15.4.13

Número equivocado


Una vez más sonó el teléfono, lo descolgué y volví a colgar. Estoy harto de todo el día estar descolgando el teléfono para decir amigablemente “¿Sí?, ¿Diga?” y no escuchar nada del otro lado de la línea. Por eso ahora únicamente lo descuelgo para volver a colgar. Por suerte no hace mucho ruido al sonar. Ha estado sonando toda la tarde.
 Yo aquí frente a la computadora intentando trabajar a pesar de ser fin de semana. Pero la persona en cualquier lugar que se encuentre tiene mucha paciencia y mucho tiempo libre. ¿Qué es lo que quiere y quién podrá ser? Me pregunto mientras lentamente doy por vencidas mis ganas de trabajar y mi buen humor. ¿Para qué tantas ganas de joder? Comienzo a hacer memoria, ¿hay alguien que conozco que viva en un lugar apartado? ¿o que se haya ido de viaje? El número que aparece en la pantalla no lo conozco, solo sé que no es de por aquí cerca, es más, pienso que es de otro país. Pues qué güey, si quiere pagar llamadas de larga distancia para hacer sus bromas, que lo haga. Y es por eso mismo que me he decidido a contestar el teléfono, ahora que está sonando de nuevo. Hagamos que le cueste un poco de su dinero así como a mi ya me costó la paciencia.
– Sí – contesto.
– Buenas tardes – dice una voz en inglés – estamos listos.
– Ya era hora, cabrones – digo decidido, por mi enojo, a ver hasta dónde llega esta conversación. Y repito. – Ya era hora.
– Sí señor, sabemos que hubo inconvenientes pero los pasteles están listos para ser entregados. Disculpe las molestias que le ocasionamos. – ¿Pasteles?, pienso, ¿de qué se trata esto?
– Muy bien – continúo – ¿son todos en los que quedamos?
– Sí, los cuatro que habíamos dicho. Los muchachos los llevaron ya a las plazas donde van a ser las fiestas. 
– Muy bien, muy bien – digo lentamente sintiendo algo de nerviosismo por tantas palabras en clave.
– Le hablaremos al otro número cuando estemos del otro lado. Que Dios nos dé fuerza.
– Que Dios nos dé fuerza – repito, sintiendo cómo el corazón se me quiere escapar del pecho. Lentamente me doy cuenta en lo que me metí por mi enojo y por seguirle la corriente a aquel desconocido terco que me habló desde el extranjero.
La linea está muerta, la conexión fue interrumpida. Me quedo con la mente en blanco, mirando a la nada, con el teléfono en la mano.

Vuelve a vibrar, miro el número, es otra clave. Es una llamada pero de otro país, con sudor frío contesto
– Si
– Líder, estamos listos, cuide a mi familia. ¡Que Dios nos dé fuerza! – se corta la comunicación. Inmediatamente vuelve a sonar mi teléfono, alguien vuelve a marcar a mi  número que tengo desde hace años y me vuelve a decir lo mismo e inmediatamente cuelga. Así sucede en un total de cuatro ocasiones en menos de dos minutos.
¿Qué hice? ¿Qué está pasando? Si este número es mío, nadie lo tiene, mas que mis amigos que me buscan de vez en cuando para salir a beber. Raramente me llaman del trabajo. No lo entiendo, pareciera que de la nada me involucré en algo grande, algo muy grande. Y lo peor es que ni cuenta me di.

Prendo la televisión y no tardo en darme cuenta: Muertos, tantos muertos y un total de cuatro explosiones.

25.3.13

Las vías del viejo




La vía parece interminable, marchas sin conocer su final. El comienzo también lo desconoces. Únicamente llegaste a ella de la nada, simplemente te cruzaste con ese camino que no lo es. Los caminos sirven para facilitar el avance, cosa que definitivamente no consigues entre las piedras, los durmientes y los rieles. Aún así es más sencillo caminar entre las dos barras de metal interminables que pisar la nieve que puede que vaya demasiado hondo. El frío se convierte en tortura, el viento en navajas que arañan tu rostro.   

El viejo sigue el camino trazado. Los rieles que en algún momento lo transportaron lejos de los suyos. Ahora intenta regresar, regresar escapando del frío. En aquel entonces se marchó en una bestia a vapor, que bramaba amenazante a cada objeto que le pudiera obstaculizar su trayecto. 
Ahora regresa a pie, ahora las bestias le braman a él, obligándolo a dejar ese camino y refugiarse en la nieve, donde no se sabe lo que uno está pisando.

El paisaje es hostil, incoloro, frío, mas no estéril. Debajo de esa nieve en algún lugar se esconde vida, como los pensamientos que se esconden también debajo de su cabeza blanca, cana.

Pareciera que haces un viaje introspectivo: Un viejo que atraviesa un paisaje marchito, canoso. Un camino que nos dificulta aún más el caminar para que sepas cómo se siente el andar de viejo. 

Preguntas por qué me refiero a ti como un anciano. La respuesta es sencilla: Porque si aún no lo eres, en algún momento lo serás. Caminarás con dificultad, tendrás la visión turbia, pero el camino bien definido. 


8.3.13

Laguna negra


Se escuchan los chapoteos a lo lejos. Recién se dieron cuenta de ellos. A lo lejos, en la oscuridad se escucha algo golpeando el agua. Se habían decidido por salir a caminar rumbo a la laguna. Llevaron cervezas y algo de comer. Más que comer, han bebido. La fogata improvisada comienza a perder intensidad. El rincón que descubrieron es bastante cómodo, a orillas de la laguna, hubo que rodearla un poco para llegar a donde se encuentran, alejados de la vereda.
La superficie clara y cristalina se fue convirtiendo poco a poco en oscuridad. El ocaso ya ha terminado. Los agarró la noche. Están borrachos. La brisa que había soplado durante la tarde se detuvo tan pronto se escondió el sol.

Con la oscuridad resurgieron las rencillas antiguas en el grupo, los problemas añejos que no desaparecen por completo, aún después de diez años.
La guitarra fue la primera en callar. Cantaban desentonados Wonderwall.
– ¡Sepárenlos! Raúl, ¿qué haces? ¡Sepárenlos! – se escuchó gritar una voz femenina, mientras dos de los varones del grupo se revolcaban en el piso repartiendo y recibiendo puñetazos. Alrededor de los dos se formó rápidamente un grupo de ebrios que, con su torpeza, intentaban separar a los que peleaban. En el intento cayeron varios en varias ocasiones al suelo. La guitarra fue la que detuvo la pelea.
Fue estrellada en la espalda de su dueño, Raúl. Aterrizó con la frente. Se quedó tirado sobre la arena, los trozos de madera repartidos a su alrededor. Al igual que hace diez años, se armaron dos grupos distintos. Uno alrededor de Raúl, el otro al lado de aquel que no había podido zafarse, aquel que fue rescatado por la guitarra.

¿Son remos? ¿Es quizá alguien en un bote que viene hacia acá? Algo golpea el agua, eso está claro, sin embargo es un golpe suave, no con suma fuerza. Si fuera alguien remando se escucharía claramente. El agua golpea algo.
Las brasas truenan, como implorando que les den más madera de alimento. Están sentados alrededor de la fogata. Beben, pero el ambiente festivo quedó en el camino.

– Oye, ¿qué mierdas estaban pensando?, ¿y ahora?, ¿qué hacemos? – la adrenalina disminuyó lentamente. Los pasos involuntarios por la falta de equilibrio causada por la borrachera hacían ver al grupo como si estuvieran llevando a cabo una coreografía minimalista. De ser atentos, de la voluntad de ayudar a uno de los suyos en problemas, comenzaron a observar de forma ociosa a aquellos que seguían en el suelo. El rescatado por la guitarra estaba ya sentado en la arena, bebiendo de nuevo. Raúl parecía roncar.
– Raúl, ¿estás bien corazón? – dijo su novia, pero al no obtener respuesta se desesperó rápidamente – ¡Raúl! ¡Raúl! ¡Despierta! – le siguió el llanto, uno que otro borracho la intentó tranquilizar.
– Está bien, de seguro nada más está dormido, ya ves que estaba bien borracho. – pero el llanto continúa.
– ¡Raúl! Raúl... Raúl… –

Siguen bebiendo. El fuego se apaga lentamente. La novia de Raúl ya no está. Se la llevaron. Todo está en silencio, únicamente se escucha el alcohol bajando de la botella a cada trago que dan. Y el chapoteo del agua. El agua golpeando algo en la oscuridad.
– Supongo que es Raúl – dice un borracho – ha de estar nadando. – Todos lo quieren creer. La lógica de un borracho es flexible. Tergiversable.

Lejos del grupo, en aquella laguna negra flota Raúl bocarriba. Parece que se está relajando, nadando sutilmente de dorso. El agua le golpea el rostro, Raúl anda a la deriva. Parece que se está relajando, esa idea le agrada a todos. Por un momento quieren creer que ahora todo está bien, Raúl está nadando. Esto después de que ellos, en pánico por la herida en la frente que en algún momento dejó de sangrar copiosamente, echaron el inerte cuerpo al agua.
Raúl nada y ellos beben.

24.2.13

La cita


Sentado frente al espejo. La corbata suelta, los hombros caídos. Es una pena que haya terminado así. Es una pena que la noche resultara así de mal. El saco está sobre el respaldo de la silla. Piensa en sacar el teléfono, pero desiste. Podría mandarle un mensaje tal vez, pero por lo pronto el celular se queda guardado en la bolsa del saco. ¿Para qué? Si no hay ningún interés. Las cosas tienen que tomar su rumbo, no es necesario encaminarlas. Si se dan, que se den, entonces sí habrá que seguir ese curso. Pero las cosas no se están dando. Para qué andar forzando las cosas, si ya se ve que no hay nada que pueda surgir de ese encuentro.
Intentar contactarla es ilógico, superfluo, sale sobrando.

Sentado en la barra, frente a otro espejo. Su figura distorsionada por botellas de licor lo muestran nervioso. Sorbe un poco del vaso. La chica que llegará será la correcta, lo sabe. Lleva tiempo solo, demasiado solo. Pero las cosas han de cambiar, sin venderse barato.
Se mira, se examina en el reflejo. La mirada se desvía para observar quiénes entran al bar. Puede que entre esas personas esté ella. Se la presentó un compañero del trabajo. Intercambiaron números y quedaron en contactarse. No se habían contactado, hasta que se volvieron a encontrar en el cumpleaños del mismo compañero de trabajo. Solamente así se pusieron de acuerdo en encontrarse para tomar algo. Él es una de esas personas que con el nerviosismo olvida rostros y nombres. Así pues, piensa que de entrar ella, puede que no la reconozca y por lo tanto no reaccione o reaccione mal y por lo tanto esa oportunidad que se le está abriendo se vea frustrada y deje ir un buen partido. Bebe del vaso. En su cabeza se extienden los planos de posibles conversaciones que podría llevar a cabo. Como en un circuito que con cada interruptor cambia su función, cada posible respuesta presenta nuevas situaciones en la conversación a las que hay que estar preparados. Todas esas opciones las intenta estudiar lo mejor que puede: No le gustan las flores, dejó de fumar pero últimamente se le antoja de nuevo, va a recaer. Tiene una relación tormentosa detrás de sí, una expareja que como ave de mal agüero me haría sombra. Habría que luchar contra el fantasma del pasado. Y puede que recaiga con aquel fantasma, al igual que va a recaer con el cigarro. Aquí no hay nada que hacer, para qué me voy a meter en más problemas. Terminó de beber. Pagó, se ha levantado y va caminando rumbo a la puerta. Una figura femenina se deja entrever dentro de un vestido que recién ahora se puede admirar. La chica cuelga su abrigo en la percha que está en la pared, por lo tanto le da la espalda a aquel que murmurante abandona el bar. Se acomoda el vestido y el pelo por última vez antes de darse vuelta para, con interés y una gran sonrisa, buscar al galán con quien se citó. 

6.2.13

La consulta


El ángulo del sol es demasiado bajo. Pareciera que a lo lejos se vislumbra una nueva fortuna. Algo que a lo lejos aparece en un marco divino. Los rayos del sol, el cual lentamente se acerca al horizonte, cortan las nubes para dejar un estampado de claroscuros que descienden a la tierra. Es un momento mágico que bien puede ser peligroso. De tanto disfrutarlo se puede perder la visión. Puede que de tanto admirar la luz solar uno pierda la luz de sus ojos. Eso es lo que uno pensaría, a no ser porque ese cuadro idílico no es más que una impresión barata de alguna pintura un tanto famosa que, muy probablemente, fue comprada al dos por uno en algún supermercado. 
En la pared de enfrente hay otro cuadro, que se supone es naturaleza muerta. No lo sabe con certeza pero, de donde está sentado, tiene que torcer el cuello para observarlo, ya que el cuadro cuelga prácticamente por encima de su cabeza. Y desde el ángulo tan incómodo que tiene, solo observa algo que le parece naturaleza muerta. La verdad le da igual. Ese cuadro, el que cuelga por encima de su cabeza, lo tiene sin cuidado. El que llamó su atención es aquel que tiene enfrente, donde puede mirar el sol sin temer por su visión. Aquel que parece mostrar las puertas a una nueva oportunidad. A una nueva era o lo que sea que se quiera. Una nueva etapa, en papel amarillento. 
Eso es lo que todos esperan al estar en esa sala: Una nueva etapa, un nuevo comienzo y una nueva fortuna. 
Él es el que más tiempo lleva esperando en esa sala. Ha habido una gran afluencia a lo largo de las horas. Algunos son atendidos rápidamente, pero el ser atenidos de forma veloz no quiere decir que vayan a obtener resultados positivos. Varios han salido con el rostro desencajado, ojos llorosos y uno se marchó con las piernas temblorosas, apoyándose en la pared, recorriendo con la mano la textura del muro, agarrándose de las columnas. La palma extendida rastreando con el tacto toda la superficie a su alcance, todo para simplemente sentir algo. Algo aparte de lo que sea que estuviera sintiendo, que fue sumamente intenso, al grado de robarle la fuerza de las piernas. Se desplomó frente a la recepción. Las recepcionistas reaccionaron de forma rápida, lo intentaron reincorporar, pidieron la ayuda del portero del edificio. Éste sacó como pudo al hombre y, después nos habremos de enterar, lo dejó tirado en una esquina a la vuelta del edificio. 
Afuera empezará a llover, eso se puede ver desde la ventana de esa sala de espera. Ahora quedan tres personas en esa habitación. Él es el siguiente, por lo menos eso espera. 

Afuera son las nubes las que predominan, no hay ningún resquicio por el que se filtren los rayos del sol. A lo lejos se puede observar una turbiedad grisácea por debajo de las nubes, señas inequívocas  de que allá, a la distancia, cerca del horizonte, ya llueve. 
– Señor,– le dijeron después de una hora más de espera. – Ahora lo atenderán. Sígame por favor.
Era una señorita con un traje sastre entallado, entallado al punto de que uno creería que de sentarse se le rompería la falda. Tuvo que acelerar el paso para mantener la velocidad de la recepcionista. Ésta iba caminando a prisa sin ninguna intención de esperarlo. Abrió una puerta y con desdén lo hizo pasar. 
– Pase y espere aquí. – Cerró la puerta de forma brusca, la silueta desapareció detrás del vitral mate,  el marcado sonido de tacones se fue alejando. 
La oficina consistía en una mesa y dos sillas de metal, un garrafón de agua y un archivero que parecía más caja fuerte que nada.
Al cabo de unos diez minutos entraron dos hombres a la oficina. No mostraron la más mínima intención en  ser amigables o atentos. Con un visible hartazgo se sentaron en las sillas dejando de pie al susodicho.
– Señor Murguía, –dijo uno de ellos, aquel que habría de llevar la batuta en cuanto al diálogo.
– señor Murguía, Murguía, Mu, Mur, Mur, Murguía.– balbuceó por lo que parecía aburrimiento, mientras el otro hombre le entregaba una carpeta con la foto de Ángel Murguía. 
Sí, Ángel Murguía es aquel que había estado esperando a que lo atendieran mientras admiraba el cuadro idílico del atardecer.
Los dos hombres sentados comenzaron a hojear la carpeta para después susurrarse, mientras el señor Murguía esperaba de pie frente a la mesa.

– Muy bien, pues ya estamos – dijo el jefe de los dos después de susurrar durante varios minutos. –Oye pero mira acá, dice que hay un anexo que se refiere al tema de la bronca esta de, ya sabes…– dijo el otro.
– Ah mira, sí, a ver… – continuaron observando el expediente durante varios minutos más. – Entonces, ¿qué? ¿cómo la ves? – preguntó el jefe. El otro levantó los hombros de forma indiferente: – Como veas, tu dices.–
– Señor Murguía, bueno, pues hemos examinado su acta. Un acta bastante interesante, déjeme decirle. Un intento de suicidio del que fue rescatado por su perro. Algo muy raro, ¿no? – Dijo hablándole a su colega, quien únicamente afirmó con la cabeza – El reporte policial apunta que su perro comenzó a ladrar al notar que usted se había encerrado en el garage y había dejado el motor del auto encendido, alarmando así a los vecinos. – Ángel Murguía bajó la vista al escuchar lo que leían de su reporte, una gran vergüenza y gran miedo lo invadieron de golpe.
– Felicidades por tener tan buen perro. Créame que pocas veces nos han tocado casos como el suyo. Pero eso que se haya intentado suicidar no nos agrada, esta oficina no tolera nada de eso. Si volvemos a escuchar de algún intento de suicidio, más le vale que consiga matarse porque sino se las verá con nosotros. Y usted no tiene idea a qué punto podemos llegar.
Por otro lado, después de este penosísimo incidente – dijo con tranquilidad burocrática y se pasó la mano por las comisuras de los labios – usted se logró recuperar, y desde ese entonces ha intentado salir del bache en el que cayó después de perder el empleo y ser abandonado por su mujer. Usted es un luchador señor Murguía. Por esto mismo lo podemos tranquilizar. Esta oficina no tomará medidas en su contra, puede seguir usando nuestro producto. Usted no tiene nada que temer. Hemos decidido que usted saldrá adelante. Aunque le tenemos que advertir que no puede, no debe de abusar de nuestro producto. Un uso excesivo lo puede alejar de la realidad y quitarle objetividad al momento de tomar decisiones, lo que puede llegar a ser fatal. Gracias por haber venido, señor Ángel Murguía, buenas tardes.

Salió de la oficina con el caminar mucho más ligero, el aire tenía un mucho mejor aroma, la lluvia ya había llegado a la ciudad, las gotas golpeaban los cristales de las ventanas, el sonido lo relajó. 
Salió a la calle, dobló la primera calle a la derecha, unos metros adelante había un pordiosero recargado sobre el muro, mojándose, un letrero de cartón rezaba “Si quieres me das algo, sino ¡a la mierda!”. Las letras se habían comenzado a escurrir con el agua. De pronto lo reconoció, el pordiosero era el hombre que habían sacado hacía unas horas de aquella oficina. Era aquel que se había desplomado después de la consulta. 
“Qué pena, a ti de verdad te han quitado toda la esperanza.” dijo y continuó su camino.

16.1.13

El destello I


El destello de la pantalla le ilumina los ojos. Con el pulgar mueve el menú que ahora de poco sirve. 
En las periferias de las instalaciones hay bloqueadores de señales de microondas. No recibe señal de ningún tipo de red inalámbrica. Se pone a observar las fotografías que tiene en su celular. Con su novia, con los amigos de la facultad, en la playa. Muestra en ellas una sonrisa que no sabe si volverá a dibujársele en el rostro. Está sentado en el piso de cemento, abunda la oscuridad. ¿Hice lo correcto? ¿para qué me uní al movimiento? 
Ya puede escuchar los reclamos de los familiares, que por qué lo hizo, que quién le manda, que él nada más debería de haberse quedado callado y tranquilo como los demás. Imagina las preocupaciones de la madre “Ay mijo, y ¿ahora?, ¿qué vamos a hacer?, ahora vas a tener que andarte con mucho cuidado, ya te tienen fichado.” Pero lo verdaderamente ensordecedor son las preocupaciones actuales: “¿Dónde está mi hijo? No me diga que no sabe, en el ministerio público dijeron que no los tienen, que se los llevaron los federales. ¿Dónde está? Dígame, por favor oficial, si él es solamente un estudiante.”

CONTINUARÁ

8.1.13

3º Aniversario de Debraye.Net

El próximo diez de enero serán tres años desde que publiqué el primer post en este blog. Aunque especialmente el año pasado hubo pocos posts, pienso que ha sido debido a una evolución del tipo de textos que publico. Los textos que publiqué en el 2010 eran por lo regular más cortos, shortstories realmente cortos que salían de forma espontánea frente a la computadora. Con el transcurso del tiempo empecé a trabajar más en las historias y en los detalles. Así, a partir de una idea obtenida en un documental, comencé a trabajar en la historia más compleja que creo haber escrito hasta ahora:

Las palabras se las lleva el viento.

Su creación tardó poco menos de ocho meses. Esta narración ha sido el proyecto por partes más largo que he hecho hasta ahora. A este se le suman tres proyectos más x_partes

Historia de barrio

Crónica callejera

y el aún inconcluso Relato de miedo

A este se le sumará muy probablemente un nuevo proyecto en los próximos días, del cual, sincera-mente, no sé que camino tomará.

Así mismo a partir de este año habrá una nueva categoría pix

Por este medio también quiero agradecer a aquellos que han estado siguiendo este proyecto.
Que no les dé miedo pasar la voz. Únanse en Facebook.

Yo, por mi parte, seguiré jugando en Debraye.Net, es algo muy divertido como para dejarlo.