26.2.10

Algo desesperante

Una melodía llega hasta mis oídos. Un leve punchis punchis metálico y distorsionado. Volteo a mi derecha y a mi izquierda tratando de localizar el origen. No lo logro. La melodía sigue y gana fuerza, se distorsiona un poco más. Intento volver a hundirme en mi lectura, pero tampoco lo logro. Me irrita esa cancioncita distorsionada que no puedo localizar. Cierro el libro de forma abrupta e impulsiva mientras se me escapa un “¡Puta madre!” La gente me voltea a ver. “¿Me escucharon?¿me entendieron?” ¿Por qué no habrían de poderme escuchar o entender? Tal vez por la cancioncita, esa méndiga melodía punchis-punchera que cada vez me desespera más. Llegamos a la próxima estación, las puertas se abren gente entra y sale, se sientan, desdoblan su periódico y se hunden en él: Resultados deportivos, índices de acciones, la nota roja, lo que sea. Y de fondo ese tamborcito maldito sonando desquiciadamente. ¿Soy yo el único que lo escucha? ¿es a mí únicamente a quien le desespera esa melodía? La gente me mira cada vez con más extrañeza. ¿Se me nota la desesperación, la irritación? Creo que sí. Me pongo cada vez más nervioso, siento que la banca empieza a vibrar. Se me humedece la frente. “¡Maldita sea!” exclamo, y ésta vez sí que no me importa si me escuchan o no. ¿Sabes que? te voy a dejar, luego te hablo –te digo – solo hay algo más desesperante que gente hablando por teléfono en el metro y eso es gente que no contesta su celular.

19.2.10

Ocioso bebiendo cerveza

–Buenas, ¿qué tal? ¿cómo has estado?– la distancia se nota, una cierta frialdad en la voz, un falso interés en la mirada.
–¡Ey! ¡Que sorpresa! Muy bien ¿y tú?– exclamas mientras te cuelgas de mi cuello en un abrazo exagerado. –¿Qué ha sido de tu vida? ¿qué has hecho?
–Nada, o, bueno sí, de todo un poco.– y después de una pausa, agrego más que nada por diplomacia –¿y tú? ¿qué has hecho?– Y sin más ni más te sueltas a platicarme de todo un poco, del trabajo, de tu relación, de los estudios, si por ti fuera me platicarías hasta del calentamiento global, pero al parecer no has leído mucho al respecto o no te interesa porque ese tema no lo tocas. 
Y ahí estamos tocando temas triviales con miradas que quisieran decir más, si algo amigable o hostil sale sobrando, simplemente hablamos de cosas que no tienen importancia. Nos enredamos en una interacción forzada. No sé si tengas el interés de platicar conmigo, pero yo no contigo. Me arrepiento de no haberte negado el saludo. 
Ahora me encuentro en una situación pesada de la que me parece difícil salir, mientras tú sigues hablando y después de eso, hablas más. 
Le doy un trago a mi cerveza. “¡Que jodido estaría!” pienso y no puedo evitar una sonrisa torcida mientras te veo pasar. Sí, ha pasado tiempo pero ¿qué chingados es el tiempo? Es una puta que se pone difícil o que anda de facilota, que estira o afloja mientras uno tiene que seguir labrando su camino. 
Pasas al lado mío sin voltear a verme, me alegra. No tenemos nada que decirnos y mientras más se queden esas conversaciones triviales como pensamientos ociosos de un tipo bebiendo cerveza, mejor para mí.  

10.2.10

Una eternidad de un momento

Hay momentos que uno no quiere que sean eso: momentos.
Uno desearía que fueran eternidades, en los que uno desearía que el tiempo se congelara y uno no dejara nunca de estar ahí con esa persona tomándose una cerveza, llevando esa plática, disfrutando de ese panorama, contando ese chiste.
Pero es algo imposible, por lo tanto uno se esmerará en tatuarse esos momentos en la memoria, grabarse esa canción que se oye de fondo, ese olor agradable o pestilente, esa puntada que nos está doblando de risa.

Tengo esa intención de que estos momentos se queden acá arriba -mientras me toco la sien- guardados, grabados y asegurados por siempre.

Este último mes guardé muchos momentos y quiero, por medio de estas líneas, agradecerle a cada una de las personas que estuvieron en ellos de hacerlos de tal importancia y valor que en mi cabeza serán eternos.

Gracias