19.12.11

La frontera

En el límite del mundo. La frontera, a la que pasándola ya no habrá más. Antes había podido ver el horizonte, ahora ya no hay qué ver. Paso tras paso, episodio tras episodio fue encontrando su camino. Hasta llegar a donde está. Parado en ese risco, de frente a la nada.

Perdió a sus padres de forma trágica, indignante. Sobrepasó los límites de posible sufrimiento. Experimentó una catarsis por la que llevó a cabo actos heroicos. Todo con los bosques de un país nórdico de fondo. Reflexiones y sentimientos de este singular personaje han sido retratados a través de las páginas de forma acríbica.
Sin embargo ahora está ahí en la cumbre de las nieves, después de haber ganado la batalla contra los salvajes de las faldas boscosas de la montaña del invierno eterno. Agotado, con su amor a la distancia, esperándolo. Según la profecía había que subir a la cumbre para encontrar el camino de su pueblo, y por lo tanto el suyo. No contaba con encontrarse con la nada.

El creador ha perdido la fe en él. Demasiado exagerada, con nombres bastante adornados. Esa hoja hace tiempo que no ha vuelto a tocar la máquina de escribir. El escritor no quiere crearle un camino, un destino. Ahora se dedica a escribir artículos, de interés general. Es más, recuerda únicamente de forma vaga su existencia. Se ha vuelto un héroe olvidado. Sin final feliz, sin nada.

“Agotado por la batalla y el interminable hundir de la hoja de su espada, sube lastimosamente pero con fe, la fe le da energía para escalar. La temperatura baja, es un buen signo, cada vez está más cerca de la cumbre. El vaho que expulsa con cada uno de sus jadeos le hace tomar conciencia de que sigue vivo, de que aún tiene energía de sobra, que su camino habrá de continuar. Quizás la altura es lo necesario para vislumbrar el camino, la profecía así lo dictaba. Lento pero seguro vence también la cumbre de las nieves, lo ha logrado. Agotado pero con fe, toma un respiro, clava su espada en la nieve, bebe de ésta. Con calma y conciencia del valor que tiene su misión, se irgue y observa el horizonte buscando una pista, no tarda mucho cuando a lo lejos comienza a vislumbrar de forma borrosa un...”

7.12.11

La espera

¿Dónde comienza el vaho y dónde termina el humo? Los guantes de cuero agarran el marchito cigarro del que quema una brasa en la oscuridad. La respiración pesada exhalando por las fosas nasales el aire que en el frío se hace visible. El cuello del abrigo levantado. El calor que se disipa en la oscuridad, al igual que la paciencia. Nada nuevo por estos lares, nada. ¿Qué más hay que comentar mas que el vicio del sujeto escondido en la oscuridad? Él, exhalando seguridad escondido en la oscuridad, probando los límites de su tolerancia. ¿Reloj? Para qué, no lo trae, no les cree. Qué importa saber la hora, igual -él sabe- es demasiado tarde. Podría contar el tiempo con otras unidades, lo ha hecho con cervezas: “Estoy a dos cervezas de irme a dormir”, “Nos vamos en tres cervezas”. Pero por suerte las unidades pueden ser cambiadas, algunas veces más fácilmente que otras. Ahora mide el tiempo con cigarros. Es el primer cigarro, pero igual ya es tarde. Ha sido tarde desde que se acomodó en el rincón más alejado del farol, a esperar, y será tarde cuando esa espera termine. Después de la calma viene la tormenta, dicen algunos que se quieren hacer los interesantes.

La verdad es que después de la calma vendrá la precipitación, la urgencia, las prisas, el pánico y el correr sin rumbo. Irás a esconderte, irás de un lado a otro pidiéndole a tus amigos de antes, probables traidores de hoy, que te escondan y se olviden de tu paradero, que se callen, que no hablen, que no le abran las puertas a nadie, sólo a ti, y de par en par. Eso piensa. Disfruta, alarga el tiempo lo más que se pueda, por lo tanto fuma un cigarro tras otro, de forma acelerada, exaltada, como si en cada chupada estuviera la respuesta, como si con cada inhalada alargara la espera por algunos valiosos segundos.

Las colillas las guarda en una bolsa de plástico. Talla la brasa con la suela del zapato, la apaga y las guarda, tiene ganas de escupir pero se pasa el gargajo, sintiendo como si tragara una babosa que le va a comer el estómago. Siente el vacío en aumento. Las colillas se siguen y seguirán juntando.

Su paciencia ya no da para más. Sin ningún disimulo se agarra el paquete, agarra la pistola que trae en el pantalón. Pareciera que quisiera alardear, pero sí, debajo del abrigo, debajo de esas prendas que lo han de proteger del frío se esconde un arma capaz de extinguir una existencia. De apagar la luz de la vida, como dirían esos que quieren alardear con expresiones adornadas.

Ya se había preparado para la lluvia, para correr a resguardarse, a esconderse. Estaba completamente listo para huir. Ya no quiero esperar, la espera cansa más que correr. Quiero escapar.
Pero la espera aún no termina.

Han pasado veintiún cigarros, no va a venir. Tanto que estudió la rutina de la existencia a extinguir, para que hoy decidiera improvisar: ir a dormir con una amiguita, tomar algo con los del trabajo, ir al cine, a cenar quizás. O tal vez todo junto.

Mañana regresará. Tiene que hacerlo. Maldita espera. Y mientras prende otro cigarro:
Espero con ansias el fin de la agonizante espera, para, de una buena vez, soltarme a correr para seguir vivo.