– Buenas tardes señor, bienvenido, ¿ha tenido un viaje placentero?
– Ehh sí, gracias,– dice dubitativo.
– Con gusto le llevaremos sus maletas a la habitación.– Aquí aparece el primer problema, no recuerda tener alguna habitación. No reconoce el hotel. Tampoco el lugar.
– Muy amable de su parte joven, – dice mientras se estira el saco de su traje blanco y se acomoda el sombrero de paja.
– Muchachos, lleven por favor el equipaje del señor Guerrero a su habitación.
Eso lo impresiona, ahí se da cuenta que en donde sea que está, el hotel tiene un servicio de primera, que lo saludaran por su nombre ya a la entrada lo sorprendió gratamente.
Espera que los trámites en la recepción no tarden, pero si ya lo saludan de nombre no tiene de que preocuparse. Camina relajadamente rumbo a la entrada principal del complejo. Camina pausado como el hombre de categoría que es, firme, apoyándose en su bastón que tiene bien agarrado de la empuñadura de plata. Desde hace años se presenta así, con esa soberbia, dejando que todos lo miren: Que se sepa que acaba de llegar el señor Guerrero.
Sus facciones ya no son las de antes, siguen siendo las facciones marcadas, duras de aquel hombre sin escrúpulos que ha sido a lo largo de los años. Sin embargo los ojos se le han hundido, de aquella mirada de perro de presa que fijaba para lanzar la mordida, la que hoy tiene es una mirada con autoridad pero sin certeza que a cualquier provocación suelta el tarascón sin dirección definida. Las facciones autoritarias parecen ahora caricaturizadas. Es un viejo que en su senectud sigue sabiendo mejor lo que es mejor para todos, aunque se trate de temas que no conoce o que le parecen superfluos. Da igual, él sabe que es lo mejor para él, y por lo tanto para todos.
– Tienen un muy bonito edificio, joven – dice al cruzar el umbral – ahora espero que el servicio sea igual de satisfactorio.
– Muchas gracias señor Guerrero, le podemos asegurar que todos los que trabajan en este complejo son los mejores en su ramo. Si me permite, antes de llevarlo a su habitación hay algunos requerimientos que debemos llevar a cabo.
¿Dónde se encuentra?, ¿en qué ciudad? La edad bien que mal en ocasiones ya le jugaba malas pasadas. ¿Había estado ya en alguna ocasión en aquel hotel? La verdad es muy difícil decirlo, un hombre de su condición viaja frecuentemente, y eso desde hace años. No es nada fuera de lo común que gerentes de hoteles salgan a darle la bienvenida, cuando él, el señor Guerrero, no tiene ni puta idea de quienes son esos arrastrados que andan mendigando una propina abundante. Pero normalmente reconoce algún detalle de los hoteles, las lámparas, la recepción con su madera tallada, la apuesta joven que le da la bienvenida “¡Qué alegría verlo de nuevo con nosotros señor Guerrero!” Lo mismo decía él, ¡que alegría que le diera la bienvenida una cosita así! Pero en este hotel no hay nada que le traiga recuerdos.
– Señor Guerrero, le vamos a pedir que por favor se quite los zapatos y el cinturón.
Al lado de él se encuentran ya dos botones poco amigables de casi dos metros de alto. ¿Qué pasa aquí?, ¿realmente le preguntaron lo que él escuchó?, ¿le pidieron al señor Guerrero que se quite zapatos y cinturón?
– ¿Quién se cree usted, joven insolente?, ¿con quién cree usted que está hablando? ¡Tráigame al gerente!
– Señor Guerrero por favor no hagamos esto más difícil...
– ¡Se va usted al diablo! ¿Qué es esto, un asalto? Tráigame al gerente. ¡De esto se va a arrepentir! – Se siente amenazado y lanza las mordidas. Ahora son cuatro los botones que están a su lado.
Observa muy bien a los empleadillos de ese hotelucho, todos se le comienzan a acercar.
¿Cómo pudo un hombre, un personaje como él caer en un lugar así? En sus tantos años no había habido nadie que se atreviera a retar al señor Guerrero y viviera para contarlo. Él siempre iba a los mejores lugares, a los mejores negocios, había estado toda su vida codeándose con los mejores.
Ahora estos tales por cuales quieren los zapatos del señor Guerrero, si los quieren tanto tendrán que venir por ellos.
El viejo aventó el sombrero, se quitó el saco y arremangó la camisa.
– Muchachos, ayúdenle al señor Guerrero con sus cosas. – Los cuatro botones se fueron inmediatamente sobre el viejo. El anciano soltó de golpes con sus magros brazos y recitó insultos al por mayor. No ayudó de mucho. Rápidamente lo sometieron y le dieron una inyección.
Ahora camina por los pasillos con esa soberbia que lo caracteriza, los demás inquilinos lo saben: “ahí viene el señor Guerrero.” Tiene mala fama, la fama que a él le gusta. En ese hotel se quedó, se convirtió en un huésped permanente, en uno de muchos que hay en aquel hotel, el “Hospital psiquiátrico estatal”.
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