9.7.10

Ya no sé qué hacer

– Ya no sé qué hacer. – dijo, mientras con un encendedor destapaba la última cerveza que le quedaba. –A donde quiera que vaya se me aparece ésta. – Le dio un trago, sorbiendo la espuma que empezaba a desbordarse.
– Pero entonces ¿qué vas a hacer?
– Oh, ¿qué no oíste que no se qué hacer? ¿Ya estás borracho?
– Pues sí, si ya está amaneciendo y empezamos a chupar a las cuatro de la tarde. Aparte, sólo así aguanto todos tus monólogos cabrón. Voy a buscarme otra cheve. – Su compañero de juerga se levantó y fue tambaleándose a la cocina a sacar una cerveza más del refrigerador.
“Ya no sé qué hacer”, este era el pensamiento intoxicado que lo invadía. Y como todo pensamiento intoxicado era terco, agresivo, de una aparente importancia vital, pero del que uno termina no recordando su origen.
– Ya no sé qué hacer.
– ¿De qué madres hablas? – el sol inundaba la habitación, no había más que un viejo olor a cerveza en ella. El compañero de juerga estaba parado frente a él en camiseta y calzoncillos. – ¿Sigues diciendo eso? Ayer antes de dormir no decías otra cosa aparte de eso... y ahora todavía ni te despiertas del todo y sigues diciendo lo mismo. Sigues bien pedo, ¿verdad? Creo que ayer se nos pasó la mano. – La mirada divertida del compañero de juerga, combinada con el desplante en el rostro de una intoxicación alcohólica.
– Siempre se me atraviesa ésta – dijo con suma tristeza. El compañero de juerga sin ánimo alguno de escuchar las historias de borrachera durante la cruda, abandonó la habitación – Duérmete otra vez, voy a desayunar algo.
¿Qué es lo que quería decir? ¿a qué se refería? ¿cómo había llegado a ese pensamiento? De nuevo se quedó dormido. La juerga y las cervezas eran demasiado. Le parecía que únicamente en eso se le iba la vida.
– ¿Qué onda? ¿te quedaste dormido? – le dijo el compañero de juerga – ¿Pues, las primeras chelas?
– Siempre se me aparece ésta. – El sol se estaba metiendo, en la habitación sonaba la música y había botanas en la mesa, al lado del escritorio una caja de cervezas.
– Ya no te entiendo cabrón. Me cae que ya no te entiendo. Así vas a espantar a las viejas que vengan a la peda.
– Es que siempre se me aparece ésta – dijo mientras empezaba a llorar de la desesperación.
– ¿Quién?
– Ésta – mientras señalaba la botella de cerveza.
– ¡No mames! ¿te persigue o que onda?
– Sí. Cada vez que abro los ojos la veo, la tengo en la mano, la estoy tomando o ya siento sus efectos.
– Pinche exagerado. Cómo te gusta hacerle al teatro.
Cerró los ojos un momento, intentó relajarse, respirar profundo, pero notó como empezaba a salivar en exceso. La saliva tenía ese característico sabor dulzón. Abrió los ojos y estaba hincado frente al retrete, con la visión turbia, vomitó.
– Ya no sé qué hacer... – murmuró para si mismo. Cerró los ojos para que no se le salieran las lágrimas, y al abrirlos se asomaba ya el sol, y de nuevo estaba crudo.

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