14.8.12

Las palabras se las lleva el viento VIII


La oscuridad se comienza a pintar de un púrpura profundo, que comienza a convertirse en un tenue rojizo. A lo lejos se percibe una claridad que comienza a aumentar.
Desde hace unos quince minutos que retuerce el pescuezo y se rasca el pecho, se rasca la cabeza con sus patas.
Con mucho cuidado acicala sus plumas, las frota torciendo el pescuezo y las sacude de una en una con el pico. Hoy es su gran día, aunque ella aún no lo sabe. Hoy la sacarán del paquete en el que ha estado los últimos días, después de haber sido aventada desde un avión. ¿Culminará hoy la traición?

Hace tres años tuvo su primera prueba frente a sí. Reventar el cascarón y salir a la luz, algo que le llevó más de veinte minutos, para después quedar agotada tirada en el nido. Desnuda, respirando por primera vez, cansada hasta que su madre la alimentó y limpió. Después le siguieron días en los que luchó para poder controlar su equilibrio, mientras su cuerpo se comenzaba a llenar de plumas, con las que instintivamente supo qué hacer. Agitar las alas como su madre. Limpiarlas y con el tiempo recoger una pata y esconder la cabeza para dormir, dejando así de dormir con sus hermanas en una bola, apelmazadas unas con otras para mantener el calor.  
Después vino el primer vuelo, la madre la empujó de una rama, y a unos cuantos centímetros del suelo pudo levantar el vuelo por primera vez. De ahí vinieron más vuelos, cada vez más distantes en los que fue aprendiendo a regresar al palomar con el resto de su parvada. 

Hoy tendrá su prueba más difícil. Arrulla limpiándose las plumas, así pasará unos diez minutos más, antes de acercarse a comer unos cuantos granos que irán a parar a su buche.

“Así que esta es la nueva estrategia con la que quieren ganar la guerra” dice Courrier, “palomas mensajeras.” El traidor escurridizo está sentado cubierto con su abrigo mientras mantiene una hoja de papel en su mano temblorosa. Hace dos días que abandonó la trinchera calcinada para esconderse en el bosque, aquel bosque que ya siente como su exilio. Apoya la hoja de papel sobre el paquete que ha resultado ser un cajón de madera con una puerta de alambre donde se ha encontrado todos estos días una paloma mensajera. 
Escribe con pesar, con lentitud. 
¿Vale la pena haber sacrificado tanto por esas palabras?, ¿tienen tanto significado, tanto valor para haber traicionado a su ejército y firmar su sentencia de muerte? 
Cuando termina dobla el papel y lo introduce en el cilindro, abre la puerta, toma a la dócil paloma y lo ata a su pata. 
Dejó la puerta del cajón abierta. La paloma se pasea de un lado a otro, después de unos minutos abandona la jaula, se orienta, observa a Courrier y levanta el vuelo. Vuela por encima de las copas de los árboles, sin embargo tanto tiempo en esa jaula la ha dejado desorientada. Vuela sin un rumbo definido. Planea sobre el bosque para desentumir las alas por tanta inactividad, por haber estado tanto tiempo en un espacio reducido. 
Hace escala en las ramas de un árbol, cojea un poco por el molesto cilindro atado a su pata, arrulla, abajo hay un grupo de hombres asando un conejo. Al parecer ni los animales se salvan de la guerra, dice uno de ellos. Se reorienta, come un par de semillas del árbol y levanta de nuevo el vuelo. Nuevamente a las palabras se las lleva el viento. 
Ahora no hará más escalas hasta que caiga la noche, al día siguiente cruzará el cuerpo de agua que separa a los malos de los buenos de esta guerra. Llegando de nuevo a tierra no tardará mucho en llegar a los rumbos donde creció y llegará, con una hoja en su pata, al palomar al que siempre regresa. 
Por lo menos ese es el plan.

CONTINUARÁ

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