¿Dónde comienza el vaho y dónde termina el humo? Los guantes de cuero agarran el marchito cigarro del que quema una brasa en la oscuridad. La respiración pesada exhalando por las fosas nasales el aire que en el frío se hace visible. El cuello del abrigo levantado. El calor que se disipa en la oscuridad, al igual que la paciencia. Nada nuevo por estos lares, nada. ¿Qué más hay que comentar mas que el vicio del sujeto escondido en la oscuridad? Él, exhalando seguridad escondido en la oscuridad, probando los límites de su tolerancia. ¿Reloj? Para qué, no lo trae, no les cree. Qué importa saber la hora, igual -él sabe- es demasiado tarde. Podría contar el tiempo con otras unidades, lo ha hecho con cervezas: “Estoy a dos cervezas de irme a dormir”, “Nos vamos en tres cervezas”. Pero por suerte las unidades pueden ser cambiadas, algunas veces más fácilmente que otras. Ahora mide el tiempo con cigarros. Es el primer cigarro, pero igual ya es tarde. Ha sido tarde desde que se acomodó en el rincón más alejado del farol, a esperar, y será tarde cuando esa espera termine. Después de la calma viene la tormenta, dicen algunos que se quieren hacer los interesantes.
La verdad es que después de la calma vendrá la precipitación, la urgencia, las prisas, el pánico y el correr sin rumbo. Irás a esconderte, irás de un lado a otro pidiéndole a tus amigos de antes, probables traidores de hoy, que te escondan y se olviden de tu paradero, que se callen, que no hablen, que no le abran las puertas a nadie, sólo a ti, y de par en par. Eso piensa. Disfruta, alarga el tiempo lo más que se pueda, por lo tanto fuma un cigarro tras otro, de forma acelerada, exaltada, como si en cada chupada estuviera la respuesta, como si con cada inhalada alargara la espera por algunos valiosos segundos.
Las colillas las guarda en una bolsa de plástico. Talla la brasa con la suela del zapato, la apaga y las guarda, tiene ganas de escupir pero se pasa el gargajo, sintiendo como si tragara una babosa que le va a comer el estómago. Siente el vacío en aumento. Las colillas se siguen y seguirán juntando.
Su paciencia ya no da para más. Sin ningún disimulo se agarra el paquete, agarra la pistola que trae en el pantalón. Pareciera que quisiera alardear, pero sí, debajo del abrigo, debajo de esas prendas que lo han de proteger del frío se esconde un arma capaz de extinguir una existencia. De apagar la luz de la vida, como dirían esos que quieren alardear con expresiones adornadas.
Ya se había preparado para la lluvia, para correr a resguardarse, a esconderse. Estaba completamente listo para huir. Ya no quiero esperar, la espera cansa más que correr. Quiero escapar.
Pero la espera aún no termina.
Han pasado veintiún cigarros, no va a venir. Tanto que estudió la rutina de la existencia a extinguir, para que hoy decidiera improvisar: ir a dormir con una amiguita, tomar algo con los del trabajo, ir al cine, a cenar quizás. O tal vez todo junto.
Mañana regresará. Tiene que hacerlo. Maldita espera. Y mientras prende otro cigarro:
Espero con ansias el fin de la agonizante espera, para, de una buena vez, soltarme a correr para seguir vivo.
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