28.2.12

Las palabras se las lleva el viento I

Es de noche, andando por un camino que no lo es. Pisoteando plantas ya pisoteadas. Guardando silencio con la vida, pues ésta pende de ello. Se comunican con gestos, señas, nada más. Aquel grupo diezmado que desea hacerse invisible. Pero no lo son, basta pisar una rama seca y el sudor frío reaparece, el vacío en el estómago, el miedo. La muerte más peligrosa es la que se esconde en el silencio. Y así, de la nada estira sus garras para llevarse lo que pueda. Alguien tose... o es lo que parece. Se agita y la cabeza pierde su soporte, cae hacia delante torciendo lo que queda de cuello. De la garganta fluye la sangre, combinada con gorgoteos de la desdichada vida sofocándose, hasta que muere. Nadie escuchó nada. Muerte desde la oscuridad silenciosa.
De las ganas de desaparecer, de ser invisibles, surge el pánico, el deseo de venganza. Si antes el grupo se escondía, ahora llaman la atención con detonaciones. Comienzan a disparar en dirección de la que creen que provino el proyectil que los ha diezmado aún más.

Detonación tras detonación, gritos, comandos. El jefe de escuadrón se reincorpora para ordenar: “Dos para adelante, vayan al punto de entrega, los demás escalonados los van cubriendo....” y no dijo más. Cayó al suelo sin hacer un solo ruido, mas que el de las ramas estorbando su caída.
El fuego enemigo se hizo más intenso, los soldados recargaron sus fusiles e hicieron lo que tenían que hacer: Los dos que había mencionado el jefe, los más escurridizos, comenzaron a correr, manteniéndose lo más abajo posible. Después de un par de disparos del enemigo, el resto del escuadrón los pudo ubicar para intentar llenarlos de plomo. Había que llenar de balas los dos metros alrededor de los puntos donde se veían los destellos. Pero había que cerciorarse de rociar todo ese espacio con las suficientes balas. Lentamente cesó el fuego enemigo, dos soldados se han acercado a lo que resultó ser una trinchera, se escucharon cinco disparos de pistola. Las órdenes son no hacer prisioneros. La verdad es que no se han apegado a las órdenes, han rematado al enemigo por venganza. Tres más de los propios han caído en esta escaramuza.

Después de recoger el parque de los caídos, los cuatro hombres sobrantes de aquel escuadrón han llegado sigilosamente al punto de entrega. Es una pradera en la que uno, en tiempos de paz, haría un día de campo. Uno llegaría con mantas, trastes y comida (parecido a lo cargados que vienen ellos), y después de disfrutar el prado soleado uno se refugiaría, así como aquella silueta al fondo, a la sombra de un árbol. La imagen tiene algo idílico, del otro lado del prado, donde comienza de nuevo el bosque, hay alguien sentado, recargado sobre un árbol, con las manos sobre su rodilla flexionada. El grupo se acerca lentamente, los dedos en los gatillos, aquel está en paz, no hay señales de que sea una amenaza. Parece estar ausente, con la mirada perdida en la naturaleza, relajándose mientras recarga su cabeza en la corteza.
De pronto escupe sangre, tose y se arquea mientras que las heridas se hacen visibles para los cuatro sobrevivientes que ya han llegado al lado suyo. Es uno de los dos escurridizos que debían llegar al punto de entrega. Es uno de los que ellos debieron proteger de las balas enemigas. Ahora está muriendo.
“¿Qué pasó?” pregunta uno de ellos. “El otro fue, agarró el paquete y nos traicionó...” contesta con sangre de por medio. Vuelve a toser, a escupir y todos saben, se está marchando.
“Lo vamos a encontrar, ¿entiendes? Te vamos a vengar, va a pagar por haberle disparado a uno de los nuestros. Morirá, te lo prometo.” Suelta esas palabras, mientras el otro suelta la vida.
Las ha soltado, el viento las acoge y transporta: Las palabras se las lleva el viento.

CONTINUARÁ

15.2.12

La montaña de papeles

Todos los papeles parecen venírsele encima. En ese escritorio viejo está la montaña de notas y papeles que amenaza con desbarrancarse. Ya se dio por vencido. El orden de esos papeles es nulo, inexistente. Perdió desde hace tiempo la oportunidad para ordenarlos. Ahora intenta hacer lo mejor de su precaria situación. Recoger el escritorio no es una opción. La primera vez que se vio involucrado con una estampida de hojas, las cuales fueron a parar hasta el pasillo, alejándose así de su cubículo, fingió un grave malestar estomacal y se fue a casa.

De ahí en adelante le pareció cada vez menos posible recuperar el orden, y hasta se dedicó a perderlo cada vez más. Las hojas que llegaron a caer fueron destruidas, da igual su contenido, minutas de la dirección, tablas de la contaduría, dibujos del hijo: Todo, una vez que pierde su lugar en el escritorio es basura, y es tratado como tal.

La única diferencia entre su vida antes y después de la preocupación es el alcohol. Mucho tiempo se preocupó por mantener el orden por no poder encontrar lo que buscaba, ese documento imprescindible para la culminación del negocio.
Perdió muchos negocios, perdió el respeto. Pasó de ser uno de los líderes a la mascota de la empresa. Aquel que encerrado en su cubículo silba “árboles de la barranca” sentado frente a lo que alguna vez fue su escritorio. Dos veces por día recoge y aspira, únicamente el suelo, eso sí. Los papeles que caen son los únicos que recoge. En una ocasión cayó la foto de su mujer, también fue tratada como basura.

Sus días están contados, pero mientras su tiempo se termina sus colegas le hacen perder el tiempo pidiéndole documentos específicos. 'Oye', le dicen, '¿tienes los papeles de ventas del mes pasado?'
Deja de silbar, se levanta de su silla y meticulosamente empieza a remover papeles. Busca en todas direcciones, pero pronto se desespera y comienza a removerlos descuidadamente. No tarda mucho hasta que una avalancha cae al suelo. Los colegas explotan en júbilo. Las carcajadas no se hacen esperar.

Lo dejan solo en su cubículo de las excentricidades. Por lo menos para eso sigue sirviendo, para entretener a los colegas.
Con resignación recoge las pérdidas, se mueve con cansancio. Hubo durante unos instantes vitalidad en su rostro: mientras silbaba. Ahora se ve más cansado que nunca, de luto, estropeado por sus papeles perdidos, por los papeles caídos. La verdad es que ya ninguno de los papeles que le llegan son de importancia aunque los seguirá tratando como si la tuvieran, los seguirá cuidando, velando por ellos: evitando que caigan, que se ensucien con el suelo. Algunos de esos papeles si tienen y seguirán teniendo importancia, pero son los que menos intenta buscar. Busca los periódicos actuales, pero ignora papeles tan importantes como los del divorcio y los de la indemnización de la empresa.
Ya lo despidieron, pero alguien tiene que seguir cuidando la montaña de papeles.


3.2.12

Marcado

La nieve cae
el frío cala
la piel se abre, sangra,
se marca.
El corazón tiembla, se detiene....
por instantes.

Hoy cambia todo,
de la piel al corazón,
algo echa raíces en tu ser, en tu mente, en tu cuerpo.

Después de hoy ya no serás el mismo,
hazte a la idea, acéptalo:
A partir de hoy estás marcado.