11.12.12

Mehr Licht!


¿Por qué conforme pasan los años se va atenuando la luz? El brillo de los colores se comienza a apaciguar, la nebulosa madurez se comienza a expandir por medio del ser. No por nada se cuenta que las últimas palabras de Goethe fueron “Mehr Licht!” ¡Más luz! 
Y es que desde un principio el farol de nuestra mirada se comenzará a apagar, con unos sucede más rápido que con otros. Pero con cada año la alegría se va reduciendo, y no es para menos, se espera de nosotros que seamos personajes responsables, de bien, exitosos, no algunos aventureros que cuando están entretenidos estallen en carcajadas. Eso no se  corresponde, esos comportamientos son para los niños y adolescentes rebeldes. Tú te tienes que cuadrar. Déjate de babosadas, de niñerías, déjate de chingaderas.
En algún momento uno pensará más en el costo que en el valor. Uno no disfrutará del paisaje, sino que planeará lo que habrá de hacer después o se arrepentirá por lo que no hizo antes de ese instante. La paleta de colores se comienza a reducir y con ella las cosas que provocan alegrías. Cuánto llamaba la atención cualquier objeto multicolor en aquel entonces. Hablo de aquellos tiempos añejos, que hace un par de años aún no me lo parecían tanto, hablo de la infancia. Aquellos brillantes y entretenidos tiempos. Ahora me temo que en cualquier momento salga alguno de esos vendedores por detrás de la cortina o me hable en la calle y al escucharlo empiece a titiritar de frío. 
Tal vez ya cerré un contrato con uno de ellos y ni me he dado cuenta. Hablo de los hombres grises, aquellos vendedores que Michael Ende nos presentara en Momo. Aquellos que se quieren quedar con nuestro tiempo. 
Creo, la verdad, que todos llevamos uno dentro, el cual también nos convence de ahorrar en los colores. Uno que nos truena los dedos para decir “ey, tú, la mirada aquí, delante tuyo, ignora los sentidos, utiliza la razón, gana más y gasta menos, ¿quieres alegría? Cómprate algo, mientras más caro más alegre estarás. Aunque estés saludable, regresarás a casa insatisfecho, ¿por qué? Porque quieres más, siempre más.” Y más has de olvidar los colores, los sonidos, los sentidos, la luz.
Tu existencia se irá ensombreciendo, la luz del farol se atenúa y tú ni te das cuentas, la olvidarás.
Probablemente a una edad avanzada, agonizante, puede ser, puede que recuerdes las percepciones más intensas que tuviste, las de la infancia, las que fuiste dejando de lado sin darte cuenta. Y puede ser, puede que en un último grito, las exijas de vuelta: Mehr Licht!

23.11.12

La vida sigue su curso


Vives una ilusión, no es la primera vez que sucede. ¿Recuerdas cuando las voces en tu interior deseaban, clamaban, exigían la muerte de amor? ¿Otra vez tienes que hacerlo? Lleno de cinismo tendrás que llamarlo. Ofrecerle una carnada para que lo puedas emboscar. Una vez emboscado tendrás que destruirlo, matarlo, terminar con él. No habrá de ser difícil, él es dócil –lo sabes– ingenuo, de buen corazón. Ofrécele la mano mientras escondas la daga en la otra. 
Muere amor.
No es lo más sencillo, ni lo más sano quizás. Uno habla de dientes para fuera que una amistad habrá de perdurar. Una amistad especial, porque de ella surgió un cariño o un deseo. O una amistad especial porque ella surgió de la lujuria y del deseo.
Palabras más, palabras menos la verdad es que una parte de la que cuesta recuperarse es del maldito sentimiento de propiedad. La estupidez de que uno piense que una persona es de uno, que su cuerpo y mente le corresponden, que solamente a uno le corresponderá de ahora en adelante el mostrarle señales de cariño. Y, sí, digamos las cosas como son, uno cree que será el único con el que esa persona de ahora en adelante se habrá de aparear.
¿Mal término? Si al final de cuentas todos somos animales, y eso es lo que los animales hacen, aparearse.
Algunos le dan más peso a ese aspecto que a otros. El hecho es que uno se siente con ciertos derechos sobre la otra persona porque se le conoce a fondo. Eso es lo que pensamos, y sí, en muchas ocasiones será así, uno conoce a esa persona en sus malos y en sus buenos momentos. Uno conoce ese lunar secreto y esos defectos cautivadores. Algunos idealistas labran un pedestal en el que habrá de acomodarse a esa persona, la idolatrada, la idealizada. La realidad derrumba esa construcción. En algún momento se habrá de venir abajo. Lo ideal no existe, es lo que los jóvenes más pronto pierden: los ideales.
Lo ideal sería si hubiera y existiera, mas el hubiera no existe, solo es una construcción hipotética para hablar de lo que hubiera (y me repito) sido lo mejor cuando ya es demasiado tarde. Lo ideal sería caminar bajo la lluvia, lo ideal hubiera sido diluir con ella el llanto. Pero es demasiado tarde.
Habría que aceptar las decisiones de los demás, en especial las de esa persona especial, que con el tiempo dejará de ser especial. Habría que se convierte en habrá que para pasar a ser un hube que aceptar su decisión y por eso me alejé.
La vida sigue su curso y los aspectos cautivadores de esa persona cautivarán a alguien más. 
En ocasiones uno se hace a un lado, en parte, hasta que se es cambiado. Ese es un dolor mayor que el de alejarse de esa persona. Uno pierde sus privilegios de estar al lado de aquella persona, de la atención, compañia y calor de esa persona.
Sin embargo lo que más duele es que esos derechos le serán entregados a alguien más, más temprano que tarde. La vida sigue su curso. 
Uno deja de ser único, especial y pasará a ser uno del montón.
Uno se siente cambiado, uno se sentirá desamparado.
En parte uno encaminó eso al hacerse a un lado, pero ¿quién entiende de razones al sentir el vacío en el estómago que le precede al llanto?
Uno se retrae. Poco después uno se esconderá en los oscuros callejones de su ser, esperando, siguiendo, preparándose para emboscar y matar al desdichado amor.
Uno lleva a cabo entonces un acto de auto-mutilación, porque se mata una parte del propio ser, se destruye aquello abstracto que llamamos sentimientos.
Preferible cauterizar a dejar una herida abierta.
No se puede juzgar, y menos cuando uno fue el que dio el primer paso.
Uno habrá que aceptarlo y mantener la frente en alto, aunque para eso sea necesario matar al amor y desechar, por lo menos de momento, lo que vendría a ser una hipócrita amistad. 
Uno mirará hacia delante, aunque eso conlleve a cambiar de dirección. 
La vida sigue su curso.

31.10.12

Máscaras


Esto no es una tienda mas lo parece. Infinidad de niños entran para peinar los pasillos repletos de chucherías y productos baratos. Sin embargo también hay los artículos de calidad y precios altos. Cada cierto tiempo un nuevo grupo de infantes entra a ese local mal iluminado. Entran con gran alboroto y rápidamente se dispersan por los pasillos. Buscan máscaras y disfraces. Colores, capas abrigos, armas, cuchillos, ballestas, sierras eléctricas, y en alguna ocasión una enfermedad incurable. Mientras más pasa el tiempo más infantes transformados van saliendo de los pasillos. Aparecen bomberos, asesinos en serie, vaqueros muertos, momias, jugadores de hockey, monstruos de película, aquellos que en algún momento fueron personas pero cuya humanidad quedó en el camino. Cada vez más y más son los críos que, después de estudiar lo que había en esa bodega, van reapareciendo tomándose su papel muy en serio. Con miradas de asesinos, con la fortaleza y el olfato de un lobo, con la sed de sangre de un conquistador.
Se acercan cada vez más a su ideal: el monstruo que les gustaría, que quieren ser. Cuando están satisfechos con su apariencia, abandonan el local. Las bandadas de niños con máscaras se dispersan por todo el barrio, ciudad, mundo. Harán de las suyas según el disfraz que escogieron. Aquel bombero apagará incendios, el doctor curará enfermos, el mercenario blandirá su espada a cambio de monedas, el asesino robará vidas, muchas si su plan es ser serial. Aquellos que decidieron ser monstruos, lo serán, cada vez más instalados en sus roles que en algún momento ya no podrán abandonar. Algunos serán descubiertos, indudablemente, ¿qué clase de monstruo, qué tipo de ser pudo hacer eso?, dirán los otros, los doctores, los oficinistas, los “normalitos”. 
Es un proceso natural e incesable. 
Año con año nuevas generaciones escogen una máscara y se comportarán de acuerdo a ella. 

¿Tú por qué máscara te decidiste?

18.10.12

Las palabras se las lleva el viento X


El sobre habría de mantenerse cerrado frente a ella. No sabía si quería leer las palabras que venían en él. El vestido ya no lo usaba. Nunca más lo usó. Dos veces había utilizado aquel de motas celestes, dos ocasiones que resultaron ser sus dos peores días. En el radio habían comenzado los reportes sobre el recrudecimiento de los combates en los territorios ocupados. 

“Nuestro ejército ha demostrado gran valentía y coraje al mantenerse firme durante los crudos combates que ha tenido que enfrentar en los últimos días. No ha sido tarea fácil, sin embargo la sed de justicia que caracteriza a nuestro pueblo les da energías a nuestros soldados para seguir adelante y liberar a la nación amiga, subyugada por el enemigo común. 
Altas fuentes militares informan que estos combates en los cuales el enemigo ha sufrido cuantiosas perdidas, son el resultado de una nueva estrategia de inteligencia con la cual se han identificado objetivos militares de gran importancia adentrados en el territorio manejado por el enemigo. Así mismo informaron que aún es muy pronto para poder predecir en cuánto tiempo los combates bajen de intensidad. Sin embargo, hicieron hincapié en que gracias a estos últimos avances el fin de la guerra se ve cada vez más cercano.” 

El reporte dio paso a una chanson de una mujer que espera a su hombre:
La soledad no se apiada de mí, poco a poco mata mi ser, le ruego que deje algo de mi corazón, para entregártelo cuando hayas de volver.

Está sentada en la mesa, tiene puesto un vestido marrón. Sobre la mesa hay pan, mantequilla, algo de paté y queso. Simplemente por este hecho debería de ser un día de celebración. Paté y queso, después de mucho, mucho tiempo.
No tiene apetito, desde hace tiempo que no existe para ella, come por hambre mas no por apetito. Está ausente, mira sin mirar, delante de ella un sobre con las insignias que habitan sus pesadillas: “Centro de información militar. Ministerio de guerra”.

Los últimos días no había sabido qué hacer, ni cómo sentirse. Dejó de ir al trabajo, dejó de comer, comenzó a beber, para al día siguiente dejar de hacerlo. No hacía falta acrecentar su miseria con alcohol, su frustración y dolor eran más que suficientes. No supo que hacer con su esperanza, no sabía si tenía sentido mantenerla viva o hacerse a la idea de que todo se había perdido. 
“Se tiene razón para creer que de seguir vivo, el soldado Courrier traicionó a su ejército y patria para unirse al enemigo.” Habían pasado unas tres semanas desde que había recibido esa carta, en la que decían que su niño hombre, que ahora cada vez se difuminaba más en sus recuerdos, había desaparecido y que muy seguramente era un maldito traidor. No lo decían con esas palabras, pero era obvio, y más en tiempos de guerra, que a los traidores no se les califica únicamente como eso, “traidores”, sino como malditos, de mierda, asquerosos, repugnantes, malparidos. Eso es lo que son los traidores, hijos de puta, todos, y el más importante de ellos: Ernesto Courrier. 
Por lo menos para ella.

Hoy había sido un día no tan malo, había ido con las vecinas a a la tienda y cuál había sido su sorpresa cuando les preguntaron si querían paté, aparte de queso. Después de haber pasado a la panadería regresó para nuevamente encontrar militares frente a su puerta. Le dijeron que por medio de nuevos métodos de comunicación ultrasecretos del ejército, habían obtenido un mensaje dirigido a ella. Así mismo le explicaron que se creía que el autor del mensaje era aquel, que estaba bajo sospecha de traición, por lo tanto las fuentes militares habían estudiado ya a fondo el contenido del mensaje y después de un análisis exhaustivo, se habían decidido a entregarlo a su destinataria. Se despidieron de ella, no sin antes recordarle que de tener algún tipo de información o contacto con el soldado Courrier, estaba obligada a notificarlo a las autoridades militares, de no ser así se haría cómplice de traición a la patria.

Ahora está ahí, sentada en la mesa. El pan, queso y paté al centro de ésta. El sobre directamente frente a ella. No sabe qué hacer, y sinceramente, está cansada. Se puede decir que ya lo había dado por muerto, ya lo lloró. De pronto le dicen que puede que no esté muerto, que la busca, pero por lo cual se confirma su traición. No puede y no podrá estar con él si es que sale vivo de la guerra. Es demasiado para ella, ya ha tenido más que suficiente. No permitirá que se lo arrebaten por tercera ocasión. Se lo arrebataron cuando lo embarcaron, se lo arrebataron cuando dijeron que estaba desaparecido, ahora se lo arrebatarán si es que lo vuelve a ver de nuevo.
Ella renuncia a su hombre juguetón, a su niño hombre. “Ya me preocupé por él, he llorado todo lo que he podido llorar, ahora va solo, ya no puedo, ya no puedo preocuparme por él. No puedo preocuparme más, sino me voy a morir de tristeza.”
El sobre sobre la mesa será tomado y con despecho y resentimiento será aventado a un cajón, donde quedará hasta finales de la guerra. La vida seguirá su curso, otra persona entrará a la vida de aquella mujer que en algún momento retomará la alegría y esperanza en su carácter. En varios años, en un lapso de tristeza y depresión esa carta, aún sin abrir, será utilizada para avivar las llamas de la chimenea. El sobre, para ese entonces ya amarillento con un viejo papel doblado en tres en su interior se consumirá sin que la destinataria lo haya leído.

No sé, qué es lo que hago aquí. Me desconozco, me arrepiento de no haberte dicho nunca que te amaba. Ahora es lo único en lo que puedo pensar, que te amo y que tú eres la razón para seguir vivo cada día en este maldito infierno. No sé qué es lo que hago, a veces pienso que me he vuelto loco. Tenía que decirte en algún momento, dejarte en claro lo que siento. Me he metido en muchos problemas con tal de poderte mandar estas líneas, ahora no sé cómo voy a salir de esta. Espero poder verte algún día de nuevo. Eres lo mejor que me ha pasado. Si muero o no puedo regresar contigo, quiero que seas feliz.
Con amor. Ernesto. 

Una historia de tantas, con finales como tantos otros. Historias llenas de palabras que al final salen sobrando, palabras vacuas o llenas de significado e intención. Palabras que se lleva el viento, al final de cuentas, como en ese entonces se llevó las cenizas de aquella chimenea.
El tiempo pasa y no necesariamente cura todas las heridas. La juventud pasa, la siguiente generación de aves surca el cielo, el bosque curó las heridas de la guerra. 
Ese bosque con sus sobrevivientes y sus fantasmas.
Y el viento, el viento se sigue llevando las palabras.

FIN

4.10.12

Las palabras se las lleva el viento IX


Por encima de él están las frondosas copas de los árboles bloqueándole la vista al cielo, un cielo que, por lo poco que ve, está azul, limpio, sin ninguna nube. Está recostado, los brazos cruzados detrás de su cabeza, escuchando los trinos de los pájaros. Son pocos los momentos excepcionales,  en los que las armas dan lugar a los cánticos de las aves. Por lo tanto son mucho más estridentes las detonaciones una vez que son retomadas por los ejércitos. 
Aún tiene la esperanza de ver una vez más a aquella paloma que sin quererlo se convirtió en su compañera durante esta travesía. Ahora la travesía continúa para ella, sola, sin ningún razonamiento de por medio, únicamente basada en el instinto. No se diferencía mucho de como la travesía de los dos comenzó al Courrier verse tomando su arma y disparándole a su compañero.

Les habían dado la orden de correr e ir al punto de entrega. Intentando esconderse dentro de lo posible corrieron alejándose de sus compañeros del escuadrón. En un par de ocasiones fueron a parar al piso. Siguieron el camino que creían saber y que por fortuna resultó ser el correcto. Llegaron al descampado indicado, pero se mantuvieron escondidos para no ser blanco fácil. 
Escucharon los motores de un avión y poco después regresó el silencio interrumpido por las detonaciones lejanas de sus compañeros. Observaron el cielo nocturno en busca de algo desconocido, y efectivamente a los pocos minutos pudieron entrever, reconocer una tela blanca que caía lentamente, resultó ser un paracaídas del que colgaba el cajón de madera. Salieron de entre los árboles por el paquete, lo recogieron y Courrier se desconoció a sí mismo. Se estaban acercando a la otra orilla del descampado, Courrier había definido la dirección y eso fue exactamente lo que despertó la sospechas del otro escurridizo. Estás yendo mal ¿qué haces?, ¿para dónde vas?, dijo la víctima y la traición comenzó. Courrier se dio media vuelta, con el paquete al hombro y fusil en mano, disparó cuatro veces. Comenzó a escapar. Dejó de usar la razón para guiarse por sus instintos.

Sigue echado sin pensar, sin hablar consigo mismo como en otras ocasiones, únicamente respirando. Sin escuchar, sin observar, sin prestar ningún tipo de atención. Cumplió su misión que era mandar un mensaje, traicionó, asesinó, se rodeó de muertos. Sacó lo peor de sí para intentar salvar lo mejor que le pasó jamás. Son estos los argumentos con los que trata de hacerse sentir mejor. Se dice que no fue tan grave el haber matado a un compañero, el haber pasado varios días rodeado de cadáveres enemigos con los que se llegó a cubrir, a los que les robó las ropas. 
El haber liberado a esa paloma, al verla levantar el vuelo hizo que renaciera en él una esperanza. Una de esas esperanzas que no se pueden explicar con palabras, es una sensación cálida en el pecho y la ilusión de que no todo está perdido. Él que ya se daba por muerto, que decía que cualquier minuto que siguiera respirando ya era ganancia, ahora se aferra a mantener su corazón latiendo. Quizás se aferra porque la muerte se acerca, quizás esa esperanza tiene como meta inyectarle adrenalina a ese agitado corazón suyo, energía para la batalla más crucial, la que decida su guerra personal, para esa que puede ser la lucha más importante, la última. No sirve de mucho el pensar demasiado, el razonar sus posibilidades, y tampoco lo hace, se aferra a su vida, su esperanza y sus instintos.

Por lo tanto, supo instintivamente que hacer al escuchar motores. “Son aviones”, se dijo, “el problema es saber de quién”. Entre las copas se identifican aviones cazas que aún vuelan en formación. Se levanta, agarra su fusil, cuenta el parque que tiene, se prepara. Las primeras detonaciones se escuchan a lo lejos mientras el rugir de los motores se agudiza, seña de que los aviones van en picada. Las ametralladoras comienzan a rafaguear, el sonido es inconfundible, y algún disparo de fusil se une a las demás detonaciones. Lo singular de esos disparos es que provienen de muy cerca de ese bosque, la distancia no se puede calcular muy bien pero bien podrían venir de atrás de él. Escucha su idioma y en un principio no sabe si ir en busca de las voces que lo hablan o alejarse, aunque eso signifique escapar en dirección de la batalla donde los aviones no dejan de volar en picada, disparar lo que puedan, ganar altura, dar media vuelta y repetir la operación. Una bala impacta en el tronco de un árbol que está a un máximo de un metro de él. Se deja caer, se arrastra como un gusano acercándose cada vez más a la batalla. Detrás de él vuelve a escuchar su idioma: “Cuidado, si hay uno va a haber más, no son tan estúpidos como para andar solos en este bosque.” Al arrastrarse mira el color de las mangas del uniforme que trae puesto, lo había olvidado. Está vestido como un enemigo. Enemigo de aquellos que hablan su propio idioma, porque para él todos son enemigos. Se dividen, lo tratan de rodear mientras él se sigue arrastrando. “¿A dónde vas hijo de puta? Te tenemos unos regalitos.” “No entiende el imbécil, igual podríamos desearle lo mejor y pensaría que le estamos deseando la muerte.” Reconoce las voces, no solo el idioma sino que también las voces, pero las voces aún no lo han reconocido a él. Cae en pánico, es su escuadrón, son los cuatro hombres que sobran. Se reincorpora y dispara en dirección de dos de ellos antes de soltarse a correr hasta un árbol grueso, se cubre detrás de él. Ganó unos cuantos metros de distancia con los cuales ya no lo pueden rodear tan fácilmente y con los que él puede ahora disparar contra sus ex-compañeros. “¡Hijos de puta!” grita, y a más tardar ahora lo saben por el idioma. “Courrier, ¿eres tú maldito traidor? Con mayor razón vas a morir, ¿sabes cuánto tiempo hemos estado como perros buscándote? ¡Morirás!” Los cuatro descargan en sincronía la munición de sus fusiles sobre el  árbol, detrás del cual se refugia este escurridizo. Agazapado esperando que las balas no atraviesen la madera, descubre lo que puede ser su salvación: A aproximadamente cien metros hay una trinchera de los suyos, de los del uniforme que trae puesto, con una ametralladora que no deja de escupir balas. Han llegado al lugar de la batalla. Tendrá que unirse a ellos si es que quiere sobrevivir. Tiene que llegar a esa trinchera, refugiarse con ellos y luchar con ellos, esperando que los aviones que atacan incesantemente sean de su bando. Recarga su fusil, grita para llamar la atención de los de la trinchera. Se vacían los cargadores de su verdugos, tienen que recargar. Ernesto Courrier aprovecha y comienza a correr con todas sus fuerzas, su vida pende de un hilo.
Un hilo color azul marino.

CONTINUARÁ

27.9.12

Vulnerable


Sentado frente a la televisión, envuelto en una cobija sobre ese sofá. Alrededor de él se encuentra una gran cantidad de pañuelos desechables usados. Tiene los ojos llorosos y su cuerpo tiembla, mientras intenta cubrirse y calentarse más con esa cobija. “Esto te pasa por pendejo, ¿quién te manda?” 
¿Es pura casualidad que esto le suceda ahora que los días son mas cortos, que la vegetación de los árboles muere? 
Las aves van al sur, los roedores bajo la tierra, él a ningún lado. Se quedará ahí sentado, tembloroso, utilizando uno y otro pañuelo esperando que se calme su pesar. “Que iluso eres, pensando que no iba a pasar nada, es hora de que aprendas que las acciones tienen consecuencias.”
La naturaleza comienza a mostrar su vulnerabilidad al igual que él. 
Mientras ese viento otoñal barre las hojas de los árboles, él toma una decisión radical.
“Es la última vez que lo hago, la última. No vuelvo a bailar bajo la lluvia.” 
Mientras espera que la fiebre baje.

18.9.12

Fotografía


Un vaso vacío, una flor marchita, un periódico amarillento desordenado tirado en el piso. Un atardecer con el sol luchando con las nubes. Una música de violín, lenta, triste, moribunda. Una copa de cognac, un cigarro que se apaga, una brasa que revienta. Se fue acercando lentamente a aquella cámara lejos de toda realidad. Se fue dejando llevar al centro de ese lente. Donde la realidad se convierte en ficción o mejor dicho al revés. No se sabe bien, y menos cuando uno salta tanto de un lado al otro del lente. En algún momento uno perderá la orientación. Se transporta lentamente, se refracta su ser al atravesar ese cuerpo convexo. Todo su potencial se proyecta, sus opciones, sus potenciales, sus posibilidades, rojo, amarillo, verde, azul, violeta. Cinco variantes de sí mismo. 
Se vuelven a sumar, a complementarse y van a parar a esa placa, a ese sensor. Queda plasmado, la luz lo atrapó en esa placa. Un prisionero más, uno de los suyos más que se queda atrapado, una fracción más de su pasajera existencia que se repetirá eternamente, hasta que alguien se apiade de los prisioneros. Este personaje en específico se quedará triste de por vida, repitiendo una y otra vez: El periódico no lo podrá leer más, del coraje ya lo había aventado al piso, el cognac no se puede beber, se podrá oler y admirar de por vida pero la copa esta aún sobre la mesa. Su mirada será la que más sufrirá, observaba y por lo tanto observará el atardecer, como esos rayos de sol resplandecen por los resquicios de las nubes. Quedará ciego al no poder apartar la mirada del astro rey retratado.
Por último la brasa que revienta insistentemente en la chimenea, que no se escuchará tanto por esa música de violín eterna, puede que sea lo que algún momento lo alivie de esa tortura eterna, de esa prisión, pues el fuego es lo único que puede terminar con las vidas atrapadas en esa y en todas las fotografías.

28.8.12

Sueño


Los párpados se deslizan, imposibles de controlar, lentamente se cierran, se vencen y no hay nada que se pueda hacer en contra. Por más que lo intente, los ojos cansados están buscando su oscuridad. 
Visiones escondidas entre cada parpadeo, los sueños que se salen de su costal, de su baúl secreto, esos elementos del subconsciente con los que se juega en los momentos de sueño profundo. Ahora ya están dispersos en el suelo de esa habitación. Un leve cabeceo, los párpados demasiado pesados para abrir de nuevo los ojos y ahí está: Toda esa estructura fantasiosa, esos colores vivos y atrayentes ahí están, frente a uno, frente a la mirada de uno que poco a poco querrá observar más de cerca y jugar con esos juegos somníferos. Un cabezazo contra la pared. Le sigue una lerda reacción, lo vistoso, lo atrayente y relajante desapareció. Ahí donde había colores y formas hay un vacío que poco a poco retoma la forma de la habitación, tan gris y monótona, de la cual uno quiere escapar. Si no uno, los ojos de uno se niegan a seguir observando esa monotonía. Un nuevo parpadeo y una pequeña visión de lo que podrá venir si uno está dispuesto a aceptarla: Una criatura amigable, probablemente compañera de la infancia, y una relajación profunda, esto interrumpido por un espasmo, la reacción normal del cuerpo al darse cuenta que comienza a dormir en un lugar en el que no se debe. Una oficina, un cuarto de espera, un auto. Las risas de niños, que uno no podrá ubicar. ¿Se trata de parte del juego o se encuentran esas risas en esa zona que uno quiere abandonar? Las risas se repiten y se les crea algo, una imagen, una situación amena a esas risas. Se crean figuras las cuales son responsables de reír. Uno las conocerá, quizá hasta sea uno mismo el que las suelte, claro en nuestro juego. Fantaseando, recordando. De pronto un timbre que revienta todo el mundo en el que se está sumergido y se escucha por un altavoz: “Señor Fernández, el doctor lo está esperando.”  
Los dos niños dejarán de reír, ya no tienen el entretenimiento de aquel que se estaba durmiendo en el cuarto de espera.

14.8.12

Las palabras se las lleva el viento VIII


La oscuridad se comienza a pintar de un púrpura profundo, que comienza a convertirse en un tenue rojizo. A lo lejos se percibe una claridad que comienza a aumentar.
Desde hace unos quince minutos que retuerce el pescuezo y se rasca el pecho, se rasca la cabeza con sus patas.
Con mucho cuidado acicala sus plumas, las frota torciendo el pescuezo y las sacude de una en una con el pico. Hoy es su gran día, aunque ella aún no lo sabe. Hoy la sacarán del paquete en el que ha estado los últimos días, después de haber sido aventada desde un avión. ¿Culminará hoy la traición?

Hace tres años tuvo su primera prueba frente a sí. Reventar el cascarón y salir a la luz, algo que le llevó más de veinte minutos, para después quedar agotada tirada en el nido. Desnuda, respirando por primera vez, cansada hasta que su madre la alimentó y limpió. Después le siguieron días en los que luchó para poder controlar su equilibrio, mientras su cuerpo se comenzaba a llenar de plumas, con las que instintivamente supo qué hacer. Agitar las alas como su madre. Limpiarlas y con el tiempo recoger una pata y esconder la cabeza para dormir, dejando así de dormir con sus hermanas en una bola, apelmazadas unas con otras para mantener el calor.  
Después vino el primer vuelo, la madre la empujó de una rama, y a unos cuantos centímetros del suelo pudo levantar el vuelo por primera vez. De ahí vinieron más vuelos, cada vez más distantes en los que fue aprendiendo a regresar al palomar con el resto de su parvada. 

Hoy tendrá su prueba más difícil. Arrulla limpiándose las plumas, así pasará unos diez minutos más, antes de acercarse a comer unos cuantos granos que irán a parar a su buche.

“Así que esta es la nueva estrategia con la que quieren ganar la guerra” dice Courrier, “palomas mensajeras.” El traidor escurridizo está sentado cubierto con su abrigo mientras mantiene una hoja de papel en su mano temblorosa. Hace dos días que abandonó la trinchera calcinada para esconderse en el bosque, aquel bosque que ya siente como su exilio. Apoya la hoja de papel sobre el paquete que ha resultado ser un cajón de madera con una puerta de alambre donde se ha encontrado todos estos días una paloma mensajera. 
Escribe con pesar, con lentitud. 
¿Vale la pena haber sacrificado tanto por esas palabras?, ¿tienen tanto significado, tanto valor para haber traicionado a su ejército y firmar su sentencia de muerte? 
Cuando termina dobla el papel y lo introduce en el cilindro, abre la puerta, toma a la dócil paloma y lo ata a su pata. 
Dejó la puerta del cajón abierta. La paloma se pasea de un lado a otro, después de unos minutos abandona la jaula, se orienta, observa a Courrier y levanta el vuelo. Vuela por encima de las copas de los árboles, sin embargo tanto tiempo en esa jaula la ha dejado desorientada. Vuela sin un rumbo definido. Planea sobre el bosque para desentumir las alas por tanta inactividad, por haber estado tanto tiempo en un espacio reducido. 
Hace escala en las ramas de un árbol, cojea un poco por el molesto cilindro atado a su pata, arrulla, abajo hay un grupo de hombres asando un conejo. Al parecer ni los animales se salvan de la guerra, dice uno de ellos. Se reorienta, come un par de semillas del árbol y levanta de nuevo el vuelo. Nuevamente a las palabras se las lleva el viento. 
Ahora no hará más escalas hasta que caiga la noche, al día siguiente cruzará el cuerpo de agua que separa a los malos de los buenos de esta guerra. Llegando de nuevo a tierra no tardará mucho en llegar a los rumbos donde creció y llegará, con una hoja en su pata, al palomar al que siempre regresa. 
Por lo menos ese es el plan.

CONTINUARÁ

31.7.12

Clasificados


El papel crispa, los débiles 40 gramos por metro cuadrado se arrugan fácilmente. Voltea la página, junta el acordeón y lo dobla a la mitad. No hay nada más relajante que el sonido del periódico al ser leído, al voltear las páginas. Barrió velozmente la sección de política, llena de vocablos rebuscados que han ido perdiendo significado: “Cerrar filas”, “rechazo enérgico”, “desarrollo sustentable”, y muchos más. Pasó a la sección de deportes para revisar los resultados de las ligas de fútbol.
La sección de historietas la guarda para el final, sus colores a veces pálidos, a veces chillones fungen de postre para su vista que ya no aguanta tanto, que se ha acostumbrado a diferenciar únicamente entre blanco y negro. 

Ahora está estudiando a detalle la sección de los anuncios clasificados. Se tata del momento más esperado desde que recibió el diario al pie de su puerta. Hace sonar el papel prensa para aumentar su emoción.
Deja de lado los anuncios más caros, los de primera plana que incluyen foto: automóviles, casas, de vez en cuando un bote o una motocicleta.
De la tercera página para adelante de esa sección está lo interesante. Las personas buscan o venden, pero también dejan entrever un poco de su persona. Lo más emotivo es leer los anuncios de contactos, por eso mismo siempre los deja hasta el final. Está que no puede de emoción, de percibir, ahí en su vieja sala y en su vieja silla, un poco de aquellas vidas que incluyen algo de sí en la edición del periódico de hoy.

"¿Aprecia usted el entretenimiento sano para niños? Payaso Rouso para toda ocasión con trucos clásicos y entretenidos para fiestas de pequeñines. Una leyenda de las fiestas infantiles. Incluye perros amaestrados. Llame hoy, precio económico."

"Por cuestiones de salud se regalan dos perros cocker spaniel de 10 y 12 años. Necesitan un hogar cariñoso y comprensivo. De preferencia no niños. Primero conocer en persona. Llame."

"Se busca niño/a, muchacho/a para ayudar a señora mayor a hacer las compras. No tengo mucho dinero pero te puedo hacer ricas comidas. Zona Progreso." 

La ciudad ha envejecido, piensa, tres de tres anuncios han sido de gente vieja. ¿Quizá por eso lee el periódico?, ¿para no sentirse solo? Su ciudad, su barrio en el ocaso. ¿En qué momento pasó?,  ¿dónde andan los jóvenes?

"Banda para eventos, música variada, danzón, boleros y ricos mambos. También tenemos marimba.
Banda “La luz del norte” Llame."

"Soy hombre interesante de 60, arquitecto pensionado, viudo, te busco a ti, mujer 45-65, que tengas interés en pláticas interesantes a la luz de las velas con vino y linda música para bailar."

"Linda chica europea hace todo lo que quieras, masajes sensuales. Soy nueva. Enséñame lo interesante de la ciudad y yo te volveré loco. Sandy. Llámame." 

Ese es uno de los anuncios que él dice que no pero que siempre busca. Apunta el número para llamarle en la noche a Sandy. No querrá un masaje, ni que lo vuelvan loco, él la volverá loca a ella  con sus historias de antaño de cuando la ciudad progresaba. Deja de lado la sección de clasificados para entretenerse con las aventuras de mafalda, calvin y hobbes, olaf el amargado y los demás.
Por eso no vio el anuncio a cuatro columnas al final de la página:

"Siguiendo las demandas de los usuarios que cada vez se deciden más por los nuevos medios, el periódico “El porvenir” ofrecerá a partir de mañana anuncios clasificados únicamente en internet."

24.7.12

Plática de uno


La verdad es que no sé que escribir, no sé que platicarte chavo. Siempre que te platico algo me dices que no te interesa, si te platico un chiste me dices que ya te lo sabías, que no está tan bueno, que esto o lo otro, que tienes otras cosas en que pensar, que tienes que preocuparte por la escuela, por la chamba, por tu vieja, por tus hijos. 

Así que si te platico algo, si te escribo algo, son por el simple hecho de escribir, ni te vayas a sentir muy especial por recibir estas líneas, por platicar mis conversaciones. No te creas que tiene gran importancia. Sinceramente no tiene ninguna. No tiene ningún valor. Tengo que explicarme mejor, vaya que sí tendrá valor, sí tiene mucho valor para mí y de seguro para otros también aquello que habré de explicar. Lo que no tiene ningún valor es el hecho que sea justamente a ti a quien se lo comunique. Digamos que te tocó la buena o la mala suerte de estar a mí alcance. Tienes la fortuna o desgracia de ser mi interlocutor en potencia. Mira que a mí tampoco me alegra mucho que tengas que ser tú al que me vaya a explicar. ¿Crees que no me lastima el hecho de que taches mis chistes de ser malos? Y yo que le echo todas las ganas al contarlos, de intentar hacerte reír. Y no me sale, que no me salga es bastante triste. El hecho de que no te pueda hacer reír a ti no significa que no pueda hacer reír a otras personas. 

Tú con tantas similitudes que guardas conmigo estás aquí enfrente. Imitándome como lo haces siempre. Burlándote, convirtiendo mis muecas de molestia en muecas de burla, en sonrisas burlonas. 
¿Por qué te lo platico siempre a ti?, ¿por qué es que te veo a ti siempre que tengo que soltar algo que me acongoja?

El espejo está empañado, lo limpia con la toalla mientras dispersa la espuma para rasurar por su rostro. Hace tiempo no escucha el radio, desde que le trajo aquellos recuerdos noventeros de la chica a la que no buscó a tiempo, únicamente cuando ya era demasiado tarde. Pero esa es otra historia.
Hoy está discutiendo, peleándose y atacándose a sí mismo, a aquel del reflejo, se ataca porque la vida no le da las cosas como él las espera.

11.7.12

Las palabras se las lleva el viento VII


Estaba en una caja, deshilachado, decolorado. Con pasos lentos fue acercándose a esa caja que después de tanto tiempo había vuelto a ver la luz del sol. Tanto tiempo había pasado, tanto que la juventud la había abandonado. Se sentó en un banco y tomó el listón. El color marino había dado paso a un gris claro, manchado, pestilente. Apestaba a humedad. Recordó la última vez que utilizó ese listón y el vestido al que correspondía. Su hombre juguetón, su Ernesto estaba ya en la guerra en ese entonces. Sus sueños le recordaban día a día que posiblemente no lo volvería a ver, que era posible que lo destrozaran, torturaran, mataran. Era posible que la guerra lo echara a perder. Y eso fue lo que al final de cuentas pasó. 

Tenía que cargar el lastre día a día de tener que trabajar, no por gusto sino por necesidad. Tenía que lidiar con aquellos que de un día al otro la comenzaron a buscar a sabiendas de que su pareja estaba peleando contra el odiado enemigo y por lo tanto suponían, podía estar necesitando un amante. Lo peor fue cuando esos dos problemas se combinaron, como cuando trabajó en el café de la plaza central. Aquel en el que el gordo seboso, dueño del local le metió la mano debajo del vestido a la hora de hacer el corte de caja. 
Perdió el empleo esa noche, y algo más. De eso nunca habló con nadie. Hasta lo había olvidado, como todo lo que pasó en aquel entonces. Se obligó a olvidar. Pero en realidad se tomó el pelo ella misma. ¿Cómo se podía explicar que las personas con exceso de peso le causaran repulsión? ¿Por qué fue que cuando su hijo llegó a la pubertad lo llegó a humillar con tal que bajara los kilos que tenía de más? 
Pero eso fue solo una pequeña parte de lo que “olvidó” en aquel entonces, en aquel momento que hubo de ver hacia adelante. 
Sí, se decidió a seguir adelante y se juró no volver a ver lo que quedó en el pasado. Aunque sinceramente, el hecho de que guardara el vestido cuyo listón iría a encontrar muchos años después nos da otra versión de lo que realmente sucedió, no pudo soltar esos recuerdos.

Baja con pasos lentos la escalera que lleva al ático, baja hasta la sala de estar. Los cabellos plateados recogidos, los gestos desgastados. El rostro lo tiene desencajado, consecuencia de haber encontrado aquel listón. Sobre la chimenea de la casa hay una foto en un marco dorado, barroco (de esos típicos de abuelita), en ella se ve al entonces cadete Ernesto Courrier. Un rostro juvenil, con gorra de cuartel ladeada, en posición de firmes, cargando un viejo fusil. ¿Cuánto tiempo lleva ese retrato ahí? No viene al caso, en su memoria esa imagen siempre ha estado presente. 

“Abuela, ¿quién es ese soldado?, ¿es mi abuelo?” Suspiró, intentó retener el llanto, y de cierta forma lo consiguió, esa criatura sangre de su sangre, su descendencia en segunda generación no notó como interiormente se resquebrajaba: “Sí, así es mijito, tu abuelo fue soldado.” 
Eso ya tiene meses quizá que sucedió. El listón no lo había encontrado aún. 
Aún estaba en la empolvada covacha del olvido, el recuerdo que ahora la invade. Ahí, sentada en el viejo sillón de la sala de estar, el cabello plateado recogido, el llanto suelto.

El viento jugueteaba con el listón del vestido, lo zarandeaba de un lado a otro ayudado por la velocidad de la bicicleta. Volvía de la panadería, venía cantando una chanson de un amor que supera la distancia y el tiempo. Llegó a casa, tarareando las partes que no sabía de la letra. Dejó el pan en la cocina y desde la ventana vio dos hombres uniformados.

De ahí lo demás es historia, ella esperaba que le dijeran que Ernesto había muerto, pero solo le dijeron que no sabían si estaba muerto y si no lo estaba, que de seguro era un traidor.
Era la segunda vez que se lo arrebataban. Le arrebataban la imagen ideal que tenía de su hombre niño, de su hombre juguetón. Le destrozaron el pedestal en el que se encontraba su gran amor.

Muchos años después, invocando esos recuerdos llora, llora por los secretos de la guerra, por lo que ella ignoró, por lo que se acobardó a preguntar.
Llora por la falta de certeza. 

CONTINUARÁ

20.6.12

Las palabras se las lleva el viento VI


Han sido varios días de peregrinaje sin mucho sentido, de “peinar” la zona como les ordenaron. Buscando lo desconocido, rastreando lo que no se identifica. El escuadrón ha tenido varios encuentros con el enemigo, con el verdadero enemigo, aquel que habla un idioma distinto, que tiene otras costumbres y que viste otros colores. Han escogido replegarse, esconderse, huir. No tienen la misma prioridad que los demás que portan el uniforme propio. Ellos buscan a uno de los suyos.
Pero del antes respetado soldado Courrier ni sus luces, ningún rastro. Ninguna pista del tan preciado paquete y ningún cadáver tampoco. En algún momento llegaron a pensar que el odiado enemigo pudiera haberlo atravesado con balas de las ametralladoras tan temidas, pero al parecer no ha sido así. O por lo menos eso es lo que parece. No ha aparecido ningún cuerpo mutilado de aquel que pudiera ser el tal escurridizo traicionero. Tienen suerte estos cuatro, los últimos sobrevivientes de este escuadrón de pioneros que se adentraron al territorio ocupado para espiar y sabotear al tan dominante ejército enemigo. Sin mucho éxito eso sí, por algo de aquel grupo de doce hombres ahora sólo quedan cinco, de los cuáles tienen que matar a uno. Aquel que escapó. 
Siguiendo la lógica de pasar desapercibidos no han abandonado el bosque, temerosos de ser presa fácil en caso de ser descubiertos cerca de poblados o en algún campo. 

¿Cuáles son los motivos de Courrier para llevar a cabo una traición?, se preguntan. Vaya que es difícil de entrever las consecuencias, el alcance de los hechos que lleven a cabo o dejen de hacer. La nueva herramienta, la nueva táctica de inteligencia que el ejército estaba por llevar a cabo cambiaría el curso de la guerra, eso fue lo que les dijo el jefe de pelotón y eso es lo que a su vez le dijo a él su capitán, el cual fue informado por su coronel el cual puede que haya sido el que inventó todo ese teatro. Quizá fue él, el coronel, quien intentó vestir a sus soldados de héroes, hacerlos sentir como los liberadores de aquellas tierras ocupadas, quienes rescaten a la población de aquel yugo opresivo del demoniaco enemigo. Sin embargo los héroes también mueren, botados en una cuneta al borde de un camino, apelmazados en una trinchera encharcada. ¿Qué le pasa a Courrier?, ¿qué le cruza por la cabeza al escapar?, ¿sabe que lo buscamos y que lo vamos a matar? 

Hacen pausa, una que no quieren que termine. Comen un conejo asado que han logrado cazar. Están escondidos en los arbustos de una pendiente y hablan del escurridizo. Era algo callado pero nunca les había fallado, siempre se había batido a la par de sus compañeros, no celebraba las muertes enemigas pero nunca rehuyó a disparar su fusil. Están de acuerdo, era un buen soldado. Lástima que los haya traicionado.
Guardan silencio, las brasas truenan, el viento sopla. Es una tarde tranquila. Sobre las ramas de uno de los árboles que los cubren se escucha un aleteo. Una paloma arrulla sobre una rama, camina de un lado a otro cojeando de una pata. Al parecer ni los animales se salvan de la guerra, dirá uno de ellos. “Así es hermano, así es.” La paloma levanta el vuelo.

Eso de ser hermanos en la guerra es una patraña. Si hubo alguien en ese escuadrón que pensó que eran como una familia, su visión familiar quedó destruida al ver a uno de los dos escurridizos recargado sobre ese árbol, la rodilla flexionada, tosiendo sangre, “fue el otro, nos traicionó, agarró el paquete y nos traicionó”, recuerdan sus últimas palabras. 
Ha sido difícil para esos cuatro hombres hacerse a la idea que uno de los suyos fue capaz de traicionarlos, ¿qué no eran un grupo, una unidad? Por algo los enviaron a ellos a recoger el paquete, por unidos, por funcionales, por buenos en las artes de la guerra. Y se echan en cara el haber sido tan ciegos para no identificar la traición latente en el pecho de Courrier. Sienten que ese es su castigo por no haberse dado cuenta del peligro: Rastrear y matar a uno de su propia familia.

Así lo siente uno o todos, cualquiera o ninguno. ¿Quién? No importa. Simplemente esos hombres del escuadrón. ¿Nombres? No los daré, son hombres en guerra, intercambiables, olvidables, aquellos desconocidos que abundan en la historia. A Courrier se le recuerda, porque cometió el error de convertirse en enemigo, y a éstos difícilmente se les olvida, más difícilmente que a la propia familia. 

CONTINUARÁ

12.6.12

Viendo fútbol


La verdad es que la tristeza se presume muy inspiracional.  Se supone que mientras uno esté triste más cosas creará, esto en cuanto a las artes, por supuesto. Perdón, quise decir según esto. Porque las artes varían según la percepción de cada persona. Para algunos un pase de balón en un partido de fútbol puede llegar a ser una obra de arte. Sin embargo el futbolista no estará triste al momento de hacerlo, lo más probable es que esté inspirado, eso sí, pero triste no. De estar triste lo más probable es que tire la toalla y se deje vencer por el equipo contrario. 

Pero en cuánto a inspiración, la tristeza es una buena compañera. Claro, ¿quién se pondrá a escribir en un estado de euforia?, ¿de alegría absoluta? Pocas veces, la verdad es que pocas veces, y no es que no se llegue a dar el caso, pero se hará con mucha menor frecuencia a cuando se está triste, nostálgico, sí, hasta deprimido. Uno sacará por medio de sus palabras esa energía negativa que lo invade a uno. Intentará crear la belleza que le hace falta, la armonía, la alegría de la que se carece.
Pero hoy no. Hoy solo se escribirán palabras sin sentido, mientras se ve el fútbol sin decidirse uno si se está triste o no.

30.5.12

El radio y el reloj


El sol atravesando las hojas dibujando claroscuros a mi alrededor, los pájaros cantan en esas ramas que me llenan de sombra. La música acompaña los cánticos de las aves. El tiempo pasa y pasa. Y pasa un poco más. 
Llevo bastante tiempo aquí sentado en esta banca esperando, mirando al vacío. Dejando pasar el tiempo.
Todo lo que había planeado ya lo llevé a cabo, o ya no sirve de nada. Ya no quiero llevarlo a cabo. Ya no tiene sentido. La mujer que tuve se fue. Se la jalaron al más allá. La flaca se la llevó consigo. 
Mis hijos… ¿mis hijos?, ¿cuáles hijos? Se desentendieron de mí, me hicieron a un lado o ellos se hicieron a un lado. 
Sigo con mi camino pero lentamente ya no queda mucho tramo que recorrer. Sigo con mi camino, solo de nuevo, o tal vez solo por primera vez. Difícil decirlo, difícil con tanta memoria a cuestas, tantas arrugas en el rostro, tantos años transcurridos.
Los lentes pesados para poder ver lo poco que aún quiero ver, ¿para qué? Ya ando en las últimas.

Hoy el día ha estado soleado, escucho un poco el radio, la música que ya difícilmente puedo yo considerar como música, puros tamborazos y guitarrazos horribles. 
El segundero del reloj aquí al lado del radio, sobre la banca, marcando los segundos que se hacen minutos, uno más después del que ya pasó, antes de aquel que ya vendrá, que ya viene, que se consume ahora mismo. 
Sentado aquí en el parque en esta banca no tan vieja como yo, pero aún así ya desvencijada. Contando los minutos que transcurren, escuchando música y matando el tiempo. Escuchando los minutos que ya le quité a mi vida. Matando el tiempo, lentamente matándome a mí mismo.  
  

18.5.12

¡Qué maravilla!


¡Qué maravilla el verso!
¿Qué maravilla el ver
sosegado a un pueblo?
Las maravillas no abundan porque no se las ve
Se les ignora, se les ningunea,
se les destruye

¡Qué maravilla el respirar!
¿Qué maravilla el no retener un suspiro?
La caricia inocente
la embestida caliente,
ambas maravillas
perfección si juntas,
señas inequívocas de pasión incipiente

¡Qué maravilla la vida que da espacio a más vida!
¿Qué maravilla la muerte?
Maravilloso el eufemismo
recurso burlón y traicionero,
palabras que rastreo en mi mente
para formar el verso ferviente

¡Qué maravilla la sinceridad!
¿Qué maravilla la verdad?
Sincero el tiempo ocioso,
desperdiciado creando
este verso defectuoso:

Eso es lo maravilloso

6.5.12

Las palabras se las lleva el viento V


Más allá de arrepentirse de lo que estaba haciendo y aún estaba por hacer, el soldado Courrier, ese escurridizo, se arrepentía de haber despreciado las palabras por mucho tiempo. Por pensar que las acciones bastarán para que los demás se dén cuenta de lo que uno siente y piensa. Por eso mismo dejó en muchas ocasiones de pronunciar las palabras que se esperaban de él. 

Ahora ahí escondido, comiendo de una lata que encontró en aquel cajón de madera consumido por el fuego, habla, habla sin parar con alguien que no está ahí. Da explicaciones, se justifica, se disculpa, se arrepiente. El espeso y frío caldo de lentejas hace crecer aun más el nudo que lleva en la garganta. Lleva cerca de dos días en ese escondite, en la trinchera enemiga consumida por el fuego. Hablando, temiendo. Hablando de noche y temiendo de día mientras logra juntar el coraje para terminar lo que ya comenzó. De un momento a otro el coraje, el valor se le terminó. La adrenalina le quedó a deber. Mató, corrió, escapó con lo más preciado para todo el escuadrón, si no es que para todo el pelotón. Y ahora está ahí hablando, acurrucado entre cenizas. 

“No me van a agarrar, no me pueden agarrar. ¿Te acuerdas de la casa de mi tía? La que tenía un patio con una fuente. En el verano mi tía le quitaba el agua para que no jugáramos con ella y le mojáramos toda la casa... Agua, me falta agua. ¿Qué demonios estoy haciendo aquí?, ¿en qué me metí? Igual no me van a agarrar, les puedo sacar la vuelta a todos. Los supero.
¿Sigues igual?, ¿sigues ahí? Más te vale, más te vale que todo esto no vaya a ser en vano. ¿Y tú, puedes con el paquete que te va a tocar? ¿ehh?, ¿o te vas a morir a medio camino? Más te vale que no. Más te vale que no ¡por la mierda!” 

Su monólogo lo tuvo que interrumpir, escuchó ramas rompiéndose bajo pisadas que se supone debían ser prudentes. 
Tierra, eso es todo lo que ahora puede ver. Se aventó al suelo, se cubrió en parte con uno de los  enemigos muertos que siguen a los alrededores de esa trinchera. El paquete sigue donde lo dejó, al borde de los costales llenos de arena o de tierra, o de ambos, pero eso sí es seguro, costales ensangrentados. 
Jadea, trata de sacar todo el aire que lleva en los pulmones. Maldita adrenalina, sí, esa que le faltaba, la que no había encontrado, ahora la lleva en sus venas y tiene que fingir estar muerto. Parpadea, sus pestañas acarician, peinan la tierra, sus fosas nasales la aspiran, su boca la saborea. Tierra, cenizas, sangre seca y latas de comida vacías.
Las latas, que no miren las latas. ¿Quién o qué habrá de comer de las reservas chamuscadas de soldados muertos? ¿Qué habría de poder abrir latas de comida?
Que no miren las latas y cierra los ojos como si así aquellos extraños enemigos, también lo hicieran.
Escucha pasos, varios pasos. “Son dos soldados, ¿o son cinco?, ¿o acaso más?” 
Escucha con atención mientras ve nada más que tierra y su nariz aspira el polvo seco. 
Han bajado la guardia, han de estar ya en pleno descampado, porque si no les han disparado es porque no hay nadie que les pueda disparar. Comienzan a hablar y apenas entonces el escurridizo descubre quien lo acecha: No entiende nada. Lo que esos hombres hablan no son palabras para sus oídos, lo que escucha ha sido hasta ahora los ruidos, los cantos de guerra del enemigo. Sin embargo, por una extraña razón escuchar ese idioma extraño con el que esos soldados se comunican, ahora lo tranquiliza. No se trata de sus compatriotas que lo estén buscando por traidor. 

Peinan la zona, o bueno eso es lo que él cree, escucha los pasos de los hombres que van de un lado al otro. Al parecer recogen algo. 
De pronto surcan aviones el cielo y los enemigos desaparecen más rápido de lo que llegaron.

El escurridizo se quedó bastante tiempo tumbado en la tierra, sintiendo que el corazón le iba a reventar, sintiendo la tensión en cada uno de sus músculos. Ahora tenía nuevamente la adrenalina para retar a la muerte, para hacerla de equilibrista entre dos ejércitos enemigos que no dudarían en asesinarlo. Se levantó con nuevas fuerzas y una enorme determinación: 
“Es ahora o nunca, de una u otra forma ya estoy muerto, cada día que siga vivo es ganancia.”

CONTINUARÁ

25.4.12

¿Qué piensas?


Así es como siempre comienzan este tipo de conversaciones que no son conversaciones: 
¿Qué piensas? – Nada. 
Nada de nada.
No se trata de una mentira, más bien de una verdad a medias. ¿Quién ha de poder ordenar la mierda que trae metida en la cabeza, acompañada del vacío que se expande en el pecho?
¿Quién?, ¿tú?, ¿eres capaz de ordenar de forma lógica todo ese remolino de dolores, arrepentimientos y tristezas?, ¿de formularlas en oraciones para transmitirle a los demás el estado deplorable en el que te encuentras?
Sí, ya sé preguntas y más preguntas. ¡Sí ya lo sé! No te interesa, es mi problema, yo me metí en esto y ahora a ver como salgo. Sí, es una maldita encrucijada entre razón y sentimientos. Tomaste una decisión que te daña a ti y a otra persona sumamente apegada a ti. Que estuvo sumamente apegada a ti, pero ya no, porque tú la alejaste.
Sí, es mucho tema para ti, más problemas para tus putos problemas. 
Entonces no preguntes. 
No preguntes si me ves sentado con la mirada perdida en la nada. Sí sé qué estoy pensando, sé qué estoy sufriendo, pero no se puede plasmar de forma lógica, en palabras, por eso me voy por el camino fácil.
¿Qué piensas? – En nada. 


15.4.12

Las palabras se las lleva el viento IV

Eso era lo único que les faltaba. Como si no fuera suficiente el tener que ir regalándoles jóvenes vidas al enemigo, ahora también tenían que hacerla de juez y verdugo con un traidor de sus propias filas.
Al amanecer habían hecho el reporte de la sospechosa desaparición de Ernesto Courrier ante el jefe de pelotón. La traición no fue lo que lo hizo explotar y clamar venganza, sino el hecho que se hubiera llevado el paquete consigo. El otro escurridizo, prácticamente no fue mencionado. Aquel que quedó recargado en el árbol, muerto.

A lo largo de los últimos meses de la guerra, gran cantidad de soldados se habían dado a la fuga, temerosos de la muerte y sus múltiples facetas.
Por lo general a los traidores no se les perseguía formalmente, si en dado caso se les encontraba les regalaban dos balas: una al corazón y otra a la cabeza.
Sin embargo, en el caso del escurridizo la situación era muy diferente, realmente no se interesaban en él, más que nada se quería recuperar el paquete perdido. Así es como a su antiguo escuadrón se le encargó la tarea de recuperación del paquete, también les mencionaron de manera fortuita que con el traidor hicieran lo que quisieran, siempre y cuando ya hubieran recuperado el paquete.
Esa era en verdad una tarea estúpida, buscar entre los cientos o miles de soldados de uniforme verde a aquel que recibió un paquete y se marchó con él, en lugar de llevarlo a sus superiores.

“¡Soldados! El tiempo apremia, no sabemos que es lo que este maldito traidor tenga planeado hacer con el material que se robó. Nos encontramos en un punto crucial de esta guerra. Como ya sabrán el paquete que tenían que recoger es parte de una nueva estrategia de inteligencia con la que habremos de infiltrar al enemigo y burlar el frente para poder mandar con éxito información a los mandos en nuestro territorio. Si este maldito Courrier se unió al enemigo, toda la operación está en peligro. Hay que encontrarlo antes de que le dé la información a algún mando importante. Hay que ser cuidadosos en extremo, ya que la operación es tan secreta que no se sabe en que consiste esta nueva estrategia. Nos teníamos que informar en cuanto recibiéramos el paquete, así que sean cuidadosos, porque realmente no sabemos lo que estamos buscando. Tráiganmelo rápido. ¡Buena suerte!”

Así, el escuadrón comenzó su misión después de escuchar las palabras del jefe de pelotón. Buscando las herramientas para tornar el destino de esa guerra que ya se había alargado de más. Más de tres años de lodo, balas, sangre y una que otra estrategia fallida.

CONTINUARÁ

31.3.12

Las palabras se las lleva el viento III

Ha sido mera casualidad que hoy se haya puesto ese vestido. El vestido de las despedidas, se podría decir. Un vestido blanco con motas celestes, retocado con un listón azul marino en la cintura. Se trata de un vestido primaveral que ha usado en los más crudos de sus inviernos. Hoy es otro de esos días, en los que el infierno sube a la tierra, en los que se manifiesta a sus alrededores para destrozarla lentamente, de adentro hacia fuera.
“Dios no existe, pero el averno sí, caes en él cuando menos lo esperas. De un momento a otro tu corazón es consumido por la hoguera y una sigue viva para contarlo.”

Hace más de tres años que se despidió de él. Él, alegre, sonriente, bonachón, fuerte, un hombre con la nobleza y alegría de un niño, acompañada de la fuerza de un león, por eso se enamoró de él. Se sentía segura y alegre a su lado, ¿qué más podía pedir? Sin embargo que ella se sintiera segura no quería decir que él lo estuviera, o que aún lo esté en estos instantes. La soledad los ha ido marchitando a los dos. La soledad que nació ese día de verano. La soledad parida en un buque zarpando.

Quién supiera lo que ha sufrido por él, las noches que ha pasado en vela, las lágrimas que ha derramado después de sueños en los cuales su amado es destrozado por las balas. Hoy en la noche soñó nuevamente con la guerra. La frontera enemiga estuvo de nuevo cerca de la playa, su fortaleza de hombre estaba jugando con sus compañeros armando trincheras de arena que luego las olas destruían. Comenzaron de nuevo a escarbar, a remover arena mojada. A lo lejos se ven dos figuras en el aire, son dos cometas que niños vuelan en la playa. La trinchera está lista de nuevo, pero ya se avecina la próxima ola destructora. Se rompen los hilos de las cometas, el agua inunda la trinchera, se lleva al soldado que estaba en ella, éste se hunde en agua y arena.
Las cometas ya no son cometas, son aviones cazas, pierden altura, los niños ya no juegan, corren en pánico en dirección de los soldados. Los aviones abren fuego y sus metralletas destazan a los hombres juguetones. Su hombre corre, trata de escapar, es veloz pero no basta. Frente a sus ojos las balas del avión le destrozan las piernas.
Así como comenzó termina el ataque, dos cometas caen a la arena, las olas se las llevan. Los médicos militares van hasta su camastro y le entregan en una silla de ruedas a su fortaleza rota de hombre, el rastro rojo queda donde ha estado y donde estará. “Señorita, su amado” dicen y se marchan. “Bueno mi vida, vamos a tomarnos un último trago ahora que aún tenemos tiempo”, dice el escurridizo mientras se sigue desangrando en esa silla.

Después ya no pudo volver a dormir, y ahora esto. Y para su desgracia volvió a escoger ese vestido.
El listón de la cintura ondeaba con el viento aquella tarde de verano, se había puesto gafas de sol, el sol era una excusa, no quería que se le vieran los ojos hinchados. Eran los últimos momentos que iban a poder estar juntos hasta Dios sabía cuándo. Desde hacía algo más de tres meses estaba encuartelado. Sus últimas vacaciones fueron dos días en los que no pudo dejar el puerto. Dos días en los que abundaron las mujeres despidiendo a sus hombres en ese ambiente lleno de mustio y miedoso silencio a pesar de la gran cantidad de acorazados, cruceros y destructores.
“Tienes que regresar, ¿me entiendes? Ni pienses que te puede pasar algo”, le dijo con voz temblorosa. “Aquí te voy a estar esperando, tienes que regresar. ¡No me vayas a dejar sola cabrón!”, y explotó en llanto. Él la tranquilizó como pudo, ¿qué tan bien puede tranquilizar alguien que comienza a sentir a la muerte cerca, alguien que ya sabe que en unas horas tendrá que matar para no ser matado?
“Tranquila, tranquila cariño, no me va a pasar nada. Mejor vamos a tomarnos un último trago ahora que aún tenemos tiempo.” La abrazó y lentamente se alejaron de la playa. Dejaron atrás a los niños disfrutando del mar, su romance adolescente, sus sueños idílicos. Dejaron atrás su vida en tiempos de paz.
Al despedirse mientras él jugueteaba con ese listón azul marino, como muchas otras veces, ella le dijo lo que no se habían dicho nunca: “Te amo”, se aferró a él y esperó una respuesta. “Voy a regresar, te lo prometo.” No fue correspondida, su confesión fue recibida con una promesa, palabras y más palabras. Esa promesa podía ser no más que palabras vacías, o llenas de intención y sentimiento como las que ella había pronunciado. Al final de cuentas las palabras son palabras, y las palabras se las lleva el viento.

Palabras vacías, así también espera que sean estas que están sobre el papel que le han entregado hoy, que han provocado que el infierno suba a la tierra.
El soldado Ernesto Courrier ha sido reportado como desaparecido durante acciones de inteligencia de su escuadrón al norte del territorio ocupado. También hay razones para creer que de seguir vivo, el soldado Courrier ha traicionado a su patria y ejército para unirse al enemigo.

CONTINUARÁ

13.3.12

Las palabras se las lleva el viento II

El ruido de las ramas golpeando los pantalones, el sonido de las hojas crujiendo debajo de las botas, el agua encharcada salpicando las ropas. Jadea, no sabe cuánto tiempo tiene para escapar, no sabe cuánta ventaja les lleva a lo que queda de su escuadrón, a los que traicionó. El fusil se le resbala del hombro al correr. El paquete cuelga del otro hombro, tiene que escapar de forma incómoda, dos objetos golpeando cada una de sus piernas, dos objetos que tiene que tomar con las manos y correr para no terminar cayendo. Espera que valga la pena el riesgo, la traición.
Ahora se ha convertido en un equilibrista, su vida pende de un hilo. De un lado están los enemigos atrincherados esperando un error suyo, del otro está su escuadrón que de encontrárselo lo tratará como se tratan a los traidores, sin piedad.

Sin piedad se trata también el escurridizo a sí mismo. Qué idea más estúpida el traicionar a su ejército en tierras enemigas. Estar solo en bosques desiguales, desconocidos, destrozados en partes. Troncos negros, pelones y humo asfixiante de batallas pasadas. Llegó a un descampado, resultado de bombardeos y combates. Tiene que huir, esconderse de nuevo, su uniforme verde resalta en ese fondo negro cenizo. Se acerca con mucho cuidado a una trinchera calcinada.

Cayó de bruces en el refugio de los enemigos destrozados. Creyó ver a la muerte a la cara y se lanzó: a unos cincuenta metros sobre la rama de un árbol le pareció ver escondido a un francotirador de su ejército. Alcanzó a reconocer el casco y las insignias. Por eso mismo ha caído, se ha lanzado sin reparo para caer sobre un cadáver enemigo. Sí, vio a la muerte, la sintió debajo suyo, suave, pegajosa, dócil. Está por varios lugares, a esa rama también ha llegado la muerte. Con sumo cuidado observó al supuesto francotirador. Le dio la impresión de que lloraba sangre, recargado sobre la rama alta de aquel árbol, los brazos colgando.

El enemigo es ordenado, hasta en la muerte. Detrás de las cenizas y las marcas negras del fuego aun se vislumbran latas, apiladas dentro de lo que posiblemente hasta hace unas horas era un cajón de madera. Son alimentos, para él y para el paquete.
Puede que tambien algo de munición haya sobrevivido al fuego, hay cajas de ella debajo de un costal de arena.

El escurridizo se esconderá en ese bosque calcinado, dentro de aquella trinchera ensangrentada. Se quita su viejo uniforme, aquel que traicionó. Se pondrá uno ensangrentado, agujereado, de aquel cuerpo que le frenó la caída. Por ahora permanecerá ahí, aunque sea esta noche. Estudiará a fondo el contenido del misterioso paquete e intentará descifrar cómo es que ese paquete lo ha de ayudar a resolver su problema.

CONTINUARÁ

28.2.12

Las palabras se las lleva el viento I

Es de noche, andando por un camino que no lo es. Pisoteando plantas ya pisoteadas. Guardando silencio con la vida, pues ésta pende de ello. Se comunican con gestos, señas, nada más. Aquel grupo diezmado que desea hacerse invisible. Pero no lo son, basta pisar una rama seca y el sudor frío reaparece, el vacío en el estómago, el miedo. La muerte más peligrosa es la que se esconde en el silencio. Y así, de la nada estira sus garras para llevarse lo que pueda. Alguien tose... o es lo que parece. Se agita y la cabeza pierde su soporte, cae hacia delante torciendo lo que queda de cuello. De la garganta fluye la sangre, combinada con gorgoteos de la desdichada vida sofocándose, hasta que muere. Nadie escuchó nada. Muerte desde la oscuridad silenciosa.
De las ganas de desaparecer, de ser invisibles, surge el pánico, el deseo de venganza. Si antes el grupo se escondía, ahora llaman la atención con detonaciones. Comienzan a disparar en dirección de la que creen que provino el proyectil que los ha diezmado aún más.

Detonación tras detonación, gritos, comandos. El jefe de escuadrón se reincorpora para ordenar: “Dos para adelante, vayan al punto de entrega, los demás escalonados los van cubriendo....” y no dijo más. Cayó al suelo sin hacer un solo ruido, mas que el de las ramas estorbando su caída.
El fuego enemigo se hizo más intenso, los soldados recargaron sus fusiles e hicieron lo que tenían que hacer: Los dos que había mencionado el jefe, los más escurridizos, comenzaron a correr, manteniéndose lo más abajo posible. Después de un par de disparos del enemigo, el resto del escuadrón los pudo ubicar para intentar llenarlos de plomo. Había que llenar de balas los dos metros alrededor de los puntos donde se veían los destellos. Pero había que cerciorarse de rociar todo ese espacio con las suficientes balas. Lentamente cesó el fuego enemigo, dos soldados se han acercado a lo que resultó ser una trinchera, se escucharon cinco disparos de pistola. Las órdenes son no hacer prisioneros. La verdad es que no se han apegado a las órdenes, han rematado al enemigo por venganza. Tres más de los propios han caído en esta escaramuza.

Después de recoger el parque de los caídos, los cuatro hombres sobrantes de aquel escuadrón han llegado sigilosamente al punto de entrega. Es una pradera en la que uno, en tiempos de paz, haría un día de campo. Uno llegaría con mantas, trastes y comida (parecido a lo cargados que vienen ellos), y después de disfrutar el prado soleado uno se refugiaría, así como aquella silueta al fondo, a la sombra de un árbol. La imagen tiene algo idílico, del otro lado del prado, donde comienza de nuevo el bosque, hay alguien sentado, recargado sobre un árbol, con las manos sobre su rodilla flexionada. El grupo se acerca lentamente, los dedos en los gatillos, aquel está en paz, no hay señales de que sea una amenaza. Parece estar ausente, con la mirada perdida en la naturaleza, relajándose mientras recarga su cabeza en la corteza.
De pronto escupe sangre, tose y se arquea mientras que las heridas se hacen visibles para los cuatro sobrevivientes que ya han llegado al lado suyo. Es uno de los dos escurridizos que debían llegar al punto de entrega. Es uno de los que ellos debieron proteger de las balas enemigas. Ahora está muriendo.
“¿Qué pasó?” pregunta uno de ellos. “El otro fue, agarró el paquete y nos traicionó...” contesta con sangre de por medio. Vuelve a toser, a escupir y todos saben, se está marchando.
“Lo vamos a encontrar, ¿entiendes? Te vamos a vengar, va a pagar por haberle disparado a uno de los nuestros. Morirá, te lo prometo.” Suelta esas palabras, mientras el otro suelta la vida.
Las ha soltado, el viento las acoge y transporta: Las palabras se las lleva el viento.

CONTINUARÁ

15.2.12

La montaña de papeles

Todos los papeles parecen venírsele encima. En ese escritorio viejo está la montaña de notas y papeles que amenaza con desbarrancarse. Ya se dio por vencido. El orden de esos papeles es nulo, inexistente. Perdió desde hace tiempo la oportunidad para ordenarlos. Ahora intenta hacer lo mejor de su precaria situación. Recoger el escritorio no es una opción. La primera vez que se vio involucrado con una estampida de hojas, las cuales fueron a parar hasta el pasillo, alejándose así de su cubículo, fingió un grave malestar estomacal y se fue a casa.

De ahí en adelante le pareció cada vez menos posible recuperar el orden, y hasta se dedicó a perderlo cada vez más. Las hojas que llegaron a caer fueron destruidas, da igual su contenido, minutas de la dirección, tablas de la contaduría, dibujos del hijo: Todo, una vez que pierde su lugar en el escritorio es basura, y es tratado como tal.

La única diferencia entre su vida antes y después de la preocupación es el alcohol. Mucho tiempo se preocupó por mantener el orden por no poder encontrar lo que buscaba, ese documento imprescindible para la culminación del negocio.
Perdió muchos negocios, perdió el respeto. Pasó de ser uno de los líderes a la mascota de la empresa. Aquel que encerrado en su cubículo silba “árboles de la barranca” sentado frente a lo que alguna vez fue su escritorio. Dos veces por día recoge y aspira, únicamente el suelo, eso sí. Los papeles que caen son los únicos que recoge. En una ocasión cayó la foto de su mujer, también fue tratada como basura.

Sus días están contados, pero mientras su tiempo se termina sus colegas le hacen perder el tiempo pidiéndole documentos específicos. 'Oye', le dicen, '¿tienes los papeles de ventas del mes pasado?'
Deja de silbar, se levanta de su silla y meticulosamente empieza a remover papeles. Busca en todas direcciones, pero pronto se desespera y comienza a removerlos descuidadamente. No tarda mucho hasta que una avalancha cae al suelo. Los colegas explotan en júbilo. Las carcajadas no se hacen esperar.

Lo dejan solo en su cubículo de las excentricidades. Por lo menos para eso sigue sirviendo, para entretener a los colegas.
Con resignación recoge las pérdidas, se mueve con cansancio. Hubo durante unos instantes vitalidad en su rostro: mientras silbaba. Ahora se ve más cansado que nunca, de luto, estropeado por sus papeles perdidos, por los papeles caídos. La verdad es que ya ninguno de los papeles que le llegan son de importancia aunque los seguirá tratando como si la tuvieran, los seguirá cuidando, velando por ellos: evitando que caigan, que se ensucien con el suelo. Algunos de esos papeles si tienen y seguirán teniendo importancia, pero son los que menos intenta buscar. Busca los periódicos actuales, pero ignora papeles tan importantes como los del divorcio y los de la indemnización de la empresa.
Ya lo despidieron, pero alguien tiene que seguir cuidando la montaña de papeles.


3.2.12

Marcado

La nieve cae
el frío cala
la piel se abre, sangra,
se marca.
El corazón tiembla, se detiene....
por instantes.

Hoy cambia todo,
de la piel al corazón,
algo echa raíces en tu ser, en tu mente, en tu cuerpo.

Después de hoy ya no serás el mismo,
hazte a la idea, acéptalo:
A partir de hoy estás marcado.

16.1.12

La oscuridad

“Todavía tengo mucho por hacer, mucho que conseguir. Tengo que ir de compras, comprarle su regalo a mi mamá. Quería ver como le hago para seguir viendo los canales de paga, que ya se acabó la suscripción.” Pensamientos tras pensamientos. “El Luisito realmente es malo para el fut, habría que jugar más con él, decirle a sus hermanos que practiquen más con él. Es malo pero le encanta el juego. Con el fútbol se olvida de los problemas.”
La cabeza le sigue trabajando y desde hace rato que debería de haber parado, pero no puede. “Ah caray, que mi Dianita. Como la quiero a mi gordita. Me acuerdo esa vez que la vi por vez primera, con su vestido blanco con flores rojas. Andaba en el mercado con Doña Consuelo. ¡Qué guapa se veía! Llena de vida, su piel morena, sus ojos oscuros, lanzándome miradas cada que Doña Consuelo no la veía. Sí, yo ayudaba en ese entonces a mi tío Joaquín. Él me enseñó a matar pollos, luego borregos, luego cerdos y así fui aprendiendo...
Con él trabajaba en su carnicería, a donde iba a comprar la señora Consuelo, con su hija Diana, que en algún momento se habría de convertir en mi mujer, en mi señora.”
Los pensamientos se visualizan en la oscuridad. Una oscuridad que de forma sospechosa se alarga más de la cuenta. ¿Acaso está inmerso en una noche larga, intensa, nebulosa? ¿Una mañana tormentosa, nublada? Su cuerpo pesado, agotado, se resiste a incorporarse donde quiera que esté. Está tranquilo, reposando, recordando.
“Un día llegó llorando mi Dianita, no le llegaba y fue al doctor. Regresó sabiéndolo: estaba esperando. '¿Cómo le vamos a hacer gordo? ¿De qué vamos a comer?' Si doña Consuelo, igual, de haragán no me bajaba, no le iba a llegar a pedir dinero, ni tampoco iba a dejar que mi gordita lo hiciera. Seguí trabajando con el tío Joaquín y buscaba otras oportunidades para sacar adelante a los míos. Eran los tiempos en los que si alguien buscaba a alguien para que hiciera cualquier tipo de trabajos, me llamaban a mí.”
La oscuridad se calienta, pero el cuerpo no reacciona. La oscuridad sabe a polvo. Hay zumbidos perdidos que aparecen en la penumbra. ¿Qué, se quedó dormido en el botanero? Es el refrigerador de las cervezas zumbando por el creciente calor? ¿Por qué sigue en la oscuridad? La oscuridad que él conoce es fresca y con brisa, no caliente como un horno.
Ese ha sido el único gran problema que han tenido a lo largo de los años: su gran afición por el botanero. Botanero “La sensacional morocha”, del que cada tres de cinco visitas salía a gatas. Fue el único conflicto que tuvo con Diana, aunque ese conflicto por poco provocó su separación.
Eso pasó en los peores tiempos que llegaron a tener. La razón era sencilla, el dinero no alcanzaba para el gasto, y si ya de por sí no alcanzaba, entonces porque no malgastarse el poco dinero en trago.
Cuando empezó con su nueva chamba lo pusieron en su lugar. “Si le vas a entrar a esto, no nada más tienes que chingarte trabajando harto, tampoco puedes andarte por ahí paseando haciendo puras pendejadas,” le dijeron. En un principio “Dianita se alegró de que le bajara de boloñas, y de que empezara a haber más dinerito en la casa, de pronto nos empezó a ir bastante bien.”
Si pudiera sonreiría, no lo sabe pero no puede, aún así lo intenta.
“De ahí tan bien me llegó a ir que pude ir con la familia de vacaciones al gabacho.”
Los pensamientos se comienzan a trabar, ya no fluyen con tanta frescura por su aun despierta mente.
Zumbidos, por un lado, cerca, por el otro más lejos. El calor asfixiante en una oscuridad que no se disuelve, que no abre paso a un poco de luz.
Escucha un zumbido insistente que pasea por encima de él. Atraviesa frente a él, se acerca y para justo frente a su rostro. Hay otro zumbido que de pronto comienza a un lado de su oído derecho. Para de nuevo, camina un poco, se limpia las patas, las alas, deposita sus huevecillos en la oreja, por los dobleces sale caminando para alzar de nuevo el vuelo y unirse a un centenar de moscas que se ha empezado a juntar desde el amanecer.

“Y pensar que todo empezó por la carnicería del tío Joaquín. Al final yo era nada más que un chalán, ni la hacía de halcón. Me dijeron ' Mira, la cosa es bastante sencilla, necesitamos a un vato que nos transporte algo de merca y dinero entre nosotros y los menudistas.' No era nada mal trabajo, no era nada fuera de lo normal. Hasta que se enteraron de la carnicería.”
Sangre seca, carne cruda, reventada, destazada, quemada, atada. Ejecutada.
“'Oye, el jerry me dijo que eres carnicero, ¿en serio? Te tenemos una nueva chamba, necesitamos que nos ayudes a deshacernos de animales muertos.' En un principio todavía creí que eran animales.”
Le costó pero, mal de muchos consuelo de pendejos, se acostumbró y hasta le dejó de ver lo enfermizo, al fin, miles de personas hacen lo que él hace. Solo intento sobrevivir, se ha dicho, hasta hoy.
“Solo intento sobrevivir, no me van a vencer...”

A orillas de una carretera libre, que bordea la sierra se ha juntado un grupo de individuos, policías, soldados, fotógrafos. Las cámaras son activadas una y otra vez. Su ruido se une al de cientos de moscas que sobrevuelan el bulto.
Aventado sobre la árida tierra se encuentra un bulto, envuelto en una cobija, de él asoman unos pies descalzos. La sangre alcanzó a permear la cobija antes de secarse. Ésta nos ahorra la visión del estado de aquel cuerpo, puede que venga entero o en piezas cual pollo de carnicería.

Cual pollo al que si le cortan la cabeza igual sigue corriendo, este muerto hecho bulto igual sigue pensando.