– Maestro, ¿cómo ha estado usted?
– Muy bien señor muy bien, no me puedo quejar. – respondió el Calamar a la pregunta del patrón. Pero le tenía demasiado respeto como para devolverle la cortesía de preguntarle por su estado.
– Que bien, que bien – contestó el patrón – si a usted le va bien a mí me va bien – dijo. – ¿Le agrada la casa? Es la primera semana que llevamos aquí.
– Sí, está muy bien, muy bonita – contestó el Calamar sin tener mucho más que añadir.
– Sí ¿verdad? Está bueno, siéntate campeón – añadió el patrón ahora tuteándolo como si ya se hubiera cumplido con el ritual de saludo formal y respetuoso para poder pasar a hablar de los crudos negocios.
El Calamar se sentó en un sofá de piel negra que estaba en la sala. El patrón se sentó en un sillón también de piel negra, justo enfrente del Calamar. El conductor que lo había llevado hasta ahí se había quedado de pie un poco atrás del patrón. Desde donde estaba el Calamar podía ver el pistolón que éste tenía metido entre cinturón y camisa. El nombre de ese sujeto no lo conocía ni le importaba saberlo. Él ya lo había bautizado desde hacía tiempo como “el Mosca”, porque tenía la manía de frotarse la barba con las manos cuando hablaba, lo que siempre le recordaba una mosca limpiándose las patas.
– Entonces champ, ¿cómo le vamos a hacer? –preguntó el patrón. El patrón era el patrón y el Calamar no se atrevía a ponerle apodo, le tenía mucho respeto y, sí, por qué no aceptarlo, miedo que en ocasiones llegaba a pánico.
– No, pues ya estuvo patrón. Al “cliente” ya se lo llevó la chingada. Ya está quebrado. Usted nomás dígame dónde lo encuentro, pero pues para eso estoy aquí ¿no?
– ¡A huevo cabrón! ¡Por eso me caes tan chingón pinche Calamar! A ti te sobran huevos maestro. Cuando otros se estarían meando de miedo tu hasta te vendarías los ojos para ponerle más emoción a la cosa. ¿O dime si me equivoco?
– No, pues la verdad no se equivoca usted. Así es uno, ora sí que... – hizo pausa buscando la palabra adecuada – temerario – dijo al fin.
– Temerario – repitió el patrón – como el grupillo ése, nomás que esos son putos y usted maestro es un temerario de a de veras... un cabrón. – dijo y empezó a reír de tal forma que su panza pronunciada parecía estar por reventar la camisa cara pero de mal gusto que traía puesta. Se enjugó las lágrimas y añadió – Estás canijo Calamar, tuve suerte en conseguir que chambearas para mí, de veras.
– Muchas gracias, me halaga usted señor.
– No es halago, es la pura verdad, solo falta que tú te la creas. Quería hablar contigo todavía de unos problemitas, insignificancias ¿verdad?, que tiene el trabajo pero ya veo que no viene al caso, porque de que tú haces la chamba, la haces, vale madres de que se trate. De eso me doy cuenta.
– Para eso estoy aquí señor para servirle.
– Y me da un orgullo tremendo Calamar, no te lo imaginas. Mira, para que veas que no te miento te voy a cambiar la información que te iba a dar ahorita por más paga. Te voy a pagar el doble pero no te voy a decir quién es el “cliente”. Sergio – dijo señalando al chofer detrás de él – te va a llevar a donde se encuentra y hasta ahí te dirá de que se trata y luego luego te va a rolar lo que es tuyo, claro, después de que le hayas dado piso. De deshacerte del arma y toda la cosa te encargas tú como siempre. – hizo una pausa – Pero así le damos un poco de emoción a la cosa, eso que tanto te gusta, temerario, y te doy más paga para que veas que realmente te aprecio.
– Pues se escucha muy bien patrón, emocionante..... – dijo el Calamar.
– ¡A huevo, emocionante de a madres champion! – y los ojos le brillaron en extremo mientras debajo de aquel bigote se le dibujaba una sonrisa burlona.
CONTINUARÁ
Y la segunda parte?
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