17.11.13

Tierna historia de terror

Toda la noche había llovido. Hacía un ventarrón que aventaba las ramas del roble contra la ventana de la habitación. No podía dormir. Las gotas se estrellaban de pronto de forma violenta contra el cristal, para después volver a apaciguarse. En aquel entonces era estudiante, vivía para salir de fiesta los fines de semana. Y en ocasiones solía hacerlo igual entre semana, con tal de no perder la práctica. Los primeros semestres de la universidad los había pasado de noche, y esto en todo el sentido de la palabra. Pienso que aparte de la tormenta, eran también la deshidratación y la cruda de la fiesta del día anterior las que menos me ayudaban a conciliar el sueño. Un relámpago alumbraba la habitación. Uno, dos, tres, cua..... el trueno cimbraba el vidrio de la ventana. No tenía en aquel entonces cortinas, y nunca las tuve en esa casa. Miento, no era una casa, era simplemente una habitación que, de una u otra forma, me servía de hogar. Como fuera, no tenía cortinas y en ese hogar nunca las tuve. Prefería invertir el dinero que tenía en otras cosas: Comida, bebida, salidas, en ocasiones muy pero muy raras en ropa. ¿Cortinas? No, ¿para qué? En un futuro tal vez, pero aún no.
Otro relámpago. Uno, dos......... el trueno. Otro ventarrón y pareciera que fuerte granizo estrellándose directamente en la ventana. Las ramas siendo obligadas a bailar de arriba a abajo golpeando de vez en cuando la ya tan mencionada ventana. Un sobresalto mío, un instante de susto que se alarga pues el ruido agudo continúa. No lo pude identificar en seguida y por lo tanto se alargó más y un poco más. Me pareció una eternidad. Al darme cuenta de lo que se trataba me sentí ridículo. Aquí me estoy austando por el pinche teléfono, casi casi bailando del susto y la sorpresa. Tardé en encontrar el teléfono que estaba perdido en la habitación. Era tarde, no era común que me llamaran a esa hora. No reconocí el número, simplemente contesté.

Del otro lado de la línea únicamente se escuchaba un llanto, que al escuchar mi voz se volvió sollozo. “¿Sí? ¿quién habla? ¿Te puedo ayudar?” – “Dos meses… dos (sollozos) meses” – “¿Cómo? ¿dos qué?” – “Ten...... ten...... tengo dos ............dos….. tengo dos meses……(sollozos)” – “¿Quién habla?” – “Soy.......soy [insertar nombre femenino aquí].” 
Se me congeló la sangre. Ya no la recordaba. Hacía tiempo, sí, aproximadamente dos meses la había conocido en una fiesta, nos agarramos confianza y nos conocimos de pe a pa. Todo en una noche, bueno y parte de la mañana. Después habíamos perdido el contacto. Creo que se puede decir que los dos quisimos perderlo. Hasta esa noche, con tormenta y relámpagos. Recuerdo muy bien que no pude decir nada, perdí el habla. Me quedé congelado con el teléfono al oído, de la bocina salía el llanto de tu madre. De afuera se estrellaban las gotas contra la ventana, las ramas del roble danzaban dando chicotazos al cristal. Relámpagos y sus respectivos truenos que ahora me dejaban completamente indiferente. De ahí tengo una laguna mental, no sé qué le dije a tu mamá, solo recuerdo haber pensado que tenía que darle ánimos y ella me dice que lo hice, pero no recuerdo cómo. Después todo sucedió bastante rápido y ahora aquí estamos, celebrando tu llegada. Ay hijo, eres el mejor susto que me pudieron haber dado.

17.9.13

El beso de la musa


Lo que hace falta es una patada en el estómago. Sacarle el aire, que vea estrellitas para que se acuerde de dónde viene. 
¿Dónde la dejaste? ¿A qué hora la perdiste de vista? De seguro te confiaste y se te escapó. ¿Cuántos te encargamos? Varios, ¿no? ¿Dijiste algo de que no ibas a poder con el encargo? No cabrón, tú andabas muy salsa con que ibas a entregar a tiempo lo que se te pidió. Pero mírate ahora. ¡Mírate! 
Ah perdón, que los ojos no los puedes abrir de tantos madrazos. ¿A dónde se fue? ¿Cuándo regresa?
¡Contesta cabrón! 

Tanto que la presumías, que decías que no había ninguna mejor que ella, que era la única para ti. Pues mira ahora como esa única, te vio la cara y salió por patas. – Camina de un lado a otro, me mira tirado en el suelo, manos y pies atados. Los ojos vendados, no puedo ver. La verdad no sé ya cuánto tiempo llevo aquí. No sé si siga en el mismo lugar, es posible que me hayan cambiado de casa de seguridad mientras estaba inconsciente. No me puedo imaginar los rasgos de aquellos que me tienen cautivo. La verdad es que no me los deseo imaginar. Lo digo más que nada por ustedes, lectores. Yo tengo los ojos vendados y no puedo ver un carajo.
De vez en cuando hablan por teléfono, la voz calmada y firme que se escucha del otro lado los pone a temblar y a odiarme más. “Recuérdenle al señor este que nos garantizó dos novelas cortas para ser impresas por partes en nuestras revistas, y que le pagamos por adelantado. Si el cabrón no se quiere poner a trabajar, oblíguenlo. Ustedes no van a abandonar esa casa hasta que tengamos el material que nos debe. Si no les parece, pues desquítense con él. A la próxima quiero escuchar avances.” Click.
Silencio.
Un suspiro y poco después una bota golpea mis costillas.

¿Dónde anda cabrón? – No sé. – No te hagas pendejo. – Pero si es la verdad, desapareció así de la nada. – Estoy en el piso, echado, una lámpara me ilumina desde el techo. ¿Entonces? ¿qué vas a hacer para salvar el pellejo? – hace una pequeña pausa. Mira te vamos a echar la mano. ¡Traigan a las muchachas! – grita, se escucha una puerta abrirse, varios pares de tacones entran a la habitación, avanzan y se detienen frente a mí.
A ver chavas ¿quién se anima? – varias muchachas hacen un semicírculo alrededor mío. Varían desde mulatas a pelirrojas y sus prendas van desde lencería hasta trajes sastre. Lo único que tienen en común son los tacones. Todas llevan tacones puestos. 
¿Entonces qué onda? ¿quién se anima? – Silencio – ¿saben qué? ¡Me vale madre! Órale – le grita a su ayudante – deja a todas las viejas encerradas aquí con el pendejo este. Apaga las luces y vámonos. – se apaga la lámpara que cuelga sobre mí, me quedo hecho bulto igual que los últimos días.


El papel sigue en blanco, al lado de la libreta está mi bolígrafo favorito. Me sentaron frente a una mesa. Pienso que me cambiaron de cuarto. En el que estoy tiene poco que ver con aquel que me había imaginado. 
La noche que pasé con todas las mujeres me dejó más agotado de lo que creía. Y tampoco es que me haya ayudado. Uno pensaría lo contrario, pero la verdad es que no. Lo que sucedió en esa habitación no ha venido a arreglar mi precaria situación. Ahora ¿que quieren que mencione qué es lo que sucedió esta noche? No, eso ustedes lo deciden. Imagínate lector qué es lo que sucedió, tú lo decides. Estoy cansado de que todo el trabajo recaiga en mis hombros. Me tienen secuestrado, maniatado, con los ojos vendados y golpeado en una casa de seguridad en algún lugar de un gran país. Ahora, si no es mucha molestia, imagina qué es lo que sucedió en esa habitación, que no me ha ayudado nada, que no ha provocado que pueda llenar las hojas de mi libreta. No seas huevón e imagina un poquito.

¿Qué pasó? ¿No te gustaron? ¿O eres puto y necesitas un chavo? – Miro la libreta, el bolígrafo al lado. No, sólo funciona con ella. No conozco otra posibilidad.– No les agrada mi respuesta, me sueltan un puñetazo en la cara, caigo al suelo donde continúan dándome de patadas. La adrenalina comienza a correr por mis venas, siento de nuevo algo más que el dolor de los golpes. Siento un dolor interno, angustia y temor se comienzan a expandir por mi pecho. ¿Cómo voy a salir de esta?  Los golpes continúan. Pinche escritorcito pendejo, si ni escribes. Y de seguro ya te gastaste el dinero. No se cansan, los golpes siguen y seguirán un buen rato. Si no llenas la libreta no vas a salir vivo de aquí.

El cuarto está oscuro de nuevo. ¿Y ya será esto todo lo que fui? ¿Termina aquí mi camino? ¿Qué ya no podré volver a ver a los míos? ¿Se cierra el telón y aquí muero? Qué triste, creía que iba a seguir  un buen rato en este mundo.
Está al lado mío, no me di cuenta cuándo entró, pero huelo su perfume. No puedo evitar sonreír. Me observa en silencio. No dice, ni dirá nada. Se inclina para poder tocar el bulto en el que estoy convertido. Su mano acaricia mi cabello, con un pañuelo limpia la sangre de mis mejillas. Se inclina lentamente hacia a mí, acaricia mi mejilla antes de darme un delicado beso.


El escritor está sentado frente a su computadora. Tiene una amplia sonrisa. No quedó nada mal, hasta diría que está bueno. Sí, está orgulloso de su creación, después de ese bloqueo mental que lo había tenido en sequía al fin consiguió crear algo aceptable. ¡Mierda! Pero esto no lo puedo utilizar para las dos novelas cortas que tengo que entregar. Y el tiempo sigue corriendo.   

8.8.13

Historias de verano


La banqueta refleja el calor del sol. Los rayos caen insolentes sobre el rostro sudoroso. Camina por las calles de la ciudad en busca de aquel libro que le recomendaron. El verano ha llegado. Por donde camine aparecen personas que se lo dejan en claro. Una vieja arrastrando su carrito de las compras con una mano mientras con la otra agita su abanico. Niños en camiseta sentados en la banqueta comiendo helado. El señor de las nieves haciendo un supernegocio. 
Sus ropas están húmedas de tanto sudor. No puede resistir la tentación: se acerca al carrito de las nieves mientras las campanillas suenan. El vendedor acaba de despachar a los últimos niños. “Joven, ¿Qué le doy?” dice mientras con un veloz movimiento de muñeca agita las campanillas del mango con el que empuja su carrito. “Pues, ¿de qué tiene?” responde el joven. “Tengo nieve de guayaba, limón, mango, sandía y todavía me quedan un par de sandwiches de helado.” dice a un ritmo veloz y con una tonada propia de él. Es su cantaleta de vendedor, única de él. Es una forma de identificación entre los vendedores, para sobresalir, es un factor de reconocimiento para los clientes.
Lleva una gorra de béisbol que le da sombra a sus entrecerrados ojos, su bigote es entrecano ya. 
“Pues déme una de mango” – “¿Grande o chica?” – “Grande por favor”. Con movimientos automáticos toma un vaso desechable abre la puerta de la caja del carrito y comienza a servir la nieve. “¿Está fuerte el calor, no?” dice el joven. “Sí joven, justo del que ya me hacía falta” responde el vendedor, “el verano se hizo esperar este año, y pues yo lo necesito para mi negocio, ¿no?” dice con una sonrisa. “Acá tiene”, le da el vaso mientras continúa, “y usted ¿aprovechando del clima para pasear?” – “No, la verdad es que me pasé toda la mañana buscando un libro que me recomendaron y hasta ahora no he tenido nada de suerte.” – “Pues así sucede, pero dígame pues, ¿para que le urge tanto el libro que se pasó buscándolo toda la mañana?” hace una pausa, se acomoda la gorra y continúa: “Ahh ya sé, lo necesita para la escuela joven.” – “No, la verdad es que no”, dice fastidiado, se le nota que a pesar de estar comiendo esa nieve de mango, no la disfruta. Sigue sintiendo molestia por no haber conseguido lo que se había propuesto para este día. Sigue molesto por no haber conseguido su meta. “El pinche libro me lo recomendó un muy buen amigo”, continúa “y si me lo recomienda es por algo, ha de estar buenísimo y por eso la necedad de conseguirlo.” “Está bien, ¿y cómo se llama?” “Historias de verano de Roberto Valdivia.” El viejo vendedor estalló en carcajadas de forma tan estrepitosa que hasta se dobló de risa. Tardó en recuperar la compostura, mientras el joven incrédulo seguía comiendo su nieve mirándolo con extrañeza. El viejo intentó varias veces pronunciar palabras, pero la risa le seguía ganando. “¡Ahh qué esta juventud!” exclamó al fin. “Joven, ¿cómo dice que se llama el libro?” – “Ya le dije, Historias de verano” contesta el joven de mala gana, pues siente que se burlan de él. “Ya muy bien joven, pero por favor dígame qué es lo que tenemos a nuestro alrededor. Mire aquellos niños nadando en la fuente, las señoritas mostrando pierna, los grupos de amigos que van a nadar. Y usted como loco buscando un libro, que de seguro está bueno, eso sí. Pero a usted se le nota que se le amargó el día por no encontrarlo. Un libro que trata del verano. Mire, con todo respeto, usted necesita primero conocer el verano en persona, antes de leer historias de él. Si no ¿de qué le sirve? Se nota que usted me compró la nieve por el calor, pero no la está disfrutando, usted está de malas y todo por un libro. Y eso de lo que trata, lo tenemos alrededor nuestro. Le propongo una cosa, quédese una media hora sentado en la plaza y disfrute lo que pasa alrededor suyo, ya mañana sigue buscando el libro. Éste es el verano. Le invito otra nieve pero para que la disfrute. 
El joven está sentado en una banca, saboreando una nieve de limón: 
“Ah chinga, pues sí, éstas son las historias del verano.” Y sonríe.

28.6.13

Tormenta


El cielo se está cerrando, la capa de nubes parece bajar cada vez más. Parece estar cada vez más cerca de él. Si se fuera exagerado, se podría decir que uno puede alargar el brazo para acariciar esos algodones grisáceos que se desplazan por encima de uno. Mientras más mira las nubes más bajas  parecen. Estira el brazo intentando acariciarlas, se sienten ásperas como lijas y no suaves como algodón. 
El viaje sigue, de forma irregular se percibe un vaivén provocado por el camino. No se sabe cuánto falta para llegar, y eso en el momento no tiene importancia. 
Una gran cantidad de libros con portadas vistosas y llamativas están repartidos sobre la banca, todos ellos los compró en algún momento. Todos en su momento le llamaron la atención. Todos le siguen llamando de alguna forma la atención. Todos todavía no han sido leídos...
El viento sopla cada vez más fuerte. La brisa imperceptible dio paso a rachas agresivas de viento que sacuden los árboles de un lado a otro. Ahora no se puede escapar a esa oscuridad que realmente aún no la es. Cuando el sol está aún por encima de las cabezas, pero tiene que buscarse camino entre una gran capa de nubes, cosa que no consigue y por lo tanto transforma el día en un día sombrío. A media luz, el ánimo a media vela, el vaso medio vacío.   
El vaivén se torna más agresivo para después de algunos momentos volverse a calmar.

Se escucha un golpe que lo exalta, proviene del cristal. Le siguen más y más, con cada segundo que pasa se escuchan más golpes hasta alcanzar un martilleo rápido y agresivo. Las gotas se destrozan al estrellarse contra el cristal. Parecen balas líquidas que tienen el fin de alcanzarlo y destrozarlo. Únicamente el cristal lo salva. Las capa de nubes está cada vez más baja. La oscuridad gana fuerza y se abre camino. El horizonte ya no llega tan lejos. La vista alcanza cada vez menos. El suelo se sacude agresivamente. Quedó cegado un par de minutos. En lo que queda de horizonte se vio un relámpago cuyo trueno aún no llega, ni llegará pero de eso no se da cuenta. 

A lo lejos suena un teléfono pero no lo escucha. No puede dejar de mirar esa oscuridad que se expande y que lo quiere alcanzar. Comienza a sentir pánico. El cielo lo está encerrando. La lluvia arrecia. Intenta calmarse, con tal de distraerse toma uno de los libros de la banca. Lo abre y no puede leer. Observa las letras mas no les puede hallar significado alguno. Se desespera, intenta levantarse pero le cuesta. Utiliza toda la fuerza de sus piernas para intentar levantarse de un salto. Despierta.

Respira agitadamente, observa a su alrededor. Sigue viajando en el autobús, la calle está por tramos descuidada. Mira su teléfono, tiene una llamada perdida. Observa lo que se le ofrece afuera de la ventana. Vacas pastan en el campo, disfrutando los rayos del sol. Lleva únicamente una playera puesta sobre el torso, hace calor. Suspira. Después de todo va a la playa, a la costa a pasar unos días. 
Con una tormenta en su interior.

5.6.13

Con la casa a cuestas


El señor lleva la casa a cuestas, la única forma de mantenerla segura es llevarla a todos lados. También es la única forma de él mantenerse seguro. A pesar de ser alguien tan precavido es alguien que se toma su tiempo, que disfruta el camino y el andar. Por poco que ande, anda todo el día de camino. Cualquier sombra amenazante lo hará retroceder. Se refugiará en su casa a cuestas y después de mucho andar, hará una pausa para descansar y comer algo. Aquí lo vemos degustando un platillo popular entre los suyos. Después continuó su camino llegando a su destino, o probablemente no. No sé sabe, fue la última vez que se le vio. Si él no, su descendencia sigue con esa tradición, llevar la casa a todos lados y no parar de andar por más lento que se vaya.

3.5.13

La botellita





Abrió el gabinete del baño. Todos los frascos escondidos detrás del espejo lo recibieron con un orden estoico. La botellita que buscaba estaba escondida detrás de todos los medicamentos. Pastillas contra la tos, jarabe contra las agruras, aspirinas por eso de que reduce el riesgo de infartos, desodorantes que ya desde hace tiempo dejaron de producir, espuma y una navaja de barbero, de esas con las que uno se puede cortar la yugular si se anda distraído. Atrás, muy atrás, al otro extremo del gabinete, una caja de condones.

La botellita, como él le dice, tiene todavía un cuarto de su contenido. De aquél líquido amarillento que se puede encender rápidamente. El líquido que uno no debería untarse en la piel después de rasurarse. 
“Mi botellita” dice con cariño. Y es que esa botellita se la regaló su botellita. Así le decía a su querida mujer. De joven cachondo la apodó la botella de coca cola, poco antes de que comenzara a cortejarla. En algún momento ese apodo salió a la luz y ella, para ese entonces simplemente la botellita, se dio cuenta que aquel joven apuesto que la había conquistado no era únicamente un caballero serio, bien educado y decente. También era un chamacón lleno de picardía, con una urgencia latente de cometer travesuras a sus veintisiete años. Y él habría de darse cuenta con el tiempo que ella era igual o peor. Con el tiempo la figura de la botellita se ensanchó, de forma que comenzó  con el tiempo a parecer más jarrón que botella. Sin embargo el apodo siguió siendo actual para él, y no tenía que ver con la figura de su amada que, después de varios hijos, ya no era la misma que en los tiempos añejos. Encontraba en ella una frescura que lo hidrataba y mantenía vivo, la botellita tenía un elixir vitalizante que él le robaba a besos. Pero, como es la vida, tanto va el jarrón al pozo que acaba por romperse. La botellita se marchó demasiado pronto y con ella murió el chamaco pícaro de sesenta años.  
La botellita, es decir el frasco, fue a parar al gabinete del que ahora fue sacado. Con el tiempo fue siendo replegada hasta llegar al fondo de aquel mueble. Las medicinas eran lo que más necesitaba y usaba. Fue el tiempo cuando empezaron los dolores de todo tipo, cuando no había ningún brillo en sus ojos. Cuando los niños que se aparecían frente a su casa eran corridos a gritos. Hasta su casa sufrió, cada vez más gris y fría. Poco a poco se iba muriendo por dentro. ¿Alegrías? ¿cuáles? Ninguna. Nada agradable, nada de valor, nada por qué luchar. En su vida no había nada qué disfrutar. El elixir se lo habían robado. Alguna vez, gracias a la terquedad de sus amigos, intento conocer una nueva muchacha. Pero en su interior había algo encerrado. Como si a esa pasión desenfrenada que todos llevamos dentro, la hubieran encadenado y le hubiesen roto la voluntad cual bestia salvaje en el circo. No se pudo animar a conquistar, ni siquiera a cortejar a aquellas mujeres que se cruzaron por su camino. Acabó yendo de putas, una que otra vez. En contadas ocasiones. De eso ya hace mucho tiempo.
La caja de condones acabó de igual forma al fondo del gabinete. No se supo más de ella por unos tres años. Sus amigos dejaron de intentar persuadirlo. Había algo en él que simplemente no lo dejaba soltar el pasado y mirar hacia adelante. De por si nadie le pedía soltar el pasado, los recuerdos de la botellita. Simplemente querían lograr que de nuevo mirara con algo de fe y, sí, por qué no decirlo, con alegría hacia adelante. Que mirara con algo de esperanza hacia el futuro, ese futuro que con cada año se le iba reduciendo más por la edad, pero futuro al fin.

Ya se rasuró, se vistió. Está frente al espejo, la camisa planchada casi a la perfección, nunca aprendió a planchar las mangas como su botellita, Dios la tenga en su gloria, pero hizo un trabajo excelente, está orgulloso. Destapa la botellita, su olfato percibe inmediatamente el aroma añejo, se unta un poco del líquido en el cuello y en la camisa. Cierra la puerta del gabinete, toma el saco y sale por el umbral de la puerta de su departamento. Adentro, mientras cierra con llave, sobre la mesa de noche se encuentra ahora la caja de preservativos. Baja las escaleras del edificio, se encaminará a la cantina donde se suele encontrar con sus amigos, ahí donde sus amigos, (él no, él sería incapaz) han hecho del coquetear con las meseras todo un deporte. Hoy por primera vez, él le hará un cumplido a una de ellas. Con eso despertará las sospechas de sus compañeros de vejez.
– Oye ¿te pusiste loción Ignacio? –
– Ni que estuvieras tan guapo cabrón –
– No, de verdad huele a loción, no te hagas Ignacio. –
–Bueno pues si, es que ya no aguanto el olor a viejo que traen ustedes siempre. ¡Huelen rancio muchachos! –  
Lo sabrán, habrá vuelto aquel chamaco pícaro que está dispuesto a cabulear a diestra y siniestra. Apenas después notarán también la elegante camisa que trae puesta.
– ¿Con quién te vas a ver? ¿por qué tan elegante? –
– Con tu señora – 
– ¡Ah mira qué cabrón el Ignacio! – A diferencia de otras ocasiones Ignacio únicamente tomará una cerveza, y un tequilita añejo. De ese nadie se salva, es una tradición de aquellos hombres de la vieja guardia, mínimo un tequila por noche.
Una hora después Ignacio se levantará y se marchará:
– Se la lavan cabrones. –
– ¿Qué pasó? ¿Para dónde? –
– No sean metiches cabrones, ¿qué no ven que tengo una cita? Se cuidan señores.– Saldrá de la cantina silbando un bolero, aquél de obsesión.

Los señores se verán unos a otros absortos, con una mezcla de sorpresa y alegría. No dirán nada. En amistades que duran tanto tiempo las palabras salen sobrando, todos pensarán lo mismo: “Ha vuelto, el pinche Ignacio está de vuelta.” Da igual que tan marchito aparente algo o alguien estar. Puede que se vea muerto por fuera, pero basta con que se le inyecte algo de vida, algo revitalizante, para que eso que parecía perdido vuelva a retomar color, a rejuvenecer, a sentirse vivo.

– ¡Palomita, chula, tráenos otros tequilitas y déjanos la botella! ¡que hoy estamos de fiesta chingao!  


15.4.13

Número equivocado


Una vez más sonó el teléfono, lo descolgué y volví a colgar. Estoy harto de todo el día estar descolgando el teléfono para decir amigablemente “¿Sí?, ¿Diga?” y no escuchar nada del otro lado de la línea. Por eso ahora únicamente lo descuelgo para volver a colgar. Por suerte no hace mucho ruido al sonar. Ha estado sonando toda la tarde.
 Yo aquí frente a la computadora intentando trabajar a pesar de ser fin de semana. Pero la persona en cualquier lugar que se encuentre tiene mucha paciencia y mucho tiempo libre. ¿Qué es lo que quiere y quién podrá ser? Me pregunto mientras lentamente doy por vencidas mis ganas de trabajar y mi buen humor. ¿Para qué tantas ganas de joder? Comienzo a hacer memoria, ¿hay alguien que conozco que viva en un lugar apartado? ¿o que se haya ido de viaje? El número que aparece en la pantalla no lo conozco, solo sé que no es de por aquí cerca, es más, pienso que es de otro país. Pues qué güey, si quiere pagar llamadas de larga distancia para hacer sus bromas, que lo haga. Y es por eso mismo que me he decidido a contestar el teléfono, ahora que está sonando de nuevo. Hagamos que le cueste un poco de su dinero así como a mi ya me costó la paciencia.
– Sí – contesto.
– Buenas tardes – dice una voz en inglés – estamos listos.
– Ya era hora, cabrones – digo decidido, por mi enojo, a ver hasta dónde llega esta conversación. Y repito. – Ya era hora.
– Sí señor, sabemos que hubo inconvenientes pero los pasteles están listos para ser entregados. Disculpe las molestias que le ocasionamos. – ¿Pasteles?, pienso, ¿de qué se trata esto?
– Muy bien – continúo – ¿son todos en los que quedamos?
– Sí, los cuatro que habíamos dicho. Los muchachos los llevaron ya a las plazas donde van a ser las fiestas. 
– Muy bien, muy bien – digo lentamente sintiendo algo de nerviosismo por tantas palabras en clave.
– Le hablaremos al otro número cuando estemos del otro lado. Que Dios nos dé fuerza.
– Que Dios nos dé fuerza – repito, sintiendo cómo el corazón se me quiere escapar del pecho. Lentamente me doy cuenta en lo que me metí por mi enojo y por seguirle la corriente a aquel desconocido terco que me habló desde el extranjero.
La linea está muerta, la conexión fue interrumpida. Me quedo con la mente en blanco, mirando a la nada, con el teléfono en la mano.

Vuelve a vibrar, miro el número, es otra clave. Es una llamada pero de otro país, con sudor frío contesto
– Si
– Líder, estamos listos, cuide a mi familia. ¡Que Dios nos dé fuerza! – se corta la comunicación. Inmediatamente vuelve a sonar mi teléfono, alguien vuelve a marcar a mi  número que tengo desde hace años y me vuelve a decir lo mismo e inmediatamente cuelga. Así sucede en un total de cuatro ocasiones en menos de dos minutos.
¿Qué hice? ¿Qué está pasando? Si este número es mío, nadie lo tiene, mas que mis amigos que me buscan de vez en cuando para salir a beber. Raramente me llaman del trabajo. No lo entiendo, pareciera que de la nada me involucré en algo grande, algo muy grande. Y lo peor es que ni cuenta me di.

Prendo la televisión y no tardo en darme cuenta: Muertos, tantos muertos y un total de cuatro explosiones.

25.3.13

Las vías del viejo




La vía parece interminable, marchas sin conocer su final. El comienzo también lo desconoces. Únicamente llegaste a ella de la nada, simplemente te cruzaste con ese camino que no lo es. Los caminos sirven para facilitar el avance, cosa que definitivamente no consigues entre las piedras, los durmientes y los rieles. Aún así es más sencillo caminar entre las dos barras de metal interminables que pisar la nieve que puede que vaya demasiado hondo. El frío se convierte en tortura, el viento en navajas que arañan tu rostro.   

El viejo sigue el camino trazado. Los rieles que en algún momento lo transportaron lejos de los suyos. Ahora intenta regresar, regresar escapando del frío. En aquel entonces se marchó en una bestia a vapor, que bramaba amenazante a cada objeto que le pudiera obstaculizar su trayecto. 
Ahora regresa a pie, ahora las bestias le braman a él, obligándolo a dejar ese camino y refugiarse en la nieve, donde no se sabe lo que uno está pisando.

El paisaje es hostil, incoloro, frío, mas no estéril. Debajo de esa nieve en algún lugar se esconde vida, como los pensamientos que se esconden también debajo de su cabeza blanca, cana.

Pareciera que haces un viaje introspectivo: Un viejo que atraviesa un paisaje marchito, canoso. Un camino que nos dificulta aún más el caminar para que sepas cómo se siente el andar de viejo. 

Preguntas por qué me refiero a ti como un anciano. La respuesta es sencilla: Porque si aún no lo eres, en algún momento lo serás. Caminarás con dificultad, tendrás la visión turbia, pero el camino bien definido. 


8.3.13

Laguna negra


Se escuchan los chapoteos a lo lejos. Recién se dieron cuenta de ellos. A lo lejos, en la oscuridad se escucha algo golpeando el agua. Se habían decidido por salir a caminar rumbo a la laguna. Llevaron cervezas y algo de comer. Más que comer, han bebido. La fogata improvisada comienza a perder intensidad. El rincón que descubrieron es bastante cómodo, a orillas de la laguna, hubo que rodearla un poco para llegar a donde se encuentran, alejados de la vereda.
La superficie clara y cristalina se fue convirtiendo poco a poco en oscuridad. El ocaso ya ha terminado. Los agarró la noche. Están borrachos. La brisa que había soplado durante la tarde se detuvo tan pronto se escondió el sol.

Con la oscuridad resurgieron las rencillas antiguas en el grupo, los problemas añejos que no desaparecen por completo, aún después de diez años.
La guitarra fue la primera en callar. Cantaban desentonados Wonderwall.
– ¡Sepárenlos! Raúl, ¿qué haces? ¡Sepárenlos! – se escuchó gritar una voz femenina, mientras dos de los varones del grupo se revolcaban en el piso repartiendo y recibiendo puñetazos. Alrededor de los dos se formó rápidamente un grupo de ebrios que, con su torpeza, intentaban separar a los que peleaban. En el intento cayeron varios en varias ocasiones al suelo. La guitarra fue la que detuvo la pelea.
Fue estrellada en la espalda de su dueño, Raúl. Aterrizó con la frente. Se quedó tirado sobre la arena, los trozos de madera repartidos a su alrededor. Al igual que hace diez años, se armaron dos grupos distintos. Uno alrededor de Raúl, el otro al lado de aquel que no había podido zafarse, aquel que fue rescatado por la guitarra.

¿Son remos? ¿Es quizá alguien en un bote que viene hacia acá? Algo golpea el agua, eso está claro, sin embargo es un golpe suave, no con suma fuerza. Si fuera alguien remando se escucharía claramente. El agua golpea algo.
Las brasas truenan, como implorando que les den más madera de alimento. Están sentados alrededor de la fogata. Beben, pero el ambiente festivo quedó en el camino.

– Oye, ¿qué mierdas estaban pensando?, ¿y ahora?, ¿qué hacemos? – la adrenalina disminuyó lentamente. Los pasos involuntarios por la falta de equilibrio causada por la borrachera hacían ver al grupo como si estuvieran llevando a cabo una coreografía minimalista. De ser atentos, de la voluntad de ayudar a uno de los suyos en problemas, comenzaron a observar de forma ociosa a aquellos que seguían en el suelo. El rescatado por la guitarra estaba ya sentado en la arena, bebiendo de nuevo. Raúl parecía roncar.
– Raúl, ¿estás bien corazón? – dijo su novia, pero al no obtener respuesta se desesperó rápidamente – ¡Raúl! ¡Raúl! ¡Despierta! – le siguió el llanto, uno que otro borracho la intentó tranquilizar.
– Está bien, de seguro nada más está dormido, ya ves que estaba bien borracho. – pero el llanto continúa.
– ¡Raúl! Raúl... Raúl… –

Siguen bebiendo. El fuego se apaga lentamente. La novia de Raúl ya no está. Se la llevaron. Todo está en silencio, únicamente se escucha el alcohol bajando de la botella a cada trago que dan. Y el chapoteo del agua. El agua golpeando algo en la oscuridad.
– Supongo que es Raúl – dice un borracho – ha de estar nadando. – Todos lo quieren creer. La lógica de un borracho es flexible. Tergiversable.

Lejos del grupo, en aquella laguna negra flota Raúl bocarriba. Parece que se está relajando, nadando sutilmente de dorso. El agua le golpea el rostro, Raúl anda a la deriva. Parece que se está relajando, esa idea le agrada a todos. Por un momento quieren creer que ahora todo está bien, Raúl está nadando. Esto después de que ellos, en pánico por la herida en la frente que en algún momento dejó de sangrar copiosamente, echaron el inerte cuerpo al agua.
Raúl nada y ellos beben.

24.2.13

La cita


Sentado frente al espejo. La corbata suelta, los hombros caídos. Es una pena que haya terminado así. Es una pena que la noche resultara así de mal. El saco está sobre el respaldo de la silla. Piensa en sacar el teléfono, pero desiste. Podría mandarle un mensaje tal vez, pero por lo pronto el celular se queda guardado en la bolsa del saco. ¿Para qué? Si no hay ningún interés. Las cosas tienen que tomar su rumbo, no es necesario encaminarlas. Si se dan, que se den, entonces sí habrá que seguir ese curso. Pero las cosas no se están dando. Para qué andar forzando las cosas, si ya se ve que no hay nada que pueda surgir de ese encuentro.
Intentar contactarla es ilógico, superfluo, sale sobrando.

Sentado en la barra, frente a otro espejo. Su figura distorsionada por botellas de licor lo muestran nervioso. Sorbe un poco del vaso. La chica que llegará será la correcta, lo sabe. Lleva tiempo solo, demasiado solo. Pero las cosas han de cambiar, sin venderse barato.
Se mira, se examina en el reflejo. La mirada se desvía para observar quiénes entran al bar. Puede que entre esas personas esté ella. Se la presentó un compañero del trabajo. Intercambiaron números y quedaron en contactarse. No se habían contactado, hasta que se volvieron a encontrar en el cumpleaños del mismo compañero de trabajo. Solamente así se pusieron de acuerdo en encontrarse para tomar algo. Él es una de esas personas que con el nerviosismo olvida rostros y nombres. Así pues, piensa que de entrar ella, puede que no la reconozca y por lo tanto no reaccione o reaccione mal y por lo tanto esa oportunidad que se le está abriendo se vea frustrada y deje ir un buen partido. Bebe del vaso. En su cabeza se extienden los planos de posibles conversaciones que podría llevar a cabo. Como en un circuito que con cada interruptor cambia su función, cada posible respuesta presenta nuevas situaciones en la conversación a las que hay que estar preparados. Todas esas opciones las intenta estudiar lo mejor que puede: No le gustan las flores, dejó de fumar pero últimamente se le antoja de nuevo, va a recaer. Tiene una relación tormentosa detrás de sí, una expareja que como ave de mal agüero me haría sombra. Habría que luchar contra el fantasma del pasado. Y puede que recaiga con aquel fantasma, al igual que va a recaer con el cigarro. Aquí no hay nada que hacer, para qué me voy a meter en más problemas. Terminó de beber. Pagó, se ha levantado y va caminando rumbo a la puerta. Una figura femenina se deja entrever dentro de un vestido que recién ahora se puede admirar. La chica cuelga su abrigo en la percha que está en la pared, por lo tanto le da la espalda a aquel que murmurante abandona el bar. Se acomoda el vestido y el pelo por última vez antes de darse vuelta para, con interés y una gran sonrisa, buscar al galán con quien se citó. 

6.2.13

La consulta


El ángulo del sol es demasiado bajo. Pareciera que a lo lejos se vislumbra una nueva fortuna. Algo que a lo lejos aparece en un marco divino. Los rayos del sol, el cual lentamente se acerca al horizonte, cortan las nubes para dejar un estampado de claroscuros que descienden a la tierra. Es un momento mágico que bien puede ser peligroso. De tanto disfrutarlo se puede perder la visión. Puede que de tanto admirar la luz solar uno pierda la luz de sus ojos. Eso es lo que uno pensaría, a no ser porque ese cuadro idílico no es más que una impresión barata de alguna pintura un tanto famosa que, muy probablemente, fue comprada al dos por uno en algún supermercado. 
En la pared de enfrente hay otro cuadro, que se supone es naturaleza muerta. No lo sabe con certeza pero, de donde está sentado, tiene que torcer el cuello para observarlo, ya que el cuadro cuelga prácticamente por encima de su cabeza. Y desde el ángulo tan incómodo que tiene, solo observa algo que le parece naturaleza muerta. La verdad le da igual. Ese cuadro, el que cuelga por encima de su cabeza, lo tiene sin cuidado. El que llamó su atención es aquel que tiene enfrente, donde puede mirar el sol sin temer por su visión. Aquel que parece mostrar las puertas a una nueva oportunidad. A una nueva era o lo que sea que se quiera. Una nueva etapa, en papel amarillento. 
Eso es lo que todos esperan al estar en esa sala: Una nueva etapa, un nuevo comienzo y una nueva fortuna. 
Él es el que más tiempo lleva esperando en esa sala. Ha habido una gran afluencia a lo largo de las horas. Algunos son atendidos rápidamente, pero el ser atenidos de forma veloz no quiere decir que vayan a obtener resultados positivos. Varios han salido con el rostro desencajado, ojos llorosos y uno se marchó con las piernas temblorosas, apoyándose en la pared, recorriendo con la mano la textura del muro, agarrándose de las columnas. La palma extendida rastreando con el tacto toda la superficie a su alcance, todo para simplemente sentir algo. Algo aparte de lo que sea que estuviera sintiendo, que fue sumamente intenso, al grado de robarle la fuerza de las piernas. Se desplomó frente a la recepción. Las recepcionistas reaccionaron de forma rápida, lo intentaron reincorporar, pidieron la ayuda del portero del edificio. Éste sacó como pudo al hombre y, después nos habremos de enterar, lo dejó tirado en una esquina a la vuelta del edificio. 
Afuera empezará a llover, eso se puede ver desde la ventana de esa sala de espera. Ahora quedan tres personas en esa habitación. Él es el siguiente, por lo menos eso espera. 

Afuera son las nubes las que predominan, no hay ningún resquicio por el que se filtren los rayos del sol. A lo lejos se puede observar una turbiedad grisácea por debajo de las nubes, señas inequívocas  de que allá, a la distancia, cerca del horizonte, ya llueve. 
– Señor,– le dijeron después de una hora más de espera. – Ahora lo atenderán. Sígame por favor.
Era una señorita con un traje sastre entallado, entallado al punto de que uno creería que de sentarse se le rompería la falda. Tuvo que acelerar el paso para mantener la velocidad de la recepcionista. Ésta iba caminando a prisa sin ninguna intención de esperarlo. Abrió una puerta y con desdén lo hizo pasar. 
– Pase y espere aquí. – Cerró la puerta de forma brusca, la silueta desapareció detrás del vitral mate,  el marcado sonido de tacones se fue alejando. 
La oficina consistía en una mesa y dos sillas de metal, un garrafón de agua y un archivero que parecía más caja fuerte que nada.
Al cabo de unos diez minutos entraron dos hombres a la oficina. No mostraron la más mínima intención en  ser amigables o atentos. Con un visible hartazgo se sentaron en las sillas dejando de pie al susodicho.
– Señor Murguía, –dijo uno de ellos, aquel que habría de llevar la batuta en cuanto al diálogo.
– señor Murguía, Murguía, Mu, Mur, Mur, Murguía.– balbuceó por lo que parecía aburrimiento, mientras el otro hombre le entregaba una carpeta con la foto de Ángel Murguía. 
Sí, Ángel Murguía es aquel que había estado esperando a que lo atendieran mientras admiraba el cuadro idílico del atardecer.
Los dos hombres sentados comenzaron a hojear la carpeta para después susurrarse, mientras el señor Murguía esperaba de pie frente a la mesa.

– Muy bien, pues ya estamos – dijo el jefe de los dos después de susurrar durante varios minutos. –Oye pero mira acá, dice que hay un anexo que se refiere al tema de la bronca esta de, ya sabes…– dijo el otro.
– Ah mira, sí, a ver… – continuaron observando el expediente durante varios minutos más. – Entonces, ¿qué? ¿cómo la ves? – preguntó el jefe. El otro levantó los hombros de forma indiferente: – Como veas, tu dices.–
– Señor Murguía, bueno, pues hemos examinado su acta. Un acta bastante interesante, déjeme decirle. Un intento de suicidio del que fue rescatado por su perro. Algo muy raro, ¿no? – Dijo hablándole a su colega, quien únicamente afirmó con la cabeza – El reporte policial apunta que su perro comenzó a ladrar al notar que usted se había encerrado en el garage y había dejado el motor del auto encendido, alarmando así a los vecinos. – Ángel Murguía bajó la vista al escuchar lo que leían de su reporte, una gran vergüenza y gran miedo lo invadieron de golpe.
– Felicidades por tener tan buen perro. Créame que pocas veces nos han tocado casos como el suyo. Pero eso que se haya intentado suicidar no nos agrada, esta oficina no tolera nada de eso. Si volvemos a escuchar de algún intento de suicidio, más le vale que consiga matarse porque sino se las verá con nosotros. Y usted no tiene idea a qué punto podemos llegar.
Por otro lado, después de este penosísimo incidente – dijo con tranquilidad burocrática y se pasó la mano por las comisuras de los labios – usted se logró recuperar, y desde ese entonces ha intentado salir del bache en el que cayó después de perder el empleo y ser abandonado por su mujer. Usted es un luchador señor Murguía. Por esto mismo lo podemos tranquilizar. Esta oficina no tomará medidas en su contra, puede seguir usando nuestro producto. Usted no tiene nada que temer. Hemos decidido que usted saldrá adelante. Aunque le tenemos que advertir que no puede, no debe de abusar de nuestro producto. Un uso excesivo lo puede alejar de la realidad y quitarle objetividad al momento de tomar decisiones, lo que puede llegar a ser fatal. Gracias por haber venido, señor Ángel Murguía, buenas tardes.

Salió de la oficina con el caminar mucho más ligero, el aire tenía un mucho mejor aroma, la lluvia ya había llegado a la ciudad, las gotas golpeaban los cristales de las ventanas, el sonido lo relajó. 
Salió a la calle, dobló la primera calle a la derecha, unos metros adelante había un pordiosero recargado sobre el muro, mojándose, un letrero de cartón rezaba “Si quieres me das algo, sino ¡a la mierda!”. Las letras se habían comenzado a escurrir con el agua. De pronto lo reconoció, el pordiosero era el hombre que habían sacado hacía unas horas de aquella oficina. Era aquel que se había desplomado después de la consulta. 
“Qué pena, a ti de verdad te han quitado toda la esperanza.” dijo y continuó su camino.

16.1.13

El destello I


El destello de la pantalla le ilumina los ojos. Con el pulgar mueve el menú que ahora de poco sirve. 
En las periferias de las instalaciones hay bloqueadores de señales de microondas. No recibe señal de ningún tipo de red inalámbrica. Se pone a observar las fotografías que tiene en su celular. Con su novia, con los amigos de la facultad, en la playa. Muestra en ellas una sonrisa que no sabe si volverá a dibujársele en el rostro. Está sentado en el piso de cemento, abunda la oscuridad. ¿Hice lo correcto? ¿para qué me uní al movimiento? 
Ya puede escuchar los reclamos de los familiares, que por qué lo hizo, que quién le manda, que él nada más debería de haberse quedado callado y tranquilo como los demás. Imagina las preocupaciones de la madre “Ay mijo, y ¿ahora?, ¿qué vamos a hacer?, ahora vas a tener que andarte con mucho cuidado, ya te tienen fichado.” Pero lo verdaderamente ensordecedor son las preocupaciones actuales: “¿Dónde está mi hijo? No me diga que no sabe, en el ministerio público dijeron que no los tienen, que se los llevaron los federales. ¿Dónde está? Dígame, por favor oficial, si él es solamente un estudiante.”

CONTINUARÁ

8.1.13

3º Aniversario de Debraye.Net

El próximo diez de enero serán tres años desde que publiqué el primer post en este blog. Aunque especialmente el año pasado hubo pocos posts, pienso que ha sido debido a una evolución del tipo de textos que publico. Los textos que publiqué en el 2010 eran por lo regular más cortos, shortstories realmente cortos que salían de forma espontánea frente a la computadora. Con el transcurso del tiempo empecé a trabajar más en las historias y en los detalles. Así, a partir de una idea obtenida en un documental, comencé a trabajar en la historia más compleja que creo haber escrito hasta ahora:

Las palabras se las lleva el viento.

Su creación tardó poco menos de ocho meses. Esta narración ha sido el proyecto por partes más largo que he hecho hasta ahora. A este se le suman tres proyectos más x_partes

Historia de barrio

Crónica callejera

y el aún inconcluso Relato de miedo

A este se le sumará muy probablemente un nuevo proyecto en los próximos días, del cual, sincera-mente, no sé que camino tomará.

Así mismo a partir de este año habrá una nueva categoría pix

Por este medio también quiero agradecer a aquellos que han estado siguiendo este proyecto.
Que no les dé miedo pasar la voz. Únanse en Facebook.

Yo, por mi parte, seguiré jugando en Debraye.Net, es algo muy divertido como para dejarlo.