“Todavía tengo mucho por hacer, mucho que conseguir. Tengo que ir de compras, comprarle su regalo a mi mamá. Quería ver como le hago para seguir viendo los canales de paga, que ya se acabó la suscripción.” Pensamientos tras pensamientos. “El Luisito realmente es malo para el fut, habría que jugar más con él, decirle a sus hermanos que practiquen más con él. Es malo pero le encanta el juego. Con el fútbol se olvida de los problemas.”
La cabeza le sigue trabajando y desde hace rato que debería de haber parado, pero no puede. “Ah caray, que mi Dianita. Como la quiero a mi gordita. Me acuerdo esa vez que la vi por vez primera, con su vestido blanco con flores rojas. Andaba en el mercado con Doña Consuelo. ¡Qué guapa se veía! Llena de vida, su piel morena, sus ojos oscuros, lanzándome miradas cada que Doña Consuelo no la veía. Sí, yo ayudaba en ese entonces a mi tío Joaquín. Él me enseñó a matar pollos, luego borregos, luego cerdos y así fui aprendiendo...
Con él trabajaba en su carnicería, a donde iba a comprar la señora Consuelo, con su hija Diana, que en algún momento se habría de convertir en mi mujer, en mi señora.”
Los pensamientos se visualizan en la oscuridad. Una oscuridad que de forma sospechosa se alarga más de la cuenta. ¿Acaso está inmerso en una noche larga, intensa, nebulosa? ¿Una mañana tormentosa, nublada? Su cuerpo pesado, agotado, se resiste a incorporarse donde quiera que esté. Está tranquilo, reposando, recordando.
“Un día llegó llorando mi Dianita, no le llegaba y fue al doctor. Regresó sabiéndolo: estaba esperando. '¿Cómo le vamos a hacer gordo? ¿De qué vamos a comer?' Si doña Consuelo, igual, de haragán no me bajaba, no le iba a llegar a pedir dinero, ni tampoco iba a dejar que mi gordita lo hiciera. Seguí trabajando con el tío Joaquín y buscaba otras oportunidades para sacar adelante a los míos. Eran los tiempos en los que si alguien buscaba a alguien para que hiciera cualquier tipo de trabajos, me llamaban a mí.”
La oscuridad se calienta, pero el cuerpo no reacciona. La oscuridad sabe a polvo. Hay zumbidos perdidos que aparecen en la penumbra. ¿Qué, se quedó dormido en el botanero? Es el refrigerador de las cervezas zumbando por el creciente calor? ¿Por qué sigue en la oscuridad? La oscuridad que él conoce es fresca y con brisa, no caliente como un horno.
Ese ha sido el único gran problema que han tenido a lo largo de los años: su gran afición por el botanero. Botanero “La sensacional morocha”, del que cada tres de cinco visitas salía a gatas. Fue el único conflicto que tuvo con Diana, aunque ese conflicto por poco provocó su separación.
Eso pasó en los peores tiempos que llegaron a tener. La razón era sencilla, el dinero no alcanzaba para el gasto, y si ya de por sí no alcanzaba, entonces porque no malgastarse el poco dinero en trago.
Cuando empezó con su nueva chamba lo pusieron en su lugar. “Si le vas a entrar a esto, no nada más tienes que chingarte trabajando harto, tampoco puedes andarte por ahí paseando haciendo puras pendejadas,” le dijeron. En un principio “Dianita se alegró de que le bajara de boloñas, y de que empezara a haber más dinerito en la casa, de pronto nos empezó a ir bastante bien.”
Si pudiera sonreiría, no lo sabe pero no puede, aún así lo intenta.
“De ahí tan bien me llegó a ir que pude ir con la familia de vacaciones al gabacho.”
Los pensamientos se comienzan a trabar, ya no fluyen con tanta frescura por su aun despierta mente.
Zumbidos, por un lado, cerca, por el otro más lejos. El calor asfixiante en una oscuridad que no se disuelve, que no abre paso a un poco de luz.
Escucha un zumbido insistente que pasea por encima de él. Atraviesa frente a él, se acerca y para justo frente a su rostro. Hay otro zumbido que de pronto comienza a un lado de su oído derecho. Para de nuevo, camina un poco, se limpia las patas, las alas, deposita sus huevecillos en la oreja, por los dobleces sale caminando para alzar de nuevo el vuelo y unirse a un centenar de moscas que se ha empezado a juntar desde el amanecer.
“Y pensar que todo empezó por la carnicería del tío Joaquín. Al final yo era nada más que un chalán, ni la hacía de halcón. Me dijeron ' Mira, la cosa es bastante sencilla, necesitamos a un vato que nos transporte algo de merca y dinero entre nosotros y los menudistas.' No era nada mal trabajo, no era nada fuera de lo normal. Hasta que se enteraron de la carnicería.”
Sangre seca, carne cruda, reventada, destazada, quemada, atada. Ejecutada.
“'Oye, el jerry me dijo que eres carnicero, ¿en serio? Te tenemos una nueva chamba, necesitamos que nos ayudes a deshacernos de animales muertos.' En un principio todavía creí que eran animales.”
Le costó pero, mal de muchos consuelo de pendejos, se acostumbró y hasta le dejó de ver lo enfermizo, al fin, miles de personas hacen lo que él hace. Solo intento sobrevivir, se ha dicho, hasta hoy.
“Solo intento sobrevivir, no me van a vencer...”
A orillas de una carretera libre, que bordea la sierra se ha juntado un grupo de individuos, policías, soldados, fotógrafos. Las cámaras son activadas una y otra vez. Su ruido se une al de cientos de moscas que sobrevuelan el bulto.
Aventado sobre la árida tierra se encuentra un bulto, envuelto en una cobija, de él asoman unos pies descalzos. La sangre alcanzó a permear la cobija antes de secarse. Ésta nos ahorra la visión del estado de aquel cuerpo, puede que venga entero o en piezas cual pollo de carnicería.
Cual pollo al que si le cortan la cabeza igual sigue corriendo, este muerto hecho bulto igual sigue pensando.
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