Ahí estaba el detective alcohólico al lado de la rana habladora, junto a ellos un joven convertido en insecto. Los habían cambiado de lugar, era la primera vez que estaban juntos. Antes habían pasado el tiempo con otros, con una chica llamada Aura, con un conde fantasmagórico, con unos ratones que retrataban el más puro horror. El primer sádico estaba a unos cuantos centímetros de ellos, justo al lado de aquel gordo amplio que tenía las respuestas a todo. Todos se sentían incómodos, nadie conocía a su nuevo vecino, y si había algunos que pertenecían juntos, o que por suerte se habían mantenido juntos se aferraban el uno al otro, ese era el caso de la motocicleta, el tren y el avión.
Algunos hablaban otro idioma, el viejo que hacía favores pero que en algún momento los pedía devueltos hablaba inglés. Algunos que hablaban de batallas cruentas en invierno, o de un resumen breve del siglo XX lo hacían en alemán. Y uno que otro fenómeno, único en su tipo hablaba lo que nadie más en el vecindario hablaba.
La madre llamó al niño a comer, éste dejó de observar el librero nuevo con los libros recién acomodados. Se habían mudado hace poco, el padre acababa de acomodar su estudio, con su colección de literatura. El niño salió de la habitación, no quedó nadie que siguiera escuchando el bullicio de todos aquellos personajes, quejándose, conociéndose, adaptándose a ese nuevo librero, a ese nuevo vecindario.
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