–¿Me escuchas?– espero esperanzado una respuesta responsable, franca y sensata. Un “sí” o “no”, nada de “un poquito”, “un poquitín” y ya para nada un “pos ahí dos dos”.
–¿Me escuchas?– y la nada.
–¿Me escuchas? ¡con un carajo!– y un susurro constante, tímido, quizá hasta intimidado, pero no desde la intimidad ...tristemente.
–¿Me escuchas?– y mis problemas sin resolver, y mis alegrías sin compartir, y yo preguntando como un idiota, una y otra vez.
–¿Me escuchas?–
–¡Que sí te escucho! Ya deja de preguntar– escribo.
“Efectivamente...” y sentado frente a la computadora me doy cuenta, “de nueva cuenta, estás hablando solo.”
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