31.12.10

La siguiente generación

Todos los recuentos que se dan por estas fechas me han puesto a pensar. Los recuentos que se han dado no son únicamente del año que termina, sino de la década que agoniza. Me viene a la memoria un programa de televisión aún de los ochentas en los que presentaban a la década ochentera como un viejo y la de los noventas como un bebé que apenas nacía. Yo tenía ocho años en ese entonces, hace veinte años. Hoy termina la primera década del nuevo milenio, del milenio que yo y todos los demás nos imaginábamos como el futuro. El futuro llegó desde hace rato. Y no ha sido como me lo imaginé, bueno, no por completo. Pero la verdad no quiero concentrarme mucho en que cambios ha habido en el mundo, sí el terrorismo, tragedias, violencia, lo conocemos. De lo que quiero pensar, es acerca de los cambios por los que hemos pasado, yo y los míos. Ahora que me concentro en ese tema en específico no puedo más que gritar que sí el futuro está ya aquí. Yo el infante que se emocionaba porque en el año dos mil iba a cumplir dieciocho años está aquí diez años después de esa fecha. Van a cumplirse diez años desde que salí de la escuela. Todos los jovenzuelos que compartieron esos años se repartieron por todas partes, la verdad no tengo ni idea de qué ha sido de la mayoría de ellos. Es remoto el recuerdo de la emoción por los regalos que aparecían debajo del árbol navideño. Esa grandeza de cualquier cuarto al que uno entrara. La magnitud que tenía la casa de la abuela para uno, que podía correr, jugar, esconderse.
Menciono estos dos temas por algo, la casa de la abuela y la época navideña. Esos dos temas están entrelazados en mi memoria. Mis recuerdos infantiles de mis mejores navidades fueron en casa de mi abuela en compañía de los tíos y primos, cuando toda la bandada de primos jugaban en el, en ese entonces, enorme patio. Cuando las travesuras eran solapadas por uno que otro tío y por la abuela misma. La verdad que no me queda más que decir ¡qué recuerdos!

Ahora, digo que el futuro llegó, no porque ahora me vea como adulto y ya no un niño (creo que nuestras generaciones jamás dejarán por completo de ser niños), el futuro llegó porque han cambiado los papeles. Ahora me toca a mí ser el que solape travesuras y el que simplemente admire a la criatura que disfruta de la enormidad de la casa de los padres. Es mi momento de aventar chamacos por los aires y colgarlos de cabeza, como en su momento lo hicieron conmigo. Es el simple hecho de que la siguiente generación está aquí y hay que encargarse de ella tan bien o mejor de como se encargaron de la nuestra. A nosotros nos tocó el patio y el enorme zaguán con el portón negro, ¿qué le tocará a ellos?
Hay que ayudarles a labrarse recuerdos inolvidables.

Feliz año nuevo.

El olvido y los tesoros ajenos

Dijeron que me habría de reír, y lo hice.
Dijeron que las cosas que sentía habrían de desaparecer, y desaparecieron. No me lo dijeron pero las cosas que sabía se me fueron olvidando, y a esto es a lo que quería llegar:
El olvido, algo trágico, se puede pensar, o bien una bendición.
No es nada nuevo, pero uno luego se va enterando de cosas, de miedos, de traumas, de hermosos recuerdos de los demás. Obviamente estos demás no serán unos demás cualquiera, sino que demás con cierto nivel de confianza con uno, sino ¿por qué habrían de contarle a uno?
Uno deberá de manejar estos recuerdos con sumo cuidado, suma paciencia, y dependiendo de cada caso, con sumo cariño. Al mismo tiempo, uno hará lo mismo con los ya mencionados demás. Uno sabrá con quién, cuándo y hasta qué punto pero poco a poco irá soltando información preciada para sí, esto quiere decir, desnudándose ante los demás, como estos se desnudan ante uno.

Con el tiempo puede suceder que esas personas que le tenían confianza a uno, o a las que uno les tenía confianza, desconfíen o que simplemente ya no quieran confiar en uno. Esto sucede sobre todo con las personas que se desnudaban ante uno en todo el sentido de la expresión.
En estos casos uno deberá tomar en algún momento una decisión: ¿Qué hacer con los tesoros confiados a uno? Tesoros para la otra persona claro está, para uno serán información importante, trivial o simplemente una carga. Muchas veces está información comienza por ser ignorada, callada, otra recordada y hay algunos que, una vez que la confianza ya no está más presente, la reparten entre sus conocidos “Una conocida una vez tuvo que...”.
De una forma u otra con el tiempo la información, los tesoros terminan por ser olvidados, voluntaria o involuntariamente. Algunas veces uno recordará algún detalle y se le escapará una sonrisa. O uno intentará, se esforzará por recordar justamente esa historia de aquella persona a la que uno echa de menos en el momento. O uno se encargará de que los recuerdos de esa persona en específico, una con quien se compartió una historia en común nunca más vuelvan a la mente, uno los mata en su memoria, los obliga a desaparecer.

Obviamente también se puede dar el caso, porque el olvido no es rencoroso, de que uno olvide lo que lo separó del otro y termine añorando de nueva cuenta el estar juntos.

23.12.10

Mi recuento del año

Cada cierto tiempo uno tiene que rememorar y reflexionar. ¿Qué fin tiene el hecho de andar haciendo memoria de los actos cometidos por uno a lo largo del año? Me pregunto mientras estoy sentado frente a la televisión viendo uno de esos shows en los que se hace un recuento de lo ocurrido en el año que se acaba. Simplemente recordar, sería la respuesta, o mejor dicho, no olvidar. Pero hay formas de recordar. Tal vez debería de hacer un recuento de los momentos más felices y más tristes del año, editarlo y ponerle efectos de estrellitas, añadidas digitalmente. Poner en cámara lenta y desde distintos ángulos cuando recibí el mail en el que me invitaban a la entrevista de trabajo. “Pero las cosas no le habrían de salir tan fáciles como se las esperaba” diría la voz en off y habría una toma en detalle de mis ojos tristes al salir de ésta. Mientras de fondo suena, un hit musical, eso sí, melancólico. Como, no sé....
La puesta en escena de carácter barato y trillado continuaría, obviamente con un cambio para bien. Después del fracaso de la entrevista habría que poner un éxito, digamos un renacimiento en el amor por ejemplo, con “tictoc” de Kesha como fondo, obvio, para repetir una vez más lo que ya nos cansamos de escuchar a lo largo del año. Y aparte de las tomas originales del momento en el que me agarré a una chava (o sea en el que resurgió el amor), habría que hacer una entrevista exclusiva para el programa. En ella yo explicaría a detalle mis sentimientos y demás cursilerías ridículas.
“En el momento en que la vi, me sentí otra vez como un adolescente, el pulso se me aceleró y de la nada actué, cuando me di cuenta, ya estaba hablando con ella” diría yo con una camisa de marca y de color chillón, el cabello atiborrado de gel, tieso, como yo en las tomas originales, ah, y eso sí, con la soberbia de alguien que se cree ya del otro lado. “Definitivamente fue una de las mejores experiencias de este año, por no decir de toda mi vida”, diría con una mueca difícil de descifrar y con la voz algo nasal.
Así se haría un recuento del año 2010, de preferencia mes por mes:
“Abril quedó marcado por la crudota que tuvo el día después de su cumpleaños” diría el amigo de la voz en off.
Junio sería el mes donde se dio uno de los momentos más difíciles del año. “Ese día no tenía planeado hacer mucho” diría yo en la entrevista “salí al buzón a revisar la correspondencia.” Habría que hacer una dramatización barata que junto a la música de suspenso creara una atmósfera pesada para que el televidente sintiera en carne propia la pésima experiencia de haberse quedado sin llaves fuera de casa. “Eso es algo que no le deseo a nadie”, diría yo al borde de las lágrimas.

“Desde finales de noviembre se comenzó con los tradicionales trabajos de recopilación de material e información para este programa. Al protagonista se le fue diciembre en el cuarto de edición. Y su amor de verano, lo dejó por su comportamiento enfermizo, que incluía entrevistarse a sí mismo, hacer dramatizaciones de hechos triviales, y finalmente, descuidar su relación por estar sentado frente a una computadora por horas y horas. En resumen el 2010 fue un buen año, sin embargo la producción de este programa 2010 Una remembranza, lo echó a perder.”

17.12.10

La pared blanca

Tosió, sorbió y lanzó un escupitajo. Salió volando dando vueltas sobre su propio eje y quedó embarrado en la pared blanca, resbalándose lentamente hacia el suelo aún mojado.

La pared blanca, pelona, sin ningún chiste, nada que la hiciera sobresalir, únicamente una costra que había quedado allí desde hace días, una costra repugnante de un escupitajo gripiento.

El sol había estado brillando desde muy temprana hora. Los trabajadores acababan de tomar desayuno. Después de la pausa hubo de echarle más agua a la mezcla, los ladrillos acomodados al lado de la banqueta eran acompañados por el sonido rasposo de la pala y la espátula removiendo y recogiendo cemento.

La única forma de recuperarse un poco de esa enfermedad que simplemente no lo quería abandonar, era descansar, y eso no lo podía. No porque no lo quisiera, sino porque el tiempo no se lo permitía. Si descansaba un poco, si se recuperaba un poco, si tomaba unas cuantas energías iba a perder tiempo valioso.

Con el tiempo la gente empezó a hablar de esa esquina, de la pared que en su momento fue blanca. La gente empezó a hacer una leyenda de aquella anécdota: –“Me voy, pero para que no te olvides de mí, mancho tu maldita pared blanca” y por eso es que la escupió, y eso es lo que todos saben acá en el barrio, ¿verdad?– empezaron a decir.

Los albañiles más tarde que temprano habían terminado de construir aquello, que pocos sabían para qué era, pero que todos habían empezado a llamar “el cuartito”. Ellos mismos nunca se atrevieron a preguntar la función del cuartito, a ellos les dijeron que tenía que ser una habitación de tanto por tanto con una altura de algo y medio. Tuvieron ladrillos, la mezcla y ya estuvo, no necesitaron más.

Se fue alejando, con mucho cuidado debido al piso mojado, y al par de metros tuvo que escupir otra vez, sin embargo éste no lo pudo expulsar con fuerza suficiente, y manchó sus propias prendas con él.

La lluvia se había soltado de forma torrencial, de un momento a otro no quedó nadie en la calle. Todos buscaron refugio. Menos él.

Tiempo después la pared dejó de ser blanca, cada semana se ponía más gris, ya no hubo nadie que la volviera a pintar de nuevo. Nadie que mantuviera el cuartito. El negocio no había funcionado.

Años más tarde el cuartito siguió desocupado, abandonado. La gente del barrio lo dejó ahí, en el olvido. Esa leyenda regresó a ser solamente una anécdota, la cual estaba ligada a esas paredes víctimas de pintas callejeras.

Siguió caminando por el piso mojado, sus ropas empapadas, sus opciones agotadas, y con esa maldita tos. Llegó al cruce y de ahí ya no avanzó más. Ahí se quedó para siempre.

Llegó el momento de pintar. Al dueño le pareció lo mejor decidirse por un color económico. No tenía demasiado dinero. Pintura blanca.

– Sí, ellos eran socios, los dos, sí joven, nomás que después, los dos, pues, los dos empezaron a tener problemas, por el dinero ¿no?, ya ve usted que eso siempre se da. Y de ahí pues la cosa, solita se fue dando ¿verdad?, cada vez había más problemas y ya, al final, al final pues mejor decidieron romper, aunque no fue precisamente por las buenas. Y de ahí pasó lo que usted ya sabe, un señor escapó y el otro, pues, murió. –

Faltaba dinero y sobró un escupitajo.