5.9.11

Correspondencia

El sobre estaba debajo de catálogos de supermercados y cupones de restaurantes. El periódico local que más que informar, invitaba a visitar los nuevos restaurantes y boutiques de la zona estaba comprimido en la rendija del buzón. Tomó todos los papeles y los tiró al bote de basura que se encuentra al lado de los buzones. Cuánto desperdicio, papeles impresos que tienen un cortísimo ciclo de vida. ¿Su fin es el de informar o el de hacer basura? A él ¿qué le importaba que hubiera un amplio surtido de útiles escolares para este regreso a clases o que la pechuga de pollo estuviera a mitad de precio? Los cupones para los restaurantes de comida rápida eran mas convenientes. Esos sí los guardó. Dos hamburguesas por el precio de una, una ensalada gratis al pedir una pizza, y varias cosas más por el estilo.
Cuando pensó que ya había vaciado el buzón, descubrió el sobre manila, tamaño carta.
Pensó en tirarlo a la basura, creyendo que se trataba de no más que papel impreso con muy pocas expectativas de vida. Pero al tomarlo lo sintió abultado, el destinatario llevaba su nombre: Rodolfo. Lo tomó con algo de alegría (nadie nunca le mandaba correspondencia) y se metió a su departamento.
Abrió el sobre con mucho cuidado y dejó caer su contenido sobre la mesa de la cocina. Varias fotos, boletos de cine, postales, una cadena de oro y una carta escrita a mano.
En una foto aparece una pareja abrazada a orillas de un lago. La chica es alta, esbelta, la figura femenina demasiado bien marcada. Una mujer guapa, las facciones de la cara no son bonitas, pero tiene una mirada somnolienta, una sonrisa pícara, es una mujer atractiva. El hombre que la abraza tiene una sonrisa dibujada en el rostro que no puede ocultar, es una expresión de cazador orgulloso de estar abrazando a su trofeo, de pavonearse con él. Su expresión arrogante parece decir “¡a huevo putos! ¡miren que bizcochito me agarré!” Trae puesta una playera mínimo dos tallas demasiado pequeñas, por lo tanto se le nota algo que, si normalmente parecería una pancilla chelera, así parece una panzota mastodóntica, digna de una albóndiga con patas. Los brazos parecen dos embutidos implantados para mejorar la sazón de don albondigón y dos patitas flacas como palillos. Palillos, albóndiga, ya sabrán ustedes que inventar. Lleva unos lentes de sol demasiado extravagantes, una cadena de oro demasiado gruesa y lo peor, lo peor que puede tener el tipo ese de la foto, es que no es él. “No soy yo, el tipillo este de las fotos no soy yo” se dice.
Rodi: No me queda de otra más que comenzar estas líneas pidiéndote perdón. Tú sabes que yo nunca te he querido hacer daño, que pase lo que pase yo siempre te seguiré queriendo y que tendrás en mí una amiga en quien confiar. Pero la verdad, tú estarás de acuerdo conmigo que esto simplemente ya no estaba funcionando. Y, bueno, no sé cómo decirlo pero hace tiempo apareció alguien.
¡Qué poca madre de esta pinche vieja!, pensó irremediablemente, digo, esto puede pasar, que uno se distancie y que las cosas ya no funcionen, pero uno no tiene que andarse buscando otro pendejo a quién mangonear y quien se la ensarte. Y lo peor es, ¿para qué me manda fotos de ese pendejo la muy güila? Si se ve que el naco nunca se había agarrado una vieja así de buena, y nunca más lo volverá a hacer.
Ya nos habíamos distanciado y habíamos quedado en que íbamos a hacer una pausa, la verdad nunca pensé que durante esta pausa fuera a aparecer alguien más, continuó leyendo. Pero así fue. Creo que es mejor que sepas lo menos posible de él. Solo quiero que estés seguro y que nunca dudes que contigo fui feliz y que hubiera dado todo por ti. Y supongo que es mucho pedir, pero espero que en algún momento me entiendas y no sé, te alegres por mí, como yo me alegraré cuando encuentres a otra chica.
Mira que cabrona, lo menos posible de él, dice, ¿entonces para qué me manda fotos la pendeja? Si al pendejo de mí le decía Rodi al tipillo éste como le dirá ¿Albondi, Albi? Es más, ya sé como lo conoció, lo rescató de ser devorado en un banquete a la albóndiga esa, es más hasta ya le habían ensartado los palillos. A más tardar después de imaginarse esa escena se le escapó una sonrisa. Había dado muy rápido el primer paso hacia la recuperación, se había comenzado a reír de su desgracia. Se imaginó la expresión arrogante del tipo de la foto convertida en pánico y lo vio corriendo sobre sus dos palillos de una orilla a la otra de la mesa. No le quedó de otra más que reír abiertamente. La cadenita de oro se le hubiera atorado en las muelas a uno de los comensales.

Pues lástima, dio un retroceso esta chamaca, ella se lo pierde, acabó por decir. Repuesto, continuó con la lectura de la carta.
Rodi, o no sé cómo te tengo que decir ahora. ¿Rodolfo? ¿O es que ya no vamos a tener la confianza que habíamos tenido hasta ahora? Bueno, no lo sé, pero para qué correr riesgos, ¿verdad? :-)
Carajo, pone una de sus caritas pendejas, ¿con quién chingados estuve? ¿con una pinche escuincla quinceañera?
Rodolfo García Roldán, decía la carta, para que no te enojes, continuaba, ;-), ¡puta madre! y dale con las caritas pendejas, pensó y siguió leyendo, te mando las fotos y recuerdos de nuestro bonito tiempo juntos, creo que es lo mejor si es que tú te los quedas, aparte de que no sé qué le vayan a parecer a Justino si es que los llegara a ver. Inmediatamente se le vino a la cabeza una cita que había leído en una revista la semana anterior en el consultorio del doctor : “Lo malo de una mujer con el corazón roto, es que empieza a repartir los pedazos.” Aunque bueno, ésta no tiene el corazón roto, pero igual, reparte la basura que ya no quiere y que me puede romper a mí el corazón.

Apenas un par de momentos después, se dio cuenta de la gravedad del asunto: “¡Verga! ¡Entonces eso significa que yo soy la albóndiga con patas!”
Estuvo varios minutos perplejo frente al espejo, viéndose, analizándose. Comparó su reflejo una y otra vez con la sonrisa arrogante del albondigón, no tenían nada en común. Bueno, el nombre era el mismo, por algo le había llegado la carta a él.
Rodolfo García Roldán, para que no te enojes ;-), decía la carta. Sacó su identificación: “Nombre: Rodolfo Roldán García”. Se tranquilizó un poco, “¡Pero si sí es cierto!” se dijo, tranquilizado porque no se tendría que suicidar en salsa de tomate como vil albóndiga, “¡si yo ni tengo vieja!”
Sonó el teléfono, era el consultorio del doctor, pidiéndole explicaciones de por qué había faltado a su cita con el psiquiatra.

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