15.1.10

La leyenda

Dicen que el demonio vive en la selva. Disfrazado de serpiente y de alacrán. Cobijado por el follaje muerto. Acechando de manera ininterrumpida a cualquier criatura despistada. ¿Por qué? Me he creído los cuentos, las historias. ¿Por qué justamente en este momento? Las hojas crujen debajo de cada una de mis pisadas. Me siento como en la infancia, tapándome la cara con la cobija de mi lecho con tal de no ver a los posibles fantasmas, si es que me habrían de visitar. Pero era mi lecho en ese entonces, mi territorio, mi guarida. Aquí yo estoy en su guarida. Es más que eso, estoy en su campo de juego. El lugar en el que practica su juego cruel, de acechar, acorralar a sus víctimas hasta llevarlas a la demencia, antes de deglutirlas.

No hay ningún descampado cerca, la humedad entra por cada uno de mis poros, el calor asfixiante no me deja respirar, y aún así sudo frío. Mi cuerpo se empieza a congelar. Me parece necesario tomar sol para calentar mi sangre. ¿Dónde me puedo resguardar? ¿Dónde me puedo calentar? Tengo que atravesar un charco, lo único que me faltaba. Lo cruzo lo más rápido que puedo, el agua moja mis escamas. Me da un hambre feroz, un hambre que crece mientras más me arrastro. Veo mi reflejo en el agua y al sacar la lengua me doy cuenta: “Yo soy el demonio.” Un peso cae de mis hombros, se me infla el pecho de orgullo mientras pienso:

“Témanme, escóndanse lo mejor que puedan, es más ni intenten cruzar por aquí que tengo un hambre feroz y mientras más he de comerlos, más me ha de dar hambre. Escapen mientras pueden, escapen lo más rápido que puedan porque yo no he de mostrarles piedad. La piedad no es conocida por mí, el demonio de esta selva.”



“¡Juan ven rápido! ¡Ya lo encontré, se lo chingó una boa, se lo está comiendo al turistita! Trae el machete para darle en la madre.

Y tú que lo espantaste con la leyenda, me cae que se lo diste a la selva en bandeja de plata.”

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