Me costó mucho trabajo decidirme, pero lo hice. Decidí que si realmente te interesa tanto saberlo, te tendré que mostrar.
Bajé al sótano, donde he guardado lo que no me interesa, lo que quiero ignorar. Has de saber que he guardado mucho. Apenas abrí la puerta escuché el intermitente tac, tac, tac. De él me guío siempre para encontrar la caja, podría cerrar los ojos y aún encontraría en ese caos aquella caja. Pensarás tal vez que es una caja fina, tallada. De madera, elegantemente barnizada, con bisagras de cobre grabado. Tal vez podría ser de algún otro metal sobre el cual estarían marcados los demonios devorando almas, los siervos cayendo al precipicio, los indios siendo despedazados por perros. Pero, no habría opción a otro metal, debería de ser cobre, bisagras de cobre, cerrojo de cobre, que guardan el cobre. Así es, te voy a enseñar todo mi cobre.
Es demasiado pesada. Cuesta mucho, agota. Agota desde que uno toma la decisión de mostrársela a alguien. Y el hecho de mostrarla no alivia en lo absoluto, únicamente delata, me delata ante ti, ante mí mismo. Es mi espejo de los horrores.
Así que aquí está. Delante tuyo aunque no la creas ver, aquí está. No te sorprendas si hablo de forma cansada, mustia, queda. Estoy agotado. De traer mi carga del sótano hasta aquí. Agotado porque te he de explicar qué es lo que hay en ella. Agotado porque he de ver en lo más oscuro de mi ser.
Es ésta – caja de zapatos de un color naranja chillón –aquí está, pensarás tal vez que es un recipiente deficiente, hasta ofensivo para el contenido que digo que esconde. Pero ¿qué esperas de la caja de mis horrores? No es que quiera vivir de ellos. Si es que quisiera hacerlo, sí, mandaría a hacer una elegante caja, un baúl pesado, hasta barroco, con inscripciones estúpidas con ningún otro fin más que impresionar al ignorante y morboso público. Lo llevaría como atracción de feria: “Acérquense estimados amigos, atrévanse a echarle un vistazo a la mierda guardada de aquel poco ilustre hombre, aquel espécimen que prefiere taparse el rostro con ese costal cual condenado a la horca porque, sí señor, sí señora, al atreverse a levantar la tapa de ese elegante baúl usted juzgará por su contenido al desdichado. Y le aseguro: ¡Usted lo encontrará culpable!”
Sería todo un éxito, pero la verdad no son cosas que quiera ventilar, que quiera utilizar como carta de presentación: “Mi nombre es fulanito de tal, mucho gusto, ¿cómo le va?, ¿lo puedo interesar en alguno de mis traumas?”
En fin.
¿Ya lo oíste? ¿Oíste ese martilleo? ¿no?, yo ya no lo aguanto. Vamos, toma la caja – caja a la que le esparcí ese color chillón para que sirva de advertencia, para que al reconocerla instintivamente me aleje de ella – vierte su contenido sobre la mesa, hazme el favor. Deja tomo asiento y te explico mi colección.
– La viertes, la levantaste de forma sumamente ágil, la pusiste de cabeza y dejaste caer todos sus contenidos, papeles, monedas, plumas, algún otro objeto excéntrico, pero principalmente papeles: panfletos, fotos, cartas. No lo entiendes, tanta exageración, tanto teatro por algunos papeles.
Sin embargo, sin embargo ya lo escuchas, al destapar la caja has comenzado a escucharlo: clac, clac, clac, clac. Un sonido metálico. –
Sí, así comienza, es un martilleo metálico, es su primera etapa, así comienza.
Todo eso que ves, es una colección que me hubiera gustado no hacer. Una colección que me hubiera encantado nunca comenzar. Pero la verdad nadie me preguntó. Cuando me di cuenta ya había juntado varios papelillos, con notas, rayones, marcas. Eso. Todo esto que tienes ante ti, son una especie de marcas. Algunas tienen años, otras son recientes. Sí, de algunas me sorprendo de que ya estén aquí, bien guardaditas en esta miserable caja.
No te dejes engañar por los colores vivos – colores alegres, verdes, azules, rojos, unos chispazos de amarillo por aquí y por allá, no muy chillón, no van a ser colores que irriten la vista –, es su voluntad, todo esto que ves aquí hará lo imposible para no ser olvidado, tratarán de llamar la atención para seguir presentes, para no caer en la penumbra del olvido, o si acaso en el claroscuro de la indiferencia. Cuidado cuando tomes una foto, o una nota, todo está magnetizado. Si tratas de tomar un objeto de la caja, tomarás dos o tres. Se pegan, no hay un mal recuerdo que no venga en partida doble. Sí, son en días de desdicha cuando se abre esta caja, y en esos días los malos recuerdos llegan en parvadas. Mira, por ejemplo esa fotografía que tomaste, fíjate bien, no es una, son dos. Si el día estuviera más nublado, más lluvioso, y mi optimismo más decrépito, hubieras tomado tres o hasta cuatro.
Ves esa foto escolar, más que un infante lo que aparece ahí es la zozobra de un carácter tierno, una personalidad en formación, una inquietud enorme para su tamaño que año con año, grado a grado, tiene que luchar contra eso que él aún piensa que es estupidez, contra esa extraña razón por la que, por más que estudia, no logra sacar buenas notas. Lo que ves en esa foto, más que un escolar, es un infante que lucha contra el peor fracaso que conoce en su corta vida, el primer fracaso en el que puede caer: el fracaso escolar.
Ahora, ¿ves la otra foto? Que de por sí ni es foto, es una especie de caricatura garabateada con mucho odio, frustración e impotencia. ¿Ves al tipo que aparece? La cabeza monstruosa, con una barba asquerosa, dientes chuecos, lentes sobre su gran nariz y su gesto iracundo. Ese monstruo, ese hijo de puta fue el que le regaló su primera humillación pública al infante de la foto. El estúpido infeliz que tenía como tarea enseñarle y guiar al mocoso, y que en lugar de apoyarlo, lo hizo mierda. Frente a toda la clase. Le gritó: “Si muy pocos del salón van a lograr el pase a la secundaria, tú no serás uno de ellos. ¡Y todavía pides permiso para tener vacaciones más largas!” Las vacaciones eran para ir a pasar la navidad con mi padre, que estaba en el extranjero. ¡Ya! ¡Tira esa pinche caricatura de mierda otra vez a la caja! Lo había olvidado, grandísimo hijo de puta, que lo perdone su perra madre. Yo no.
Toma alguna otra porquería que quieras que te explique.
¿Lo escuchas?, ¿lo escuchas ahora? Drup, drup. Ahora son las gotas de agua, las gotas.... las lágrimas que derramé aquel día en que estando en un salón lleno de escuincles me sentí solo como nunca.
Ya, a ver – revuelvo salvajemente los papeles que están sobre la mesa, cual si fueran números de una tómbola y quisiera escoger al siguiente ganador. Busco alguna otra porquería guardada, pero que no sea tan dolorosa.– Te lo dije – mientras suspiro– no se van a dejar olvidar, pase el tiempo que pase, en algún momento me vuelvo a encontrar con ellas. ¡Pinche caja!
Esta carta – digo algo aliviado mientras sostengo en la mano una hoja con un tipo antiguo de letra, – me recuerda al amor que no se me dio, que intenté pero que no se me dio, y ¿la ves bien?, trae otros papeles pegados. – Unos son dos tarjetas para fichas: “Quiero verte con los ojos escarlata y con los ojos puros...”–. Son de otro intento fallido. Y este poema de letra tan pequeña, es el más triste de los tres. Es de aquel que ni intenté. Unos ojos azules claros, a los que nunca me atreví a mirar directamente. Y hoy no me atrevo a leer este poema. – Detrás del poema cae un pequeño trozo de papel – Esto es relativamente nuevo. Pero es distinto a los demás. Esta caricatura – un hombre dibujado primitivamente, únicamente con rayas y un círculo que es la cabeza, con un cuadrado en la mano que representa un papel, o una carta –, es de hace poco. Es de algo bajo. Es el coraje de porqué las mujeres, la mujer de uno se esmera en llevarse la atención. Ocasiones en las que uno dice: “fracasé” y la mujer contesta: “pero me tienes a mí”. ¡Carajo, qué egocentrismo! Si uno lo sabe, uno sabe que las tiene y por eso mismo regresará caído con ellas, a buscar su cercanía. Pero que arrogancia, el creer que con el simple hecho de decir “aquí estoy yo”, el sentimiento y el dolor del fracaso desaparecerán. Eso no es lo que uno quiere escuchar, de por sí uno no va a querer escuchar nada. Simplemente no querrá sentirse solo. Uno lo sabe, sabe que ahí está ella y le está agradecido, pero no tienen que recordarlo.
Hablando de fracasos. Ese panfleto que está ahí me lo dieron una ocasión en la calle. Pensé “qué estúpidos son los de esa asociación, ¿quién querría hacer eso? Si uno los necesita para vivir.” Pero después de fracasos, uno piensa si no hacerse miembro de la asociación. – Un panfleto en tonos grises que dice “Manual para ser un soñador exitoso”, y al reverso “1º Dejar de soñar”. – A veces pienso que me debería hacer miembro, en momentos en que abro esta cajita. Pero no te preocupes, soy muy testarudo. Y soñar es parte de mi ser.
– Toc, toc, toc, son tacones altos. Escuchamos los pasos de los amores que no llegaron, que nunca fueron. Son los pasos de lo que se ha quedado en el camino: sueños, planes, inocencia.
Tomas una moneda plateada, grande, pesada. – Creo que eso no hay que explicarlo, se sobreentiende ¿no? Es la comodidad económica que no me ha llegado, en la que sigo trabajando. Tal vez debería de ser más como tantas otras personas: arrogante, egoísta, narcisista. Tal vez –sonrío – debería de llenarme el hocico a cada oportunidad. ¡Sí!, no te sorprendas, dije hocico, así como los perros, engullir cada cosa que caiga al piso, devorar lo que se me cruce por el camino, aceptar todo lo que sea gratis, aunque sólo sea basura. Llenarme el hocico, sí, de nuevo, al fin y al cabo me gusta hacerlo como los perros y tú lo sabes. Llenarme la boca de cumplidos para mí mismo, reafirmando ante cada una de las personas que se me crucen por el camino lo cabrón que soy, la majestuosidad de mi amistad, la sabiduría de mis palabras. Y a quien no le parezca, saltarle a la yugular.
Tal vez, tal vez no. O quizás, quizás únicamente en contadas ocasiones. Quién puede decirlo.
– Clac, clac, clac – ¿Dime, a qué te recuerda ese sonido, de nuevo metálico? ¿A un reloj? Sí, ese es el sonido de la vida marchándose, el sonido de nuestro tiempo transcurriendo, el de nuestra existencia marchitándose, mientras juntamos papelitos para nuestra caja.
Pienso que es suficiente, estoy agotado. – Las nubes abren paso al sol, el momento para ver los contenidos de la caja ha pasado. – La iré a guardar de nuevo al sótano. Después vayamos a pasear. Sintamos la brisa y el calor del sol en nuestros rostros, mientras caminamos agarrados de la mano.
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