26.4.10

Guapa en el tren

Se subió en la última estación, yo la vi. Con dos maletas algo grandes para andarlas cargando en un tren regional así nada más. Viene de un lugar más alejado del que yo me podría imaginar. De seguro voló o va a volar. Se ve agotada, muchos se ven agotados cuando viajan. Ya no existe esa alegría por respirar otros aires. Sólo hay enojo si el tren tiene retraso. Ya ni se acostumbra leer un libro, o ya no tanto como antes, ahora si se puede uno verá una película en su computadora portátil. O uno escribirá en ella a lo largo del trayecto, y, heme aquí escribiendo sobre una mujer con dos valijas en un tren regional. ¿Le hablo? ¿o mejor me dedico a inventarme una historia sobre ella? Si le hablo puedo arruinar toda la fantasía, la ficción. Pero, ¡caray que está bien guapa! Así la veo yo. ¿Es trigueña o rubia? Todavía no lo decido. Lo que está claro es que tiene unos ojazos verdes. Caray, creo que sabe que hablo de ella, me acaba de sonreír de una manera pícara y después de eso se acomodó su cabello rubio y al hacerlo me mostró su cuello. Me puse nervioso, lo noto porque mis manos están sudando y dejo manchas en el teclado de la computadora. ¿Sí es rubia o tal vez es trigueña? No, ya dije que era rubia, así que es rubia. O, bueno......

Se subieron en la última estación yo las vi. Una rubia y una trigueña. Con dos maletas algo grandes para andarlas cargando en un tren regional así nada más...

15.4.10

El camino

¿A dónde llevará este camino? ¿Quién nos habrá de aguardar al final de éste? ¿Nos aguarda alguien? Mientras me guío palpando las paredes en esta oscuridad para seguir adelante me planteo estas preguntas. ¿Qué habrá de venir? ¿Cuándo habrá de venir? ¿Terminará esta tiniebla? Gotas caen del techo que no puedo ver, pero del que sé que no se encuentra muy alto. Hasta pareciera que cada vez está más bajo, pareciera que el camino cada vez se hace más estrecho. No me doy cuenta pero es un camino serpenteante. Paso por paso. Paso a paso se avanza. Si es en la dirección correcta no lo sé, pero lo siento así. Si he de caer de nuevo, me levantaré (esto en el sentido figurado obviamente, aunque también podría suceder en el literal: el suelo está realmente resbaloso). Cada vez, con cada paso que doy, pienso más y más que no hay vuelta atrás, no quiero desandar mis pasos. Pero en cualquier caso si al final de este oscuro camino encuentro un muro, saldré corriendo despavorido añorando lo dejado atrás, quizás hasta arrepintiéndome de haber caminado tan de prisa. Pero ¿quién lo sabrá? No hay nadie omnisciente que yo conozca, y aún así si lo hubiera ¿le preguntaría? No creo, seguiría con mi camino creyendo que es el correcto, que he tomado las decisiones correctas.
De aquel omnisciente, si es que lo hay, será el futuro, para que ya teniendo las piezas del rompecabezas, la ruta del camino correcto, hable de mi pasado y de cierta forma deje en claro mis desvíos, mis errores y subraye lo tontos e insignificantes que estos serán. Tal vez uno de esos errores sea el momento en que me confunda y sin saber que voy en la dirección acertada, me sienta extraviado. Pero ¿cómo saberlo?
Mientras tanto, sigo palpando las rocosas paredes en esta oscuridad, seguiré encontrando mi camino.

6.4.10

Soledad

El policía se llevó otro cigarro a la boca. Lo encendió, y al exhalar el humo soltó un suspiro profundo.

– Dos semanas, mínimo.– hablaba y fumaba al mismo tiempo, no se sacaba el cigarro de la boca y si lo hacía, no lo alejaba mucho de sus fosas nasales. Olfateaba el humo lo más que podía.

Tenía semblante demacrado, pareciera que no era policía. Estaba vestido de civil y sin embargo, normalmente se le notaban en el rostro los rasgos toscos de detective, de sabueso. Excepto esta vez.

– ¿No han encontrado nada? ¿Algo que nos pueda ayudar?–

– No señor, nada. El teléfono celular no tiene llamadas registradas, la contestadora está desconectada. Vamos a ver que encontramos en la computadora.–

– Muy bien, voy un poco afuera, no aguanto esta pestilencia.– Con pasos no tan firmes como de costumbre, pero sí más pesados, se dirigió a la salida. El departamento ya estaba acordonado. Bajó las escaleras viejas de madera. En las entradas de otros departamentos ya estaban los vecinos curiosos. Decían que no se habían dado cuenta de nada, no habían escuchado nada ni sospechado nada. Ellos estaban ocupados con sus cosas, decían, y a nadie le caen bien los entrometidos. Cada quien tiene que ver por sí mismo, decían. El vecino era un poco ermitaño, así que cuando empezó la pestilencia, creyeron que el ermitaño ya no tenía mucho interés en limpiar su vivienda y bajar la basura. Es más, en una ocasión un padre de familia preocupado por las repercusiones negativas que la pestilencia pudiera tener en sus hijos, quiso hacerle frente al ermitaño, pero este simplemente no respondió a la puerta a pesar de las patadas para llamar su atención.

El policía salió del edificio. Pudo respirar aire “puro” y se encendió otro cigarro. Ahí, sentado en las escaleras de la entrada del edificio, se puso a analizar el caso:


“Un hombre mayor, de entre cuarenta y sesenta años. Divorciado o soltero. No forma parte de un núcleo familiar, o éste ya se desintegró hace tiempo. Nadie lo extraña como hijo o como padre. Ha de haber conocido a esa mujer de la que tanto hablamos los hombres de mi edad. Los que vivimos en edificios como este. Éste no se diferencia mucho del mío.” Se le escapó un suspiro melancólico mientras exhalaba el humo del cigarro. “Alguna vez la ha de haber conocido. En un principio de seguro la ignoró, no le dio importancia. Pero conforme pasó el tiempo de seguro la volvió a ver, cada vez en más lugares y con mayor frecuencia. En el supermercado, comprando las presentaciones más pequeñas de alimentos que hay. En los bares, sentado en la barra con otros de su misma condición y ella a un costado coqueteándole de forma pícara y aburrida. Sí, de seguro una vez regresando de un cine porno se la encontró en las escaleras. Ha de haber sido la primera vez que la llevó a su departamento. A ella no le importó el desorden, es más, hasta le agradó el olor rancio de su hogar. Los ceniceros llenos, las botellas vacías, la ropa sucia repartida por toda la sala. No, nada de eso era problema para ella. Él lentamente se ha de haber enamorado de ella. De sus carnosos y gélidos muslos aprisionándolo a sus caderas. De compartir la cama con ella de madrugada hasta el mediodía. De compartir su intoxicación con ella. Sus cervezas, sus cigarros, su aguardiente. Desde la vez que él la invitó a su departamento, ella nunca más lo abandonó. Se quedó viviendo ahí con él hasta el final.

Pero esta mujer es muy especial, es una especie de femme fatale. Si bien brinda compañía, también tiene un cierto nivel de perversión. Te vuelve adicto a ella. Está siempre a tu lado pero también te hace trizas. A nuestra víctima le ha de haber echado en cara su alcoholismo, pero sin embargo, le ha de haber ayudado a comprar más licor. Se ha de haber burlado de él por su edad avanzada pero siempre lo ha de haber seducido, lo ha de haber llamado a la cama para que le brindara su calor y su compañía. Ha de haber escuchado atentamente las nostalgias de este pobre hombre para después reírse en su cara y burlarse de sus más profundos miedos y arrepentimientos. Sí, esta mujer va manipulando hasta que un día uno ya no puede más con ella. Muchas veces llega el punto en el que uno se hace una corbata con una soga o en el que uno se automedica con todo lo que encuentra, o en el que uno se rasura las muñecas. Y algunas veces, no sé si son los más valientes o los más cobardes, algunos siguen bebiendo como de costumbre, hasta que por tanto nivel de alcohol el hígado les falla o al caer de borrachos se rompen la nuca, o ...qué se yo...”

Una lágrima corrió por su mejilla y el cigarro resbaló de sus labios, cayendo al suelo.

“Sí, yo sé que esa mujer tuvo que ver con la muerte de este pobre hombre. Lo sé porque yo la conozco, últimamente me busca demasiado.

Se llama Soledad.”


– Jefe– un oficial uniformado salió del edificio.– ya localizamos a un familiar del difunto. Al parecer era alcohólico, su familia perdió contacto con él hace cinco años. Me dicen que tienen seguro para el sepelio y el entierro, van a enviar la póliza por fax a la central.–

– Muy bien– dijo el sabueso con una voz mustia –¿algo más?–

– Sí jefe, que no tienen ningún interés en las pertenencias del difunto.–

– Bueno, avísale a la central que necesitamos al equipo de limpieza y que tenemos una vivienda cuyas pertenencias pueden ser subastadas. Va a estar difícil saber de que murió el pobre hombre después de tanto tiempo.–

– Sí jefe, ¿algo más?–

– ¿Qué va a hacer después de esto? Estaba pensando en ir a tomar unos tragos. Casos como este aún me pegan. –

– Uy jefe, no puedo, lo que pasa es que mi mujer me está esperando y está encinta. Si no con mucho gusto.–

– Felicidades. No se preocupe. Dígales a los colegas allá arriba que ya me voy. Que pase una buena noche.–

El sabueso se levantó de las escaleras, se acomodó el abrigo, encendió un cigarro cuyo humo exhaló con un suspiro y empezó a caminar a lo largo de la calle oscura. A unas cuantas cuadras se vislumbraba ya, la seductora figura de Soledad.