El ángulo del sol es demasiado bajo. Pareciera que a lo lejos se vislumbra una nueva fortuna. Algo que a lo lejos aparece en un marco divino. Los rayos del sol, el cual lentamente se acerca al horizonte, cortan las nubes para dejar un estampado de claroscuros que descienden a la tierra. Es un momento mágico que bien puede ser peligroso. De tanto disfrutarlo se puede perder la visión. Puede que de tanto admirar la luz solar uno pierda la luz de sus ojos. Eso es lo que uno pensaría, a no ser porque ese cuadro idílico no es más que una impresión barata de alguna pintura un tanto famosa que, muy probablemente, fue comprada al dos por uno en algún supermercado.
En la pared de enfrente hay otro cuadro, que se supone es naturaleza muerta. No lo sabe con certeza pero, de donde está sentado, tiene que torcer el cuello para observarlo, ya que el cuadro cuelga prácticamente por encima de su cabeza. Y desde el ángulo tan incómodo que tiene, solo observa algo que le parece naturaleza muerta. La verdad le da igual. Ese cuadro, el que cuelga por encima de su cabeza, lo tiene sin cuidado. El que llamó su atención es aquel que tiene enfrente, donde puede mirar el sol sin temer por su visión. Aquel que parece mostrar las puertas a una nueva oportunidad. A una nueva era o lo que sea que se quiera. Una nueva etapa, en papel amarillento.
Eso es lo que todos esperan al estar en esa sala: Una nueva etapa, un nuevo comienzo y una nueva fortuna.
Él es el que más tiempo lleva esperando en esa sala. Ha habido una gran afluencia a lo largo de las horas. Algunos son atendidos rápidamente, pero el ser atenidos de forma veloz no quiere decir que vayan a obtener resultados positivos. Varios han salido con el rostro desencajado, ojos llorosos y uno se marchó con las piernas temblorosas, apoyándose en la pared, recorriendo con la mano la textura del muro, agarrándose de las columnas. La palma extendida rastreando con el tacto toda la superficie a su alcance, todo para simplemente sentir algo. Algo aparte de lo que sea que estuviera sintiendo, que fue sumamente intenso, al grado de robarle la fuerza de las piernas. Se desplomó frente a la recepción. Las recepcionistas reaccionaron de forma rápida, lo intentaron reincorporar, pidieron la ayuda del portero del edificio. Éste sacó como pudo al hombre y, después nos habremos de enterar, lo dejó tirado en una esquina a la vuelta del edificio.
Afuera empezará a llover, eso se puede ver desde la ventana de esa sala de espera. Ahora quedan tres personas en esa habitación. Él es el siguiente, por lo menos eso espera.
Afuera son las nubes las que predominan, no hay ningún resquicio por el que se filtren los rayos del sol. A lo lejos se puede observar una turbiedad grisácea por debajo de las nubes, señas inequívocas de que allá, a la distancia, cerca del horizonte, ya llueve.
– Señor,– le dijeron después de una hora más de espera. – Ahora lo atenderán. Sígame por favor.
Era una señorita con un traje sastre entallado, entallado al punto de que uno creería que de sentarse se le rompería la falda. Tuvo que acelerar el paso para mantener la velocidad de la recepcionista. Ésta iba caminando a prisa sin ninguna intención de esperarlo. Abrió una puerta y con desdén lo hizo pasar.
– Pase y espere aquí. – Cerró la puerta de forma brusca, la silueta desapareció detrás del vitral mate, el marcado sonido de tacones se fue alejando.
La oficina consistía en una mesa y dos sillas de metal, un garrafón de agua y un archivero que parecía más caja fuerte que nada.
Al cabo de unos diez minutos entraron dos hombres a la oficina. No mostraron la más mínima intención en ser amigables o atentos. Con un visible hartazgo se sentaron en las sillas dejando de pie al susodicho.
– Señor Murguía, –dijo uno de ellos, aquel que habría de llevar la batuta en cuanto al diálogo.
– señor Murguía, Murguía, Mu, Mur, Mur, Murguía.– balbuceó por lo que parecía aburrimiento, mientras el otro hombre le entregaba una carpeta con la foto de Ángel Murguía.
Sí, Ángel Murguía es aquel que había estado esperando a que lo atendieran mientras admiraba el cuadro idílico del atardecer.
Los dos hombres sentados comenzaron a hojear la carpeta para después susurrarse, mientras el señor Murguía esperaba de pie frente a la mesa.
– Muy bien, pues ya estamos – dijo el jefe de los dos después de susurrar durante varios minutos. –Oye pero mira acá, dice que hay un anexo que se refiere al tema de la bronca esta de, ya sabes…– dijo el otro.
– Ah mira, sí, a ver… – continuaron observando el expediente durante varios minutos más. – Entonces, ¿qué? ¿cómo la ves? – preguntó el jefe. El otro levantó los hombros de forma indiferente: – Como veas, tu dices.–
– Señor Murguía, bueno, pues hemos examinado su acta. Un acta bastante interesante, déjeme decirle. Un intento de suicidio del que fue rescatado por su perro. Algo muy raro, ¿no? – Dijo hablándole a su colega, quien únicamente afirmó con la cabeza – El reporte policial apunta que su perro comenzó a ladrar al notar que usted se había encerrado en el garage y había dejado el motor del auto encendido, alarmando así a los vecinos. – Ángel Murguía bajó la vista al escuchar lo que leían de su reporte, una gran vergüenza y gran miedo lo invadieron de golpe.
– Felicidades por tener tan buen perro. Créame que pocas veces nos han tocado casos como el suyo. Pero eso que se haya intentado suicidar no nos agrada, esta oficina no tolera nada de eso. Si volvemos a escuchar de algún intento de suicidio, más le vale que consiga matarse porque sino se las verá con nosotros. Y usted no tiene idea a qué punto podemos llegar.
Por otro lado, después de este penosísimo incidente – dijo con tranquilidad burocrática y se pasó la mano por las comisuras de los labios – usted se logró recuperar, y desde ese entonces ha intentado salir del bache en el que cayó después de perder el empleo y ser abandonado por su mujer. Usted es un luchador señor Murguía. Por esto mismo lo podemos tranquilizar. Esta oficina no tomará medidas en su contra, puede seguir usando nuestro producto. Usted no tiene nada que temer. Hemos decidido que usted saldrá adelante. Aunque le tenemos que advertir que no puede, no debe de abusar de nuestro producto. Un uso excesivo lo puede alejar de la realidad y quitarle objetividad al momento de tomar decisiones, lo que puede llegar a ser fatal. Gracias por haber venido, señor Ángel Murguía, buenas tardes.
Salió de la oficina con el caminar mucho más ligero, el aire tenía un mucho mejor aroma, la lluvia ya había llegado a la ciudad, las gotas golpeaban los cristales de las ventanas, el sonido lo relajó.
Salió a la calle, dobló la primera calle a la derecha, unos metros adelante había un pordiosero recargado sobre el muro, mojándose, un letrero de cartón rezaba “Si quieres me das algo, sino ¡a la mierda!”. Las letras se habían comenzado a escurrir con el agua. De pronto lo reconoció, el pordiosero era el hombre que habían sacado hacía unas horas de aquella oficina. Era aquel que se había desplomado después de la consulta.
“Qué pena, a ti de verdad te han quitado toda la esperanza.” dijo y continuó su camino.