26.2.10

Algo desesperante

Una melodía llega hasta mis oídos. Un leve punchis punchis metálico y distorsionado. Volteo a mi derecha y a mi izquierda tratando de localizar el origen. No lo logro. La melodía sigue y gana fuerza, se distorsiona un poco más. Intento volver a hundirme en mi lectura, pero tampoco lo logro. Me irrita esa cancioncita distorsionada que no puedo localizar. Cierro el libro de forma abrupta e impulsiva mientras se me escapa un “¡Puta madre!” La gente me voltea a ver. “¿Me escucharon?¿me entendieron?” ¿Por qué no habrían de poderme escuchar o entender? Tal vez por la cancioncita, esa méndiga melodía punchis-punchera que cada vez me desespera más. Llegamos a la próxima estación, las puertas se abren gente entra y sale, se sientan, desdoblan su periódico y se hunden en él: Resultados deportivos, índices de acciones, la nota roja, lo que sea. Y de fondo ese tamborcito maldito sonando desquiciadamente. ¿Soy yo el único que lo escucha? ¿es a mí únicamente a quien le desespera esa melodía? La gente me mira cada vez con más extrañeza. ¿Se me nota la desesperación, la irritación? Creo que sí. Me pongo cada vez más nervioso, siento que la banca empieza a vibrar. Se me humedece la frente. “¡Maldita sea!” exclamo, y ésta vez sí que no me importa si me escuchan o no. ¿Sabes que? te voy a dejar, luego te hablo –te digo – solo hay algo más desesperante que gente hablando por teléfono en el metro y eso es gente que no contesta su celular.

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