24.2.13

La cita


Sentado frente al espejo. La corbata suelta, los hombros caídos. Es una pena que haya terminado así. Es una pena que la noche resultara así de mal. El saco está sobre el respaldo de la silla. Piensa en sacar el teléfono, pero desiste. Podría mandarle un mensaje tal vez, pero por lo pronto el celular se queda guardado en la bolsa del saco. ¿Para qué? Si no hay ningún interés. Las cosas tienen que tomar su rumbo, no es necesario encaminarlas. Si se dan, que se den, entonces sí habrá que seguir ese curso. Pero las cosas no se están dando. Para qué andar forzando las cosas, si ya se ve que no hay nada que pueda surgir de ese encuentro.
Intentar contactarla es ilógico, superfluo, sale sobrando.

Sentado en la barra, frente a otro espejo. Su figura distorsionada por botellas de licor lo muestran nervioso. Sorbe un poco del vaso. La chica que llegará será la correcta, lo sabe. Lleva tiempo solo, demasiado solo. Pero las cosas han de cambiar, sin venderse barato.
Se mira, se examina en el reflejo. La mirada se desvía para observar quiénes entran al bar. Puede que entre esas personas esté ella. Se la presentó un compañero del trabajo. Intercambiaron números y quedaron en contactarse. No se habían contactado, hasta que se volvieron a encontrar en el cumpleaños del mismo compañero de trabajo. Solamente así se pusieron de acuerdo en encontrarse para tomar algo. Él es una de esas personas que con el nerviosismo olvida rostros y nombres. Así pues, piensa que de entrar ella, puede que no la reconozca y por lo tanto no reaccione o reaccione mal y por lo tanto esa oportunidad que se le está abriendo se vea frustrada y deje ir un buen partido. Bebe del vaso. En su cabeza se extienden los planos de posibles conversaciones que podría llevar a cabo. Como en un circuito que con cada interruptor cambia su función, cada posible respuesta presenta nuevas situaciones en la conversación a las que hay que estar preparados. Todas esas opciones las intenta estudiar lo mejor que puede: No le gustan las flores, dejó de fumar pero últimamente se le antoja de nuevo, va a recaer. Tiene una relación tormentosa detrás de sí, una expareja que como ave de mal agüero me haría sombra. Habría que luchar contra el fantasma del pasado. Y puede que recaiga con aquel fantasma, al igual que va a recaer con el cigarro. Aquí no hay nada que hacer, para qué me voy a meter en más problemas. Terminó de beber. Pagó, se ha levantado y va caminando rumbo a la puerta. Una figura femenina se deja entrever dentro de un vestido que recién ahora se puede admirar. La chica cuelga su abrigo en la percha que está en la pared, por lo tanto le da la espalda a aquel que murmurante abandona el bar. Se acomoda el vestido y el pelo por última vez antes de darse vuelta para, con interés y una gran sonrisa, buscar al galán con quien se citó. 

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