Soy un desterrado. Ni soy de aquí ni soy de allá. Ni estando aquí sé si soy de los de acá o de los de ahí. Los de acá que se construyen un mundo alterno, que se niegan a sí mismos, construyen su mundo sintético y superfluo. Un baile de máscaras sin mayor fin de ver quién está más arriba de los demás en una jerarquía de poder superfluo y pasajero.
Los de ahí que, partiendo de esta jerarquía mencionada, no tienen nada y sin embargo tienen tanto: la alegría de saber que estando con tantas carencias es más probable que haya una cambio para bien. Los que sin esas pretensiones y sin esa máscara valoran lo que oyen ven y sienten, como la cálida brisa después de una dura jornada.
Los unos tienen los malls, los otros tienen la sierra.
Los de allá, los de allá que hablan un lenguaje extraño y se ven distinto que en este momento me parecen tan distintos, distantes y lejanos y por lo mismo no quiero verter comentario alguno sobre ellos, estos lejanos de por allá, allá donde termina el agua. Y donde se encuentra lo que desde hace años llamo hogar.
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