25.3.13

Las vías del viejo




La vía parece interminable, marchas sin conocer su final. El comienzo también lo desconoces. Únicamente llegaste a ella de la nada, simplemente te cruzaste con ese camino que no lo es. Los caminos sirven para facilitar el avance, cosa que definitivamente no consigues entre las piedras, los durmientes y los rieles. Aún así es más sencillo caminar entre las dos barras de metal interminables que pisar la nieve que puede que vaya demasiado hondo. El frío se convierte en tortura, el viento en navajas que arañan tu rostro.   

El viejo sigue el camino trazado. Los rieles que en algún momento lo transportaron lejos de los suyos. Ahora intenta regresar, regresar escapando del frío. En aquel entonces se marchó en una bestia a vapor, que bramaba amenazante a cada objeto que le pudiera obstaculizar su trayecto. 
Ahora regresa a pie, ahora las bestias le braman a él, obligándolo a dejar ese camino y refugiarse en la nieve, donde no se sabe lo que uno está pisando.

El paisaje es hostil, incoloro, frío, mas no estéril. Debajo de esa nieve en algún lugar se esconde vida, como los pensamientos que se esconden también debajo de su cabeza blanca, cana.

Pareciera que haces un viaje introspectivo: Un viejo que atraviesa un paisaje marchito, canoso. Un camino que nos dificulta aún más el caminar para que sepas cómo se siente el andar de viejo. 

Preguntas por qué me refiero a ti como un anciano. La respuesta es sencilla: Porque si aún no lo eres, en algún momento lo serás. Caminarás con dificultad, tendrás la visión turbia, pero el camino bien definido. 


8.3.13

Laguna negra


Se escuchan los chapoteos a lo lejos. Recién se dieron cuenta de ellos. A lo lejos, en la oscuridad se escucha algo golpeando el agua. Se habían decidido por salir a caminar rumbo a la laguna. Llevaron cervezas y algo de comer. Más que comer, han bebido. La fogata improvisada comienza a perder intensidad. El rincón que descubrieron es bastante cómodo, a orillas de la laguna, hubo que rodearla un poco para llegar a donde se encuentran, alejados de la vereda.
La superficie clara y cristalina se fue convirtiendo poco a poco en oscuridad. El ocaso ya ha terminado. Los agarró la noche. Están borrachos. La brisa que había soplado durante la tarde se detuvo tan pronto se escondió el sol.

Con la oscuridad resurgieron las rencillas antiguas en el grupo, los problemas añejos que no desaparecen por completo, aún después de diez años.
La guitarra fue la primera en callar. Cantaban desentonados Wonderwall.
– ¡Sepárenlos! Raúl, ¿qué haces? ¡Sepárenlos! – se escuchó gritar una voz femenina, mientras dos de los varones del grupo se revolcaban en el piso repartiendo y recibiendo puñetazos. Alrededor de los dos se formó rápidamente un grupo de ebrios que, con su torpeza, intentaban separar a los que peleaban. En el intento cayeron varios en varias ocasiones al suelo. La guitarra fue la que detuvo la pelea.
Fue estrellada en la espalda de su dueño, Raúl. Aterrizó con la frente. Se quedó tirado sobre la arena, los trozos de madera repartidos a su alrededor. Al igual que hace diez años, se armaron dos grupos distintos. Uno alrededor de Raúl, el otro al lado de aquel que no había podido zafarse, aquel que fue rescatado por la guitarra.

¿Son remos? ¿Es quizá alguien en un bote que viene hacia acá? Algo golpea el agua, eso está claro, sin embargo es un golpe suave, no con suma fuerza. Si fuera alguien remando se escucharía claramente. El agua golpea algo.
Las brasas truenan, como implorando que les den más madera de alimento. Están sentados alrededor de la fogata. Beben, pero el ambiente festivo quedó en el camino.

– Oye, ¿qué mierdas estaban pensando?, ¿y ahora?, ¿qué hacemos? – la adrenalina disminuyó lentamente. Los pasos involuntarios por la falta de equilibrio causada por la borrachera hacían ver al grupo como si estuvieran llevando a cabo una coreografía minimalista. De ser atentos, de la voluntad de ayudar a uno de los suyos en problemas, comenzaron a observar de forma ociosa a aquellos que seguían en el suelo. El rescatado por la guitarra estaba ya sentado en la arena, bebiendo de nuevo. Raúl parecía roncar.
– Raúl, ¿estás bien corazón? – dijo su novia, pero al no obtener respuesta se desesperó rápidamente – ¡Raúl! ¡Raúl! ¡Despierta! – le siguió el llanto, uno que otro borracho la intentó tranquilizar.
– Está bien, de seguro nada más está dormido, ya ves que estaba bien borracho. – pero el llanto continúa.
– ¡Raúl! Raúl... Raúl… –

Siguen bebiendo. El fuego se apaga lentamente. La novia de Raúl ya no está. Se la llevaron. Todo está en silencio, únicamente se escucha el alcohol bajando de la botella a cada trago que dan. Y el chapoteo del agua. El agua golpeando algo en la oscuridad.
– Supongo que es Raúl – dice un borracho – ha de estar nadando. – Todos lo quieren creer. La lógica de un borracho es flexible. Tergiversable.

Lejos del grupo, en aquella laguna negra flota Raúl bocarriba. Parece que se está relajando, nadando sutilmente de dorso. El agua le golpea el rostro, Raúl anda a la deriva. Parece que se está relajando, esa idea le agrada a todos. Por un momento quieren creer que ahora todo está bien, Raúl está nadando. Esto después de que ellos, en pánico por la herida en la frente que en algún momento dejó de sangrar copiosamente, echaron el inerte cuerpo al agua.
Raúl nada y ellos beben.