18.7.10

Padre e hijo

El sudor empapa, las gotas resbalan por la frente, arden al entrar a los ojos. La brisa ha dejado de soplar desde hace rato ya. No ha vuelto a pasar ninguna camioneta. El sol tatema la coronilla. Y eso que me cubrí la cabeza con la camiseta. Los hombros queman, arden, yo creo que es tanto por el sol como por el andar cargando. La botella ya no tiene agua, sigo caminando por este camino pedregoso, tengo las fosas de la nariz llenas de tierra. El costal con las mazorcas pesa infinidades. Salí desde temprano, un paisano me dejó al borde del camino, donde me adentré a la parcela. Después de recoger la cosecha salí de nuevo. Y justo vi como se iba una camioneta delante mío. No me quedó de otra más que seguir este camino de tierra aquí en la sierra.

“En la sierra se sufre” me dijo alguna vez mi padre. El sol curte la piel, ciega los ojos y el cargar costales lo pone a uno corrioso. Pero también cansa. Ando cansado.
A unos kilómetros de aquí se acaba de morir algo o alguien. Los zopilotes ya andaban volando en círculos desde hacía rato, desde que llegué a recoger la cosecha. Ahora ya no los veo, de seguro ya bajaron a comer. ¿Y tú hijo? ¿cómo andarás? Hace meses que tu madre y yo no sabemos nada de ti. Desde que cambiaste la sierra para irte a cruzar el desierto. Espero hayas llegado al norte con bien.

Sería bueno que te comunicaras, tú madre y yo seguimos aquí, esperándote, vendiendo maíz... trabajando la tierra.

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