3.11.10

Un relato de miedo: Prólogo

“En el callejón no había ninguna luz que funcionara. Todos los faroles de la empedrada estaban apagados. Escuché de nuevo los cascos del corcel. Un escalofrío recorrió toda mi piel. El aliento se me congeló...”

¿Sabes de lo que trata? ¿Qué es lo que tiene el protagonista?
Miedo.
Esa sensación tan primitiva, ese instinto tan básico que tienen todos los animales. Afán de sobrevivir. Desconfianza a lo desconocido.
¿No tienes luego también ese temor a la oscuridad? ¿Ese pánico que entre los escalones de las escaleras salgan unas manos verdosas y te jalen a la penumbra cuando bajas al sótano? ¿El temor que algún ser microscópico, o millares de ellos te carcoman desde adentro y te des cuenta de eso únicamente cuando ya seas únicamente piel y huesos? Que tengas que respirar agua, que llenes tus pulmones de líquido y no lo puedas sacar. O que le gustes a alguna criatura como alimento. Que pierdas a tus seres queridos. Que te quedes solo, que mueras solo. Que acaricies a una sutil bestia y acabe arrancándote la cara y clavando sus garras en tu torso. Morir lento, morir salvajemente.
Caminar por la oscuridad y no encontrar nada que te guíe en tu camino. Pero que aún encuentres a alguien y ese alguien sea un ente sin rostro ni voz, que te lleve, en vez de a la luz, a la penumbra total.
Corre, corre si puedes, utiliza ese instinto tan tuyo, tan nuestro, ese afán de sobrevivir. Grita, corre, salta, pero no grites tanto, mejor utiliza esa energía para correr. Corre como nunca y si es necesario pega, golpea sin reparo alguno. Vamos, corre, escapa, tal vez lo logres, haz tu mejor esfuerzo.
Porque ya me voy acercando...

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