20.6.12

Las palabras se las lleva el viento VI


Han sido varios días de peregrinaje sin mucho sentido, de “peinar” la zona como les ordenaron. Buscando lo desconocido, rastreando lo que no se identifica. El escuadrón ha tenido varios encuentros con el enemigo, con el verdadero enemigo, aquel que habla un idioma distinto, que tiene otras costumbres y que viste otros colores. Han escogido replegarse, esconderse, huir. No tienen la misma prioridad que los demás que portan el uniforme propio. Ellos buscan a uno de los suyos.
Pero del antes respetado soldado Courrier ni sus luces, ningún rastro. Ninguna pista del tan preciado paquete y ningún cadáver tampoco. En algún momento llegaron a pensar que el odiado enemigo pudiera haberlo atravesado con balas de las ametralladoras tan temidas, pero al parecer no ha sido así. O por lo menos eso es lo que parece. No ha aparecido ningún cuerpo mutilado de aquel que pudiera ser el tal escurridizo traicionero. Tienen suerte estos cuatro, los últimos sobrevivientes de este escuadrón de pioneros que se adentraron al territorio ocupado para espiar y sabotear al tan dominante ejército enemigo. Sin mucho éxito eso sí, por algo de aquel grupo de doce hombres ahora sólo quedan cinco, de los cuáles tienen que matar a uno. Aquel que escapó. 
Siguiendo la lógica de pasar desapercibidos no han abandonado el bosque, temerosos de ser presa fácil en caso de ser descubiertos cerca de poblados o en algún campo. 

¿Cuáles son los motivos de Courrier para llevar a cabo una traición?, se preguntan. Vaya que es difícil de entrever las consecuencias, el alcance de los hechos que lleven a cabo o dejen de hacer. La nueva herramienta, la nueva táctica de inteligencia que el ejército estaba por llevar a cabo cambiaría el curso de la guerra, eso fue lo que les dijo el jefe de pelotón y eso es lo que a su vez le dijo a él su capitán, el cual fue informado por su coronel el cual puede que haya sido el que inventó todo ese teatro. Quizá fue él, el coronel, quien intentó vestir a sus soldados de héroes, hacerlos sentir como los liberadores de aquellas tierras ocupadas, quienes rescaten a la población de aquel yugo opresivo del demoniaco enemigo. Sin embargo los héroes también mueren, botados en una cuneta al borde de un camino, apelmazados en una trinchera encharcada. ¿Qué le pasa a Courrier?, ¿qué le cruza por la cabeza al escapar?, ¿sabe que lo buscamos y que lo vamos a matar? 

Hacen pausa, una que no quieren que termine. Comen un conejo asado que han logrado cazar. Están escondidos en los arbustos de una pendiente y hablan del escurridizo. Era algo callado pero nunca les había fallado, siempre se había batido a la par de sus compañeros, no celebraba las muertes enemigas pero nunca rehuyó a disparar su fusil. Están de acuerdo, era un buen soldado. Lástima que los haya traicionado.
Guardan silencio, las brasas truenan, el viento sopla. Es una tarde tranquila. Sobre las ramas de uno de los árboles que los cubren se escucha un aleteo. Una paloma arrulla sobre una rama, camina de un lado a otro cojeando de una pata. Al parecer ni los animales se salvan de la guerra, dirá uno de ellos. “Así es hermano, así es.” La paloma levanta el vuelo.

Eso de ser hermanos en la guerra es una patraña. Si hubo alguien en ese escuadrón que pensó que eran como una familia, su visión familiar quedó destruida al ver a uno de los dos escurridizos recargado sobre ese árbol, la rodilla flexionada, tosiendo sangre, “fue el otro, nos traicionó, agarró el paquete y nos traicionó”, recuerdan sus últimas palabras. 
Ha sido difícil para esos cuatro hombres hacerse a la idea que uno de los suyos fue capaz de traicionarlos, ¿qué no eran un grupo, una unidad? Por algo los enviaron a ellos a recoger el paquete, por unidos, por funcionales, por buenos en las artes de la guerra. Y se echan en cara el haber sido tan ciegos para no identificar la traición latente en el pecho de Courrier. Sienten que ese es su castigo por no haberse dado cuenta del peligro: Rastrear y matar a uno de su propia familia.

Así lo siente uno o todos, cualquiera o ninguno. ¿Quién? No importa. Simplemente esos hombres del escuadrón. ¿Nombres? No los daré, son hombres en guerra, intercambiables, olvidables, aquellos desconocidos que abundan en la historia. A Courrier se le recuerda, porque cometió el error de convertirse en enemigo, y a éstos difícilmente se les olvida, más difícilmente que a la propia familia. 

CONTINUARÁ

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