“Lo que quieras. Dímelo. Simplemente dime qué es lo que quieres. Te lo doy todo. Todo lo que quieras. Lo que tú me pidas.”
Las manos nerviosas moviéndose de un lado al otro de la mesa. No es la primera vez que hace una promesa tan vacía, tan difícil de cumplir. ¿Que qué quiero? ¿Lo voy a obtener así de fácil, así de sencillo? ¿Nada más lo digo y ya lo tengo? Quiero riquezas, felicidad, quiero salud y una larga vida.
“Acércate a mí y lo tendrás todo.”
Tenerlo todo no me interesa, no quiero tenerlo todo, pero sí quiero tener mucho.
“Ya te lo digo, lo que tú me pidas, es tuyo.”
Lo que pida, lo que quiera, ¿cuál es el precio? De seguro habrá que renunciar a algo, a la libertad por ejemplo.
“La libertad ya no la tienes, nunca la has tenido. ¿Pero que te parece un nuevo auto?”
¿Cómo que no tengo la libertad, cómo que nunca la he tenido? ¿A qué más he de renunciar, al amor?
“El amor no existe, es un instinto bajo que cada animal tiene por reproducirse. A menos que estemos hablando, naturalmente, del amor por un auto. Para amar a un auto, uno necesita como con las mujeres, un objeto del deseo, por ejemplo...”
¿Y qué hay de la salud? ¿Esa tampoco existe o es que nunca la he tenido?
“No, sí, esa sí existe, pero es más pasajera que el deseo por un objeto. Todos habremos de morir. Todos ya vamos decayendo. Hasta los autos decaen, a menos que hablemos de algún clásico, como un Mustang 1968. ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por uno? ¿Cuánto tiempo estarías dispuesto a pasar hambre, a ser infeliz con tal de tenerlo? Tú que hablas de amor, a las mujeres les encantará verte en él. Pero eso sí, es mucho más caro que un iPhone. Tendrás que sufrir mucho más de lo que tendrías que sufrir por un iPhone.”
¿Un iPhone?, ¿me puedes conseguir un iPhone?, ¿con saldo para la app-store?, ¿cuánto tiempo tengo que pasar hambre?, ¿seré infeliz?
¿Sabes qué? No importa, dame mi iPhone, el sacrificio valdrá la pena.
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