28.9.10

Monstruo

Inocente criatura.
Se despertó dando un grito. Tenía la frente sudorosa, las manos temblorosas, estaba a una nada de estallar en llanto.
¿Qué habrá visto? ¿Qué habrá escuchado? Se me quedó mirando, negando a moverse tan siquiera un milímetro, quieto como una estatua... temblorosa. Me pareció verle una lágrima resbalar por su mejilla. Me dio ternura, tan indefensa la criatura, completamente desamparada, víctima de su vivaracha imaginación.
¿Qué será la causa de su pesadilla? ¿Los libros que le lee su madre antes de dormir? Tantas historias llenas de lobos, duendes, hadas y demás.
¿O será por ver demasiada televisión? Todas esas series animadas, mal dibujadas donde aparecen cualquier cantidad de bichos raros, animales parlanchines, magos e infantes que se niegan a crecer.
La idea que alguna de esas cosas pueda ser la causa me roba un resoplo.
Ahora sí llora. Estalló en llanto, pareciera que el espanto se le juntó en demasía a tal punto de ya no poderse contener.
Inocente criatura, su imaginación le causa estragos, la imaginación que en unos años perderá. Le dejará de prestar importancia, la dejará de usar y con el tiempo se le paralizará.
Ha entrado su madre a la habitación, le pregunta:
– ¿Qué pasa corazón? ¿Qué tienes?
– ¡Un monstruo, en el ropero hay un monstruo! – exclama mientras se aferra a ella, ahora dejando fluir el llanto con mayor razón, pues se encuentra en la seguridad del regazo de la madre.
– Ay hijo, ya hemos hablado mucho al respecto.– dice mientras le acaricia la cabeza; la cara escondida en el regazo – No hay ningún monstruo en ninguna parte de tu recámara, ni debajo de tu cama, ni en el ropero y tampoco se asoma por la ventana cuando estás durmiendo.
– Pero si sí está, lo acabo de ver – dice deseando que le crean – tiene ojos rojos y colmillos grandes grandes, muchos colmillos y es como un perro nada más que es más grande y no tiene cola y camina como persona y las patas de adelante parecen manos peludas y es de color gris y llora como perro. ¡Créeme mami!
La madre lo mira con ternura le acaricia la frente, sonríe, desea que su hijo nunca pierda esa imaginación.
– Voy a quedarme contigo hasta que te quedes dormido y para que estés tranquilo mi amor. – le acaricia la cabeza y el niño bajo el resguardo de la madre y arrullado por su propio llanto se queda pronto dormido.
La madre se levanta del lecho de su hijo, se le queda mirando largo rato, simplemente admirando el sueño de su pequeño y sale de la habitación.

Todo lo he visto desde la puerta entreabierta del ropero. Volví a escapar por la ventana, aullando, pues lo había vuelto a ver reflejado: El fulgor de mis ojos rojos.

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