17.9.13

El beso de la musa


Lo que hace falta es una patada en el estómago. Sacarle el aire, que vea estrellitas para que se acuerde de dónde viene. 
¿Dónde la dejaste? ¿A qué hora la perdiste de vista? De seguro te confiaste y se te escapó. ¿Cuántos te encargamos? Varios, ¿no? ¿Dijiste algo de que no ibas a poder con el encargo? No cabrón, tú andabas muy salsa con que ibas a entregar a tiempo lo que se te pidió. Pero mírate ahora. ¡Mírate! 
Ah perdón, que los ojos no los puedes abrir de tantos madrazos. ¿A dónde se fue? ¿Cuándo regresa?
¡Contesta cabrón! 

Tanto que la presumías, que decías que no había ninguna mejor que ella, que era la única para ti. Pues mira ahora como esa única, te vio la cara y salió por patas. – Camina de un lado a otro, me mira tirado en el suelo, manos y pies atados. Los ojos vendados, no puedo ver. La verdad no sé ya cuánto tiempo llevo aquí. No sé si siga en el mismo lugar, es posible que me hayan cambiado de casa de seguridad mientras estaba inconsciente. No me puedo imaginar los rasgos de aquellos que me tienen cautivo. La verdad es que no me los deseo imaginar. Lo digo más que nada por ustedes, lectores. Yo tengo los ojos vendados y no puedo ver un carajo.
De vez en cuando hablan por teléfono, la voz calmada y firme que se escucha del otro lado los pone a temblar y a odiarme más. “Recuérdenle al señor este que nos garantizó dos novelas cortas para ser impresas por partes en nuestras revistas, y que le pagamos por adelantado. Si el cabrón no se quiere poner a trabajar, oblíguenlo. Ustedes no van a abandonar esa casa hasta que tengamos el material que nos debe. Si no les parece, pues desquítense con él. A la próxima quiero escuchar avances.” Click.
Silencio.
Un suspiro y poco después una bota golpea mis costillas.

¿Dónde anda cabrón? – No sé. – No te hagas pendejo. – Pero si es la verdad, desapareció así de la nada. – Estoy en el piso, echado, una lámpara me ilumina desde el techo. ¿Entonces? ¿qué vas a hacer para salvar el pellejo? – hace una pequeña pausa. Mira te vamos a echar la mano. ¡Traigan a las muchachas! – grita, se escucha una puerta abrirse, varios pares de tacones entran a la habitación, avanzan y se detienen frente a mí.
A ver chavas ¿quién se anima? – varias muchachas hacen un semicírculo alrededor mío. Varían desde mulatas a pelirrojas y sus prendas van desde lencería hasta trajes sastre. Lo único que tienen en común son los tacones. Todas llevan tacones puestos. 
¿Entonces qué onda? ¿quién se anima? – Silencio – ¿saben qué? ¡Me vale madre! Órale – le grita a su ayudante – deja a todas las viejas encerradas aquí con el pendejo este. Apaga las luces y vámonos. – se apaga la lámpara que cuelga sobre mí, me quedo hecho bulto igual que los últimos días.


El papel sigue en blanco, al lado de la libreta está mi bolígrafo favorito. Me sentaron frente a una mesa. Pienso que me cambiaron de cuarto. En el que estoy tiene poco que ver con aquel que me había imaginado. 
La noche que pasé con todas las mujeres me dejó más agotado de lo que creía. Y tampoco es que me haya ayudado. Uno pensaría lo contrario, pero la verdad es que no. Lo que sucedió en esa habitación no ha venido a arreglar mi precaria situación. Ahora ¿que quieren que mencione qué es lo que sucedió esta noche? No, eso ustedes lo deciden. Imagínate lector qué es lo que sucedió, tú lo decides. Estoy cansado de que todo el trabajo recaiga en mis hombros. Me tienen secuestrado, maniatado, con los ojos vendados y golpeado en una casa de seguridad en algún lugar de un gran país. Ahora, si no es mucha molestia, imagina qué es lo que sucedió en esa habitación, que no me ha ayudado nada, que no ha provocado que pueda llenar las hojas de mi libreta. No seas huevón e imagina un poquito.

¿Qué pasó? ¿No te gustaron? ¿O eres puto y necesitas un chavo? – Miro la libreta, el bolígrafo al lado. No, sólo funciona con ella. No conozco otra posibilidad.– No les agrada mi respuesta, me sueltan un puñetazo en la cara, caigo al suelo donde continúan dándome de patadas. La adrenalina comienza a correr por mis venas, siento de nuevo algo más que el dolor de los golpes. Siento un dolor interno, angustia y temor se comienzan a expandir por mi pecho. ¿Cómo voy a salir de esta?  Los golpes continúan. Pinche escritorcito pendejo, si ni escribes. Y de seguro ya te gastaste el dinero. No se cansan, los golpes siguen y seguirán un buen rato. Si no llenas la libreta no vas a salir vivo de aquí.

El cuarto está oscuro de nuevo. ¿Y ya será esto todo lo que fui? ¿Termina aquí mi camino? ¿Qué ya no podré volver a ver a los míos? ¿Se cierra el telón y aquí muero? Qué triste, creía que iba a seguir  un buen rato en este mundo.
Está al lado mío, no me di cuenta cuándo entró, pero huelo su perfume. No puedo evitar sonreír. Me observa en silencio. No dice, ni dirá nada. Se inclina para poder tocar el bulto en el que estoy convertido. Su mano acaricia mi cabello, con un pañuelo limpia la sangre de mis mejillas. Se inclina lentamente hacia a mí, acaricia mi mejilla antes de darme un delicado beso.


El escritor está sentado frente a su computadora. Tiene una amplia sonrisa. No quedó nada mal, hasta diría que está bueno. Sí, está orgulloso de su creación, después de ese bloqueo mental que lo había tenido en sequía al fin consiguió crear algo aceptable. ¡Mierda! Pero esto no lo puedo utilizar para las dos novelas cortas que tengo que entregar. Y el tiempo sigue corriendo.