23.3.11

Complejo de mesías

¿Acaso te pedí que me rescataras? ¿acaso te supliqué que me salvaras?, ¿me dejé caer sobre mis rodillas frente a ti para implorarte que me salvaras de la perdición?, ¿me encomendé a ti?
No recuerdo haberlo hecho. Y aún así apareciste, insinuaste que me ibas a ayudar con todas mis cargas, mis lastres que me toca arrastrar. Te decidiste a ayudarme sin que nadie te lo pidiera. Te dije de lo que carezco, y únicamente por eso pensaste que te estaba pidiendo ayuda para cubrir esas carencias. Te dije que soy pobre, flojo, ingenuo, acomplejado, en ocasiones agresivo y hasta masoquista.
Y tú, oh alma caritativa, quisiste venir a mi auxilio, a rescatarme de la hoguera de mis defectos y deficiencias. Hasta decidiste hacer sacrificios para salvarme, invertiste tu tiempo escuchándome, proponiéndome como romper mis malos hábitos, en vez de preocuparte por tu propio bienestar.
Me incitaste a dejar el trago, el cigarro, a comer saludablemente, a mejorar mi comportamiento.
Creías que de todos los seres perdidos en este mundo, repartidos por todas las latitudes, específicamente tú serías quien me habría de salvar de mi infierno particular. Pero lo que no entiendes es que únicamente tú lo calificas como infierno. Esta es mi vida, y no le veo nada que se le tenga que mejorar, y si es que lo hay, lo decido yo.
Se te fueron la fuerza y el tiempo, los que invertiste en mí sin que nadie te lo pidiera. Te sacrificaste en vano y no hay nadie quien te lo agradezca.
Ahora seguiré de borracho fumador comiendo pura porquería y disfrutando de cada uno de mis defectos que no quiero cambiar. El acomedido siempre queda mal.

18.3.11

Respira

Respira, profundo, siente como se llenan tus pulmones de oxígeno.
Aguántalo lo más que puedas. Serénate. Deja salir poco a poco ese aire.
¿Ves cómo se forma el vaho? Esa humedad y ese calor que salen de tu cuerpo, son la señal inequívoca de que estás vivo.
¿Sientes el dolor en las piernas, en los brazos? No te das cuenta, pero estás sonriendo.
Los ojos cerrados, la frente mojada, tu satisfacción.
Vamos toma un trago de ese líquido. Tú decides a que sabe, a agua fresca, a limón, fresa, melón, guayaba, o a cerveza con una pizca de limón.
¿O acaso es una rodaja de naranja? Muérdela y no lo olvides: Respira, respira sin desesperarte. Suspira y sigue sonriendo. Descubre que tanto aire puedes inhalar, inhala tanto como puedas. Exhala lentamente y relájate. No permitas que la tensión en tus músculos evite relajarte.
Las gotas resbalan por tu frente, otra señal de que estás vivo: transpiras.
Diriges la cara hacia el cielo para recibir los rayos de sol, para recibir los copos de nieve que caen, para relajarte.
¿Sientes como retumba tu corazón, sientes la velocidad con la que golpea? Estás más vivo que nunca.
¿Continúas agitado? Respira, sigue respirando, y no dejes de sonreír.

12.3.11

La Catrina

Sus dedos acariciaban el borde de la copa. La luz tenue no dejaba reconocer sus facciones, únicamente permitía sospecharlas. El local algo elegante, música de piano acompañando las quedas pláticas y risas de los demás comensales. El enamorado sentado frente a ella. No era su pareja, pero en esos momentos ya lo habían engatusado, le había cambiado la mirada. Una mirada pura, y hasta cierto punto vacía, dirigida a la nada. Y el afán de mantener interesada a la chica.
– Disculpa, ¿me puedo sentar? – había preguntado ella – Te llevo observando un buen rato, y ya que tú no te decidías a acercarte, pues decidí ser yo la que se acercara. –
Él no la había observado, ni se había dado cuenta de que se encontraba en el local, pero mintió:
– Disculpa, es que tu belleza me paralizó y me dediqué únicamente a disfrutarla. –
– Mentiroso, si estaba sentada detrás tuyo, en la barra, no me pudiste haber visto, pero igual, que lindo de tu parte – dijo sonriendo.
Lo bribón y lo casanova ya le habían desaparecido ahora. Lentamente había caído en las redes de esa elegante y misteriosa mujer. En cuestión de minutos lo había enamorado. Los labios carmesí, los ojos profundos, de felina, de ave rapaz. La cabellera ondulada, negra, voluminosa, interminable. El candelabro sobre la mesa dejando caer gotas de cera roja sobre el mantel blanco, pálido, estéril.
– Pero ¿por qué me miras así? ¿Qué nunca te ha tocado que la mujer sea la que tome la iniciativa? – dijo sonriendo.
– Sí, pero nunca una chica tan guapa como tú. –
La mujer fatal soltó una carcajada, y las llamas de las velas chisporrotearon.
– Eso seguro se lo dices a todas, ¿pero será a mí a la última que se lo digas? ¿Me harías ese favor, mmh? – dijo coquetamente con voz mustia.
– Claro, claro corazón, por ti renuncio a todo, a ti te doy la vida. – dijo mientras la mirada se le vaciaba cada vez más.
El tintineo de las copas que se iban vaciando y regresaban de nuevo llenas, con ese líquido escarlata que ella degustaba a cada trago. Y los dedos empezaron a rodear el borde de la copa, a acariciar con algo de hastío el cristal fino con el vino tinto, antiguo, pasajero.
El enamorado se dio cuenta: Perdía el interés de aquella mujer seductora que se había acercado a hacerle plática.
– ¿Ves aquella familia sentada al fondo? Me recuerda una ocasión cuando era niño, que fui con mis padres a comer y a la hora de que nos trajeron la comida yo estaba jugando con un autito de juguete y sin darme cuenta le tiré los platos al mesero – se soltó a reír, y ella hizo una mueca de sonrisa.
Comenzaba el mismo cuento de siempre.
– Sí, una vez también, que estábamos en la playa me eché en la noche sobre la arena para ver las estrellas y cuando las estaba viendo, – y se le dibujó una sonrisa nostálgica, indescriptible, la mirada perdida en la nada – que pasa una estrella fugaz, directamente frente a mí, se vio como se iluminó el cielo y mientras avanzaba se iba apagando cada vez más y más hasta que se perdió por encima del mar. ¿Te ha tocado ver alguna vez una estrella fugaz? – le preguntó.
– Sí, muy seguido me toca ver estrellas fugaces, cometas, luces del norte, todo lo bello que te puedas imaginar – respondió ella mientras acariciaba con sus dedos el borde de la copa.

Eso le cansaba, tener que escuchar siempre los momentos felices, las anécdotas de todas las personas con las que tenía que ver. Que si de niños tenían un escondite secreto que solo ellos conocían, que si la chica de la que estaban enamorados nunca les correspondió, que si la chica de la que estaban enamorados les correspondió, que si eran felices, que si eran infelices, si se arrepentían de algo o de nada. Siempre tenían la necesidad de contar acerca de ellos, con tanto orgullo, con tanta alegría. ¿Qué no entendían que eran uno de miles, de millones, que todos, absolutamente todos tenían decenas, centenares de las mismas anécdotas que contar? Anécdotas bobas, simples, sin mayor importancia. Tenían esa necesidad de compartir esa felicidad que se había quedado en el camino, o ese momento difícil, inaguantable que habían superado. Esas trivialidades ¿qué le importaban a ella? La noche era joven, y tenía que seguir su camino para seducir a más, a muchos más.

– Recuerdo que una vez con mi primer novia.....– había empezado ahora con el tema del amor, si no actuaba ahora acabaría tal vez consolando el corazón roto de ese hombre. Se puso el sombrero con tocado de plumas.
– Pero no estás con tu primer novia, estás conmigo galán, ven acá que quiero robarte un beso mi vida, quiero que estés conmigo por siempre, quiero robarte el corazón. – Sus labios carnosos color sangre se fueron acercando a los de él, lo agarró, sintió su aliento caliente y le dio un beso de los que cambian la vida. La copa cayó derramando el líquido rojizo y espeso, que comenzó a gotear del mantel gris y sucio. El capitán de meseros fue el primero en acercarse, llamó a la ambulancia, aquel hombre solitario, caballeroso, que solía comer solo, se había desplomado sobre la mesa, la mirada vacía, perdida en la nada, los labios manchados de un rojo carmesí.

3.3.11

El atajo

¿Qué quieres que te diga? Así se dieron las cosas. Los planes, los sueños todo se quedó en el camino, que de por si no fue tan largo como uno se imaginaba. Pudo haberlo sido, pero la pereza y la cobardía pudieron más que el interés y el espíritu aventurero. Uno pensaría que bien por el hecho de tomar atajos uno tiene ese sentido de aventura presente, pero no es verdad. La verdad es que uno toma atajos para llegar más rápido a su destino, para estar más pronto, y por lo tanto más tiempo en el destino, o porque uno quiere estar menos tiempo en el camino, porque uno no tiene el interés de estar de viaje, no tiene la paciencia para disfrutar lo que el camino le pueda tener preparado: un bello paisaje, una amistad pasajera que bien puede volverse duradera, encuentros fugaces, pláticas profundas, reflexiones, gozo.

Heme aquí sentado en este comedor a orillas de la carretera, todos llevan prisa, yo también pero me tomo mi tiempo. Veo de todo: familias que están de viaje, alguno que otro que viaja solo por cuestiones de negocios o de transporte. Los que viajan por negocios son los que más desesperados se ven, no se toman un instante para respirar profundo y disfrutar el olor a pino que se percibe en el estacionamiento, para estirar su cuerpo después de bajarse del auto. No, entran directamente a comer, a devorar para después seguir con su camino. Los choferes son todo lo contrario, tienen su tiempo planificado, saben cuánto tiempo pueden hacer pausa y lo disfrutan, ellos saben que el viajar es una parte esencial de su vida. Van de destino en destino disfrutando el camino. ¿Quieres comer como nunca? Pregúntale a algún camionero, te recomendará alguno de los locales que ha descubierto durante sus viajes.
Tú también disfrutas las sorpresas que te da el andar de viaje, si no no me hubieras hecho plática y ahora no estaríamos sentados en la misma mesa platicando como lo estamos. Me agrada y te estoy agradecido. Me has alegrado este tramo del viaje, ya no me falta mucho, ya estoy cerca de mi destino. Tú te irás y disfrutarás de los paisajes y de los encuentros que el camino te traerá, hasta que llegues a donde quieres llegar, la playa. Yo, por mi parte, tomaré mi atajo, tal vez sí soy cobarde por no querer disfrutar del camino, pero ya me decidí. Una vez que te hayas ido iré hasta el puente que cruza el río, ahí tomaré el atajo que me lleve, lo más rápido posible, a mi destino final.