22.6.10

Historia de barrio IV

“El mosca” le abrió la puerta de la camioneta para que subiera.
Al Calamar lentamente le habían empezado a sudar las manos, se estaba poniendo nervioso. Y no era por tener que matar a alguien. Esos nervios no le daban a él. Era únicamente que su mente le pedía, le exigía ya una nueva dosis de lata.
Para colmo el patrón le había dado ya al mosca lo que habría de ser su paga: Veinte mil pesos mas unas cinco bolitas de papel aluminio con piedras dentro. El mosca no intentó ocultar la risa cuando se dio cuenta de la forma en la que el Calamar veía los paquetes.
– Primero lo primero pinche Calamar. Órale súbete cabrón, mientras más rápido mejor para todos.
Se subió a la camioneta, el mosca le cerró la puerta y se dirigió al lugar del conductor, se subió y echó el motor a andar. La música volvió a escucharse, la tuba, clarinetes y trombones acompañaban la crónica de un narco famoso. La música lo puso de mal humor, le parecía muy escandalosa, estridente.
– Bájale ¿no? – le dijo al mosca.
– Está bueno – respondió este. Ya conocía ese estado de ánimo del Calamar. Era conveniente que estuviera irritable para que pensara menos al llevar a cabo su misión. Era bueno que se estuviera saboreando ya el jalón de la lata después del trabajo y saber que iba a tener piedra suficiente para varios días. Así no iba a tener remordimientos. El mosca le bajó a la música.
– Si quieres pongo otra cosa maestro.
– No, está buena la música nomás que me irritaba el volumen. ¿Oye y el vato este, qué hizo o qué?
– No, pues anda de metiche, se cree muy acá, protector de las juventudes, y se anda metiendo con los negocios del jefe. Se las anda armando de problemas a los vendedores.
– No, pues se la buscó. – dijo el Calamar riendo. El mosca empezó a carcajearse mientras se frotaba la barba.
– Sí, pinche Calamar, se la buscó. – dijo entre risas mientras veía al Calamar de forma pícara, como quien se ríe de alguien, y no con él.

Iban ya de nuevo sobre la avenida de los conductores ingenuos, únicamente que ahora en la otra dirección. El Calamar no tenía paciencia ahora para ir pensando en podredumbres y muertos de la gran ciudad, se frotaba las manos sudorosas en los pantalones deslavados mientras movía una rodilla de forma acelerada.
– ¿Qué? No me digas que estás nervioso. – dijo el mosca de forma bravucona.
– ¡No seas pendejo! Nerviosa tu puta madre. – contestó. El mosca únicamente sonrió al momento de subirle de nuevo a la música, el Calamar debía exaltarse aún más. Y él lo estaba logrando.
– ¿Qué, cuánto falta para llegar? – preguntó éste de muy mal talante.
– Ya mero llegamos.
– Da tiempo para echarme una carga, ¿no?
– No te hagas pendejo Calamar, ya sabes que primero te lo tienes que quebrar y de ahí te puedes echar todas las piedras que quieras. – contestó el mosca ya impaciente. Lo sabía, el Calamar estaba en su punto, ahora nada más hacía falta levantarle el ego, la adicción ya estaba haciendo el resto. – Oye vato, ¿y por qué eres el Calamar maestro? – la historia la conocía muy bien, sin embargo la quiso oír de nuevo para que el asesino a sueldo se pudiera pavonear.
– No pues, ¿a poco no te sabes la historia? – preguntó sin esperar realmente una respuesta pues continuó inmediatamente. – Lo que pasa es que en una de las primeras chambas que le hice al patrón tenía que mandarles un mensajito a “los churros” que en ese entonces le estaban dando problemas al jefe, esos dizque pandilleros mamones. Y había ido con el “galán” para que me ayudara a chingarnos a uno. Y pues bueno, como el jefe quería que mandáramos un mensaje le corté el brazo donde tenía el tatuaje de la pandilla y lo aventamos en la calle donde esos putos se la pasaban. Y, bueno, de ahí el pinche “galán” decía que yo andaba reloco y que el verme le calaba de a madres. “Es que ese güey cala de a madres” decía, y bueno de ahí me empezaron a decir el “calamadres” y con el tiempo se quedó como “calamar” nomás.
– Órale, ¡qué cabrón maestro! Está chida la historia – dijo el mosca mientras se frotaba la barba. – Osea que eres un pinche temerario, ahora sí que como dijo el patrón. Oye y por cierto ¿qué le pasó al galán?
– Me lo quebré, le dio por cantar al puto.
– Sí es cierto, se me había olvidado. –mintió el mosca. Lo tenía muy presente, simplemente lo preguntó para que el Calamar pudiera presumir. Ahora, creía él, estaba listo para el trabajito, de forma muy conveniente habían llegado ya al lugar.
– Ya estuvo, ya llegamos. – dijo mientras estacionaba la camioneta en una calle algo angosta.
Se habían metido a un barrio pobre, de aquellos donde las calles son de cemento y no de pavimento, donde todas las calles están empinadas porque es en los cerros donde hay lugar para la gente pobre. El valle con sus edificios y barrios ricos, los cerros con sus casas grises y perros callejeros.
– ¿Qué? ¿aquí? ¿qué estamos haciendo aquí? – preguntó sorprendido el Calamar. No estaban realmente muy lejos de su barrio, de dónde vivía él. Del otro lado de la calle había una casa de una planta acondicionada como negocio, u oficina, pasaba como cualquiera de las dos cosas. Había un letrero que decía “Centro de ayuda de las juventudes Santa María Virgen”.
– Oye ¿qué onda? ¿Qué hacemos en el barrio de mi jefe? – preguntó el Calamar.
– De tu padre güey, tu jefe jefe es el patrón – contestó el mosca divertido. Se empezó a frotar la barba y dijo – Órale cabrón, vete a despedir de tu apá.
– ¿Por qué o qué? ¿a dónde vamos o qué onda?
– Si serás pendejo pinche Calamar – respondió el mosca. Y mientras se frotaba más intensamente la barba dijo sonriendo – Despídete de tu padre, porque te lo vas a quebrar.

CONTINUARÁ

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