17.11.13

Tierna historia de terror

Toda la noche había llovido. Hacía un ventarrón que aventaba las ramas del roble contra la ventana de la habitación. No podía dormir. Las gotas se estrellaban de pronto de forma violenta contra el cristal, para después volver a apaciguarse. En aquel entonces era estudiante, vivía para salir de fiesta los fines de semana. Y en ocasiones solía hacerlo igual entre semana, con tal de no perder la práctica. Los primeros semestres de la universidad los había pasado de noche, y esto en todo el sentido de la palabra. Pienso que aparte de la tormenta, eran también la deshidratación y la cruda de la fiesta del día anterior las que menos me ayudaban a conciliar el sueño. Un relámpago alumbraba la habitación. Uno, dos, tres, cua..... el trueno cimbraba el vidrio de la ventana. No tenía en aquel entonces cortinas, y nunca las tuve en esa casa. Miento, no era una casa, era simplemente una habitación que, de una u otra forma, me servía de hogar. Como fuera, no tenía cortinas y en ese hogar nunca las tuve. Prefería invertir el dinero que tenía en otras cosas: Comida, bebida, salidas, en ocasiones muy pero muy raras en ropa. ¿Cortinas? No, ¿para qué? En un futuro tal vez, pero aún no.
Otro relámpago. Uno, dos......... el trueno. Otro ventarrón y pareciera que fuerte granizo estrellándose directamente en la ventana. Las ramas siendo obligadas a bailar de arriba a abajo golpeando de vez en cuando la ya tan mencionada ventana. Un sobresalto mío, un instante de susto que se alarga pues el ruido agudo continúa. No lo pude identificar en seguida y por lo tanto se alargó más y un poco más. Me pareció una eternidad. Al darme cuenta de lo que se trataba me sentí ridículo. Aquí me estoy austando por el pinche teléfono, casi casi bailando del susto y la sorpresa. Tardé en encontrar el teléfono que estaba perdido en la habitación. Era tarde, no era común que me llamaran a esa hora. No reconocí el número, simplemente contesté.

Del otro lado de la línea únicamente se escuchaba un llanto, que al escuchar mi voz se volvió sollozo. “¿Sí? ¿quién habla? ¿Te puedo ayudar?” – “Dos meses… dos (sollozos) meses” – “¿Cómo? ¿dos qué?” – “Ten...... ten...... tengo dos ............dos….. tengo dos meses……(sollozos)” – “¿Quién habla?” – “Soy.......soy [insertar nombre femenino aquí].” 
Se me congeló la sangre. Ya no la recordaba. Hacía tiempo, sí, aproximadamente dos meses la había conocido en una fiesta, nos agarramos confianza y nos conocimos de pe a pa. Todo en una noche, bueno y parte de la mañana. Después habíamos perdido el contacto. Creo que se puede decir que los dos quisimos perderlo. Hasta esa noche, con tormenta y relámpagos. Recuerdo muy bien que no pude decir nada, perdí el habla. Me quedé congelado con el teléfono al oído, de la bocina salía el llanto de tu madre. De afuera se estrellaban las gotas contra la ventana, las ramas del roble danzaban dando chicotazos al cristal. Relámpagos y sus respectivos truenos que ahora me dejaban completamente indiferente. De ahí tengo una laguna mental, no sé qué le dije a tu mamá, solo recuerdo haber pensado que tenía que darle ánimos y ella me dice que lo hice, pero no recuerdo cómo. Después todo sucedió bastante rápido y ahora aquí estamos, celebrando tu llegada. Ay hijo, eres el mejor susto que me pudieron haber dado.

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