24.9.11

Batallas en la cama

Cubierto debajo de las cobijas, estancia cómoda y duradera, en el calor y suavidad de la cama. La cama, lugar seguro y aún así no libre de batallas. La cara cubierta por la cobija, tiritando, escuchando atentamente, estancado en un estado de alarma. Estancado, estacado, en posición de firmes, desnudo y caliente, es la calentura de la cama. Muslos temblando, piernas y pies frotando la sábana inquietamente. Un ruido desconocido que interrumpe el silencio. La respiración se agita. ¿Fue acaso un gruñido? Ha vuelto el dueño de sus temores. Esconde la cara lo más que puede. Su temor a la oscuridad lo atrapa, qué hay más allá de lo que puedo ver, se pregunta. Pero se decide a no intentarlo. La cara continúa bien tapada. Lo ha visitado de nuevo, piensa estar seguro, la criatura que se alimenta de sus miedos. Si estirase la mano ¿qué es lo que tocaría? Una superficie tersa y cálida, que reacciona al contacto con leves sobresaltos. Una figura que tiene que descifrar con las manos. Éstas descubrirían partiendo de la angostura, de ese estrecho que se presta para sujetar, para uno aprisionar, una superficie suave y juguetona que sube hasta dos montículos, suaves, coronados en lo más alto. Más abajo del estrecho encontrarían una pendiente y después una bajada que son imposibles de dejar de recorrer, y en medio de ellas una cálida cañada.
Tal vez en cambio, le podría ser arrancada la mano de una mordida. Aquel ser oscuro, babeante, con los ojos negros y una mirada oscura como la nada, tendría en sus enormes fauces la mano que de una sola masticada trituraría por completo. Se le escapa un sollozo. Siente humedad en sus mejillas y humedad en la cama.
Se siente la humedad, desnudo, siente una humedad, resbalosa, cálida, que lo recorre una y otra vez, ahí, en el centro, de la base a la punta. Un cómodo vaivén que le estrella a su pelvis unas caderas candentes con cadencia, y más humedad, ahora en la boca donde su lengua ataca a una intrusa, la agarra del cuello y de la pendiente imposible y la empuja con violencia, un gemido que no se acalla. Se moja, la humedad alcanza ahora la base, siente una mordida. Resopla, se mueve con más intensidad intentando liberarse, empujar a esa figura lo más lejos de si. Le muerden la oreja, cada vez con más fuerza. Gruñe. La aleja para luego aprisionarla con más fuerza a sí.
¿La diferencia? No muchas, ambas son batallas, batallas en la oscuridad, en la cama.

Explota, da lo que tiene que dar. Ha perdido, sangra de la espalda por los rasguños, le arrancaron la oreja, la lengua babeante, la respiración agitada. Así que el monstruo de la infancia ha vuelto, después de veinte años, se acopló a la nueva forma de luchar.
Desde tanto tiempo que siempre ganaba las batallas en la cama, hoy de nuevo le toca perder.
El miedo no tiene edad.

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