perdido el contacto.
Creo que se puede decir que los dos quisimos perderlo. Hasta esa
noche, con tormenta y relámpagos. Recuerdo muy bien que no pude
decir nada, perdí el habla. Me quedé congelado con el teléfono al
oído, de la bocina salía el llanto de tu madre. De afuera se
estrellaban las gotas contra la ventana, las ramas del roble danzaban
dando chicotazos al cristal. Relámpagos y sus respectivos truenos
que ahora me dejaban completamente indiferente. De ahí tengo una
laguna mental, no sé qué le dije a tu mamá, solo recuerdo haber
pensado que tenía que darle ánimos y ella me dice que lo hice, pero
no recuerdo cómo. Después todo sucedió bastante rápido y ahora
aquí estamos, celebrando tu llegada. Ay hijo, eres el mejor susto
que me pudieron haber dado.