23.3.11

Complejo de mesías

¿Acaso te pedí que me rescataras? ¿acaso te supliqué que me salvaras?, ¿me dejé caer sobre mis rodillas frente a ti para implorarte que me salvaras de la perdición?, ¿me encomendé a ti?
No recuerdo haberlo hecho. Y aún así apareciste, insinuaste que me ibas a ayudar con todas mis cargas, mis lastres que me toca arrastrar. Te decidiste a ayudarme sin que nadie te lo pidiera. Te dije de lo que carezco, y únicamente por eso pensaste que te estaba pidiendo ayuda para cubrir esas carencias. Te dije que soy pobre, flojo, ingenuo, acomplejado, en ocasiones agresivo y hasta masoquista.
Y tú, oh alma caritativa, quisiste venir a mi auxilio, a rescatarme de la hoguera de mis defectos y deficiencias. Hasta decidiste hacer sacrificios para salvarme, invertiste tu tiempo escuchándome, proponiéndome como romper mis malos hábitos, en vez de preocuparte por tu propio bienestar.
Me incitaste a dejar el trago, el cigarro, a comer saludablemente, a mejorar mi comportamiento.
Creías que de todos los seres perdidos en este mundo, repartidos por todas las latitudes, específicamente tú serías quien me habría de salvar de mi infierno particular. Pero lo que no entiendes es que únicamente tú lo calificas como infierno. Esta es mi vida, y no le veo nada que se le tenga que mejorar, y si es que lo hay, lo decido yo.
Se te fueron la fuerza y el tiempo, los que invertiste en mí sin que nadie te lo pidiera. Te sacrificaste en vano y no hay nadie quien te lo agradezca.
Ahora seguiré de borracho fumador comiendo pura porquería y disfrutando de cada uno de mis defectos que no quiero cambiar. El acomedido siempre queda mal.

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