La madera de la banca descarapelada, las cartulinas amarillentas, decoloradas. Ya no hay nadie. Todos se han ido, lo único que queda son los papeles tirados en el piso. Una revista, el intento de una caricatura, notas, apuntes, sueños. Es algo raro que por alguna razón se quedaran de encontrar ahí, en el pasado. Los sueños marchitos, la vida floreciente y el tiempo transcurrido. La barba cubriéndole el mentón, la ventana que da al jardín abierta, las decoloradas cortinas moviéndose con el viento. Es la una y cuarto, faltan cinco minutos.
– ¡Qué milagro, mano! ¿Cómo estás? Después de tanto tiempo por fin nos volvemos a ver.
Por la puerta sale uno al patio, ahí está él de nuevo, el él antiguo, el él más nuevo: con una playera holgada con algún estampado exagerado, más delgado, con suma soberbia y muchas espinillas. Su soberbia llega a tal grado que pareciera que más que nada intenta ocultar su inseguridad. Es su momento. El futuro le pertenece, lo ha de hacer suyo. Pero no sabe cómo.
Ahora ya lo ha hecho suyo, por lo menos el que está ahí metido, esculcando los viejos papeles, recordando las amarillas cartulinas que cuelgan de la pared. Se supone que lo debería haber hecho suyo, sí, el futuro. Pero no es verdad.
– ¿Te acuerdas cómo éramos nosotros los que siempre llevábamos la batuta? –
– Sí, ¿cómo no? Te acuerdas cómo le hacíamos la vida de cuadritos al cuatro ojos del Leopoldo? –
– El Leopoldo.... era un ñoñazo el tipo ese, ¿te acuerdas cuando lo hicimos llorar en clase de deporte? – risas.
–¿Cómo no? Fue la vez que nos expulsaron una semana y al “Leozonzo” lo tuvieron que cambiar de grupo. – Más risas.
Leopoldo también se fue. Se fue lejos. Se fue lejos y alcanzó el éxito. Es hoy en día dueño de una tienda online. Le va bien, bastante bien. Ya no ha regresado a estos lares, ¿para qué? Ya pasó. Los instantes que tenía que vivir en este lugar ya pasaron. Hayan sido agradables o no, ya pasaron.
Hay algo mal con ese par que anda esculcando los papeles tirados, los intentos de caricatura:
– ¿Te acuerdas? Esta pinche vieja fea es la Domínguez. – y ríe mientras señala una caricatura que aparte de ofensiva está muy mal hecha.
– Pinche vieja se salió con la suya, me reprobó. –
En el patio se ha juntado una singular pareja, junto al de las espinillas y su playera exagerada hay uno con jeans rotos y cabellos que le cubren los ojos. Los dos se ven igual de inseguros. Excepto ahí, en ese patio. Ahí están en su salsa, destilando soberbia. Ahí serán ellos los que manden, según ellos.
Mientras los dos viejos siguen esculcando, recogiendo papeles de antaño, burlándose de los sueños olvidados de Leopoldo o de quien quiera que fuesen.
La campana suena, es la una y veinte, hora de salir.
Ellos, tanto los viejos como los nuevos (nuevos por más jóvenes), se quedarán un día más. Un día más que se suma a los diez años de vivir en el pasado escolar.
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