El sobre habría de mantenerse cerrado frente a ella. No sabía si quería leer las palabras que venían en él. El vestido ya no lo usaba. Nunca más lo usó. Dos veces había utilizado aquel de motas celestes, dos ocasiones que resultaron ser sus dos peores días. En el radio habían comenzado los reportes sobre el recrudecimiento de los combates en los territorios ocupados.
“Nuestro ejército ha demostrado gran valentía y coraje al mantenerse firme durante los crudos combates que ha tenido que enfrentar en los últimos días. No ha sido tarea fácil, sin embargo la sed de justicia que caracteriza a nuestro pueblo les da energías a nuestros soldados para seguir adelante y liberar a la nación amiga, subyugada por el enemigo común.
Altas fuentes militares informan que estos combates en los cuales el enemigo ha sufrido cuantiosas perdidas, son el resultado de una nueva estrategia de inteligencia con la cual se han identificado objetivos militares de gran importancia adentrados en el territorio manejado por el enemigo. Así mismo informaron que aún es muy pronto para poder predecir en cuánto tiempo los combates bajen de intensidad. Sin embargo, hicieron hincapié en que gracias a estos últimos avances el fin de la guerra se ve cada vez más cercano.”
El reporte dio paso a una chanson de una mujer que espera a su hombre:
La soledad no se apiada de mí, poco a poco mata mi ser, le ruego que deje algo de mi corazón, para entregártelo cuando hayas de volver.
Está sentada en la mesa, tiene puesto un vestido marrón. Sobre la mesa hay pan, mantequilla, algo de paté y queso. Simplemente por este hecho debería de ser un día de celebración. Paté y queso, después de mucho, mucho tiempo.
No tiene apetito, desde hace tiempo que no existe para ella, come por hambre mas no por apetito. Está ausente, mira sin mirar, delante de ella un sobre con las insignias que habitan sus pesadillas: “Centro de información militar. Ministerio de guerra”.
Los últimos días no había sabido qué hacer, ni cómo sentirse. Dejó de ir al trabajo, dejó de comer, comenzó a beber, para al día siguiente dejar de hacerlo. No hacía falta acrecentar su miseria con alcohol, su frustración y dolor eran más que suficientes. No supo que hacer con su esperanza, no sabía si tenía sentido mantenerla viva o hacerse a la idea de que todo se había perdido.
“Se tiene razón para creer que de seguir vivo, el soldado Courrier traicionó a su ejército y patria para unirse al enemigo.” Habían pasado unas tres semanas desde que había recibido esa carta, en la que decían que su niño hombre, que ahora cada vez se difuminaba más en sus recuerdos, había desaparecido y que muy seguramente era un maldito traidor. No lo decían con esas palabras, pero era obvio, y más en tiempos de guerra, que a los traidores no se les califica únicamente como eso, “traidores”, sino como malditos, de mierda, asquerosos, repugnantes, malparidos. Eso es lo que son los traidores, hijos de puta, todos, y el más importante de ellos: Ernesto Courrier.
Por lo menos para ella.
Hoy había sido un día no tan malo, había ido con las vecinas a a la tienda y cuál había sido su sorpresa cuando les preguntaron si querían paté, aparte de queso. Después de haber pasado a la panadería regresó para nuevamente encontrar militares frente a su puerta. Le dijeron que por medio de nuevos métodos de comunicación ultrasecretos del ejército, habían obtenido un mensaje dirigido a ella. Así mismo le explicaron que se creía que el autor del mensaje era aquel, que estaba bajo sospecha de traición, por lo tanto las fuentes militares habían estudiado ya a fondo el contenido del mensaje y después de un análisis exhaustivo, se habían decidido a entregarlo a su destinataria. Se despidieron de ella, no sin antes recordarle que de tener algún tipo de información o contacto con el soldado Courrier, estaba obligada a notificarlo a las autoridades militares, de no ser así se haría cómplice de traición a la patria.
Ahora está ahí, sentada en la mesa. El pan, queso y paté al centro de ésta. El sobre directamente frente a ella. No sabe qué hacer, y sinceramente, está cansada. Se puede decir que ya lo había dado por muerto, ya lo lloró. De pronto le dicen que puede que no esté muerto, que la busca, pero por lo cual se confirma su traición. No puede y no podrá estar con él si es que sale vivo de la guerra. Es demasiado para ella, ya ha tenido más que suficiente. No permitirá que se lo arrebaten por tercera ocasión. Se lo arrebataron cuando lo embarcaron, se lo arrebataron cuando dijeron que estaba desaparecido, ahora se lo arrebatarán si es que lo vuelve a ver de nuevo.
Ella renuncia a su hombre juguetón, a su niño hombre. “Ya me preocupé por él, he llorado todo lo que he podido llorar, ahora va solo, ya no puedo, ya no puedo preocuparme por él. No puedo preocuparme más, sino me voy a morir de tristeza.”
El sobre sobre la mesa será tomado y con despecho y resentimiento será aventado a un cajón, donde quedará hasta finales de la guerra. La vida seguirá su curso, otra persona entrará a la vida de aquella mujer que en algún momento retomará la alegría y esperanza en su carácter. En varios años, en un lapso de tristeza y depresión esa carta, aún sin abrir, será utilizada para avivar las llamas de la chimenea. El sobre, para ese entonces ya amarillento con un viejo papel doblado en tres en su interior se consumirá sin que la destinataria lo haya leído.
No sé, qué es lo que hago aquí. Me desconozco, me arrepiento de no haberte dicho nunca que te amaba. Ahora es lo único en lo que puedo pensar, que te amo y que tú eres la razón para seguir vivo cada día en este maldito infierno. No sé qué es lo que hago, a veces pienso que me he vuelto loco. Tenía que decirte en algún momento, dejarte en claro lo que siento. Me he metido en muchos problemas con tal de poderte mandar estas líneas, ahora no sé cómo voy a salir de esta. Espero poder verte algún día de nuevo. Eres lo mejor que me ha pasado. Si muero o no puedo regresar contigo, quiero que seas feliz.
Con amor. Ernesto.
Una historia de tantas, con finales como tantos otros. Historias llenas de palabras que al final salen sobrando, palabras vacuas o llenas de significado e intención. Palabras que se lleva el viento, al final de cuentas, como en ese entonces se llevó las cenizas de aquella chimenea.
El tiempo pasa y no necesariamente cura todas las heridas. La juventud pasa, la siguiente generación de aves surca el cielo, el bosque curó las heridas de la guerra.
Ese bosque con sus sobrevivientes y sus fantasmas.
Y el viento, el viento se sigue llevando las palabras.
FIN