9.8.11

La pared delgada

Comúnmente no solía seguir despierto a esas horas. Pero ese día era la excepción. Era una ocasión única, que esperaba no se repitiera de nuevo. El departamento a oscuras, una botella sobre la mesa, él sentado en el sofá, desparramado. La medianoche tan presente como su soledad. La música nostálgica había dejado de sonar. Canciones de corazones rotos, de deslealtades, de abandonos. Eran de esas canciones que se escuchan mejor cuando uno toma. Por lo tanto la botella ya estaba vacía. El último trago en el vaso. Quiso comenzar a llorar, pero alguien se le adelantó. Se acabó el último trago y se levantó a la cocina para buscar algo más con qué intoxicarse. Encontró una botella de cerveza en el refrigerador, de paso comió algo sencillo, dos rebanadas de jamón y una de queso. Suspiró, se talló los ojos para limpiarse cualquier lágrima que se le pudiera haber salido. Destapó la cerveza y un golpe se escuchó en la pared. ¿Qué fue eso?, ¿fui yo? Regresó a la sala dándole de tragos a la botella, dispuesto a poner más música. Un plato se rompió. Se escuchó claramente. Y después lo siguió un vaso. Venía del departamento vecino. Se escuchó un grito, después se oyeron más. “¡Eres un inútil! ¡Sólo con golpes te atreves!” “¡Cállate! Pinche vieja naca, ni se para qué me casé contigo” “Por el dinero de mis papás, nada más por eso ¡Maldito hambreado!” Una silla fue aventada contra la pared “¡Estás enfermo! ¡Búscate ayuda maldito desquiciado!” “¡Cállate zorra de mierda!” Se escuchó una bofetada, dos, tres bofetadas... y llanto.
Le dio otro trago a la cerveza, ¿se habían calmado?, ¿le había dado sus cachetadas y con eso habían concluido la pelea? Se le escapó un suspiro, ¿debería de llamar a la policía? No lo iba a hacer, a menos que ya se escuchara que en verdad se estuvieran matando. Había faltado poco, pero no llegaron a tanto.
En otras ocasiones, cree él, hubiera llamado a la policía. Hubieran bastado los primeros gritos para que lo hiciera, pero como ya dije, esa noche era la excepción. Esa noche no creía que, lo que esos dos peleoneros a final de cuentas intentaban llevar a cabo, pudiera funcionar: estar para siempre juntos.
Eso no sirve, para qué lo intentan, habrán de fracasar, como yo fracasé. Y lo sabe, cuando se va el amor no hay forma de hacerlo regresar. Así como la vida, simplemente se acaba.
Pero lo que no se acaba es esa necesidad del calor que brinda la otra persona. Eres un estúpido, maldito vecino de mierda. Tienes a una mujer a tu lado y en vez de aprovechar del calor que te puede brindar la golpeas. Malditas paredes tan delgadas de este edificio, qué necesidad tengo yo de escuchar los dramas de los demás. Puso música alegre para variar un poco. Para levantarse el ánimo. Malditos vecinos imbéciles, si quieren que se maten, mejor para mí, son unos estúpidos, por desaprovechar aquello que a ellos aún les queda y que yo ya perdí.

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