19.12.11

La frontera

En el límite del mundo. La frontera, a la que pasándola ya no habrá más. Antes había podido ver el horizonte, ahora ya no hay qué ver. Paso tras paso, episodio tras episodio fue encontrando su camino. Hasta llegar a donde está. Parado en ese risco, de frente a la nada.

Perdió a sus padres de forma trágica, indignante. Sobrepasó los límites de posible sufrimiento. Experimentó una catarsis por la que llevó a cabo actos heroicos. Todo con los bosques de un país nórdico de fondo. Reflexiones y sentimientos de este singular personaje han sido retratados a través de las páginas de forma acríbica.
Sin embargo ahora está ahí en la cumbre de las nieves, después de haber ganado la batalla contra los salvajes de las faldas boscosas de la montaña del invierno eterno. Agotado, con su amor a la distancia, esperándolo. Según la profecía había que subir a la cumbre para encontrar el camino de su pueblo, y por lo tanto el suyo. No contaba con encontrarse con la nada.

El creador ha perdido la fe en él. Demasiado exagerada, con nombres bastante adornados. Esa hoja hace tiempo que no ha vuelto a tocar la máquina de escribir. El escritor no quiere crearle un camino, un destino. Ahora se dedica a escribir artículos, de interés general. Es más, recuerda únicamente de forma vaga su existencia. Se ha vuelto un héroe olvidado. Sin final feliz, sin nada.

“Agotado por la batalla y el interminable hundir de la hoja de su espada, sube lastimosamente pero con fe, la fe le da energía para escalar. La temperatura baja, es un buen signo, cada vez está más cerca de la cumbre. El vaho que expulsa con cada uno de sus jadeos le hace tomar conciencia de que sigue vivo, de que aún tiene energía de sobra, que su camino habrá de continuar. Quizás la altura es lo necesario para vislumbrar el camino, la profecía así lo dictaba. Lento pero seguro vence también la cumbre de las nieves, lo ha logrado. Agotado pero con fe, toma un respiro, clava su espada en la nieve, bebe de ésta. Con calma y conciencia del valor que tiene su misión, se irgue y observa el horizonte buscando una pista, no tarda mucho cuando a lo lejos comienza a vislumbrar de forma borrosa un...”

7.12.11

La espera

¿Dónde comienza el vaho y dónde termina el humo? Los guantes de cuero agarran el marchito cigarro del que quema una brasa en la oscuridad. La respiración pesada exhalando por las fosas nasales el aire que en el frío se hace visible. El cuello del abrigo levantado. El calor que se disipa en la oscuridad, al igual que la paciencia. Nada nuevo por estos lares, nada. ¿Qué más hay que comentar mas que el vicio del sujeto escondido en la oscuridad? Él, exhalando seguridad escondido en la oscuridad, probando los límites de su tolerancia. ¿Reloj? Para qué, no lo trae, no les cree. Qué importa saber la hora, igual -él sabe- es demasiado tarde. Podría contar el tiempo con otras unidades, lo ha hecho con cervezas: “Estoy a dos cervezas de irme a dormir”, “Nos vamos en tres cervezas”. Pero por suerte las unidades pueden ser cambiadas, algunas veces más fácilmente que otras. Ahora mide el tiempo con cigarros. Es el primer cigarro, pero igual ya es tarde. Ha sido tarde desde que se acomodó en el rincón más alejado del farol, a esperar, y será tarde cuando esa espera termine. Después de la calma viene la tormenta, dicen algunos que se quieren hacer los interesantes.

La verdad es que después de la calma vendrá la precipitación, la urgencia, las prisas, el pánico y el correr sin rumbo. Irás a esconderte, irás de un lado a otro pidiéndole a tus amigos de antes, probables traidores de hoy, que te escondan y se olviden de tu paradero, que se callen, que no hablen, que no le abran las puertas a nadie, sólo a ti, y de par en par. Eso piensa. Disfruta, alarga el tiempo lo más que se pueda, por lo tanto fuma un cigarro tras otro, de forma acelerada, exaltada, como si en cada chupada estuviera la respuesta, como si con cada inhalada alargara la espera por algunos valiosos segundos.

Las colillas las guarda en una bolsa de plástico. Talla la brasa con la suela del zapato, la apaga y las guarda, tiene ganas de escupir pero se pasa el gargajo, sintiendo como si tragara una babosa que le va a comer el estómago. Siente el vacío en aumento. Las colillas se siguen y seguirán juntando.

Su paciencia ya no da para más. Sin ningún disimulo se agarra el paquete, agarra la pistola que trae en el pantalón. Pareciera que quisiera alardear, pero sí, debajo del abrigo, debajo de esas prendas que lo han de proteger del frío se esconde un arma capaz de extinguir una existencia. De apagar la luz de la vida, como dirían esos que quieren alardear con expresiones adornadas.

Ya se había preparado para la lluvia, para correr a resguardarse, a esconderse. Estaba completamente listo para huir. Ya no quiero esperar, la espera cansa más que correr. Quiero escapar.
Pero la espera aún no termina.

Han pasado veintiún cigarros, no va a venir. Tanto que estudió la rutina de la existencia a extinguir, para que hoy decidiera improvisar: ir a dormir con una amiguita, tomar algo con los del trabajo, ir al cine, a cenar quizás. O tal vez todo junto.

Mañana regresará. Tiene que hacerlo. Maldita espera. Y mientras prende otro cigarro:
Espero con ansias el fin de la agonizante espera, para, de una buena vez, soltarme a correr para seguir vivo.

22.11.11

La llave oxidada

La llave estaba especialmente desgastada, oxidada. La encontraron en el suelo al lado de las toallas sucias. No es que realmente estuvieran sucias, pero uno se acostumbra a la regla de “si están en el suelo están sucias y deberán ser cambiadas”. La alfombra parecía limpia, pero en realidad estaba encharcada, mojada y sucia en algunos lugares. Comenzaron a fotografiar el lugar, sin hablar demasiado, cada quien hundido en su tarea, en su deber.

Cubiertos con overoles blancos de plástico, tapabocas y guantes de látex husmeaban todos los rincones de la habitación. Debajo de la cama había una camiseta, la agarraron con mucho cuidado y la metieron en una bolsa de plástico. Uno de los hombres, con anteojos, comenzó a revisar las manchas de las paredes. Eran uniformes, de gran tamaño, rojas. Habían tenido suerte, lo peor era que fueran pequeñas, microscópicas, difíciles de encontrar. Tampoco habían salpicado el techo. El colchón era pérdida total. El cadáver estaba envuelto en las sábanas, apuñalado, varias veces. El asesino se había tomado su tiempo. En el baño había huellas de pies descalzos manchados de sangre. Trapearon el piso de inmediato, sin sacar fotografía alguna. Rociaron cloro sobre las losas del baño, lo apuntaron en la lista.
La alfombra sí habría de convertirse en problema. No servía de nada que fuera de color rojo. Los charcos al borde de la cama ya se habían comenzado a secar, la alfombra estaba tiesa. A eso se le sumaba el olor. El olor salado y penetrante de la sangre.
Los de la escuela de medicina llegaron poco después. Un par de técnicos forenses llegaron con camilla y bolsa para el cuerpo. No preguntaron nada. Desenvolvieron el cadáver, lo metieron en la bolsa y con un “Chido, ¡nos estamos viendo!” se retiraron. La sábana fue a parar a otra bolsa de plástico.
En cuanto a la cama, toda debería ser cambiada, eso iba a subir el precio.
Un hombre de traje tocó en el marco de la puerta que estaba abierta y sin esperar reacción preguntó: “¿Cómo van muchachos? ¿Les falta mucho? El horno ya está listo. Román, no te tardes que tengo que salir, te espero en mi oficina”, y desapareció.

Román, el hombre de anteojos que estaba limpiando las manchas de las paredes gritoneó: “ Ya escucharon cabrones, órale apúrense para acabar con este desmadre. Lo que ya esté listo se va directo al horno.” Las bolsas con la camiseta y las sábanas fueron sacadas del cuarto y llevadas a incinerar. Poco a poco el cuarto se fue vaciando. Por desgracia una de las lámparas de la mesa de noche también se había arruinado y fue llevada a donde debía estar el horno. “ A ver cabrones, el plástico para el colchón, no quiero que esta mierda vaya a ensuciar el pasillo.” Dos de los trabajadores cubrieron el colchón ensangrentado con folios de plástico que pegaron con cinta adhesiva, para después llevárselo. “Todos los muebles se van para afuera, déjenlos en el pasillo. Vamos a tener que clausurar el cuarto hasta que cambien la alfombra, esa ya no es nuestra chamba. Todo lo contaminado se va al horno, lo que no lo dejan en el pasillo. Dame la llave, que voy con el gerente a hacer la cuenta.”

Se dirigió a la oficina del hombre de traje, éste estaba sentado sobre su sillón hablando por teléfono.
– ¿Cómo que no lo quieren? Pero si tu gente ya se lo llevó... Me importa un carajo, los niñitos ricos de tu escuela pueden aprender como es una herida por un arma punzocortante o como chingados se diga. Aparte, lo que te estoy pidiendo no es ni media mensualidad de lo que te pagan todos esos mocosos babosos.... Mira cabrón, yo soy un hombre de palabra, y pensé que tú eras igual, dijiste que comprabas al muerto, pues ya lo tienes, ahora me lo pagas, no hay de otra, ¿entendido? – colgó y se dirigió a Román. – ¿Ya estuvo Román?
– Sí señor ya estuvo, aquí está la lista de los cargos extra.
– A ver dime, te escucho.
– Un sixpack, unos cacahuates y un whisky del minibar, los jabones y shampoos del baño, una lámpara de la mesa de noche, una cama inservible, dos toallas sucias, una alfombra que se tiene que cambiar. Ahí tiene que ver señor como le quiere hacer, si quiere usted cambiar nada más la parte afectada o si quiere cambiar la alfombra de todo el cuarto.
– No pues cambiamos toda la alfombra, para qué andarse con cosas a medias. ¿Qué más?
– Bueno, obvio, la cuota por limpieza especial a detalle y un juego de sábanas.... y se me olvidaba, el recargo por no regresar la llave a la recepción, aquí está.– dijo, entregándole la llave oxidada y desgastada.
– Ah cabrón, ésta hay que cambiarla, no podemos andar entregándole vergüenzas así a los clientes. Díselo a Margarita y llévale la lista para que le haga la cuenta al cliente.

Así es un día cualquiera en el hotel Gomorra, un hotel de alto perfil y gran lujo, donde uno puede llevar a cabo sus fantasías y deseos, sean cuales sean.

9.11.11

Otoño

Antes de cerrar la puerta se cercioró de que las luces estuvieran apagadas. Todas ellas.
Cuando abril terminó, su optimismo ya hacía tiempo se había venido abajo. Le echó llave al cerrojo, el pestillo aceitado atrancó la puerta. Se cerró la chamarra, levantó el cuello y atravesó el pasillo. Dejando puertas a su izquierda y derecha. Música estridente salía de una, los olores de una cena de otra, de una más, gritos, de muchas, nada. Las puertas de madera maltratada se ocupaban de su deber: mantener a los demás fuera de su vida.
Muchos vivían en el edificio desde hacía más de diez años, y nunca habían cruzado palabra. ¿Cuántos de ellos se intoxicarían a diario?, ¿cuántos golpearían?, ¿cuántas serían golpeadas?, ¿cuántos vivían en ese edificio de por sí?
Para él la respuesta era sencilla: uno, nada más que uno, él mismo.

Abril había pasado hacía ya tiempo, el otoño había llegado. Las calles estaban alfombradas con follaje. En la calles estaba menos solo que en el edificio con los vecinos invisibles, en la calle, por lo menos, era acompañado a cada paso por el crujir de las hojas muertas.
Nadie, nunca, nada, por siempre, se habían convertido en sus palabras preferidas. Nadie lo visitaba nunca en su casa, desde siempre había buscado, pero hasta ahora no había encontrado nunca nada. Compañía, tú sabes de lo que hablo, de qué tipo de compañía. Nunca la tenía, no había nadie.

Ahora se acercaba de nuevo esa muerte cíclica, el lapso llegaba a su fin, como tantas veces ya en su vida. En unas semanas los árboles estarían muertos, la calidez habría desaparecido, para dejar un entorno gélido, un ambiente hostil. Un paisaje muerto.
Tendría que esperar de nuevo marzo, y con él a la primavera para encontrar, ahora sí de una vez por todas, a esa ansiada compañía.

Eso me lo dijo frente al estante de los vinos, llevaba dos botellas, la chamarra cerrada, aún caminaba firmemente. Pagó, me deseó una buena noche –“tal vez nos volvemos a encontrar en la tienda un día de estos”–, y se metió de nuevo al edificio en el que, él sin saberlo, yo también vivo.

26.10.11

Las ruinas

La verdad no hay mucho que contar. La vida sigue su curso. Su constante dia a dia. Lástima que no haya algo que alegre como antes. Este pueblo se viene cada vez más a menos. Ya ni el circo llega errante de vez en cuando a estas calles. “Circo” si es que se le podía decir así a la camioneta vieja del viejo barrigón con sus perros, gallinas y cerdos amaestrados. Unos dicen que murió, otros dicen que se fue a la ciudad. Así como del barrigón, hay de cientos de los que ya no sabemos nada. Cuántos se quedaron por acá cerca, cuántos se fueron para otros rumbos. Nadie lo sabe. Sólo sabemos que sobra espacio. Mucho espacio. El mes pasado hubo inundaciones de nuevo, de ahí quedamos todavía menos. Cada vez menos. Doña Carmen no amaneció, se había cansado de esperar que regresaran sus hijos. El marido no habría de regresar nunca más desde que había descubierto a la puta fina del pueblo vecino. La rusa, como le decían, aunque en realidad fuera del norte del país y se hubiera teñido el pelo de rubio.
Doña Carmen estaba en la casa que le quedaba demasiado grande desde hacía años. Sobraba el espacio y el tiempo. Lo mataba encargándose de las gallinas que nadie se habría de comer. Que morían de viejas, en el patio de tierra que se encontraba detrás de la casa. Cuando la inundación pasó, ya no había nada. Ni siquiera se encontraron los cuerpos de gallinas ahogadas, sangoloteadas por la corriente. Es como si a la hora de la verdad las aves hubieran abandonado a Doña Carmen, como si se hubieran marchado al igual que sus hijos, al igual que su marido, y la hubieran dejado sola en su final.
El cuerpo de Doña Carmen apareció solo y abandonado en el lecho de lodo. De ahí se nos fue alguien más, de los pocos que quedamos.
Por lo menos la corriente se llevó la casa de la Doña, nos hizo el favor de llevarse los recuerdos. Uno menos de los tantos santuarios que recuerdan a los que ya no están, a los que partieron. Uno menos de los cascarones vacíos de existencias que no sabemos si llegaron con bien o si ni llegaron. Tantas casas abandonadas en este pueblo, llenos de recuerdos ambiguos y de animales ponzoñosos. Los hogares donde habitaron los viejos ermitaños, los que se quedaron a cuidar, a esperar, y así murieron, esperando, cuidando una casa que yace abandonada, que ahora ya no es nada.
No nos hacía falta una más. Si de por si ya abundan las casas donde solo se ven las sombras, donde un viejo o una vieja con vela en mano recorre en nostalgia su hogar de antaño, prisión de hoy.
Cada vez son más los hogares en el olvido, hogares que simplemente pasan a ser ruinas.
A este pueblo se lo están comiendo las ruinas.
Los que aquí vivimos cada vez nos sentimos más como eso, ruinas. Arruinados, antiguos, en decadencia, viejos.
Y ya no hay nada que nos alegre, ni siquiera el circo del viejo barrigón.

28.9.11

Mi caja de Pandora

Me costó mucho trabajo decidirme, pero lo hice. Decidí que si realmente te interesa tanto saberlo, te tendré que mostrar.
Bajé al sótano, donde he guardado lo que no me interesa, lo que quiero ignorar. Has de saber que he guardado mucho. Apenas abrí la puerta escuché el intermitente tac, tac, tac. De él me guío siempre para encontrar la caja, podría cerrar los ojos y aún encontraría en ese caos aquella caja. Pensarás tal vez que es una caja fina, tallada. De madera, elegantemente barnizada, con bisagras de cobre grabado. Tal vez podría ser de algún otro metal sobre el cual estarían marcados los demonios devorando almas, los siervos cayendo al precipicio, los indios siendo despedazados por perros. Pero, no habría opción a otro metal, debería de ser cobre, bisagras de cobre, cerrojo de cobre, que guardan el cobre. Así es, te voy a enseñar todo mi cobre.
Es demasiado pesada. Cuesta mucho, agota. Agota desde que uno toma la decisión de mostrársela a alguien. Y el hecho de mostrarla no alivia en lo absoluto, únicamente delata, me delata ante ti, ante mí mismo. Es mi espejo de los horrores.
Así que aquí está. Delante tuyo aunque no la creas ver, aquí está. No te sorprendas si hablo de forma cansada, mustia, queda. Estoy agotado. De traer mi carga del sótano hasta aquí. Agotado porque te he de explicar qué es lo que hay en ella. Agotado porque he de ver en lo más oscuro de mi ser.
Es ésta – caja de zapatos de un color naranja chillón –aquí está, pensarás tal vez que es un recipiente deficiente, hasta ofensivo para el contenido que digo que esconde. Pero ¿qué esperas de la caja de mis horrores? No es que quiera vivir de ellos. Si es que quisiera hacerlo, sí, mandaría a hacer una elegante caja, un baúl pesado, hasta barroco, con inscripciones estúpidas con ningún otro fin más que impresionar al ignorante y morboso público. Lo llevaría como atracción de feria: “Acérquense estimados amigos, atrévanse a echarle un vistazo a la mierda guardada de aquel poco ilustre hombre, aquel espécimen que prefiere taparse el rostro con ese costal cual condenado a la horca porque, sí señor, sí señora, al atreverse a levantar la tapa de ese elegante baúl usted juzgará por su contenido al desdichado. Y le aseguro: ¡Usted lo encontrará culpable!”
Sería todo un éxito, pero la verdad no son cosas que quiera ventilar, que quiera utilizar como carta de presentación: “Mi nombre es fulanito de tal, mucho gusto, ¿cómo le va?, ¿lo puedo interesar en alguno de mis traumas?”

En fin.
¿Ya lo oíste? ¿Oíste ese martilleo? ¿no?, yo ya no lo aguanto. Vamos, toma la caja – caja a la que le esparcí ese color chillón para que sirva de advertencia, para que al reconocerla instintivamente me aleje de ella – vierte su contenido sobre la mesa, hazme el favor. Deja tomo asiento y te explico mi colección.

– La viertes, la levantaste de forma sumamente ágil, la pusiste de cabeza y dejaste caer todos sus contenidos, papeles, monedas, plumas, algún otro objeto excéntrico, pero principalmente papeles: panfletos, fotos, cartas. No lo entiendes, tanta exageración, tanto teatro por algunos papeles.
Sin embargo, sin embargo ya lo escuchas, al destapar la caja has comenzado a escucharlo: clac, clac, clac, clac. Un sonido metálico. –

Sí, así comienza, es un martilleo metálico, es su primera etapa, así comienza.
Todo eso que ves, es una colección que me hubiera gustado no hacer. Una colección que me hubiera encantado nunca comenzar. Pero la verdad nadie me preguntó. Cuando me di cuenta ya había juntado varios papelillos, con notas, rayones, marcas. Eso. Todo esto que tienes ante ti, son una especie de marcas. Algunas tienen años, otras son recientes. Sí, de algunas me sorprendo de que ya estén aquí, bien guardaditas en esta miserable caja.

No te dejes engañar por los colores vivos – colores alegres, verdes, azules, rojos, unos chispazos de amarillo por aquí y por allá, no muy chillón, no van a ser colores que irriten la vista –, es su voluntad, todo esto que ves aquí hará lo imposible para no ser olvidado, tratarán de llamar la atención para seguir presentes, para no caer en la penumbra del olvido, o si acaso en el claroscuro de la indiferencia. Cuidado cuando tomes una foto, o una nota, todo está magnetizado. Si tratas de tomar un objeto de la caja, tomarás dos o tres. Se pegan, no hay un mal recuerdo que no venga en partida doble. Sí, son en días de desdicha cuando se abre esta caja, y en esos días los malos recuerdos llegan en parvadas. Mira, por ejemplo esa fotografía que tomaste, fíjate bien, no es una, son dos. Si el día estuviera más nublado, más lluvioso, y mi optimismo más decrépito, hubieras tomado tres o hasta cuatro.
Ves esa foto escolar, más que un infante lo que aparece ahí es la zozobra de un carácter tierno, una personalidad en formación, una inquietud enorme para su tamaño que año con año, grado a grado, tiene que luchar contra eso que él aún piensa que es estupidez, contra esa extraña razón por la que, por más que estudia, no logra sacar buenas notas. Lo que ves en esa foto, más que un escolar, es un infante que lucha contra el peor fracaso que conoce en su corta vida, el primer fracaso en el que puede caer: el fracaso escolar.
Ahora, ¿ves la otra foto? Que de por sí ni es foto, es una especie de caricatura garabateada con mucho odio, frustración e impotencia. ¿Ves al tipo que aparece? La cabeza monstruosa, con una barba asquerosa, dientes chuecos, lentes sobre su gran nariz y su gesto iracundo. Ese monstruo, ese hijo de puta fue el que le regaló su primera humillación pública al infante de la foto. El estúpido infeliz que tenía como tarea enseñarle y guiar al mocoso, y que en lugar de apoyarlo, lo hizo mierda. Frente a toda la clase. Le gritó: “Si muy pocos del salón van a lograr el pase a la secundaria, tú no serás uno de ellos. ¡Y todavía pides permiso para tener vacaciones más largas!” Las vacaciones eran para ir a pasar la navidad con mi padre, que estaba en el extranjero. ¡Ya! ¡Tira esa pinche caricatura de mierda otra vez a la caja! Lo había olvidado, grandísimo hijo de puta, que lo perdone su perra madre. Yo no.

Toma alguna otra porquería que quieras que te explique.
¿Lo escuchas?, ¿lo escuchas ahora? Drup, drup. Ahora son las gotas de agua, las gotas.... las lágrimas que derramé aquel día en que estando en un salón lleno de escuincles me sentí solo como nunca.
Ya, a ver – revuelvo salvajemente los papeles que están sobre la mesa, cual si fueran números de una tómbola y quisiera escoger al siguiente ganador. Busco alguna otra porquería guardada, pero que no sea tan dolorosa.– Te lo dije – mientras suspiro– no se van a dejar olvidar, pase el tiempo que pase, en algún momento me vuelvo a encontrar con ellas. ¡Pinche caja!
Esta carta – digo algo aliviado mientras sostengo en la mano una hoja con un tipo antiguo de letra, – me recuerda al amor que no se me dio, que intenté pero que no se me dio, y ¿la ves bien?, trae otros papeles pegados. – Unos son dos tarjetas para fichas: “Quiero verte con los ojos escarlata y con los ojos puros...”–. Son de otro intento fallido. Y este poema de letra tan pequeña, es el más triste de los tres. Es de aquel que ni intenté. Unos ojos azules claros, a los que nunca me atreví a mirar directamente. Y hoy no me atrevo a leer este poema. – Detrás del poema cae un pequeño trozo de papel – Esto es relativamente nuevo. Pero es distinto a los demás. Esta caricatura – un hombre dibujado primitivamente, únicamente con rayas y un círculo que es la cabeza, con un cuadrado en la mano que representa un papel, o una carta –, es de hace poco. Es de algo bajo. Es el coraje de porqué las mujeres, la mujer de uno se esmera en llevarse la atención. Ocasiones en las que uno dice: “fracasé” y la mujer contesta: “pero me tienes a mí”. ¡Carajo, qué egocentrismo! Si uno lo sabe, uno sabe que las tiene y por eso mismo regresará caído con ellas, a buscar su cercanía. Pero que arrogancia, el creer que con el simple hecho de decir “aquí estoy yo”, el sentimiento y el dolor del fracaso desaparecerán. Eso no es lo que uno quiere escuchar, de por sí uno no va a querer escuchar nada. Simplemente no querrá sentirse solo. Uno lo sabe, sabe que ahí está ella y le está agradecido, pero no tienen que recordarlo.
Hablando de fracasos. Ese panfleto que está ahí me lo dieron una ocasión en la calle. Pensé “qué estúpidos son los de esa asociación, ¿quién querría hacer eso? Si uno los necesita para vivir.” Pero después de fracasos, uno piensa si no hacerse miembro de la asociación. – Un panfleto en tonos grises que dice “Manual para ser un soñador exitoso”, y al reverso “1º Dejar de soñar”. – A veces pienso que me debería hacer miembro, en momentos en que abro esta cajita. Pero no te preocupes, soy muy testarudo. Y soñar es parte de mi ser.

– Toc, toc, toc, son tacones altos. Escuchamos los pasos de los amores que no llegaron, que nunca fueron. Son los pasos de lo que se ha quedado en el camino: sueños, planes, inocencia.

Tomas una moneda plateada, grande, pesada. – Creo que eso no hay que explicarlo, se sobreentiende ¿no? Es la comodidad económica que no me ha llegado, en la que sigo trabajando. Tal vez debería de ser más como tantas otras personas: arrogante, egoísta, narcisista. Tal vez –sonrío – debería de llenarme el hocico a cada oportunidad. ¡Sí!, no te sorprendas, dije hocico, así como los perros, engullir cada cosa que caiga al piso, devorar lo que se me cruce por el camino, aceptar todo lo que sea gratis, aunque sólo sea basura. Llenarme el hocico, sí, de nuevo, al fin y al cabo me gusta hacerlo como los perros y tú lo sabes. Llenarme la boca de cumplidos para mí mismo, reafirmando ante cada una de las personas que se me crucen por el camino lo cabrón que soy, la majestuosidad de mi amistad, la sabiduría de mis palabras. Y a quien no le parezca, saltarle a la yugular.
Tal vez, tal vez no. O quizás, quizás únicamente en contadas ocasiones. Quién puede decirlo.

– Clac, clac, clac – ¿Dime, a qué te recuerda ese sonido, de nuevo metálico? ¿A un reloj? Sí, ese es el sonido de la vida marchándose, el sonido de nuestro tiempo transcurriendo, el de nuestra existencia marchitándose, mientras juntamos papelitos para nuestra caja.

Pienso que es suficiente, estoy agotado. – Las nubes abren paso al sol, el momento para ver los contenidos de la caja ha pasado. – La iré a guardar de nuevo al sótano. Después vayamos a pasear. Sintamos la brisa y el calor del sol en nuestros rostros, mientras caminamos agarrados de la mano.

24.9.11

Batallas en la cama

Cubierto debajo de las cobijas, estancia cómoda y duradera, en el calor y suavidad de la cama. La cama, lugar seguro y aún así no libre de batallas. La cara cubierta por la cobija, tiritando, escuchando atentamente, estancado en un estado de alarma. Estancado, estacado, en posición de firmes, desnudo y caliente, es la calentura de la cama. Muslos temblando, piernas y pies frotando la sábana inquietamente. Un ruido desconocido que interrumpe el silencio. La respiración se agita. ¿Fue acaso un gruñido? Ha vuelto el dueño de sus temores. Esconde la cara lo más que puede. Su temor a la oscuridad lo atrapa, qué hay más allá de lo que puedo ver, se pregunta. Pero se decide a no intentarlo. La cara continúa bien tapada. Lo ha visitado de nuevo, piensa estar seguro, la criatura que se alimenta de sus miedos. Si estirase la mano ¿qué es lo que tocaría? Una superficie tersa y cálida, que reacciona al contacto con leves sobresaltos. Una figura que tiene que descifrar con las manos. Éstas descubrirían partiendo de la angostura, de ese estrecho que se presta para sujetar, para uno aprisionar, una superficie suave y juguetona que sube hasta dos montículos, suaves, coronados en lo más alto. Más abajo del estrecho encontrarían una pendiente y después una bajada que son imposibles de dejar de recorrer, y en medio de ellas una cálida cañada.
Tal vez en cambio, le podría ser arrancada la mano de una mordida. Aquel ser oscuro, babeante, con los ojos negros y una mirada oscura como la nada, tendría en sus enormes fauces la mano que de una sola masticada trituraría por completo. Se le escapa un sollozo. Siente humedad en sus mejillas y humedad en la cama.
Se siente la humedad, desnudo, siente una humedad, resbalosa, cálida, que lo recorre una y otra vez, ahí, en el centro, de la base a la punta. Un cómodo vaivén que le estrella a su pelvis unas caderas candentes con cadencia, y más humedad, ahora en la boca donde su lengua ataca a una intrusa, la agarra del cuello y de la pendiente imposible y la empuja con violencia, un gemido que no se acalla. Se moja, la humedad alcanza ahora la base, siente una mordida. Resopla, se mueve con más intensidad intentando liberarse, empujar a esa figura lo más lejos de si. Le muerden la oreja, cada vez con más fuerza. Gruñe. La aleja para luego aprisionarla con más fuerza a sí.
¿La diferencia? No muchas, ambas son batallas, batallas en la oscuridad, en la cama.

Explota, da lo que tiene que dar. Ha perdido, sangra de la espalda por los rasguños, le arrancaron la oreja, la lengua babeante, la respiración agitada. Así que el monstruo de la infancia ha vuelto, después de veinte años, se acopló a la nueva forma de luchar.
Desde tanto tiempo que siempre ganaba las batallas en la cama, hoy de nuevo le toca perder.
El miedo no tiene edad.

14.9.11

El abismo y la cría

El padre lo fue empujando. Cada vez de forma más agresiva. El hijo gritaba, no se atrevía a defenderse, no podía. Únicamente gritaba, cada vez más desesperado. Estaba ya al margen del precipicio. El padre hizo una pequeña pausa, la madre llegó, pero en lugar de ayudarle a su hijo sólo se dedicó a observar el suceso. El padre le dio un último empujón. Con un grito el hijo cayó al abismo.

“No sé qué hacer, digo, ya está grandecito para saber qué hace y cómo.”
Desde que nace uno va a a estar ahí para él. Uno vivirá para él. Dará lo mejor de sí. Qué otra cosa, mas que ir dándole lo mejor que uno tiene. Sí, pero también es verdad, uno los intentará amoldar a su forma, voluntaria o involuntariamente se les trasmitirán las opiniones y las creencias de uno.
Si no había quedado claro estamos hablando de los hijos.
Le llegué a dar bofetadas, así como a mí me dieron cuerazos. Intenté darle todo lo necesario, pero tampoco todo, para que así aprendiera a luchar, a pelear por lo que desea.
¿Cuál es la diferencia? ¿Qué tanto es tantito? ¿Cuánto hay que apretar para que no se escape y salga de control, pero tampoco tanto para que se asfixie? ¿Quién te lo va a decir? No hay nadie que te vaya a poder dar lecciones de cómo educar, cómo disciplinar, cómo querer.
Uno cree que cuando son bebés es lo más difícil. Es al revés, la dificultad va con los años en aumento. Hasta que un día los amigos lo dejan borracho a la entrada de la casa. O tiene su primero roce con la ley: Hay que irlo a recoger de la estación de policía, porque robó algo. Y de esa primera experiencia pueden venir otras y otras y otras. ¿Ahí, qué va uno a hacer? A partir de cierto punto los cuerazos dejarán de funcionar, tendrá su mente y personalidad desarrollados, no querrá escuchar a los padres, esa generación antigua. A más tardar en este momento, en el que no se deje ayudar hay que empujarlo al abismo.

El hijo cae, grita, empieza a agitar las extremidades, empieza a hiperventilar. Cree que va a morir, el suelo se acerca, se acerca, pero no se estrellará en él. Logra alzar el vuelo, agita sus aún débiles alas y comienza a surcar el aire hasta postrarse en una rama del árbol del nido paterno. Ha aprendido a volar, ha aprendido a defenderse solo. Los padres lo observan. El ave se acicalará las plumas, mirará a la pareja que una vez más se despide de su cría, y emprenderá el vuelo con el que comienza su vida independiente.
Lo único que al final le queda a los padres es la esperanza de haber educado a su cría de la mejor manera posible.

5.9.11

Correspondencia

El sobre estaba debajo de catálogos de supermercados y cupones de restaurantes. El periódico local que más que informar, invitaba a visitar los nuevos restaurantes y boutiques de la zona estaba comprimido en la rendija del buzón. Tomó todos los papeles y los tiró al bote de basura que se encuentra al lado de los buzones. Cuánto desperdicio, papeles impresos que tienen un cortísimo ciclo de vida. ¿Su fin es el de informar o el de hacer basura? A él ¿qué le importaba que hubiera un amplio surtido de útiles escolares para este regreso a clases o que la pechuga de pollo estuviera a mitad de precio? Los cupones para los restaurantes de comida rápida eran mas convenientes. Esos sí los guardó. Dos hamburguesas por el precio de una, una ensalada gratis al pedir una pizza, y varias cosas más por el estilo.
Cuando pensó que ya había vaciado el buzón, descubrió el sobre manila, tamaño carta.
Pensó en tirarlo a la basura, creyendo que se trataba de no más que papel impreso con muy pocas expectativas de vida. Pero al tomarlo lo sintió abultado, el destinatario llevaba su nombre: Rodolfo. Lo tomó con algo de alegría (nadie nunca le mandaba correspondencia) y se metió a su departamento.
Abrió el sobre con mucho cuidado y dejó caer su contenido sobre la mesa de la cocina. Varias fotos, boletos de cine, postales, una cadena de oro y una carta escrita a mano.
En una foto aparece una pareja abrazada a orillas de un lago. La chica es alta, esbelta, la figura femenina demasiado bien marcada. Una mujer guapa, las facciones de la cara no son bonitas, pero tiene una mirada somnolienta, una sonrisa pícara, es una mujer atractiva. El hombre que la abraza tiene una sonrisa dibujada en el rostro que no puede ocultar, es una expresión de cazador orgulloso de estar abrazando a su trofeo, de pavonearse con él. Su expresión arrogante parece decir “¡a huevo putos! ¡miren que bizcochito me agarré!” Trae puesta una playera mínimo dos tallas demasiado pequeñas, por lo tanto se le nota algo que, si normalmente parecería una pancilla chelera, así parece una panzota mastodóntica, digna de una albóndiga con patas. Los brazos parecen dos embutidos implantados para mejorar la sazón de don albondigón y dos patitas flacas como palillos. Palillos, albóndiga, ya sabrán ustedes que inventar. Lleva unos lentes de sol demasiado extravagantes, una cadena de oro demasiado gruesa y lo peor, lo peor que puede tener el tipo ese de la foto, es que no es él. “No soy yo, el tipillo este de las fotos no soy yo” se dice.
Rodi: No me queda de otra más que comenzar estas líneas pidiéndote perdón. Tú sabes que yo nunca te he querido hacer daño, que pase lo que pase yo siempre te seguiré queriendo y que tendrás en mí una amiga en quien confiar. Pero la verdad, tú estarás de acuerdo conmigo que esto simplemente ya no estaba funcionando. Y, bueno, no sé cómo decirlo pero hace tiempo apareció alguien.
¡Qué poca madre de esta pinche vieja!, pensó irremediablemente, digo, esto puede pasar, que uno se distancie y que las cosas ya no funcionen, pero uno no tiene que andarse buscando otro pendejo a quién mangonear y quien se la ensarte. Y lo peor es, ¿para qué me manda fotos de ese pendejo la muy güila? Si se ve que el naco nunca se había agarrado una vieja así de buena, y nunca más lo volverá a hacer.
Ya nos habíamos distanciado y habíamos quedado en que íbamos a hacer una pausa, la verdad nunca pensé que durante esta pausa fuera a aparecer alguien más, continuó leyendo. Pero así fue. Creo que es mejor que sepas lo menos posible de él. Solo quiero que estés seguro y que nunca dudes que contigo fui feliz y que hubiera dado todo por ti. Y supongo que es mucho pedir, pero espero que en algún momento me entiendas y no sé, te alegres por mí, como yo me alegraré cuando encuentres a otra chica.
Mira que cabrona, lo menos posible de él, dice, ¿entonces para qué me manda fotos la pendeja? Si al pendejo de mí le decía Rodi al tipillo éste como le dirá ¿Albondi, Albi? Es más, ya sé como lo conoció, lo rescató de ser devorado en un banquete a la albóndiga esa, es más hasta ya le habían ensartado los palillos. A más tardar después de imaginarse esa escena se le escapó una sonrisa. Había dado muy rápido el primer paso hacia la recuperación, se había comenzado a reír de su desgracia. Se imaginó la expresión arrogante del tipo de la foto convertida en pánico y lo vio corriendo sobre sus dos palillos de una orilla a la otra de la mesa. No le quedó de otra más que reír abiertamente. La cadenita de oro se le hubiera atorado en las muelas a uno de los comensales.

Pues lástima, dio un retroceso esta chamaca, ella se lo pierde, acabó por decir. Repuesto, continuó con la lectura de la carta.
Rodi, o no sé cómo te tengo que decir ahora. ¿Rodolfo? ¿O es que ya no vamos a tener la confianza que habíamos tenido hasta ahora? Bueno, no lo sé, pero para qué correr riesgos, ¿verdad? :-)
Carajo, pone una de sus caritas pendejas, ¿con quién chingados estuve? ¿con una pinche escuincla quinceañera?
Rodolfo García Roldán, decía la carta, para que no te enojes, continuaba, ;-), ¡puta madre! y dale con las caritas pendejas, pensó y siguió leyendo, te mando las fotos y recuerdos de nuestro bonito tiempo juntos, creo que es lo mejor si es que tú te los quedas, aparte de que no sé qué le vayan a parecer a Justino si es que los llegara a ver. Inmediatamente se le vino a la cabeza una cita que había leído en una revista la semana anterior en el consultorio del doctor : “Lo malo de una mujer con el corazón roto, es que empieza a repartir los pedazos.” Aunque bueno, ésta no tiene el corazón roto, pero igual, reparte la basura que ya no quiere y que me puede romper a mí el corazón.

Apenas un par de momentos después, se dio cuenta de la gravedad del asunto: “¡Verga! ¡Entonces eso significa que yo soy la albóndiga con patas!”
Estuvo varios minutos perplejo frente al espejo, viéndose, analizándose. Comparó su reflejo una y otra vez con la sonrisa arrogante del albondigón, no tenían nada en común. Bueno, el nombre era el mismo, por algo le había llegado la carta a él.
Rodolfo García Roldán, para que no te enojes ;-), decía la carta. Sacó su identificación: “Nombre: Rodolfo Roldán García”. Se tranquilizó un poco, “¡Pero si sí es cierto!” se dijo, tranquilizado porque no se tendría que suicidar en salsa de tomate como vil albóndiga, “¡si yo ni tengo vieja!”
Sonó el teléfono, era el consultorio del doctor, pidiéndole explicaciones de por qué había faltado a su cita con el psiquiatra.

25.8.11

¿Rebelión o Superación?

En la última oración, estaba el comienzo de su duda. “Y de ahí en adelante nunca más se habría de dejar reprimir, ni a si mismo, ni a los suyos.” De qué se habla en el texto, pensó. ¿Se trata de un panfleto agitador, incendiario por decir lo menos, o al contrario, de un relato de superación personal? Al estilo de “todos somos diamantes en bruto, nada más hay que saber pulirnos”. A unos les dan una calentadita, en vez de una pulida, a otros más una cepillada. Pero eso no viene al caso. La pregunta, era muy sencilla: ¿Me encuentro ante un libro que después de contarme toda una historia de injusticias y rebeliones, me incita a tomar las acciones por mi propia mano y luchar por un mejor porvenir para mí y los míos, sin temer la derrota en la que pueda caer, puesto que el no tratar de mejorar su condición es en sí ya la peor de las derrotas? ¿O me encuentro, en cambio, frente a un texto que intenta poner ante mis ojos las situaciones desmoralizantes y denigrantes en las que puede caer un individuo que se niega o no puede o no ha llegado a desplegar su personalidad y sus capacidades intelectuales al cien por ciento, para así incitar a todos ellos a quienes aplique este caso a despertar y utilizar todo su potencial humano con el fin de alcanzar la excelencia como individuos?

Bueno... en realidad, la pregunta no fue tan sencilla, y en verdad fueron dos. Lo más difícil del asunto, es que se trataba de dudas, que no aceptarían un simple sí o un simple no como respuesta. Y lo más complicado de este mentado asunto, fue que esas preguntas no le fueron planteadas a nadie. No fueron pronunciadas. Se las planteó a si mismo, y por lo tanto él mismo intentó darse una explicación. Diré una explicación conveniente. Todos en algún momento intentaremos manipular consciente o inconscientemente a otras personas, y lo más fácil de este mundo es manipularnos a nosotros mismos (eso sí, sin nosotros darnos cuenta). No hubo nadie más con quién argumentar con respecto a las posibles intenciones de ese libro que él había vislumbrado: Rebelión o Superación.
Sentado en el éxodo de la mesa rota de la cafeteria escolar, se dedicaría los próximos días a analizar cuál de ambos casos sería el más probable a ser el intencionado. Sus reflexiones llegaron a ser interrumpidas en varias ocasiones por la amabilidad de sus compañeritos quienes para distraerlo le dedicaban puntapiés, puñetazos y se esmeraban en disfrutar del almuerzo que estaba destinado para nuestro si bien no apreciado, sí estimado joven protagonista.
Al cabo de varios días y gracias a su sistemático análisis llegó a la conclusión iluminadora: El texto incitaba a la rebelión. La razón para llegar a esta conclusión es muy sencilla, quizás demasiado sencilla. Alfabéticamente la erre se encuentra antes de la ese. Por lo tanto la erre posee más jerarquía que la otra consonante. Llegó a esa conclusión porque Rebelión comienza con una letra que viene antes de Superación para acabar pronto.

Me temo, estimados conciudadanos, colegas, padres de familia, que ese fue el detonante para las acciones que acaecieron hace un mes en esta ciudad. Creo que sale sobrando el repetir lo que tantas veces se ha dicho ya en los medios, que este joven incomprendido y confundido, abrió fuego contra toda la comunidad escolar, que tomó de rehenes a profesores y alumnos para terminar con sus vidas al momento en el que se vio acorralado por las fuerzas de la ley. Y creo que sale sobrando el repetir que sus últimas palabras al ser abatido fueron: “¡Nunca más represión malditos!”
Ahora, compañeros de sufrimiento, tenemos que mirar hacia delante, sí, todos queremos respuestas, queremos saber ¿por qué nos tocó a nosotros?, ¿qué es lo que tenía este incomprendido en la cabeza?, y quizá lo más importante ¿qué texto incendiario, revoltoso plantó la semilla del odio en uno de nuestros hijos? Me tomé la libertad, para esta ocasión, de investigar y buscar el texto que plantó esa semilla que habría de germinar de forma tan cruenta y vil, sirve que posiblemente nos brinde respuestas a tantas interrogantes que desde ese día no nos han querido abandonar.
Me permito leer el último párrafo de La vida del hombre perfecto:

Y a partir de ahí, de ese punto de no-retorno, verás que tu vida no será la misma, verás que las dudas se disipan, que la inseguridad se extingue. Nadie ha dicho que sea fácil, cuesta revertir tanto mal que te ha achacado por tanto tiempo, y sí, probablemente hasta reprimido. Uno mismo se deja reprimir, se reprime con sus miedos, con sus inseguridades, con su temor al triunfo. Pero si sigues estos pasos, diez como los mandamientos, verás que uno a uno, el peso sobre tu espalda disminuirá y descubrirás el alivio de ser feliz, de vivir plenamente, de ser una persona de bien, que vive en armonía con el cosmos. No tengas miedo, lánzate al vacío, rebélate en contra de tu viejo yo, víctima de los demás y de ti mismo. Usa la escalinata de los diez pasos, para que estando arriba de los demás éstos te miren triunfante caminando hacia el atardecer y comentarán de ti, platicarán tu historia de éxito y de superación:
“Y de ahí en adelante nunca más se habría de dejar reprimir, ni a si mismo, ni a los suyos.”

21.8.11

Reflexión escuchando GnR

El sonido del rock ochentero suena a través de las bocinas, mi cena está en el horno, no fue muy trabajosa, simplemente hubo que sacarla de las bolsas congeladas. Hay canciones que apenas ahora hacen sentido. A pesar de que las escuché cuando salieron, en aquel entonces, cuando sólo me aprendí el estribillo. En aquel entonces con diez años o menos me jactaba de escuchar guns and roses. Pero apenas ahora cerca de veinte años después entiendo muchas de las canciones y de lo que querían tratar. En ese entonces me parecía inconcebible que alguien se quisiera casi casi morir por un desamor, o que al contrario estuviera totalmente enamorado. A veces pienso que aún no era mi momento de escucharlas, o tal vez sí de oírlas pero no escucharlas. Y es que yo aún descubriendo el mundo y aún creyéndome el centro del mundo, estaba ocupado con otras cosas, absorbiendo y absorbiendo información, nombres de animales, juegos, momentos que me habrían de marcar, y la música, música que me habría de marcar doble: Por las melodías que me habrían de acompañar en la niñez y por los mensajes que, teniéndolos tanto tiempo enfrente, me he tardado tanto tiempo en comprender.

9.8.11

La pared delgada

Comúnmente no solía seguir despierto a esas horas. Pero ese día era la excepción. Era una ocasión única, que esperaba no se repitiera de nuevo. El departamento a oscuras, una botella sobre la mesa, él sentado en el sofá, desparramado. La medianoche tan presente como su soledad. La música nostálgica había dejado de sonar. Canciones de corazones rotos, de deslealtades, de abandonos. Eran de esas canciones que se escuchan mejor cuando uno toma. Por lo tanto la botella ya estaba vacía. El último trago en el vaso. Quiso comenzar a llorar, pero alguien se le adelantó. Se acabó el último trago y se levantó a la cocina para buscar algo más con qué intoxicarse. Encontró una botella de cerveza en el refrigerador, de paso comió algo sencillo, dos rebanadas de jamón y una de queso. Suspiró, se talló los ojos para limpiarse cualquier lágrima que se le pudiera haber salido. Destapó la cerveza y un golpe se escuchó en la pared. ¿Qué fue eso?, ¿fui yo? Regresó a la sala dándole de tragos a la botella, dispuesto a poner más música. Un plato se rompió. Se escuchó claramente. Y después lo siguió un vaso. Venía del departamento vecino. Se escuchó un grito, después se oyeron más. “¡Eres un inútil! ¡Sólo con golpes te atreves!” “¡Cállate! Pinche vieja naca, ni se para qué me casé contigo” “Por el dinero de mis papás, nada más por eso ¡Maldito hambreado!” Una silla fue aventada contra la pared “¡Estás enfermo! ¡Búscate ayuda maldito desquiciado!” “¡Cállate zorra de mierda!” Se escuchó una bofetada, dos, tres bofetadas... y llanto.
Le dio otro trago a la cerveza, ¿se habían calmado?, ¿le había dado sus cachetadas y con eso habían concluido la pelea? Se le escapó un suspiro, ¿debería de llamar a la policía? No lo iba a hacer, a menos que ya se escuchara que en verdad se estuvieran matando. Había faltado poco, pero no llegaron a tanto.
En otras ocasiones, cree él, hubiera llamado a la policía. Hubieran bastado los primeros gritos para que lo hiciera, pero como ya dije, esa noche era la excepción. Esa noche no creía que, lo que esos dos peleoneros a final de cuentas intentaban llevar a cabo, pudiera funcionar: estar para siempre juntos.
Eso no sirve, para qué lo intentan, habrán de fracasar, como yo fracasé. Y lo sabe, cuando se va el amor no hay forma de hacerlo regresar. Así como la vida, simplemente se acaba.
Pero lo que no se acaba es esa necesidad del calor que brinda la otra persona. Eres un estúpido, maldito vecino de mierda. Tienes a una mujer a tu lado y en vez de aprovechar del calor que te puede brindar la golpeas. Malditas paredes tan delgadas de este edificio, qué necesidad tengo yo de escuchar los dramas de los demás. Puso música alegre para variar un poco. Para levantarse el ánimo. Malditos vecinos imbéciles, si quieren que se maten, mejor para mí, son unos estúpidos, por desaprovechar aquello que a ellos aún les queda y que yo ya perdí.

30.7.11

El antagonista

El cenicero de cristal ha quedado sucio. Las cenizas aún sueltan algo de humo que sube a unirse con el resto proveniente del cigarro. Suelta la bocanada, más humo que se une para enturbiar el cuarto. Pasea la lengua por la comisura de sus labios, sonríe levemente. Se talla el mentón antes de llevar la mano de nuevo a la carpeta. Las luces tímidas traspasan el cenicero. Los vasos con un líquido oscuro, en el cual nadan hielos, fragmentan la leve estela de luz. El escritorio es de caoba, antiguo, tallado muy finamente. Encima de él hay varias carpetas, libros y papeles. Sobre una, sobre esa misma que desde que el protagonista entró, el antagonista ha recargado la mano, dándole a entender “es mía, la información es mía, si la quieres ven por ella”. Los ojos no se le ven, no es necesario, sus gestos son exagerados, uno sabe, uno los va a entender, debe de entenderlos. Hasta ahora tampoco han intercambiado palabra alguna. Aún no hace falta.
Las manos del protagonista, las manos se aferran a la mesa de madera tallada, parece que tiene miedo. Brillante actuación. Brillante como la esclava de oro que lleva en la muñeca derecha. Levanta las manos, se notan las marcas de humedad dejadas sobre la madera, desaparecen lentamente. Busca en los bolsillos de su saco azul, no encuentra lo deseado, cambia de bolsillo. Se escucha la tela fina al tallarse, restregarse contra el pantalón, contra el sillón de piel negra en el que está sentado. No lo encuentra. Comienza a vaciar bolsillos: billetera, encendedor, pluma, agenda, paquete de cigarrillos. Todo está ahora sobre la mesa. A unos cuantos centímetros se escucha el tamborileo, el tamborileo hastiado de la mano del antagonista sobre la carpeta. Está aburrido, cansado, no bosteza, bostezar sería una mala idea, daría una mala impresión.
Él, el antagonista, es el que tiene el control de la situación. Eso debe de quedarle claro a todos, por eso un bostezo sería una mala idea, pero los ojos los tiene entrecerrados mirando fijamente a ese que es el protagonista. Suelta un suspiro exagerado, toma el vaso, se escucha el tintineo de los hielos. Le da un sorbo y suelta una risa burlona. Se remoja los labios. Una mueca de hastío, de incomodidad invade las facciones de aquel de saco azul, sin tener nada mejor que hacer, por la incomódidad, por el no saber como actuar, se acomoda la corbata amarilla con vivos azules. La mano recorre la corbata, la apega más a su pecho, a su camisa azul, éste es un azul más tenue que el del saco. Del fondo se escuchan tosidos y un teléfono que comienza a sonar “¡shh!”
Las cosas siguen sobre la mesa: billetera, pluma, agenda. El paquete de cigarrillos vuelve a la mesa, aventado por aquel de mueca burlona. Ha tomado uno de los cigarrillos del protagonista y utiliza su fino encendedor, pero este no lo devuelve, lo guarda en uno de sus bolsillos y así nos damos cuenta que en uno de ellos el antagonista lleva metal, trae un arma.
Para utilizar el arma hay que hablar primero, tiene que llevarse a cabo una encarnizada discusión entre estos dos personajes. Eso no va a ocurrir. Ambos siguen bebiendo, fumando y mirándose con desdén.
Los responsables en la oscuridad, no se ven sus facciones marcadas por la extrañeza y la desesperación, no saben que hacer, no comprenden lo que sucede. Darán por concluida la función. El telón de terciopelo rojo se cierra, las tenues luces se apagan. El público abuchea, mientras aquellos personajes siguen bebiendo, mirándose con odio.


“Tienes que odiarlo de todo corazón, él tiene lo que tú quieres. Él es el protagonista, tú el antagonista. Tienes que llevar esa rivalidad a otro nivel, al público le tiene que quedar claro que no se soportan.” Fueron las palabras del director. ¿Cómo llevar la rivalidad a otro nivel?, había pensado. ¿Cómo humillar a ese que tengo que odiar de todo corazón? La respuesta no tardó en llegar. Habría que desarmarlo. Lo despojó el arma principal de un actor sobre la tarima:
la palabra.
Los diálogos y monólogos del protagonista los llevaba, sustraídos clandestinamente, desde hace meses en una carpeta que no había dejado desde ese entonces ni por un instante desatendida.

13.7.11

No más sueños ¡ya! A.C.

Por medio de estas lineas le informo de los sucesos acontecidos el pasado fin de semana en el marco de la vigesimoquinta reunión de soñadores compulsivos, llevada a cabo durante la feria internacional para la abolición de abstracciones obtusas.
Con gran alegría he de comunicarle que la reunión fue todo un éxito.
Después de haber esperado por mucho tiempo que la sala del pleno fuera abierta a los participantes el secretario general de la asociación civil No más sueños, ¡ya!, Inocencio Gómez, perdió el control al decir “Imagínense que ahora mismo nos volvieran a cerrar las puertas, yo ahí me iría directito al bar del hotel a echarme unos tragos bien fríos para este clima.” Apenas acababa de decir esto cuando el personal de seguridad lo retiró del salón, hasta ahora sigue sin saberse su paradero.
El ambiente decayó de forma considerable por la recaída sufrida por uno de los compañeros, más tomando en cuenta que se trató de una persona de gran jerarquía dentro de la gran familia que lucha en contra de los sueños, como lo es Inocencio Gómez.
La reunión se encausó a la nueva campaña que presentaron los responsables del departamento de relaciones públicas. Ésta consiste en varios carteles de colores neutros, gris, negro y blanco principalmente. En los que se leen premisas sobre los defectos del vicio onírico, sus consecuencias pero así también formas de superar este mal. Las premisas principales se presentan a continuación:

– Manual para ser un soñador exitoso: 1º Dejar de soñar
– Soñe que soñaba, se me fue la vida y no conseguí nada
– Imáginate un mundo sin sueños
¡Es una trampa! La imaginación es el principal aliado de la perversión onírica. No caigas en ella
– Soñar despierto: es la violación de tu cerebro
– Soñar despierto: ¿Para qué? Para eso hay televisión
– No malgastes tu vida en un mundo de fantasía, disfruta del mundo real

Como era de esperarse la presentación de los carteles fue todo un éxito. Sin embargo algunos de los asistentes tuvieron que ser retirados de la sala del pleno ya que comenzaron a imaginarse como se van a ver los carteles en las calles de la ciudad. Hubo uno que tuvo que ser reprimido fuertemente, ya que gritó: ”Los hubieran hecho de colores más llamativos ¡Imáginense como llamarían la atención con colores rojos y azules!” La represión fue adecuada, ya que este participante no solo cayó de nuevo en el vicio, sino que también incitó a sus compañeros a caer igualmente en ese sucio vicio del sueño, del cual todos los presentes nos intentamos recuperar. De él tampoco se han tenido más noticias.
Durante unos minutos se perdió el control de la reunión. Lo cual se alargó hasta que el cuerpo de seguridad contratado para esta ocasión retiró del salón a todos los participantes que defraudaron al grupo por enviciarse de nueva cuenta, y lo que fue lo más penoso, a costa de todos nosotros. Es como si un alcohólico anónimo se hubiera emborrachado en la celebración del décimo aniversario del grupo al que acude.…


Acabo de cometer un error. Le ruego me disculpe semejante atrevimiento. Pues durante la reunión explicaron que no solo la imaginación es el primer paso a la perversión sino que también las figuras retóricas lo son, pues éstas incitan a sobreentender algo que no está ahí. El ejemplo perfecto es lo que su humilde servidor acaba de llevar a cabo: una comparación. Al llevar a cabo ésta provoqué que el lector sea insitado a utilizar su imaginación. Le ruego me disculpe. Por favor no quiero ser desaparecido como los demás compañeros que han recaído en el vicio, nada más de imaginarme a dónde los llevan, qué les hacen, se me enchina la piel, no quiero ni soñar lo que ha de sucederme ahora que he vuelto a recaer en mi onírica perversión...

7.7.11

El creador del barro

Las manos sucias, manchando la pared. Se ha recargado en ella, apoyando la mano en ella. Dejó la marca. Se ve su mano de un color ocre sobre la pared clara. Estaba haciendo una corta pausa antes de seguir trabajando, modelando. Necesita reflexionar un poco, se enciende un cigarrillo, aspira varias veces para asegurarse que ha prendido bien antes de sacudir el fósforo y aventarlo fuera. El sol entra por la puerta que está abierta, las tablas de madera hinchadas por la humedad unidas con alambre. Está vencida, más que abrir o cerrarla, uno tiene que arrastrarla, no sirve de nada que las bisagras estén bien aceitadas.
Fuma tranquilamente, se ha llevado un banco para ponerlo fuera de su taller y respirar el aire polvoriento, que viene de la calle espantado por las camionetas destartaladas.
No es que disfrute su trabajo, es simplemente para lo que es bueno. Él no decidió su oficio, el oficio lo escogió a él. Algunos dicen que es afortunado, a él le importa muy poco lo que digan los demás.
En cierta ocasión comenzó a jugar con un poco de barro. Fue un ocio enfermizo el que le hizo acercarse a la cuneta de la carretera, apoyarse sobre sus cuatro extremidades y empezar a explorar y revolver el fango. Desde entonces no ha dejado de jugar con barro. Descubrió el material perfecto para crear mil y un cosas. En un principio fue mal visto por la gente del pueblo, pero cambiaron de parecer tan pronto llegaron los primeros forasteros que venían con la única meta de visitar al creador del barro. El creador del barro, así lo comenzaron a llamar.
Los forasteros necesitaban un lugar donde dormir y donde comer cuando iban a visitarlo. El pueblo comenzó a beneficiarse de su singular habitante, aquel que habían descubierto enlodado como un marrano en aquella cuneta. Al tiempo hasta cambiaron el letrero del pueblo, ahora se leía: “Bienvenidos a San Francisco de los pozos, hogar de El creador del barro”.

Continuó fumando, disfrutando un poco de la resolana que llegaba hasta la entrada del taller.
El encargo que le había hecho el último forastero no lo dejaba tranquilo. Estaba trabajando en pequeñeces cuando llegó aquel extraño, alto, de ojos y cabello claros. Fue el primero que le pidió un niño. Sí, un niño. Le ofreció dos millones de dólares, lo único que tenía que hacer era crear un niño de barro. No había especificado de qué edad, con qué características, ni si tenía que ser varón o mujer. Simplemente había llegado con sus extrañas ropas y con un acento insoportable le pidió que hiciera un niño. Había pasado la primera noche estudiando el método de trabajo más adecuado, llegó a la conclusión que beber arduamente era lo mejor. Borracho se desinhibía y comenzaba a modelar sin pensar demasiado. Pero en esta ocasión aún así no quiso comenzar con el encargo.
A la mañana siguiente, con el dolor de cabeza inaguantable del aguardiente descubrió lo que muchas veces descubría después de beber. Criaturas mal hechas. Sobre su mesa había varios animales pequeños, un ratón de tres patas que chillaba mientras intentaba correr, una rana sin cabeza que saltaba de un lado a otro sin ninguna orientación, un escorpión que al sentirse amenazado levantó el aguijón únicamente para que éste se le cayera. Al lado más alejado de la mesa se escuchó el cántico de un ave. Pronto comenzó a chillar en agonía hasta que se silenció. Y es que al acercarse, descubrió sólo la cabeza de lo que parecía un gorrión. Una cabeza que al obtener vida se había comenzado a desangrar. Juntó todas las criaturas, o en dado caso sus restos, y los echó al horno.
Cuando estaba borracho cometía errores de principiante. En un comienzo tuvo que descubrir una y otra vez que el don que tenía podía provocar sumas alegrías o sumas tristezas y traumas. Muchas ocasiones le había sucedido que iban a recoger el encargo para darse cuenta que el perrito que habían pedido no tenía fosas nasales y se asfixiaba cruelmente justo frente a ellos y sus hijos. La primera vez que hizo un flamingo le había faltado reforzar de alguna forma el cuello y éste se había roto cuando el animal ya vivía. Por eso es que no disfrutaba de su trabajo, pero tenía el maldito don de darle vida al barro.

Los ancianos se lo agradecían. Con tal de tener algo de compañía iban a ver al creador y le pedían algún animalito: Gallinas, perros, gatos, loros. Poco tiempo después le empezaron a encargar criaturas más complicadas, que si un ratón de dos cabezas, un dragón, o un alebrije. Varios cirqueros se habían hecho buenos clientes de él. Pero nunca le habían encargado algo tan complicado como un niño. Uno no puede crear un niño así nada más.
No sabe si seguir trabajando, así que decide encender otro cigarrillo. Pasa de mediodía, las calles se han vaciado un poco, es la hora de la comida. Él también ha creado comida, sandías enormes, jugosos mangos, rebuscados pasteles. Han sido todo un éxito, excepto por la pequeñez de ese leve e inevitable sabor a tierra.
No es que disfrute el crear vida a base de tierra y agua. Le incomoda caminar por el pueblo e identificar a lo lejos una de sus criaturas. El loro del viejo del café del parque central, por ejemplo, más que perder plumas pierde polvo. Lo peor de todo es que la edad no hace responsables a las personas. Quien diga que es así, se equivoca, si lo sabrá él. Hay un viejo insoportable, que vive de su decrepitud, la usa para sacarle provecho a las personas. Es un bebedor y en promedio una vez al mes va a pedirle que le haga una nueva criatura de compañía, pues a todas sus mascotas las mata de una u otra forma.
Uno bien que mal no deja de tenerle cariño a sus creaciones, puede que no se les quiera tener cerca pero uno tampoco va a querer que sufran. Eso pensaba el creador en un principio, pero al final de cuentas sabe que es un mercenario. Hará lo que tenga que hacer siempre y cuando la paga sea la adecuada. Sabe que le encargan criaturas fantásticas para destazarlas, hacerlas sufrir, obvio no siempre, pero muchas veces. Aun en caso de que quieran a la criatura sea cual sea, si ésta muere, no se llorará tanto por ella: era hechiza, al fin, pueden encargar otra.

Conforme había ido pasando el tiempo el creador había desarrollado el don de identificar a los que veían a sus criaturas como criaturas y no como objetos. Tenía ahora el don de reconocer a aquellos que valoraran y respetaran la vida creada del barro. Para este tipo de personas tenía una receta especial para crear vida: Al lodo hay que agregarle lágrimas, o para obtener mejores resultados un poco de sangre, de preferencia de aquel que será el dueño de la bestia. El resultado es que las bestias tienen con sus dueños una conexión más cercana, son criaturas más dóciles, más nobles y más inteligentes. Y lo más importante son fieles y dan compañía hasta la muerte.
En el caso del viejo del café del parque, el creador había identificado un entusiasmo genuino del viejo por tener una compañía: Estaba realmente entusiasmado por tener alguien que pasara el tiempo con él, le hiciera reír y entretuviera a los parroquianos. Sí, pensaba tener a alguien, como si el loro de barro fuera a ser una persona. Al final de cuentas se puede decir que eso es lo que es. Por lo menos para el viejo. El animal habla, silba, baila, y el viejo lo ha entrenado para que recoja dinero, papeles y le ayude un poco en el trabajo. La criatura es excepcional.
El creador le regaló una criatura así al viejo del café porque había identificado en él un genuino respeto y cariño por lo que iba a obtener. Algo que no vio en el último forastero. Y éste quería un niño.

El creador se ha levantado del banco, ahora dentro prepara un poco de barro, lo humedece más. Lo amasa una y otra vez, hace una pausa y después lo mismo de nuevo: amasa una y otra y otra vez. Sabe que en algún momento tiene que llevar a cabo el pedido. Comienza por fin, agarrando una gran masa que pone sobre la mesa, comienza lentamente a darle forma al tronco, de él comenzará a formarle los brazos, tendrán que estar simétricos. La mejor forma de hacer al niño es acostado sobre la mesa. Lentamente va tomando forma de un ser humano. Le faltan las piernas, el creador con gran pesar las va formando. Hace una pausa, enciende un cigarrillo. Es algo que él mismo se ha prohibido: fumar en su taller. Pero ahora lo hace. De cierta forma se ve algo aliviado, fuma y esparce las cenizas sobre el barro blando que da forma a eso que ha de ser un niño. Se puede decir que el cuerpo está listo, será un varón. Fuma y cuando termina apaga el cigarrillo en el cuello de barro. Deja la colilla ahí donde ha de ir la cabeza. La empieza a formar, no se esfuerza tanto porque el niño tenga las facciones finas, o bonitas. Le da lo necesario, una nariz a la que le hace las fosas nasales, boca, ojos y unas orejas que terminan extrañamente de forma puntiaguda. La ha terminado, no es una de sus más bellas creaciones, pero es una que funcionará.

Más tarde cuando el forastero de cabellos claros hubo de regresar por su encargo, encontró a un niño sentado sobre la rama de un arbol tomando una cerveza. El creador se alivió de haber creado así a esta criatura, ya que el hecho de que su niño bebiera alcochol no molestó al forastero en lo más mínimo. Ese niño no iba a ser querido, iba a ser usado, explotado. Sería blanco de cosas que el creador ni se podía imaginar. El forastero pagó su encargo y se llevó al niño. Al ver marcharse a los dos el creador se sintió aliviado y hasta contento. Aquel niño habría de estar bien, en su naturaleza estaba el instinto de mantenerse oculto, de desconfiar de los humanos, de escapar de ellos. Ahora todavía no lo hacía, tardaría un par de horas hasta que lo hiciera y es que aun seguía somnoliento por aquel sueño de barro del que había sido despertado. Esa criatura sería sumamente pícara, más aún que el creador.
Al forastero le habían dado gato por liebre. Pagó dos millones de dólares por un escurridizo duende de puntiagudas orejas.

15.6.11

El vendedor

“Lo que quieras. Dímelo. Simplemente dime qué es lo que quieres. Te lo doy todo. Todo lo que quieras. Lo que tú me pidas.”
Las manos nerviosas moviéndose de un lado al otro de la mesa. No es la primera vez que hace una promesa tan vacía, tan difícil de cumplir. ¿Que qué quiero? ¿Lo voy a obtener así de fácil, así de sencillo? ¿Nada más lo digo y ya lo tengo? Quiero riquezas, felicidad, quiero salud y una larga vida.
“Acércate a mí y lo tendrás todo.”
Tenerlo todo no me interesa, no quiero tenerlo todo, pero sí quiero tener mucho.
“Ya te lo digo, lo que tú me pidas, es tuyo.”
Lo que pida, lo que quiera, ¿cuál es el precio? De seguro habrá que renunciar a algo, a la libertad por ejemplo.
“La libertad ya no la tienes, nunca la has tenido. ¿Pero que te parece un nuevo auto?”
¿Cómo que no tengo la libertad, cómo que nunca la he tenido? ¿A qué más he de renunciar, al amor?
“El amor no existe, es un instinto bajo que cada animal tiene por reproducirse. A menos que estemos hablando, naturalmente, del amor por un auto. Para amar a un auto, uno necesita como con las mujeres, un objeto del deseo, por ejemplo...”
¿Y qué hay de la salud? ¿Esa tampoco existe o es que nunca la he tenido?
“No, sí, esa sí existe, pero es más pasajera que el deseo por un objeto. Todos habremos de morir. Todos ya vamos decayendo. Hasta los autos decaen, a menos que hablemos de algún clásico, como un Mustang 1968. ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por uno? ¿Cuánto tiempo estarías dispuesto a pasar hambre, a ser infeliz con tal de tenerlo? Tú que hablas de amor, a las mujeres les encantará verte en él. Pero eso sí, es mucho más caro que un iPhone. Tendrás que sufrir mucho más de lo que tendrías que sufrir por un iPhone.”
¿Un iPhone?, ¿me puedes conseguir un iPhone?, ¿con saldo para la app-store?, ¿cuánto tiempo tengo que pasar hambre?, ¿seré infeliz?
¿Sabes qué? No importa, dame mi iPhone, el sacrificio valdrá la pena.

1.6.11

Crónica callejera: La historia antigua

En los tiempos antiguos, muy pero muy antiguos, de la década pasada, se vivía de otra forma en estas calles. Se respiraba tranquilidad y cundía la armonía. Varones y hembras, adinerados y miserables compartían el mismo pan de cada día. Ahora siguen viviendo lado a lado pero sin la añeja armonía. Cuando hubo un cambio en el poder se sucitó el famoso y legendario desalojo de “la estrella” en el cual varios grupos de guerreros cobardes habrían de apedrear, apalear y ultrajar a familias enteras, hembras con críos en brazos, ancianos, enfermos. Los desalojados recorrieron tramos largos para encontrar una nueva morada. La mayoría de ellos habrían de quedar marcados de por vida como “los estrellados”, aquellos miserables que fueron expulsados de su tierra por aquel nuevo gobierno. Con tal de sobrevivir muchas de “las estrelladas” se hicieron pirujas, por allá del rumbo de la calle amores. Bueno eso es según lo que me han contado, antes se llamaba amores, ahora creo que es la calle Fidencio Gutiérrez, sí justamente como el cruel gobernante que mandó desalojar “la estrella”.
Esta es la historia verídica del comienzo de la nueva era en estas calles. Bueno, era la nueva era hasta que el infante que se hizo hombre se hizo mito.
“Los estrellados” se reconocen unos a los otros, aún hoy en día, eternidades después de esos sucesos. Ya muy pocos recuerdan el desalojo pero ellos ahí siguen, marcados. Y sus mujeres quedaron aún más marcadas por el amor comprado que tuvieron que regalar. Hasta dónde yo sé en la calle amores “las estrelladas” llegaron a un territorio con dueño, se quisieron instalar en una zona ya tomada. En un principio las quisieron echar, pero ellas se resistieron a ser desalojadas de nuevo, a ser humilladas una vez más, así que acataron las reglas que les impuso el señor que dominaba esos terrenos y era conocido por todos, según mi compadre, como “el rey de las nalguitas”. Un señor de gran jerarquía y buena voluntad, que protegía a todas las mujeres de su terreno, pero que tambien podía ser de mano dura con aquellas que se salieran de su rebaño y se descarriaran. Él se encargó de cuidar de “las estrelladas”.
Rápidamente se corrió la voz sobre las nuevas habitantes de la calle amores y cada vez empezaron a llegar más varones cada vez de más lejos para disfrutar de los servicios de éstas. No únicamente simples trabajadores querían disfrutar de sus mieles, sino que también gente poderosa y de jerarquía se acercaba en sus carruajes a la calle amores, que como dije, creo que hoy es la Fidencio Gutiérrez.

Un día, en que la gente dice que el sol estaba iluminando de una forma pocas veces vista y que en el aire se olían los perfumes de los naranjos y las bugambilias, apareció un carruaje lujosísimo, en él iba un señor que reinaba extensos tierras, aguas y aires. Según mi humilde opinión era el Secretario de Transporte, pero tambien puede ser que haya sido un emisario extranjero que estaba de negocios por estas tierras, como dicen otras personas. El caso es que llegó a hablar con “el rey de las nalguitas” pidiéndole una doncella que tuviera estrella, que fuera pura e inmaculada. Lo pidió así porque ya sabía lo que tenía planeado con ella. Aunque, como siempre, existen las malas lenguas que dicen que lo que en verdad pidió ese extranjero era una putita que estuviera limpia, quiero decir higiénica, porque no le gustaba usar condón, pero son malditas calumnias vertidas por gente de mala fé como los locatarios de “las delicias”. Así que llegó a pedir una doncella pura e inmaculada. La única que el rey encontró era una jóven que era de “las estrelladas”, de dieciseis años llamada Sara. El gran señor que reinaba tierras, aguas y aires quería a la doncella para poner en la tierra a su descendencia, quería crear nueva sangre, mezclar la suya de gran poder y pasado con una sangre que tuviera estrella y qué mejor que hacerlo con la más pura de “las estrelladas”. Le pagó al rey la cuota que éste pedía y se unió con la doncella más pura e inmaculada de la calle amores. Se la echó al plato.
Cuentan por ahí que Sara la inmaculada, empezó a irradiar una energía enorme a partir del día en que el Secretario de Transporte se la tiró, quiero decir, que le plantó nueva vida en su vientre. Irradió cada vez más mientras cada vez se le notaba más el fruto de su vientre. Dicen, lo escuché de las vendedoras del mercado Concepción, que durante ese tiempo todas buscaban la cercanía de Sara la inmaculada. Cuentan que esos tiempos fueron de gran optimismo y felicidad en la calle amores.
“El rey de las nalguitas” vio, por los nuevos cambios que se llevaban a cabo, que su reino y protectorado podía colapsar, aparte que la calle amores no era un lugar para un niño. Así que con todo el dolor de su corazón, el rey agarró de las greñas a Sara le pegó sus buenos puñetazos y la expulsó de sus dominios pidiéndole de forma muy preocupada que le buscara un hogar amoroso a su hijo donde pudiera vivir feliz. Obviamente algunos desgraciados dicen que lo que el rey realmente le pidió fue que se deshiciera a toda costa de su hijo y que no regresara si no había arreglado el problema. Esto yo lo escuché, ¿dónde más? Obvio, en “las delicias”.

Sara se marchó y jamás habría de regresar. La “abuela lujurias” la puta más antigua de la calle amores dijo que si bien Sara no iba a regresar, su hijo sí lo haría para pedir lo que le pertenecía y para poner orden en estas calles. La “abuela lujurias” dijo que aquel infante en algún momento se haría hombre para después convertirse en mito, y que los mitos nunca mueren.

28.5.11

Crónica callejera

Hubo una vez un infante que se hizo hombre, un engendro que se hizo maravilla, una muerte que dio lugar a nueva vida. Esto a mí no me tocó vivirlo. Me lo han contado y sí, soy tan ingenuo que lo he creído, y no únicamente eso, sino que he llegado a ser parte de esa maquinaria propagandística y lo he empezado a recontar. La historia no es nueva. Tiene meses. Pero dicen que antes de esta historia hubo otra, una más antigua. Una historia de hace años. Las dos son un poco parecidas.
Esta historia, la nueva, revolucionó la forma en que uno creía la anterior. Las historias evolucionan, no así los libros, esos son novelas, poemas, dramas, ensayos, y una vez impresos no cambian ya. Yo hablo de las anécdotas, los chismes, los chistes, lo que uno le plática al conocido en el camión, de lo que uno habla en el taxi con el chofer para hacer el trayecto más pasajero. Las historias cotidianas, a las que uno recurre para no sentirse tan jodido como el prójimo: “Puede que yo no tenga dinero ni casa propia, pero ese al que se le murió el hijo sí que está jodido...” Estas historias son armas de doble filo, uno tiene el derecho de, al contarlas, reservarse el derecho de aclarar si se trata de fantasía o realidad. El que la escuche, el que la crea es responsable de sus actos. Si cree que es un hecho verídico allá él, si dice que se trata de un invento pues mejor. Lo que él haga después con la historia es su problema. No se puede decir que sea su responsabilidad, uno va a hablar y a hablar sin ponerse a pensar en las repercusiones de las palabras, del peso de éstas pues. Por eso yo hablo y hablo, porque no me importa. Esto lo voy a decir una sola vez, lo que voy a contar es la verdad, pueden creerme o no, allá ustedes, es su problema. No porque no me crean voy a dejar de hablar.

Como decía, hubo hace poco un infante que se hizo hombre, que apareció en las calles, de la nada como si los botes de basura y los túneles del metro lo hubieran parido, criado y alimentado para que, a los diecisiete, saliera a las calles con un pelambre delgado sobre los labios decidido a hacer su voluntad, a amansar a las hembras callejeras y a guiar a todos por su camino, el camino maltrazado de la callejera transitoriedad.
Pronto ganó fama, no solo no dejaba de no ser cruel, sino que tambien era un hijo de puta. Nadie sabe a ciencia cierta quién era su madre, por lo tanto no sabemos si en realidad era una piruja. Pero lo que sí se sabe es que podía llegar a ser cruel y un hijo de puta.
Se hizo fama de ayudar a los suyos y joder a los demás. Les robó a los que tenían para darle a los que necesitaban. Intentó crear igualdad en estas calles. Dicen que al enfermo lo curó, o que por lo menos le alivió el dolor. Aunque si me preguntan mi humilde opinión yo diría que lo curó por completo, a ese muchacho que, repito, según mi humilde opinión se llamaba Andrés, Andrés el dadivoso. Originario de los cerros afuera de la ciudad, llegó a estas calles con un rico cargamento de polvos, ungüentos y yerbas medicinales. Con resultados mágicos, aliviantes, energetizantes según lo que quisiera el cliente. Pero bien es sabido que las virtudes de uno pueden ser tomadas como defectos por otros. Ese fue el caso de Andrés el dadivoso, las cuentas no salían con su distribuidor, Andrés regalaba mucho, por eso es que un día amaneció con dos heridas en el abdomen. Una bala estaba en el estómago, la otra en el riñón. Y este infante hecho hombre, que había surgido de las calles, cuyo nombre varia según cada historia, pero que según mi opinión no merece ser nombrado, porque no fue alguien de este mundo, llegó y curó a Andrés, Andrés el dadivoso quien ayudó a tantos en sus momentos de debilidad, lo curó únicamente con la ayuda de una estopa y gasolina.
Se dice tanto de este hombre del que no se sabe a ciencia cierta qué mujer fue su madre. Ni si tenía, porque muchos decían que no tenía madre. Pero esas eran puras calumnias, calumnias vertidas por los adinerados locatarios de la estación del metro “las delicias”. Todos esos gordos y gordas que exprimen a cualquier usuario que se deje. Los locatarios materialistas que gozan de una vida de comodidades y riquezas. Día a día disfrutan de una vida holgada, muchos se despiertan a las cinco de la madrugada para a las seis estar en su lujoso local donde atienden, en ocasiones de muy mala gana, a la gente de bien que tienen que tomar el metro para llegar a su trabajo. Estos desdichados locatarios no se mueven de su maldito local, los haraganes no hacen otra cosa más que quedarse ahí metidos todo el santísimo día sacándoles el dinero a la gente de bien. Al final de la jornada cuentan una y otra vez la fortuna que hicieron sacando de bolsillos ajenos. Luego regresan a sus mansiones no sin antes haber pasado a comprar lo necesario para prepararse para un día más de “trabajo”.
Esos locatarios, de los que hablo, son los que, al malpreparar en la noche la comida que ofrecen en sus locales, crearon el rumor de que el infante hecho hombre no tenía madre. “Ese hijo de puta no tiene madre” dijeron. Sí, es verdad. Ellos mismos también comentaban que si es que la tenía, era una piruja.
Esos desdichados comenzaron a calumniar porque en una ocasión este héroe callejero tomó un poco de su gran fortuna para repartirlo con los que nada tienen. Bueno, puede ser que hayan sido varias ocasiones. Pero eso poco importa. Les pidió una cooperación para con los necesitados y ya que no le dieron nada se la tuvo que tomar a la fuerza. Usó las monedas conseguidas para comprar ungüentos, polvos y yerbas para los enfermos que tenía entre sus seguidores. El mundo es demasiado malo para que haya personas como éstas en él. Cuando hay un alma caritativa, una persona dispuesta a cambiar el mundo, el mundo la destruye. Esto fue lo que le sucedió, acabó siendo un mártir. A mí me hubiera gustado conocerlo en persona, pero no tuve la fortuna, lo expulsaron de esta vida demasiado pronto. Los represores de este mundo, incitados por los adinerados locatarios, llegaron un día a buscar a nuestro héroe. Enfundados en armaduras y protegidos por escudos transparentes, llegó un grupo de guerreros cobardes que solo en grupo se atrevieron a acercársele. Él, para demostrar su disgusto y el poco respeto que les tenía les escupió una y otra vez. Los cobardes se le fueron encima y con escudos y palos lo empezaron a golpear hasta que subió al cielo. Ya no se movió. Una de las hembras callejeras que era parte de su sequito se abrió paso para despedirlo con un último beso. Esa hembra, que si estoy bien informado, según mi humilde opinión, se llamaba Susana la fogosa. Susi lo despidió con un tierno y muy triste beso en esos labios con el fino pelambre.
Con ese beso la fogosa mató al hombre y le dio vida al mito. El mito en el que yo creo, desde hace un mes.

22.5.11

Tarde de lluvia

Las gotas caen lentamente, cortando el aire. Chocan y se rompen, salpican la ropa. Una a una, de tarde en tarde. Esconde la caja debajo de la camiseta. Corre, busca refugio, las gotas le siguen salpicando las prendas. Un relámpago se ve a lo lejos. El tamborileo de las gotas relaja, si no fuera porque cada una de esas gotas mojan un poco más, más y más y un poco más. El trueno retumba, el cuerpo tirita, el viento cala hasta los huesos, pero lo único que importa es el cartón. La cajita escondida debajo de la ropa, la que podría darle calor. Pero ya se ha mojado. Los cabellos mojados embarrados sobre el rostro. Las gotas ya no salpican, sino que se unen. Agua que se encuentra con más agua. Hojas que se quiere llevar el viento, ramas de árboles que se resisten a ser arrancadas. Un constante forcejeo que si bien el viento no, el agua sí gana.
Lentamente caen las gotas, lentamente cae el agua, lentamente no porque sean pocas las gotas sino porque el tiempo transcurre lento bajo estas condiciones. Bajo esta lluvia, con las ropas empapadas. Está debajo del árbol. El agua gana esta batalla. Oponerse a ella es inútil, mojará las ropas, enfermará los cuerpos, destruirá el cartón. Esa caja, debajo de esa camiseta húmeda, se ha mojado. Siente las paredes de la caja suavizadas, se da cuenta de cómo sus manos apachurran el material, como deforman y rompen la celulosa.

Agua que se encuentra con más agua, agua salada que se encuentra con agua de lluvia. Llora.
Lo que habría de calentarlo no lo hará, la caja y su contenido ya no sirven de nada. Se enfermará y nada de esa caja lo podrá ayudar. No sirve ya.
Irá a su casa y no sirven ya. Irá a su casa y pasará frío, y comerá frío, si es que come. Puede que sus padres por pura frustración le rompan la cara, por tonto, por inútil, por buey, por no evitar que se mojaran los cerillos. Los cerillos con los que habrían de prender la leña del hogar.

11.5.11

Mentira

Fuera de la verdad, sólo se encontraba la mentira, la gran mentira que todos creían, que todos hemos creído. Se puede pensar que será algo fácil de identificar, ese limite que separa verdad y mentira. ¿Cómo evitar caer en la trampa? ¿Qué pasa si confundimos mentira con verdad? Verdad hay una, mentiras muchas: interminables versiones de hechos que nunca sucedieron, o que se dieron de forma distinta. Eso justamente era lo único que se encontraba y en lo que él creía ciegamente. Creía en un mito, idolatraba una fantasía, se había entregado a un engaño. En algún momento se decidió a creer en lo ilógico, aunque lo que aquí hay que preguntarse es ¿realmente se decidió, o cuando se dio cuenta ya creía en lo ilógico, en lo falso? ¿O en dado caso lo hicieron creer en lo falso?
Sé que no tiene sentido lo que hablo, sé que es algo muy abstracto, difícil de seguir: que si la verdad o la mentira, los engaños y todas las demás sandeces que he estado mencionando. Lo que digo no tiene ni pies ni cabeza, esa es la verdad.
La mentira por otro lado, una buena mentira está bien estructurada. Se le pueden reconocer fácilmente el principio y el final. Tiene argumentos a favor y en contra. La mentira es a final de cuentas una historia, si es buena es una buena historia. Una historia que alguno acabará creyendo, o bueno, leyendo.
Así es como se dio su desgracia, creyendo que una bonita historia era verdad. ¿De quién es la culpa?, ¿de él? Probablemente, ¿quién es tan ingenuo para creer que se pueden tener mariposas en el estómago?
Fue un cuento de hadas. Tuvo un comienzo triste, bajo, de arrabal. Salido de la pobreza fue subiendo peldaños, ganando fortuna, haciendo amigos, encontrando al amor.
La belleza, el amor, la felicidad, en ese orden, uno después del otro. Después tuvo la prueba de fuego, el obstáculo a esquivar, el problema a solucionar. La reconquista que hubo de llevar a cabo, la prueba de la que a final de cuentas salió airoso. Todo era perfecto, una ilusión. De una u otra forma se acostumbró a ese orden, a esa estructura: Después de la lluvia se verá un arcoíris y saldrá el sol, después de la pelea viene la reconciliación.
Pero la verdad es un caos, de verdad. En ocasiones lloverá y lo hará durante días y puede que pare de llover para que comience a granizar. Puede que no se vea el arcoíris o puede que se vean dos de ellos.

Lo interesante es saber en qué momento terminó la mentira. Cuándo es que su mundo estructurado a la perfección cayó hecho pedazos. ¿A partir de qué momento fue que ya no se podía hablar con él porque saltaba de un tema a otro sin razón aparente? Y ni hablar de sus sentimientos, a la alegría absoluta se le fueron sumando la preocupación, el miedo, la tristeza y la decepción.
¿Cuándo terminó la ilusión?
Cuando perdió el control sobre su vida.
Los muchachos y yo lo vimos en algún momento, se había dejado crecer la barba, estaba desaliñado. Nos dijo que todo había terminado, que había sido engañado vilmente, cruelmente, por la tipa que era una quién sabe qué de no sé cuánto. Nos juró que todo había sido una mentira,un engaño. Le creímos, lo que decía no tenía ni pies ni cabeza, era la verdad.
Fue víctima de una mentira, de una historia de la que formó parte y en la que en algún momento dejó de participar.

Hay algo que se me había olvidado mencionar: hay mentiras que no siempre han sido mentiras.
Son las mentiras que más daño hacen, las que en un principio son caóticas y no se les identifica la estructura hasta mucho tiempo después. Son mentiras que en algún momento fueron verdades.
Es lo que sucede cuando algo que ha sido ya no es.

Esto lo menciono de forma muy desordenada, está pésimamente estructurada por lo tanto deberían de tener la certeza, esto que digo es la verdad.

30.4.11

Nada que decir

El viento agita las hojas, el sol quema la piel, el agua corre dejando escuchar esos murmullos tranquilizadores. Y no hay nada que decir.

Es un día soleado, tranquilo, relajado. Las cosas que hay que hacer se ignoran, lo poco que hay de comer se disfruta, se escucha el cantar de los pajarillos y se guarda silencio.

Es un bello día, imagínatelo, velo, disfrútalo y guarda silencio.

Estos bellos días se disfrutan. Y no hay nada más que decir.

26.4.11

Mudanza

Ahí estaba el detective alcohólico al lado de la rana habladora, junto a ellos un joven convertido en insecto. Los habían cambiado de lugar, era la primera vez que estaban juntos. Antes habían pasado el tiempo con otros, con una chica llamada Aura, con un conde fantasmagórico, con unos ratones que retrataban el más puro horror. El primer sádico estaba a unos cuantos centímetros de ellos, justo al lado de aquel gordo amplio que tenía las respuestas a todo. Todos se sentían incómodos, nadie conocía a su nuevo vecino, y si había algunos que pertenecían juntos, o que por suerte se habían mantenido juntos se aferraban el uno al otro, ese era el caso de la motocicleta, el tren y el avión.
Algunos hablaban otro idioma, el viejo que hacía favores pero que en algún momento los pedía devueltos hablaba inglés. Algunos que hablaban de batallas cruentas en invierno, o de un resumen breve del siglo XX lo hacían en alemán. Y uno que otro fenómeno, único en su tipo hablaba lo que nadie más en el vecindario hablaba.

La madre llamó al niño a comer, éste dejó de observar el librero nuevo con los libros recién acomodados. Se habían mudado hace poco, el padre acababa de acomodar su estudio, con su colección de literatura. El niño salió de la habitación, no quedó nadie que siguiera escuchando el bullicio de todos aquellos personajes, quejándose, conociéndose, adaptándose a ese nuevo librero, a ese nuevo vecindario.

18.4.11

La estancia del señor Guerrero

– Buenas tardes señor, bienvenido, ¿ha tenido un viaje placentero?
– Ehh sí, gracias,– dice dubitativo.
– Con gusto le llevaremos sus maletas a la habitación.– Aquí aparece el primer problema, no recuerda tener alguna habitación. No reconoce el hotel. Tampoco el lugar.
– Muy amable de su parte joven, – dice mientras se estira el saco de su traje blanco y se acomoda el sombrero de paja.
– Muchachos, lleven por favor el equipaje del señor Guerrero a su habitación.
Eso lo impresiona, ahí se da cuenta que en donde sea que está, el hotel tiene un servicio de primera, que lo saludaran por su nombre ya a la entrada lo sorprendió gratamente.
Espera que los trámites en la recepción no tarden, pero si ya lo saludan de nombre no tiene de que preocuparse. Camina relajadamente rumbo a la entrada principal del complejo. Camina pausado como el hombre de categoría que es, firme, apoyándose en su bastón que tiene bien agarrado de la empuñadura de plata. Desde hace años se presenta así, con esa soberbia, dejando que todos lo miren: Que se sepa que acaba de llegar el señor Guerrero.
Sus facciones ya no son las de antes, siguen siendo las facciones marcadas, duras de aquel hombre sin escrúpulos que ha sido a lo largo de los años. Sin embargo los ojos se le han hundido, de aquella mirada de perro de presa que fijaba para lanzar la mordida, la que hoy tiene es una mirada con autoridad pero sin certeza que a cualquier provocación suelta el tarascón sin dirección definida. Las facciones autoritarias parecen ahora caricaturizadas. Es un viejo que en su senectud sigue sabiendo mejor lo que es mejor para todos, aunque se trate de temas que no conoce o que le parecen superfluos. Da igual, él sabe que es lo mejor para él, y por lo tanto para todos.
– Tienen un muy bonito edificio, joven – dice al cruzar el umbral – ahora espero que el servicio sea igual de satisfactorio.
– Muchas gracias señor Guerrero, le podemos asegurar que todos los que trabajan en este complejo son los mejores en su ramo. Si me permite, antes de llevarlo a su habitación hay algunos requerimientos que debemos llevar a cabo.
¿Dónde se encuentra?, ¿en qué ciudad? La edad bien que mal en ocasiones ya le jugaba malas pasadas. ¿Había estado ya en alguna ocasión en aquel hotel? La verdad es muy difícil decirlo, un hombre de su condición viaja frecuentemente, y eso desde hace años. No es nada fuera de lo común que gerentes de hoteles salgan a darle la bienvenida, cuando él, el señor Guerrero, no tiene ni puta idea de quienes son esos arrastrados que andan mendigando una propina abundante. Pero normalmente reconoce algún detalle de los hoteles, las lámparas, la recepción con su madera tallada, la apuesta joven que le da la bienvenida “¡Qué alegría verlo de nuevo con nosotros señor Guerrero!” Lo mismo decía él, ¡que alegría que le diera la bienvenida una cosita así! Pero en este hotel no hay nada que le traiga recuerdos.
– Señor Guerrero, le vamos a pedir que por favor se quite los zapatos y el cinturón.
Al lado de él se encuentran ya dos botones poco amigables de casi dos metros de alto. ¿Qué pasa aquí?, ¿realmente le preguntaron lo que él escuchó?, ¿le pidieron al señor Guerrero que se quite zapatos y cinturón?
– ¿Quién se cree usted, joven insolente?, ¿con quién cree usted que está hablando? ¡Tráigame al gerente!
– Señor Guerrero por favor no hagamos esto más difícil...
– ¡Se va usted al diablo! ¿Qué es esto, un asalto? Tráigame al gerente. ¡De esto se va a arrepentir! – Se siente amenazado y lanza las mordidas. Ahora son cuatro los botones que están a su lado.
Observa muy bien a los empleadillos de ese hotelucho, todos se le comienzan a acercar.
¿Cómo pudo un hombre, un personaje como él caer en un lugar así? En sus tantos años no había habido nadie que se atreviera a retar al señor Guerrero y viviera para contarlo. Él siempre iba a los mejores lugares, a los mejores negocios, había estado toda su vida codeándose con los mejores.
Ahora estos tales por cuales quieren los zapatos del señor Guerrero, si los quieren tanto tendrán que venir por ellos.
El viejo aventó el sombrero, se quitó el saco y arremangó la camisa.
– Muchachos, ayúdenle al señor Guerrero con sus cosas. – Los cuatro botones se fueron inmediatamente sobre el viejo. El anciano soltó de golpes con sus magros brazos y recitó insultos al por mayor. No ayudó de mucho. Rápidamente lo sometieron y le dieron una inyección.

Ahora camina por los pasillos con esa soberbia que lo caracteriza, los demás inquilinos lo saben: “ahí viene el señor Guerrero.” Tiene mala fama, la fama que a él le gusta. En ese hotel se quedó, se convirtió en un huésped permanente, en uno de muchos que hay en aquel hotel, el “Hospital psiquiátrico estatal”.

5.4.11

Observando a terceros

Se siente raro, ya no es el mismo de ayer, de antier, ya no es aquel que llegó borracho en la madrugada, envalentonado, diciendo todos a mí me pelan los dientes.
¿Cuándo es que notó el cambio?, ¿se percató del momento del cambio o se dio cuenta cuando ya había cambiado?, ¿se levantó en la mañana y no reconoció a aquel del espejo?, ¿o acaso se despertó sudoroso en la madrugada por un sueño en el que se convertía en monstruo, en insecto insignificante?
¿Tú notas una diferencia?, ¿hay en él algo distinto, otra apariencia, otro comportamiento? Ve, míralo, se cuidadoso, que no se dé cuenta de que lo observamos, no hay que ser tan obvios, ahora es especialmente susceptible si nota que alguien lo observa.
En su cabeza dirá “esos dos de allá atrás los que están sentados en esa mesa me están observando, ya se dieron cuenta” y querrá romper en llanto “ya se dieron cuenta, lo saben, saben que soy otro, que por más que lo quiera negar y trate de fingir soy otra cosa a la que era ayer, y ellos lo saben.” Por eso tenemos que ser cuidadosos, míralo disimuladamente, mira como se lleva el bocado a la boca, como mastica, ahí, solo mas rodeado por muchos. Dime, ¿ha cambiado?, ¿es otro?, ¿se ha convertido en monstruo?
La mirada la tiene turbia, vidriosa, es un animal en pánico. Es más, come porque tiene que, no porque quiere.

¿Qué les pasa par de imbéciles, qué me andan mirando? Sé que ustedes lo saben.

Sí, respondes, ha cambiado, es otro, si es un monstruo o un insecto insignificante no lo sé, dices. Puede ser, continúas, que él se sienta como un insecto que en cualquier momento puede ser aplastado, pero que en verdad se haya convertido en un espectro, en un ser de los más temidos, de los que hay que cuidarse. Te doy la razón. Su mirada tiene pánico y odio.

No idiotas, no es odio, es resentimiento y es dolor. ¿No se han cansado de mirar?, ¿no ven que la comida me sabe insípida?, ¿no les basta con haberme descubierto? Si esto fuera concurso ustedes lo habrían ganado: Felicidades, descubrieron que he cambiado, que esta mañana me espantó el ver mi reflejo. Se dieron cuenta que esta madrugada me descubrí asesinando al cariño...