15.6.11

El vendedor

“Lo que quieras. Dímelo. Simplemente dime qué es lo que quieres. Te lo doy todo. Todo lo que quieras. Lo que tú me pidas.”
Las manos nerviosas moviéndose de un lado al otro de la mesa. No es la primera vez que hace una promesa tan vacía, tan difícil de cumplir. ¿Que qué quiero? ¿Lo voy a obtener así de fácil, así de sencillo? ¿Nada más lo digo y ya lo tengo? Quiero riquezas, felicidad, quiero salud y una larga vida.
“Acércate a mí y lo tendrás todo.”
Tenerlo todo no me interesa, no quiero tenerlo todo, pero sí quiero tener mucho.
“Ya te lo digo, lo que tú me pidas, es tuyo.”
Lo que pida, lo que quiera, ¿cuál es el precio? De seguro habrá que renunciar a algo, a la libertad por ejemplo.
“La libertad ya no la tienes, nunca la has tenido. ¿Pero que te parece un nuevo auto?”
¿Cómo que no tengo la libertad, cómo que nunca la he tenido? ¿A qué más he de renunciar, al amor?
“El amor no existe, es un instinto bajo que cada animal tiene por reproducirse. A menos que estemos hablando, naturalmente, del amor por un auto. Para amar a un auto, uno necesita como con las mujeres, un objeto del deseo, por ejemplo...”
¿Y qué hay de la salud? ¿Esa tampoco existe o es que nunca la he tenido?
“No, sí, esa sí existe, pero es más pasajera que el deseo por un objeto. Todos habremos de morir. Todos ya vamos decayendo. Hasta los autos decaen, a menos que hablemos de algún clásico, como un Mustang 1968. ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por uno? ¿Cuánto tiempo estarías dispuesto a pasar hambre, a ser infeliz con tal de tenerlo? Tú que hablas de amor, a las mujeres les encantará verte en él. Pero eso sí, es mucho más caro que un iPhone. Tendrás que sufrir mucho más de lo que tendrías que sufrir por un iPhone.”
¿Un iPhone?, ¿me puedes conseguir un iPhone?, ¿con saldo para la app-store?, ¿cuánto tiempo tengo que pasar hambre?, ¿seré infeliz?
¿Sabes qué? No importa, dame mi iPhone, el sacrificio valdrá la pena.

1.6.11

Crónica callejera: La historia antigua

En los tiempos antiguos, muy pero muy antiguos, de la década pasada, se vivía de otra forma en estas calles. Se respiraba tranquilidad y cundía la armonía. Varones y hembras, adinerados y miserables compartían el mismo pan de cada día. Ahora siguen viviendo lado a lado pero sin la añeja armonía. Cuando hubo un cambio en el poder se sucitó el famoso y legendario desalojo de “la estrella” en el cual varios grupos de guerreros cobardes habrían de apedrear, apalear y ultrajar a familias enteras, hembras con críos en brazos, ancianos, enfermos. Los desalojados recorrieron tramos largos para encontrar una nueva morada. La mayoría de ellos habrían de quedar marcados de por vida como “los estrellados”, aquellos miserables que fueron expulsados de su tierra por aquel nuevo gobierno. Con tal de sobrevivir muchas de “las estrelladas” se hicieron pirujas, por allá del rumbo de la calle amores. Bueno eso es según lo que me han contado, antes se llamaba amores, ahora creo que es la calle Fidencio Gutiérrez, sí justamente como el cruel gobernante que mandó desalojar “la estrella”.
Esta es la historia verídica del comienzo de la nueva era en estas calles. Bueno, era la nueva era hasta que el infante que se hizo hombre se hizo mito.
“Los estrellados” se reconocen unos a los otros, aún hoy en día, eternidades después de esos sucesos. Ya muy pocos recuerdan el desalojo pero ellos ahí siguen, marcados. Y sus mujeres quedaron aún más marcadas por el amor comprado que tuvieron que regalar. Hasta dónde yo sé en la calle amores “las estrelladas” llegaron a un territorio con dueño, se quisieron instalar en una zona ya tomada. En un principio las quisieron echar, pero ellas se resistieron a ser desalojadas de nuevo, a ser humilladas una vez más, así que acataron las reglas que les impuso el señor que dominaba esos terrenos y era conocido por todos, según mi compadre, como “el rey de las nalguitas”. Un señor de gran jerarquía y buena voluntad, que protegía a todas las mujeres de su terreno, pero que tambien podía ser de mano dura con aquellas que se salieran de su rebaño y se descarriaran. Él se encargó de cuidar de “las estrelladas”.
Rápidamente se corrió la voz sobre las nuevas habitantes de la calle amores y cada vez empezaron a llegar más varones cada vez de más lejos para disfrutar de los servicios de éstas. No únicamente simples trabajadores querían disfrutar de sus mieles, sino que también gente poderosa y de jerarquía se acercaba en sus carruajes a la calle amores, que como dije, creo que hoy es la Fidencio Gutiérrez.

Un día, en que la gente dice que el sol estaba iluminando de una forma pocas veces vista y que en el aire se olían los perfumes de los naranjos y las bugambilias, apareció un carruaje lujosísimo, en él iba un señor que reinaba extensos tierras, aguas y aires. Según mi humilde opinión era el Secretario de Transporte, pero tambien puede ser que haya sido un emisario extranjero que estaba de negocios por estas tierras, como dicen otras personas. El caso es que llegó a hablar con “el rey de las nalguitas” pidiéndole una doncella que tuviera estrella, que fuera pura e inmaculada. Lo pidió así porque ya sabía lo que tenía planeado con ella. Aunque, como siempre, existen las malas lenguas que dicen que lo que en verdad pidió ese extranjero era una putita que estuviera limpia, quiero decir higiénica, porque no le gustaba usar condón, pero son malditas calumnias vertidas por gente de mala fé como los locatarios de “las delicias”. Así que llegó a pedir una doncella pura e inmaculada. La única que el rey encontró era una jóven que era de “las estrelladas”, de dieciseis años llamada Sara. El gran señor que reinaba tierras, aguas y aires quería a la doncella para poner en la tierra a su descendencia, quería crear nueva sangre, mezclar la suya de gran poder y pasado con una sangre que tuviera estrella y qué mejor que hacerlo con la más pura de “las estrelladas”. Le pagó al rey la cuota que éste pedía y se unió con la doncella más pura e inmaculada de la calle amores. Se la echó al plato.
Cuentan por ahí que Sara la inmaculada, empezó a irradiar una energía enorme a partir del día en que el Secretario de Transporte se la tiró, quiero decir, que le plantó nueva vida en su vientre. Irradió cada vez más mientras cada vez se le notaba más el fruto de su vientre. Dicen, lo escuché de las vendedoras del mercado Concepción, que durante ese tiempo todas buscaban la cercanía de Sara la inmaculada. Cuentan que esos tiempos fueron de gran optimismo y felicidad en la calle amores.
“El rey de las nalguitas” vio, por los nuevos cambios que se llevaban a cabo, que su reino y protectorado podía colapsar, aparte que la calle amores no era un lugar para un niño. Así que con todo el dolor de su corazón, el rey agarró de las greñas a Sara le pegó sus buenos puñetazos y la expulsó de sus dominios pidiéndole de forma muy preocupada que le buscara un hogar amoroso a su hijo donde pudiera vivir feliz. Obviamente algunos desgraciados dicen que lo que el rey realmente le pidió fue que se deshiciera a toda costa de su hijo y que no regresara si no había arreglado el problema. Esto yo lo escuché, ¿dónde más? Obvio, en “las delicias”.

Sara se marchó y jamás habría de regresar. La “abuela lujurias” la puta más antigua de la calle amores dijo que si bien Sara no iba a regresar, su hijo sí lo haría para pedir lo que le pertenecía y para poner orden en estas calles. La “abuela lujurias” dijo que aquel infante en algún momento se haría hombre para después convertirse en mito, y que los mitos nunca mueren.