¿A dónde llevará este camino? ¿Quién nos habrá de aguardar al final de éste? ¿Nos aguarda alguien? Mientras me guío palpando las paredes en esta oscuridad para seguir adelante me planteo estas preguntas. ¿Qué habrá de venir? ¿Cuándo habrá de venir? ¿Terminará esta tiniebla? Gotas caen del techo que no puedo ver, pero del que sé que no se encuentra muy alto. Hasta pareciera que cada vez está más bajo, pareciera que el camino cada vez se hace más estrecho. No me doy cuenta pero es un camino serpenteante. Paso por paso. Paso a paso se avanza. Si es en la dirección correcta no lo sé, pero lo siento así. Si he de caer de nuevo, me levantaré (esto en el sentido figurado obviamente, aunque también podría suceder en el literal: el suelo está realmente resbaloso). Cada vez, con cada paso que doy, pienso más y más que no hay vuelta atrás, no quiero desandar mis pasos. Pero en cualquier caso si al final de este oscuro camino encuentro un muro, saldré corriendo despavorido añorando lo dejado atrás, quizás hasta arrepintiéndome de haber caminado tan de prisa. Pero ¿quién lo sabrá? No hay nadie omnisciente que yo conozca, y aún así si lo hubiera ¿le preguntaría? No creo, seguiría con mi camino creyendo que es el correcto, que he tomado las decisiones correctas.
De aquel omnisciente, si es que lo hay, será el futuro, para que ya teniendo las piezas del rompecabezas, la ruta del camino correcto, hable de mi pasado y de cierta forma deje en claro mis desvíos, mis errores y subraye lo tontos e insignificantes que estos serán. Tal vez uno de esos errores sea el momento en que me confunda y sin saber que voy en la dirección acertada, me sienta extraviado. Pero ¿cómo saberlo?
Mientras tanto, sigo palpando las rocosas paredes en esta oscuridad, seguiré encontrando mi camino.
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