30.4.11

Nada que decir

El viento agita las hojas, el sol quema la piel, el agua corre dejando escuchar esos murmullos tranquilizadores. Y no hay nada que decir.

Es un día soleado, tranquilo, relajado. Las cosas que hay que hacer se ignoran, lo poco que hay de comer se disfruta, se escucha el cantar de los pajarillos y se guarda silencio.

Es un bello día, imagínatelo, velo, disfrútalo y guarda silencio.

Estos bellos días se disfrutan. Y no hay nada más que decir.

26.4.11

Mudanza

Ahí estaba el detective alcohólico al lado de la rana habladora, junto a ellos un joven convertido en insecto. Los habían cambiado de lugar, era la primera vez que estaban juntos. Antes habían pasado el tiempo con otros, con una chica llamada Aura, con un conde fantasmagórico, con unos ratones que retrataban el más puro horror. El primer sádico estaba a unos cuantos centímetros de ellos, justo al lado de aquel gordo amplio que tenía las respuestas a todo. Todos se sentían incómodos, nadie conocía a su nuevo vecino, y si había algunos que pertenecían juntos, o que por suerte se habían mantenido juntos se aferraban el uno al otro, ese era el caso de la motocicleta, el tren y el avión.
Algunos hablaban otro idioma, el viejo que hacía favores pero que en algún momento los pedía devueltos hablaba inglés. Algunos que hablaban de batallas cruentas en invierno, o de un resumen breve del siglo XX lo hacían en alemán. Y uno que otro fenómeno, único en su tipo hablaba lo que nadie más en el vecindario hablaba.

La madre llamó al niño a comer, éste dejó de observar el librero nuevo con los libros recién acomodados. Se habían mudado hace poco, el padre acababa de acomodar su estudio, con su colección de literatura. El niño salió de la habitación, no quedó nadie que siguiera escuchando el bullicio de todos aquellos personajes, quejándose, conociéndose, adaptándose a ese nuevo librero, a ese nuevo vecindario.

18.4.11

La estancia del señor Guerrero

– Buenas tardes señor, bienvenido, ¿ha tenido un viaje placentero?
– Ehh sí, gracias,– dice dubitativo.
– Con gusto le llevaremos sus maletas a la habitación.– Aquí aparece el primer problema, no recuerda tener alguna habitación. No reconoce el hotel. Tampoco el lugar.
– Muy amable de su parte joven, – dice mientras se estira el saco de su traje blanco y se acomoda el sombrero de paja.
– Muchachos, lleven por favor el equipaje del señor Guerrero a su habitación.
Eso lo impresiona, ahí se da cuenta que en donde sea que está, el hotel tiene un servicio de primera, que lo saludaran por su nombre ya a la entrada lo sorprendió gratamente.
Espera que los trámites en la recepción no tarden, pero si ya lo saludan de nombre no tiene de que preocuparse. Camina relajadamente rumbo a la entrada principal del complejo. Camina pausado como el hombre de categoría que es, firme, apoyándose en su bastón que tiene bien agarrado de la empuñadura de plata. Desde hace años se presenta así, con esa soberbia, dejando que todos lo miren: Que se sepa que acaba de llegar el señor Guerrero.
Sus facciones ya no son las de antes, siguen siendo las facciones marcadas, duras de aquel hombre sin escrúpulos que ha sido a lo largo de los años. Sin embargo los ojos se le han hundido, de aquella mirada de perro de presa que fijaba para lanzar la mordida, la que hoy tiene es una mirada con autoridad pero sin certeza que a cualquier provocación suelta el tarascón sin dirección definida. Las facciones autoritarias parecen ahora caricaturizadas. Es un viejo que en su senectud sigue sabiendo mejor lo que es mejor para todos, aunque se trate de temas que no conoce o que le parecen superfluos. Da igual, él sabe que es lo mejor para él, y por lo tanto para todos.
– Tienen un muy bonito edificio, joven – dice al cruzar el umbral – ahora espero que el servicio sea igual de satisfactorio.
– Muchas gracias señor Guerrero, le podemos asegurar que todos los que trabajan en este complejo son los mejores en su ramo. Si me permite, antes de llevarlo a su habitación hay algunos requerimientos que debemos llevar a cabo.
¿Dónde se encuentra?, ¿en qué ciudad? La edad bien que mal en ocasiones ya le jugaba malas pasadas. ¿Había estado ya en alguna ocasión en aquel hotel? La verdad es muy difícil decirlo, un hombre de su condición viaja frecuentemente, y eso desde hace años. No es nada fuera de lo común que gerentes de hoteles salgan a darle la bienvenida, cuando él, el señor Guerrero, no tiene ni puta idea de quienes son esos arrastrados que andan mendigando una propina abundante. Pero normalmente reconoce algún detalle de los hoteles, las lámparas, la recepción con su madera tallada, la apuesta joven que le da la bienvenida “¡Qué alegría verlo de nuevo con nosotros señor Guerrero!” Lo mismo decía él, ¡que alegría que le diera la bienvenida una cosita así! Pero en este hotel no hay nada que le traiga recuerdos.
– Señor Guerrero, le vamos a pedir que por favor se quite los zapatos y el cinturón.
Al lado de él se encuentran ya dos botones poco amigables de casi dos metros de alto. ¿Qué pasa aquí?, ¿realmente le preguntaron lo que él escuchó?, ¿le pidieron al señor Guerrero que se quite zapatos y cinturón?
– ¿Quién se cree usted, joven insolente?, ¿con quién cree usted que está hablando? ¡Tráigame al gerente!
– Señor Guerrero por favor no hagamos esto más difícil...
– ¡Se va usted al diablo! ¿Qué es esto, un asalto? Tráigame al gerente. ¡De esto se va a arrepentir! – Se siente amenazado y lanza las mordidas. Ahora son cuatro los botones que están a su lado.
Observa muy bien a los empleadillos de ese hotelucho, todos se le comienzan a acercar.
¿Cómo pudo un hombre, un personaje como él caer en un lugar así? En sus tantos años no había habido nadie que se atreviera a retar al señor Guerrero y viviera para contarlo. Él siempre iba a los mejores lugares, a los mejores negocios, había estado toda su vida codeándose con los mejores.
Ahora estos tales por cuales quieren los zapatos del señor Guerrero, si los quieren tanto tendrán que venir por ellos.
El viejo aventó el sombrero, se quitó el saco y arremangó la camisa.
– Muchachos, ayúdenle al señor Guerrero con sus cosas. – Los cuatro botones se fueron inmediatamente sobre el viejo. El anciano soltó de golpes con sus magros brazos y recitó insultos al por mayor. No ayudó de mucho. Rápidamente lo sometieron y le dieron una inyección.

Ahora camina por los pasillos con esa soberbia que lo caracteriza, los demás inquilinos lo saben: “ahí viene el señor Guerrero.” Tiene mala fama, la fama que a él le gusta. En ese hotel se quedó, se convirtió en un huésped permanente, en uno de muchos que hay en aquel hotel, el “Hospital psiquiátrico estatal”.

5.4.11

Observando a terceros

Se siente raro, ya no es el mismo de ayer, de antier, ya no es aquel que llegó borracho en la madrugada, envalentonado, diciendo todos a mí me pelan los dientes.
¿Cuándo es que notó el cambio?, ¿se percató del momento del cambio o se dio cuenta cuando ya había cambiado?, ¿se levantó en la mañana y no reconoció a aquel del espejo?, ¿o acaso se despertó sudoroso en la madrugada por un sueño en el que se convertía en monstruo, en insecto insignificante?
¿Tú notas una diferencia?, ¿hay en él algo distinto, otra apariencia, otro comportamiento? Ve, míralo, se cuidadoso, que no se dé cuenta de que lo observamos, no hay que ser tan obvios, ahora es especialmente susceptible si nota que alguien lo observa.
En su cabeza dirá “esos dos de allá atrás los que están sentados en esa mesa me están observando, ya se dieron cuenta” y querrá romper en llanto “ya se dieron cuenta, lo saben, saben que soy otro, que por más que lo quiera negar y trate de fingir soy otra cosa a la que era ayer, y ellos lo saben.” Por eso tenemos que ser cuidadosos, míralo disimuladamente, mira como se lleva el bocado a la boca, como mastica, ahí, solo mas rodeado por muchos. Dime, ¿ha cambiado?, ¿es otro?, ¿se ha convertido en monstruo?
La mirada la tiene turbia, vidriosa, es un animal en pánico. Es más, come porque tiene que, no porque quiere.

¿Qué les pasa par de imbéciles, qué me andan mirando? Sé que ustedes lo saben.

Sí, respondes, ha cambiado, es otro, si es un monstruo o un insecto insignificante no lo sé, dices. Puede ser, continúas, que él se sienta como un insecto que en cualquier momento puede ser aplastado, pero que en verdad se haya convertido en un espectro, en un ser de los más temidos, de los que hay que cuidarse. Te doy la razón. Su mirada tiene pánico y odio.

No idiotas, no es odio, es resentimiento y es dolor. ¿No se han cansado de mirar?, ¿no ven que la comida me sabe insípida?, ¿no les basta con haberme descubierto? Si esto fuera concurso ustedes lo habrían ganado: Felicidades, descubrieron que he cambiado, que esta mañana me espantó el ver mi reflejo. Se dieron cuenta que esta madrugada me descubrí asesinando al cariño...