8.8.13

Historias de verano


La banqueta refleja el calor del sol. Los rayos caen insolentes sobre el rostro sudoroso. Camina por las calles de la ciudad en busca de aquel libro que le recomendaron. El verano ha llegado. Por donde camine aparecen personas que se lo dejan en claro. Una vieja arrastrando su carrito de las compras con una mano mientras con la otra agita su abanico. Niños en camiseta sentados en la banqueta comiendo helado. El señor de las nieves haciendo un supernegocio. 
Sus ropas están húmedas de tanto sudor. No puede resistir la tentación: se acerca al carrito de las nieves mientras las campanillas suenan. El vendedor acaba de despachar a los últimos niños. “Joven, ¿Qué le doy?” dice mientras con un veloz movimiento de muñeca agita las campanillas del mango con el que empuja su carrito. “Pues, ¿de qué tiene?” responde el joven. “Tengo nieve de guayaba, limón, mango, sandía y todavía me quedan un par de sandwiches de helado.” dice a un ritmo veloz y con una tonada propia de él. Es su cantaleta de vendedor, única de él. Es una forma de identificación entre los vendedores, para sobresalir, es un factor de reconocimiento para los clientes.
Lleva una gorra de béisbol que le da sombra a sus entrecerrados ojos, su bigote es entrecano ya. 
“Pues déme una de mango” – “¿Grande o chica?” – “Grande por favor”. Con movimientos automáticos toma un vaso desechable abre la puerta de la caja del carrito y comienza a servir la nieve. “¿Está fuerte el calor, no?” dice el joven. “Sí joven, justo del que ya me hacía falta” responde el vendedor, “el verano se hizo esperar este año, y pues yo lo necesito para mi negocio, ¿no?” dice con una sonrisa. “Acá tiene”, le da el vaso mientras continúa, “y usted ¿aprovechando del clima para pasear?” – “No, la verdad es que me pasé toda la mañana buscando un libro que me recomendaron y hasta ahora no he tenido nada de suerte.” – “Pues así sucede, pero dígame pues, ¿para que le urge tanto el libro que se pasó buscándolo toda la mañana?” hace una pausa, se acomoda la gorra y continúa: “Ahh ya sé, lo necesita para la escuela joven.” – “No, la verdad es que no”, dice fastidiado, se le nota que a pesar de estar comiendo esa nieve de mango, no la disfruta. Sigue sintiendo molestia por no haber conseguido lo que se había propuesto para este día. Sigue molesto por no haber conseguido su meta. “El pinche libro me lo recomendó un muy buen amigo”, continúa “y si me lo recomienda es por algo, ha de estar buenísimo y por eso la necedad de conseguirlo.” “Está bien, ¿y cómo se llama?” “Historias de verano de Roberto Valdivia.” El viejo vendedor estalló en carcajadas de forma tan estrepitosa que hasta se dobló de risa. Tardó en recuperar la compostura, mientras el joven incrédulo seguía comiendo su nieve mirándolo con extrañeza. El viejo intentó varias veces pronunciar palabras, pero la risa le seguía ganando. “¡Ahh qué esta juventud!” exclamó al fin. “Joven, ¿cómo dice que se llama el libro?” – “Ya le dije, Historias de verano” contesta el joven de mala gana, pues siente que se burlan de él. “Ya muy bien joven, pero por favor dígame qué es lo que tenemos a nuestro alrededor. Mire aquellos niños nadando en la fuente, las señoritas mostrando pierna, los grupos de amigos que van a nadar. Y usted como loco buscando un libro, que de seguro está bueno, eso sí. Pero a usted se le nota que se le amargó el día por no encontrarlo. Un libro que trata del verano. Mire, con todo respeto, usted necesita primero conocer el verano en persona, antes de leer historias de él. Si no ¿de qué le sirve? Se nota que usted me compró la nieve por el calor, pero no la está disfrutando, usted está de malas y todo por un libro. Y eso de lo que trata, lo tenemos alrededor nuestro. Le propongo una cosa, quédese una media hora sentado en la plaza y disfrute lo que pasa alrededor suyo, ya mañana sigue buscando el libro. Éste es el verano. Le invito otra nieve pero para que la disfrute. 
El joven está sentado en una banca, saboreando una nieve de limón: 
“Ah chinga, pues sí, éstas son las historias del verano.” Y sonríe.